miércoles, 26 de noviembre de 2025

“UNA CARO” ES UNA PUERTA A LA ANTICONCEPCIÓN Y A LAS UNIONES HOMOSEXUALES

La meditación de León XIV sobre la "una sola carne" parece piadosa en apariencia, pero en el fondo, proporciona a la anticoncepción y a la revolución lgbt las herramientas que necesitan.

Por Chris Jackson


Una Caro se presenta como una meditación sobre la caridad conyugal. A primera vista, suena bastante familiar: lenguaje bíblico sobre “una sola carne”, reverentes guiños a Juan Pablo II, algunas reverencias obligatorias hacia la Humanae Vitae y la “apertura a la vida” de los cónyuges cristianos

Bajo una apariencia piadosa, el documento hace algo muy específico. Discretamente, traslada el centro del matrimonio del vínculo divinamente instituido entre sexo y procreación a una visión esencialmente psicológica de la “caridad conyugal”, vivida en una antropología fluida y terapéutica, inspirada en los últimos experimentos de la Academia Pontificia para la Vida.

Al observar cómo el texto cita a Karol Wojtyła y reformula la "apertura a la vida", queda claro lo que está sucediendo. Una Caro no es un ataque frontal a la doctrina católica. Es el caballo de Troya estacionado a las puertas: envuelto en el vocabulario de Wojtyła, pero repleto de la lógica que los “ingenieros morales” de la Academia necesitan para justificar la contracepción artificial y, eventualmente, las "uniones" sexuales estériles de todo tipo.

Y llega en la misma temporada en que León ha coronado a Renzo Pegoraro como “presidente” de la Academia Pontificia para la Vida: el mismo hombre que ayudó a transformar ese organismo, de un baluarte para los no nacidos, en un centro de investigación bioética poscristiana. No hace falta mucha imaginación para ver hacia dónde se dirige esto. En lugar de un muro que protege el matrimonio, esta carta es una puerta ingeniosamente diseñada.

Caridad conyugal sin la cruz

El Magisterio antiguo trataba el matrimonio en términos sobrenaturales. Trento habló del Sacramento instituido por Cristo como remedio para la concupiscencia y como un oficio ordenado a la procreación y educación de los hijos. León XIII, en Arcanum y otros documentos, enfatizó el vínculo indisoluble y la familia como una “sociedad pequeña en número, pero no menos verdadera que el propio Estado”. Casti Connubii de Pío XI lo expresó claramente: Dios atribuyó al acto conyugal un fin primario: la procreación y educación de la prole, y un fin secundario, la ayuda mutua y el remedio para la concupiscencia.

En esa Tradición, el amor no es un sentimiento libre que crea su propio significado. El amor está determinado por la naturaleza y la gracia. La caridad conyugal abraza a los hijos porque está arraigada en el designio del Creador.


Una Caro hereda el vocabulario, pero no la esencia. Habla con cariño de la caridad conyugal y la fecundidad responsable, pero trata constantemente la procreación como un aspecto entre muchos, un símbolo integrado en una narrativa más amplia de autorrealización, apoyo emocional y acompañamiento.

El cambio decisivo se muestra en el párrafo 145, la sección en la que los “escritores fantasmas” de León recurren a Karol Wojtyla para traspasar los límites sin que parezca que lo hacen.

La cita de Wojtyla que se usará para hacer estallar la Humanae Vitae

Aquí está el meollo del asunto. La carta dice:

La unión sexual, como forma de expresar la caridad conyugal, debe naturalmente permanecer abierta a la comunicación de la vida, aunque esto no signifique que deba ser un objetivo explícito de todo acto sexual. De hecho, pueden darse tres situaciones legítimas...

A continuación se enumera, en primer lugar, el caso de una pareja que no puede tener hijos, y en el inciso b:

Que una pareja no busca conscientemente un determinado acto sexual como medio de procreación. Wojtyła también afirma esto, sosteniendo que un acto conyugal, que “siendo en sí mismo un acto de amor que une a dos personas, no necesariamente puede ser considerado por ellas como un medio consciente y deseado de procreación”

Léase rápidamente: el párrafo puede parecer ortodoxo. La Iglesia siempre ha reconocido los matrimonios infértiles como matrimonios verdaderos, y nunca ha exigido que los cónyuges expresen en su imaginación una intención explícita de tener un bebé antes de cada abrazo. Pero Una Caro no nos lo recuerda simplemente. La frase la unión sexual… debe naturalmente permanecer abierta a la comunicación de la vida, aunque esto no signifique que deba ser un objetivo explícito de todo acto sexual ya desplaza el centro de gravedad. En efecto, dice: la historia general de la “apertura a la vida” de la pareja es suficiente, incluso si los actos particulares no se viven, aquí y ahora, en ese horizonte procreativo.

El problema no es solo el marco que rodea esa frase. La frase misma se utiliza para introducir un nuevo estándar. En lugar de preguntarnos si este acto concreto respeta la estructura procreativa querida por Dios, Una Caro nos invita a preguntarnos si la relación de pareja, en su conjunto, todavía puede describirse como “abierta a la vida”, incluso cuando los actos individuales están cerrados en la práctica. Luego, canoniza este cambio al catalogarlo como una de las tres “situaciones legítimas”.

Incluso la cláusula sobre no “buscar conscientemente” la procreación en cada acto se vuelve tóxica en este contexto. En el contexto original de Wojtyła, podría interpretarse como un simple recordatorio de que los cónyuges no están obligados a forjar una intención procreativa explícita antes de cada abrazo. En Una Caro, esa misma frase se saca de su contexto y se readapta. Se incluye como una de las “situaciones legítimas” precisamente para sugerir que el significado procreativo del acto puede recaer en un segundo plano, siempre que la narrativa interior de la pareja sobre la “caridad conyugal” permanezca intacta.

Observa el patrón.

Primero: “La unión sexual, como forma de expresar la caridad conyugal, debe naturalmente permanecer abierta a la comunicación de la vida…”

El acto se define principalmente como una expresión de caridad, no como un acto con una estructura fija, dada por Dios y orientada a la generación. La apertura a la vida se rebaja a un nivel inferior, considerándose una condición general de fondo.

Entonces: “… aunque esto no signifique que deba ser un objetivo explícito de todo acto sexual. De hecho, pueden darse tres situaciones legítimas...

La categoría de “situaciones legítimas” se construye ahora en torno a una descripción psicológica de la intención, no a la especie moral objetiva de los actos. Para cuando el texto cita a Wojtyła —“un acto de amor que une a dos personas, no necesariamente puede ser considerado por ellas como un medio consciente y deseado de procreación”—, el escenario está preparado.

He aquí el movimiento en lenguaje sencillo.

La vieja pregunta era si este acto, en sí mismo, respeta la estructura procreativa del acto conyugal, o si los cónyuges lo están esterilizando deliberadamente.

La nueva pregunta es si el acto es una expresión de amor conyugal dentro de un matrimonio que está, en cierto sentido, "abierto a la vida", incluso cuando este acto particular está intencionalmente cerrado a la vida mediante la anticoncepción, la retirada u otros medios.

Una vez que se traslada el centro de gravedad de la naturaleza divina del acto a la narrativa interior de la pareja, la Humanae Vitae se convierte en letra muerta. La condena de la anticoncepción en esa encíclica depende de que el acto conyugal tenga una estructura dada que el hombre no puede frustrar deliberadamente. El texto de León conserva el antiguo vocabulario de la “apertura” mientras se prepara para vaciar su contenido.

Eso es precisamente lo que han estado pidiendo los “moralistas” disidentes de la Academia Pontificia para la Vida. Y ahora el pasaje de Wojtyla espera en Una Caro, listo para ser citado como el “puente magisterial” que les permita cruzar.

Lefebvre lo vio venir

Si todo esto nos resulta inquietantemente familiar es porque la maniobra básica fue advertida contra el propio Vaticano II.

Monseñor Lefebvre

El arzobispo Lefebvre recordó cómo el concilio intentó redefinir el matrimonio equiparando la procreación y el amor conyugal. El “cardenal” Suenens presionó para abandonar el lenguaje tradicional de un fin primario y uno secundario. El cardenal Brown, Maestro General de los Dominicos, se levantó y exclamó: "¡Caveatis! ¡Caveatis!" (¡Cuidado! ¡Cuidado!), y advirtió a los “padres conciliares” que igualar los fines "pervierte el significado del matrimonio" y trastoca la doctrina constante de la Iglesia.

Lefebvre señaló que, a pesar de la intervención de Brown y la presión del santo padre, Gaudium et Spes terminó con una formulación ambigua. El latín permite una lectura en la que la procreación no se relega a un segundo plano, lo que en la práctica significa que todos los propósitos del matrimonio se tratan por igual. A partir de ahí -dijo- la teología moderna simplemente coloca la "sexualidad" a la cabeza de los propósitos del matrimonio, y el resto se deduce de ello: anticoncepción, planificación familiar y aborto.

Una Caro es la versión pulida y posconciliar de precisamente ese cambio. Reconoce formalmente la fecundidad y luego dedica su energía a describir el matrimonio como una “unión y comunidad de dos personas”, entendiendo la “caridad conyugal” y la “unión sexual” principalmente como autoexpresión interpersonal. El párrafo de Wojtyla se convierte en la piedra de honor sobre la que uno se apoya mientras pasa por encima de Casti Connubii y Humanae Vitae.

La línea de Lefebvre sobre las consecuencias podría escribirse como título bajo el documento de León: una vez que el amor conyugal se reformula como “sexualidad” en la cima de la jerarquía, “todo está permitido”.

De la Academia de Francisco al Pegoraro de León: la red detrás del texto

Nada de esto importaría si quienes moldean la bioética oficial de la Iglesia siguieran siendo el tipo de personas que designó Juan Pablo II. No lo son.

En 2016, Francisco reescribió los estatutos de la Academia Pontificia para la Vida, disolvió sus miembros y la reconstruyó sobre una nueva base. El antiguo requisito del juramento provida desapareció. En su lugar, surgió una mezcla de figuras ecuménicas, interreligiosas y abiertamente heterodoxas, a las que se unieron “teólogos católicos” que ya llevaban décadas socavando las mismas enseñanzas que la Academia defendía.

“arzobispo” Vincenzo Paglia

Este proyecto está presidido por el “arzobispo” Vincenzo Paglia. Bajo su dirección, la Academia elogió las inyecciones experimentales contra el covid-19 basadas en líneas fetales abortadas como una especie de “salvación comunitaria”, emitió declaraciones inquietantemente tibias sobre la revocación del caso Roe y comenzó a hablar de sí misma no como un bastión de la doctrina, sino como un “laboratorio” de innovación moral.

Ahora León ha ascendido a Renzo Pegoraro, canciller de larga trayectoria y mano derecha de Paglia, a la presidencia. Pegoraro ha supervisado la transición de la Academia, que pasó de defender la vida a difuminar la moral católica en una retórica de salud pública, acogiendo voces a favor del aborto y la anticoncepción, y dirigiendo su libro insignia de 2022, Etica teologica della vita (Ética teológica de la vida), que aboga abiertamente por un cambio de paradigma en la teología moral.

Entre los actores clave de ese proyecto se encuentra el padre Maurizio Chiodi, “moralista” nombrado miembro de la Academia y figura destacada en sus conferencias y publicaciones. Chiodi considera la Humanae Vitae e incluso partes de la Casti Connubii como “doctrina reformable” y argumenta que la categoría clásica de “actos intrínsecamente malos” debe replantearse a la luz de las situaciones concretas, las intenciones y el “camino” de la pareja.

En otras palabras: la Academia ya no está compuesta por hombres que creen que la anticoncepción es siempre y en todas partes un grave pecado. Está compuesta por hombres que consideran esa enseñanza provisional, revisable y madura para el “desarrollo”.

Cuando ese tipo de Academia lee Una Caro, no ve una reafirmación de la Tradición. Ve materia prima. Ven el párrafo 145 como el texto puente que necesitan: el nombre de Wojtyla, la firma de León y un marco interpretativo que traslada la “apertura a la vida” de los actos concretos a una vaga historia de vida.

Fernández y la pastoralización del mal intrínseco

Además del trabajo de la Academia, está la elección de León de un ejecutor doctrinal.

El hombre que mantuvo al frente del Dicasterio para la Doctrina de la Fe es Víctor Manuel Fernández, famoso por sus intentos anteriores de lograr una especie de espiritualidad erotizada y por su papel en la elaboración de la solución del “foro interno” de Amoris Laetitia a la cuestión de la Comunión para los divorciados y “vueltos a casar”.

El besuquero Tucho

Fernández ya ha señalado que busca un enfoque más sutil sobre la noción del mal intrínseco, que dé más espacio al sujeto concreto, sus intenciones, sus sentimientos, su discernimiento. Sus instintos coinciden plenamente con los de Paglia y Chiodi.

Dale a una mente así un documento como Una Caro y no se quedará quieta.

Primer paso: tratar la condena de la contracepción que hace la Humanae Vitae como un ideal de alto nivel y no como un precepto negativo vinculante.

Segundo paso: subrayar, como lo hace Una Caro, que el acto conyugal es ante todo un acto expresivo de amor entre personas, y que la “apertura a la vida” de la pareja se mide a nivel de su vocación, no de cada acto particular.

Tercer paso: proclamar, al estilo de la Ética Teológica de la Vida, que pueden existir situaciones en las que “con una sabia elección” una pareja pueda recurrir a los anticonceptivos.

Cuarto paso: insistir en que la doctrina no ha cambiado; simplemente hemos “profundizado” nuestra comprensión y hemos hecho espacio para el discernimiento pastoral.

Así es como funciona el caballo de Troya. Nunca recibiremos una encíclica rotunda que diga “la anticoncepción ahora es buena”. En cambio, se recibe una red de documentos con referencias cruzadas donde la teoría se queda en el papel mientras que cada caso concreto se exime discretamente en nombre del amor, el discernimiento y la “caridad conyugal”.

El punto no es teórico: el “paradigma ” de la anticoncepción de Chiodi

El punto no es especulativo. La red para usar este pasaje ya existe y ya ha dicho lo que no se dice.

En una conferencia pública de la PAV, el padre Maurizio Chiodi argumentó que, en algunas situaciones, el uso de anticonceptivos artificiales “podría reconocerse como un acto de responsabilidad”. Esa es la frase clave. Un acto anticonceptivo, según su perspectiva, no siempre es, por naturaleza, gravemente inmoral. En las circunstancias adecuadas y “bien discernidas”, puede ser precisamente lo que Dios desea.

En la misma línea, Chiodi insiste en que la Humanae Vitae no es una doctrina infalible, sino reformable, y que la lista de “actos intrínsecamente malos” de Veritatis Splendor debe revisarse “a la luz de las situaciones concretas, las intenciones y la trayectoria general de la pareja”. La Academia Pontificia para la Vida publicó posteriormente Ética Teológica de la Vida, un volumen de 500 páginas producido bajo la dirección de Paglia, con colaboradores como Chiodi y Casalone, que insinúa abiertamente la idea de que, “en ciertas condiciones y circunstancias prácticas”, los cónyuges pueden, “con una sabia decisión”, recurrir a los anticonceptivos.


No se trata de una entrada de blog improvisada. Es un volumen de una editorial vaticana, promocionado por la propia Academia como un “cambio de paradigma” en la teología moral.

Ahora coloque esto junto a la línea clave en Una Caro:

La unión sexual, como forma de expresar la caridad conyugal, debe naturalmente permanecer abierta a la comunicación de la vida, aunque esto no signifique que deba ser un objetivo explícito de todo acto sexual... un acto conyugal, que “siendo en sí mismo un acto de amor que une a dos personas, no necesariamente puede ser considerado por ellas como un medio consciente y deseado de procreación”

Chiodi y sus colegas ya han aportado la teoría: la anticoncepción es a veces la opción responsable, y la norma negativa de la Humanae Vitae es reformable. El volumen de la PAV ya ha aportado el “lenguaje pastoral”: el recurso “sabio” a los anticonceptivos en situaciones difíciles. Una Caro aporta ahora el tejido conectivo magistral: una cita de Wojtyla que traslada la “apertura a la vida” de la estructura de cada acto al horizonte difuso de la vocación de la pareja, y trata el acto principalmente como un gesto expresivo de amor.

Una vez que esa sentencia esté en vigor, los disidentes no necesitan una revolución. Solo necesitan una nota a pie de página.

Siguiendo la enseñanza de Una Caro sobre la caridad conyugal —dirán—, reconocemos que el acto conyugal es, ante todo, una entrega personal de amor; la apertura a la vida es un requisito del matrimonio como tal, pero no necesariamente de cada acto individual, especialmente “en situaciones complejas”. En estos casos, como ha demostrado la Ética Teológica de la Vida, un recurso cuidadosamente “discernido” sobre la anticoncepción puede ser una expresión responsable de ese amor.

Ya se pueden escuchar los títulos de las ponencias de la conferencia: “Caridad conyugal y paternidad responsable: una lectura de Humanae Vitae a la luz de Una Caro”. “De los actos intrínsecamente malos a los caminos discernidos: la alegría del amor y la alegría de vivir”. Las notas a pie de página serpentearán desde la exhortación de León hasta el libro de Paglia, pasando por los ensayos de Chiodi, y viceversa, hasta que la conclusión práctica sea inevitable: la prohibición de la anticoncepción sigue vigente en el papel, pero ningún caso concreto se le aplica.

Por eso importa que estos hombres fueran colocados deliberadamente en la Academia Pontificia para la Vida y dejados allí. El DDF de León no cita ingenuamente a Wojtyla en el vacío. Está alimentando una maquinaria ya construida.

De actos esterilizados a “uniones” estériles

La misma lógica que suaviza la contracepción acaba amenazando la enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad.

Si el peso moral de los actos sexuales reside principalmente en su capacidad de expresar “amor”, y si la “apertura a la vida” ya no está ligada a la estructura intrínseca del acto sino a una actitud difusa de generosidad y cuidado, entonces el argumento contra las “uniones” homosexuales ya ha sido debilitado.

¿Qué impide a un “teólogo” formado en esta nueva escuela afirmar que dos hombres o dos mujeres pueden vivir una “caridad conyugal” de donación mutua, servicio y “fecundidad”, entendida como adopción, compromiso social o apoyo psicológico? Si la orientación procreativa del acto ha sido absorbida en gran medida por una metáfora de “generatividad”, y el uso concreto de las facultades generativas puede verse bloqueado por razones serias, ¿qué barrera de principio persiste?

Documentos como Fiducia Supplicans ya han explorado este terreno al bendecir “parejas” del mismo sexo en abstracto, insistiendo en que no bendicen la unión “como tal”. La nueva teología moral de la Academia ofrece una justificación más profunda: se centra en la historia interpersonal, la “alegría de vivir”, el discernimiento de la conciencia, no en la especie moral objetiva de los actos.

Una vez que se abandona la antigua enseñanza de Casti Connubii, según la cual hay actos que, por su naturaleza, constituyen graves violaciones de la ley del Creador, independientemente de las circunstancias, el resto se desmorona rápidamente. El caballo de Troya que introduce anticonceptivos de contrabando en la ciudad no se detendrá ahí.

Lo que realmente enseña la Tradición

Antes del concilio, la Iglesia católica se pronunció sin ambigüedades sobre estos asuntos. No fue por falta de matices ni compasión, sino porque creía que Dios había revelado algo sobre la naturaleza del matrimonio y el orden moral.

Casti Connubii afirma que cualquier uso del matrimonio que frustre deliberadamente su poder y propósito naturales constituye una ofensa contra la naturaleza y contra Dios. Documentos posteriores como Donum Vitae y Dignitas Personae simplemente reaplican este principio a nuevas técnicas y situaciones. Todos presuponen que ciertas acciones —esterilizar directamente un acto conyugal, producir directamente un hijo mediante manipulación científica, quitar directamente la vida de un inocente— son intrínsecamente desordenadas en sí mismas. Ninguna intención psicológica puede santificarlas.

Eso no significa que la Iglesia ignore las circunstancias. Significa que las circunstancias no pueden transformar el mal en bien.

Una Caro podría haber repetido esto con la cruda simplicidad del magisterio anterior. En cambio, cita a Wojtyla selectivamente para enfatizar el matrimonio como “una unión de dos personas”, reconoce la infertilidad de una manera perfectamente católica, y luego introduce de contrabando la afirmación de que un acto conyugal “no debe considerarse” como medio de procreación y que tal actitud pertenece a “situaciones legítimas”.

Combine eso con el liderazgo actual de la Academia Pontificia para la Vida, la promoción de Pegoraro, el “cambio de paradigma” de Paglia, el discurso de Chiodi sobre la doctrina reformable y la alergia de Fernández a los preceptos negativos claros, y tendrá el esbozo de un proyecto.

La advertencia de Lefebvre desde San Pedro, que ha resonado a lo largo de las décadas: "¡Cuidado! ¡Cuidado! Si aceptamos esta definición, iremos en contra de toda la Tradición de la Iglesia y pervertiremos el significado del matrimonio", se está cumpliendo a cámara lenta. El concilio sembró la ambigüedad al aplanar la jerarquía de fines. Los “moralistas” posconciliares la cosecharon, la envolvieron en un lenguaje denso sobre la alegría y el discernimiento, y ahora los asesores de León la sirven con un toque wojtyla.

Conclusión: Ver al caballo como lo que es

Si esto fuera 1950, un documento como Una Caro se leería a la luz de Trento y Casti Connubii y se corregiría discretamente en el Santo Oficio antes de que viera la luz. Hoy, se publica entre aplausos, mientras que los hombres que cuestionan públicamente la anticoncepción y defienden la vieja teología moral son silenciados, cancelados o invitados a "reconsiderar sus vocaciones".


El caballo de Troya ya ha cruzado el umbral. Sonríe, cita a Wojtyla, habla de “alegría” y “caridad conyugal”, y nos asegura que todo sigue “abierto a la vida”. Pero en su interior lleva consigo los principios precisos que la nueva Academia y el prefecto doctrinal de León necesitan para declarar, en la práctica, que la antigua enseñanza sobre la anticoncepción y la moral sexual pertenece al pasado.

La primera tarea es simplemente nombrar esto con honestidad. Una Caro no es una meditación inofensiva sobre el amor conyugal. Es un puente cuidadosamente construido entre el lenguaje tradicional de la Iglesia y la revolución moral posconciliar que Lefebvre vio germinar en el propio concilio.

No se detiene una revolución fingiendo que los documentos son mejores de lo que son. Se detiene viendo con claridad, hablando con franqueza y negándose a permitir que citas cuidadosamente seleccionadas de Wojtyla se usen para destruir lo que Pío XI y sus predecesores construyeron.
 

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