Los innumerables Mártires de Zaragoza
La misma Reina de los Ángeles, que, según el Leccionario antiquísimo de la Catedral de Zaragoza, se dignó poner su asiento y morada en esta ciudad cuando aún vivía en carne mortal, parece que quiso ennoblecerla también con el misterioso título de Ciudad Real de los Mártires.
En la décima persecución de la Iglesia, que fue la más cruel de todas, el impío procónsul Daciano, entró en Zaragoza y después que hubo martirizado con inauditos suplicios al fortísimo diácono San Vicente, y derramado la sangre de Santa Engracia y de dieciocho ilustres varones; viendo que con tales castigos no amedrentaba a los cristianos, imaginó un artificio sobremanera cruel e inhumano para conseguir su total exterminio.
Hizo publicar a son de trompeta por toda la ciudad un edicto en que concedía amplia licencia para que todos los ciudadanos que profesaban la fe de Cristo pudiesen salir de la población y pasar a vivir en cualquier otra parte que quisiesen, y que si alguno quedase, experimentaría el rigor de la ley imperial.
Este decreto fue recibido por todos los cristianos con singular alegría, creyendo que dejarían de sufrir la persecución; y que en cualquier otro pueblo podrían vivir según su fe.
Se les obligó a salir por determinada puerta, y a la misma hora. Era de ver aquella muchedumbre innumerable de hombres y mujeres, desterrándose con gozo de sus hogares por no abandonar la fe de Cristo.
Estando ya todos en las afueras de la ciudad, los soldados y ministros de Daciano, escondidos y puestos al acecho, se arrojaron como sangrientos lobos sobre aquel numeroso rebaño de inocentes corderos.
A unos les cortaron la cabeza, a otros les traspasaron el corazón, a todos los despedazaron con furor infernal, cubriendo, en breve tiempo, aquellos campos de sangre y de cadáveres horriblemente mutilados.
Mandó luego el sacrílego procónsul juntar en un montón todos aquellos sagrados cuerpos para quemarlos y reducirlos a cenizas y, con la intención de impedir que los cristianos las recogiesen y venerasen, hizo matar y quemar a todos los criminales que había en las cárceles, y mezclar sus cenizas con las de los cristianos.
Más, por un admirable portento de la mano de Dios, se separaron las unas de las otras, formando las de los santos unas masas de una blancura extraordinaria.
Se conservan aún en nuestros días estas reliquias, llamadas Las Santas Masas, en las cuales se pueden ver algunas señales de color sangre.
Reflexión:
¡Qué diferencia entre la conducta de los innumerables mártires de Zaragoza y la nuestra! La caridad estaba de tal manera arraigada en sus corazones, que ni las promesas, ni las amenazas, ni los suplicios, ni la misma muerte podían debilitar su valor. Es que entonces reinaba el verdadero espíritu del cristianismo y se templaban constantemente los ánimos con el rigor de la austeridad y penitencia cristianas. ¿Que mucho que salgas una y otra vez derrotado en el combate que sostienes con tus pasiones, si te preparas a la lucha por medio de regalos y placeres? ¿Quieres salir vencedor? Pues practica la penitencia y austeridad cristianas y procura que estas virtudes aparezcan en la sencillez de tus vestidos, en la frugalidad de tu mesa, en la supresión de los deleites y de cuanto debilita el vigor propio de los que siguen al Crucificado.
Oración:
Mirad, Señor, a vuestra familia, y concedednos que, amparada con la intercesión de los santos innumerables mártires, sea preservada de toda culpa. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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