viernes, 26 de diciembre de 2025

SANTO TOMÁS Y EL BIG BANG

¿Conocía ya Santo Tomás de Aquino el “Big Bang”? ¡Esta teoría no se hizo conocida hasta el siglo XX, mientras que Santo Tomás falleció en 1274!

Por el padre Bernhard Zaby


La época de Santo Tomás aún no era una época “científica”, en la que se reducía todo el cosmos a la materia y esta a partículas cada vez más pequeñas. Su visión del mundo era aún muy espiritual, por lo que, para él, la materia estaba determinada por el espíritu y no al revés. Como “Doctor universalis”, abarcaba todo el universo no con un telescopio, sino con su mente iluminada por la sabiduría divina, y así ya entonces encontraba fácilmente las soluciones a problemas que la ciencia actual, con todos sus telescopios, sondas espaciales y ordenadores, persigue en vano. Entre ellos se encuentra también el “Big Bang”.

Por supuesto, Aquino aún no habla de un “Big Bang”. Para él, la cuestión no se plantea físicamente a partir de una materia más o menos explosiva, sino filosóficamente a partir del concepto. Por eso llega a una solución verdadera y definitiva, ya que la materia solo puede ser comprendida desde el espíritu, desde los principios metafísicos que sustentan todo el universo y que son inquebrantables y firmes, y no desde unas partículas minúsculas que resultan completamente impredecibles y que finalmente se desvanecen en la nada.

Por lo tanto, su pregunta no era: “¿Hubo un Big Bang?”, sino: ¿Precedió a la materia formada una materia sin forma en el tiempo? (Sth I q.66 a.1). Es decir: ¿Hubo un momento en el que nuestro universo aún no tenía su forma y configuración, sino que comenzó como una “nebulosa primigenia” (Kant-Laplace) o, precisamente, como un “Big Bang”? Incluso supo aducir algunos argumentos al respecto que no proceden de la física moderna, sino de las Sagradas Escrituras, de San Agustín y de la razón ilustrada, por lo que son mucho más serios. El primero se refiere a la afirmación de las Sagradas Escrituras (Génesis 1,2): “La tierra estaba desierta y vacía”, lo que San Agustín interpreta, basándose en la Septuaginta, como una forma original de la materia sin forma. El segundo argumento es el que suelen esgrimir los defensores católicos del “Big Bang”, solo que aquí, en la Summa, de forma algo más inteligente. Estos católicos bienintencionados, que se esfuerzan por conciliar la fe católica con la ciencia agnóstica moderna, suelen señalar las causas secundarias a través de las cuales Dios suele actuar, y como tal causa secundaria consideran también el “Big Bang”. En Santo Tomás, el argumento es el siguiente: Las causas secundarias imitan en su acción la acción de Dios; ahora bien, vemos en la acción de la naturaleza cómo la formación es precedida por una materia informe del tiempo; lo mismo ocurre con la acción de Dios. Dios siempre empieza con lo pequeño y luego lo deja crecer, como el germen se convierte en árbol, según nuestros bienintencionados católicos conciliadores.

El Aquinate presenta ahora algunos contraargumentos, uno de los cuales nos resulta especialmente interesante, ya que revela el rechazo natural que provocaba en aquella época la idea de un universo “Big Bang”. Dice así: La formación de la creación física se llevó a cabo mediante la (sub)división; sin embargo, esta distinción se opone a la confusión, al desorden, como la formación se opone a la falta de forma; por lo tanto, si al principio la materia no hubiera sido formada, habría reinado el desorden en la creación física, lo que los antiguos llamaban “caos”. Esto era tan inconcebible para los contemporáneos de santo Tomás, porque era incompatible con la sabiduría del Creador y con el orden del cosmos, que no tuvo que añadir nada más.

Antes de abordar la solución al problema, tal y como nos la presenta el maestro angelical, debemos aclarar un poco los conceptos filosóficos. Desde el punto de vista filosófico, en el mundo físico todo está compuesto de forma y materia. Sin embargo, a diferencia de lo que solemos imaginar, el ser no proviene de la materia, sino de la forma. Aquí ya vemos hasta qué punto la visión del mundo se ha invertido desde la época de la escolástica hasta nuestra era científica. Para nosotros, hoy en día es evidente que todas las formas se construyen, por así decirlo, desde abajo, a partir de la materia, es decir, que su ser proviene de la materia. Este es el dogma básico del “Big Bang”.

Muy diferente es la philosophia perennis de Santo Tomás. Aquí, la materia solo ofrece la posibilidad, la potencia, a la que la forma, como acto, confiere el ser real. Por supuesto, la forma no puede existir por sí sola, sin materia (a menos que sea ella misma una sustancia, como el alma humana, pero eso es otro tema), pero es ella la que da existencia a una cosa. Tomemos un ejemplo sencillo, aunque muy insuficiente: una casa. ¿Qué es lo que hace que una casa sea una casa? ¿Son los ladrillos? No, porque si después del derrumbe de una casa solo nos queda un montón de piedras, nadie dirá que eso es la casa. La casa ya no existe, aunque su materia siga ahí, ya no existe porque la forma ya no está. La forma es lo que hace que la casa sea una casa, no la materia.

Cuando hablamos de forma, no nos referimos a la forma exterior, sino a la forma esencial. En nuestro ejemplo, la forma es lo que hace que la casa sea una casa, pero no lo que la hace pequeña o grande, blanca o verde. Esto último sería la forma accidental, porque se refiere a características insignificantes y fortuitas que no cambian nada en la cosa en sí, mientras que lo primero se denomina forma sustancial, porque confiere a la materia las características esenciales y, junto con ella, forma la sustancia de la cosa.

Hemos mencionado anteriormente la casa como ejemplo. Si desmontamos la casa, como en el caso hipotético del derrumbe mencionado anteriormente, esta habrá perdido su forma de casa, pero seguirá quedando materia, materia con forma: ladrillos, madera, vidrio, etc. Si desmontamos estos elementos, llegaremos a formas de materia más simples, como la arcilla, luego a sus componentes y, finalmente, a moléculas, átomos, etc. Intelectualmente, podemos avanzar hasta llegar a una materia primigenia, completamente sin forma, la “materia prima”, que en última instancia es la base de todo.

Aquí ya estamos ante la primera respuesta que nos da Aquino. Él dice que, aunque se puede concebir una materia totalmente informe o sin forma, y que naturalmente también existe, no puede existir como tal, es decir, sin forma, en el tiempo. Porque es precisamente la forma lo que da existencia a una cosa. Si algo no tiene forma, tampoco tiene existencia. No puede existir una materia totalmente informe e indeterminada como tal, por lo que tampoco puede haber existido en el principio. Por eso, los físicos actuales se topan una y otra vez con la nada, cuanto más descomponen las formas de las cosas.

Pero ahora vienen nuestros bienintencionados físicos católicos y dicen que, por supuesto, al principio no había una materia completamente informe e indefinida, sino que era materia en ebullición, compuesta por partículas elementales, los llamados “quarks”, que luego, mediante enfriamiento, expansión, condensación, etc., gracias a sus cargas y fuerzas inherentes, se formaron el tiempo, el espacio y todo el universo.

San Tomás ya respondió a esta teoría. Dijo que tampoco puede ser que con esta primera materia informe se refiera a una primera forma general, sobre la que luego se superpusieron nuevas formas para convertirla en cosas diferentes. Entonces, según el Aquinate, “convertirse” significaría simplemente “ser transformado”, lo cual es un error de algunos antiguos filósofos naturales. Pero entonces las diferentes cosas serían simplemente formas accidentales de una misma materia, como cuando se cortan diferentes formas de una masa de galletas, una estrella o una luna, que sin embargo son galletas idénticas, solo que con formas externas diferentes. Así, todas las cosas corpóreas serían en realidad una misma sustancia, solo que con diferentes manifestaciones. “Por lo tanto, hay que decir que la materia primera”, es decir, en su primera creación por Dios, “no fue creada ni completamente sin forma ni bajo una única forma general, sino bajo diferentes formas”, según la última respuesta de Aquino. Tal y como relata la Sagrada Escritura: “En el principio, Dios creó el cielo y la tierra”.

Así pues, desde el principio no hubo caos, sino que ya antes del “opus distinctionis”, la obra de la distinción, tal y como se relata en las Sagradas Escrituras, existía una clara distinción entre las cosas. “En primer lugar, existía la distinción entre el cielo y la tierra [...]. En segundo lugar, la distinción de los elementos según sus formas [tierra y agua]”. La tercera distinción se refería a la ubicación de las diferentes cosas, por ejemplo, el agua estaba sobre la tierra, y lo que aún quedaba por distinguir se llevó a cabo en la obra de los seis días.

Veamos brevemente qué responde santo Tomás a los argumentos mencionados al principio a favor de una materia inicialmente sin forma. San Agustín, dice, ocupa de todos modos una posición especial. Aunque afirma que la materia era inicialmente completamente informe, no se refiere a ello en términos temporales, ya que, según su interpretación puramente espiritual del relato de la creación, esta no se produjo en etapas temporales, sino que un único acto creador se divide mentalmente en diferentes momentos (según el conocimiento de los ángeles). Sin embargo, los demás Padres de la Iglesia, cuando hablan de un mundo material inicialmente sin forma, no se refieren a una falta de forma que excluye cualquier forma, sino a una deformidad que aún carece de la belleza y la ornamentación que ahora encontramos en la creación. Porque aún faltaba la luz, la tierra estaba cubierta de agua y aún no estaba cubierta de plantas y hierbas. “Porque las tinieblas cubrían el abismo y la tierra estaba desierta y vacía”.

En cuanto al segundo argumento, el de las causas secundarias, que también avanzan de lo informe a lo formado, el santo nos dice que la naturaleza siempre presupone para actuar algo que ya existe sobre lo que pueda actuar. Pero Dios crea el ser de la nada. Así puede crear inmediatamente la cosa perfecta, de acuerdo con la grandeza de su omnipotencia. Por lo tanto, no necesita, como nosotros, mezclar primero cemento, cocer ladrillos, serrar madera para hacer tablas, etc. Él es el Creador y no el “Gran Arquitecto de todas las cosas”. Tampoco tuvo necesidad de mezclar al principio una masa de “quarks” para formar a partir de ella los soles, las estrellas, los planetas y las galaxias. Él creó el universo, es decir, lo sacó de la nada, no lo cortó de masa de galletas. Sin embargo, las causas secundarias no pueden participar de ninguna manera en el acto de la creación, como expone Aquino en otro lugar (q.45 a.5).

Ahora bien, se nos dice que hay un argumento al que santo Tomás no pudo responder, y es un argumento de autoridad. Georges Lemaître, fundador de la “teoría del Big Bang”, era sacerdote católico y en 1940 fue nombrado por Pío XII miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias, de la que fue presidente desde 1960 hasta su muerte. Y en una conferencia de esta academia en noviembre de 1951, el Papa Pío XII explicó en una ponencia que la “teoría del Big Bang” era una prueba segura de la creación del mundo y, por lo tanto, de Dios como creador.

Debemos admitir que a Santo Tomás seguramente no se le habría ocurrido considerar una teoría científica como prueba y, además, como prueba de la existencia de Dios. En la Quaestio 46, artículo 2, expone que el origen temporal del mundo no puede demostrarse, sino que solo se conoce a partir de la revelación. Para él, una prueba es siempre solo una prueba filosófica. Pero esta idea siempre parte del concepto “quod quid est”, lo que es algo. Ahora bien, los conceptos son independientes del lugar y del tiempo, son válidos siempre y en todas partes. Eso es precisamente lo que les da su fuerza probatoria. Pero con ello no se puede demostrar que no haya existido siempre el ser humano, el cielo, la piedra, etc. Por lo tanto, desde el punto de vista del mundo, no se puede demostrar que no haya existido siempre.

Pero tampoco desde el punto de vista de su Creador se puede demostrar este hecho, como muestra Aquino, ya que la creación depende del libre albedrío de Dios y este no es reconocible para nosotros salvo a través de la revelación. Por eso, el comienzo temporal del mundo puede ser un artículo de fe, pero no se puede demostrar ni conocer. “Y es útil tener esto en cuenta -dice santo Tomás- para que nadie, en su presunción de querer demostrar las cosas de la fe, aducir razones innecesarias que den pie a la burla de los incrédulos, porque piensan que creemos lo que pertenece a la revelación por tales razones”.

Un mundo sin un comienzo temporal no sería en sí mismo incompatible con su creación. Precisamente cuando Dios es el creador del mundo, la duración del tiempo no tiene importancia, ya que Dios crea en un instante gracias a su omnipotencia. “No se deduce necesariamente que, si Dios es la causa activa del mundo, haya tenido que existir en el tiempo antes del mundo, ya que la creación, mediante la cual Él produjo el mundo, no es un cambio sucesivo, como ya se ha dicho anteriormente” (q. 46 a.2 ad1). Por lo tanto, la “teoría del Big Bang” sería en realidad justo lo contrario de una prueba de la existencia de Dios.

6 de Junio de 2013
 

No hay comentarios: