16 de Diciembre: San Eusebio, obispo y mártir
(✞ 371)
San Eusebio, luz de la Iglesia Católica, santísimo sacerdote y prelado excelentísimo, y contraveneno de los herejes arrianos, fue natural de Cerdeña.
Era hijo de Restituta, mujer noble y virtuosa, la cual, hallándose viuda y habiendo cesado la persecución contra los cristianos, partió a Roma, llevando consigo a su hijo, que ofreció al santo Pontífice Eusebio, suplicándole que le tomase bajo su amparo y le mandase criar y enseñar en toda virtud.
De Roma pasó a Vercelli cuando por aquellos días había muerto el Obispo de esta ciudad, y fue elegido él como sucesor, con gran oposición de los herejes arrianos, que ya amenazaban y fatigaban a las provincias de occidente.
Para formar un clero fervoroso y santo, estableció que todos los clérigos y sacerdotes viviesen vida monástica, teniendo todo en común, esto es, la comida, la oración, el estudio y el trabajo.
Por orden del Papa Liberio fue como embajador suyo al emperador Constancio para alcanzar de él que tuviese por bien se juntase un Concilio en Milán a fin de contener los avances de la herejía y sosegar a la Iglesia; y así sucedió.
Pero en el Concilio procuraron los herejes que se condenase a san Atanasio; y no pudiéndolo recabar de Eusebio y de algunos otros obispos, los desterraron.
San Eusebio fue llevado a Escitópolis en la Tebaida superior, y puesto en manos de un obispo hereje y tan malvado, que lo hizo detener, lo mandó arrojar en la cárcel, y en ella le tuvo muchos días sin comer.
Desde allí escribió a los fieles de su Iglesia animándolos a morir por la Fe Católica, y dándoles cuenta de los malos tratamientos que él sufría por tan noble causa.
De Escitópolis fue desterrado por segunda vez a Capadocia, llevando con heroica paciencia y ánimo invencible todos estos trabajos, hasta que por la muerte del emperador quedó libre de sus enemigos los arrianos.
Pasó a Alejandría, donde san Atanasio reunía un Concilio, y luego a Antioquía para componer algunas contiendas eclesiásticas.
Por orden del Papa Liberio fue visitando las iglesias del Oriente, que con la tempestad de los arrianos estaban caídas y arruinadas, para levantarlas y poner en ellas ministros católicos y resistir a los herejes, y acabado con gran celo y vigilancia este asunto, volvió el santo pontífice a Italia y en ella fue recibido como gloriosísimo confesor y valerosísimo capitán de Cristo.
En Italia continuó con su oficio de sacerdote y médico de las almas, como lo había hecho en Oriente, visitando y recreando las iglesias con increíble alegría y fruto para los católicos y pesar para los malvados herejes; por los cuales fue primero arrastrado, después atormentado con varios suplicios y apedreado, y teniendo la cabeza y todo el cuerpo hecho pedazos, acabó gloriosamente su vida terrena siendo ya casi de ochenta años de edad, y dando su espíritu al Señor, por cuya gloria había peleado.
Reflexión:
Sufrir con fortaleza de ánimo las adversidades: más aún, olvidarse de sus sufrimientos para ser maestro y guía de los que necesitaban instrucción y esfuerzo de ánimo, es una virtud que admiraron en nuestro santo los mismos enemigos de nuestra santa Religión. Ni el hambre, ni las prisiones con que sus enemigos le cargaron, fueron parte para que desistiese de instruir desde la cárcel a los fieles. Si no tienes valor para ser maestro de los demás en los infortunios, jamás te olvides de llevarlos con paciencia. Sufrirás aquí un poco de tiempo, y una eternidad de delicias será tu recompensa después.
Oración:
Oh Dios, que nos alegras cada año con la festividad de tu bienaventurado mártir y pontífice san Eusebio: concédenos benigno, que pues celebramos su memoria, gocemos también de su protección. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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