Por Monseñor Carlo Maria Viganò
FREMET ET TABESCET
(Rugirá y se desvanecerá)
La Nota Doctrinal presentada en los últimos días en el Vaticano, con tan solo su inicio en latín, Mater Populi Fidelis, constituye un nuevo escándalo de una jerarquía traicionera y desviada que, durante más de sesenta años, en un crescendo imparable, ha utilizado su autoridad para imponer falazmente sus propias desviaciones doctrinales y morales a los católicos, con el fin de desmantelar la Iglesia Católica y perder fieles. La prisa —casi podría decirse la urgencia— por destruir es tal que, también pone de manifiesto las contradicciones existentes dentro del propio cuerpo sinodal, aquejado de un marcado bipolarismo patológico: por un lado, declara impropio el título mariano de Corredentora atribuido a la Virgen María, y por otro, asciende a John Henry Newman a Doctor Ecclesiæ, quien había defendido dicho título frente a los anglicanos tras su ataque al dogma de la Inmaculada Concepción.
La indignación y el sentimiento de ultraje que embarga a todo católico ante la denigración de la Santísima Virgen dificultan el control de la santa ira que invade a los fieles al oír vilipendiar a la Madre de Dios. Pero es precisamente en esos momentos en que el enemigo nos provoca, esperando obtener de nosotros una reacción desmedida, cuando debemos mantener la máxima claridad de juicio.
Precisamente al analizar y sopesar la importancia de ciertas afirmaciones, es esencial recordar que todas las declaraciones y acciones de los funcionarios de la iglesia sinodal son falaces y engañosas. Su propósito es llevarnos a seguir al adversario al terreno donde desea librar la guerra, pero es precisamente allí donde no debemos permitir que nos atraigan, no sea que caigamos en la trampa que estos herejes astutamente nos han tendido.
Seamos claros: a Tucho Fernández no le importa en absoluto la Corredención, y mucho menos los posibles malentendidos de los fieles. Sería patético pensar que supuestamente reafirma la mediación exclusiva de Nuestro Señor mientras sus dos empleadores —Bergoglio y Prevost— sostienen que todas las religiones conducen a Dios. A Tucho Fernández no le preocupa lo más mínimo la propagación de errores doctrinales que el Dicasterio que preside indignamente debería condenar de inmediato, errores que él mismo alimenta deliberadamente. Nadie se preocupó por posibles “malentendidos doctrinales” cuando se intentó hacer pasar el inmundo ídolo de la Pachamama por una imagen de la Virgen María llevando al Señor en su vientre, después de que los fieles se indignaran y escandalizaran por la veneración de una horrenda imagen pagana por parte de Bergoglio y sus asociados.
Tucho Fernández tiene la sensibilidad espiritual de una azada y la erudición de un manual de montaje de muebles. Además, está demasiado ocupado intentando que la gente olvide sus panfletos obscenos, después de haber orquestado ese vergonzoso juicio espectáculo por cisma contra mí y haber firmado el decreto de mi excomunión. Sus prioridades no son las de un pastor consumido por el celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas, sino las de un burócrata cínico, sin fe, designado con la tarea de degradar el papel, el prestigio, la credibilidad y la autoridad de la Suprema Sagrada y Universal Congregación del Santo Oficio, que Montini ya había rebajado a Congregación para la Doctrina de la Fe y que Bergoglio posteriormente renombró como Dicasterio.
Si Tucho promulgó esta Nota, lo hizo con otros propósitos, y es en estos en los que debemos centrarnos si queremos comprender la naturaleza herética y el alcance destructivo de su obra subversiva. No olvidemos que este documento se venía preparando desde la época de Bergoglio y que se publicó después de la homilía pronunciada el 26 de octubre por Prevost con motivo de la peregrinación jubilar de los “Equipos Sinodales y Órganos Participativos”:
Sobre todos nosotros y sobre la Iglesia extendida por todo el mundo, invoco la intercesión de la Virgen María con las palabras del Siervo de Dios Don Tonino Bello: “Santa María, mujer de convivencia, alimenta en nuestras Iglesias el deseo de comunión… Ayúdalas a superar las divisiones internas. Intervén cuando el demonio de la discordia se infiltre en su seno. Extingue los fuegos del faccionalismo. Reconcilia las disputas mutuas. Desactiva sus rivalidades. Detenlas cuando decidan seguir caminos separados, descuidando la convergencia en proyectos comunes” (Maria, Donna dei Nostri Giorni, 99).
No está de más recordar quién era exactamente este “Don Tonino Bello”: el obispo de Molfetta, un hereje y una figura sutilmente perversa y pervertida, como solo los modernistas pueden ser. En el irreverente panfleto citado por León, escribió:
“Queremos imaginarla [a María] como una adolescente, mientras que en las tardes de verano sube de la playa, con bermudas, bronceada y hermosa, llevando en sus ojos claros un fragmento del verde Adriático” (en italiano aquí).
Por lo tanto, no solo Tucho Fernández es culpable de esta abominable Nota, sino toda la jerarquía vaticana y sus dirigentes. Una jerarquía que, mientras ensalza la “dignidad infinita del hombre” en rebelión contra Dios, no duda en humillar la dignidad de la Mujer envuelta en Luz. Y esto ha sido así no solo desde ayer o hoy, sino desde hace sesenta años, es decir, desde que la camarilla que acababa de lograr rechazar los esquemas preparatorios del concilio también se aseguró de que la proclamación del dogma de la Corredención de María Santísima, esperada por gran parte del episcopado mundial, fuera anulada y considerada “poco ecuménica” con respecto a los disidentes protestantes.
Y si Tucho Fernández ha llegado al extremo de cuestionar un término teológico mencionado innumerables veces en los documentos papales de Pío IX, León XIII, San Pío X, Benedicto XV, Pío XI y Pío XII, no es por preocupación por los fieles ni para evitar formulaciones doctrinales equívocas, sino por un odio genuino hacia la Madre de Dios. Es la mano de Satanás la que escribió esas palabras odiosas; es el gélido aliento de la condenación eterna lo que las inspiró. No hay nada bueno en ellas: ni siquiera la intención, que es engañosa y sirve a otro propósito, ante todo, acostumbrarnos a la idea de que toda doctrina católica puede cambiar, que lo que era verdad ayer ya no lo es hoy, que la Fe que llevó almas al Cielo hasta Pío XII podría haberse convertido ahora en fuente de confusión o incluso de herejía.
Así pues, mientras Prevost y Tucho Fernández pretenden disipar los malentendidos sobre una doctrina confirmada por la sencilla fe del pueblo, simultáneamente se preparan para dar coherencia teológica a la sodomía, el diaconado femenino y la subversión del papado en clave sinodal. Todo va muy bien, señora marquesa: con tal de que nadie denuncie sus imposturas y, por supuesto, reconozca su autoridad.
No necesitamos analizar este documento para comprender su naturaleza perversa: basta con mirar a los ojos de quienes nos lo proponen. La mirada vacía, sorda, sombría y desprovista de amor de almas perdidas. La mirada de quienes, en vez de postrarse reverentemente ante la Virgen Madre de Dios, no tienen más que hacer que explotarla con fines propagandísticos a favor de la inmigración —invocándola como “Solacio del migrante” — y despojándola de los títulos que la Santa Iglesia Católica reconoce, y por los cuales los fieles la veneran y obtienen las Gracias de las que ella es la munificiente dispensadora. Entre estas Gracias, la que invocamos con fervor sin duda nos será concedida: que Ella, que solo ella vence todas las herejías y aplasta la orgullosa cabeza del dragón infernal, apresure el triunfo de su Inmaculado Corazón.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
7 de noviembre de 2025,
séptimo día de la Octava de Todos los Santos

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