Por Sean Johnson
22 de marzo de 2013
Queridos amigos en Cristo:
Algunos de ustedes ya están al tanto de mi partida y de mi traslado a la Casa San José, aquí en México. Para evitar cualquier malentendido o perplejidad por su parte, es importante y necesario que les explique las graves razones que me han llevado a tomar esta decisión.
Nadie entre ustedes debería ignorar los motivos muy serios que han guiado lo que se conoce como el movimiento tradicionalista, presente al principio en diversas partes del mundo, pero ahora principalmente en la Fraternidad San Pío X, obra de un obispo ejemplar, el arzobispo Marcel Lefebvre, que trató de salvar los valores de la Iglesia Católica de la invasión modernista que golpeó a la Iglesia de Cristo, sobre todo por lo que llamamos el Vaticano II y por todas las reformas de la Iglesia que este concilio provocó. Este ataque provocó un movimiento defensivo totalmente legítimo de los fieles católicos, un movimiento que es en sí mismo muy natural y necesario. La lucha, la guerra contra los errores doctrinales del mundo moderno que libraron los Papas de los siglos XVIII, XIX y XX, en particular el Papa San Pío X, es la misma que nosotros quisimos asumir y tratar de librar a nuestra vez.
Sin embargo, son precisamente los tradicionalistas que han conocido el comienzo de esta lucha los que afirman que nuestros superiores han rebajado el tono de nuestras exigencias y de nuestra lucha por la defensa de la Fe. Para empezar, se argumentó que era un medio para convertir a Roma: no solo el hecho de dejar de denunciar con tanta fuerza las desviaciones de los eclesiásticos, sino también una forma de acercarse cada vez más a la Iglesia oficial. La pregunta es la siguiente: ¿es todo esto un medio proporcionado para convertir a Roma? ¿O es una mera ilusión? ¿Se puede convertir a alguien a la verdad ocultando esa misma verdad? ¿Se puede convertir a alguien inclinándose hacia sus errores y su dialéctica?
Con creciente preocupación, observamos por parte de muchos sacerdotes y fieles de la FSSPX, así como de Órdenes Religiosas aliadas, una omisión que adquiere proporciones cada vez mayores y más engañosas. Un silencio cada vez más notable.
El hecho es que los romanos no han renunciado a ninguno de sus graves errores del Vaticano II, ni a la Nueva Misa (Novus Ordo Missae), ni a ninguna de las reformas que son consecuencia de este Concilio y que afectan a la vida de toda la Iglesia. Roma se ha limitado a hacer algunas concesiones de carácter político para acercar a la Fraternidad, pequeñas concesiones que no bastan para demostrar que haya habido un verdadero cambio de rumbo en Roma, es decir, en dirección a la Tradición. Muy al contrario, encontramos en todas estas negociaciones y diálogos una diplomacia llena de duplicidad. No podemos basar nuestras decisiones importantes únicamente en rumores o hechos que no constituyen en absoluto una prueba de la conversión de los eclesiásticos.
El hecho es que, a pesar del famoso fracaso de las discusiones doctrinales, supuestamente llevadas a cabo para convertir a Roma (y que siguen sin publicarse hasta el día de hoy [1]), seguimos intentando avanzar a toda máquina hacia un acuerdo con Roma a cualquier precio, en condiciones extremadamente peligrosas. Y para colmo, ¡ya hay quienes piensan que la Fraternidad debería llegar a un acuerdo para someterse a Roma, se haya convertido Roma o no! (“Diría incluso que, ante esta realidad sublime, cualquier discusión sobre si tenemos o no un acuerdo con Roma es una cuestión insignificante... ¡Defender la fe, mantener la fe, morir en la fe, eso es lo importante!” - Mons. Fellay, París, 30 de enero de 2013).
Pero ¿acaso queremos depender de quienes no tienen los mismos principios católicos que nosotros? ¿Es posible tener un buen ministerio pastoral sin tener una buena doctrina? ¿Acaso quienes no tienen una doctrina sólida podrían encargarse del ministerio pastoral tradicionalista? ¿Cómo podemos entendernos mutuamente en lo que respecta a la práctica de la fe si no tenemos los mismos principios en materia de fe y moral? ¡Quizás Francisco, el nuevo Papa, no comenzó su pontificado recomendando un libro del hereje Kasper en su Urbi et Orbi en la Plaza de San Pedro! ¿Y no sería una idea muy piadosa vivir en una cueva con Alí Babá y los cuarenta ladrones para convertir a Alí Babá y a los cuarenta ladrones...? ¡Una idea muy piadosa, llena de realismo...!
Las conclusiones del último Capítulo General de la Compañía no han hecho más que confirmar dramáticamente nuestros temores, ya que en su conclusión oficial los dirigentes de la Compañía declararon cuáles serán las seis condiciones para que aceptemos un acuerdo con Roma o una “regularización” dentro del sistema romano. Según estas, tres son necesarias y las otras tres “deseables”, lo que significa que, aunque el Papa no nos las conceda, seguiremos aceptando el “acuerdo”. Cabe mencionar en este punto que una de las condiciones “deseables” no es realmente una condición. Se podría decir mucho sobre estas condiciones, pero lo peor se encuentra en la primera de estas tres condiciones “deseables”: las decisiones de nuestros tribunales eclesiásticos podrían ser anuladas por los tribunales de la Iglesia conciliar, ¡y con nuestro consentimiento! En otras palabras, ellos, con sus principios modernistas, tomarían decisiones que afectarían al ministerio pastoral de los sacerdotes tradicionales. Es más, en la segunda condición “deseable” aceptamos la posibilidad de tener que depender de los obispos locales, a pesar de que somos muy conscientes de hasta qué punto les gustaría tener la oportunidad de hacernos someternos a las ideas y la práctica pastoral del Vaticano II. ¡Un auténtico suicidio programado de la Tradición! Además, en la tercera de estas condiciones también aceptamos la posibilidad de que el responsable de la comisión que nos representa ante el Papa no sea él mismo tradicionalista. Pero, ¿cómo podría representarnos alguien que no piensa como nosotros y que no es uno de los nuestros? El P. Mario Trejo, Superior del Distrito de México, dijo recientemente en el boletín del Distrito (“Dios Nunca Muere”, n.º 41, p. 7) que en la declaración del último Capítulo General de la Fraternidad, “cada frase, cada palabra fue sopesada y examinada para dar testimonio de la Fe de todos los tiempos”. Pues bien, con estas condiciones, ¿cómo puede defenderse la Fe de todos los tiempos por personas que ya no la profesan?
En cualquier caso, ahora ha quedado claro que existe una nueva actitud hacia Roma y sus errores por parte de quienes dirigen actualmente la FSSPX, una nueva postura llena de omisiones y dispuesta a hacer concesiones muy graves que, aunque aún no se hayan materializado, ponen de manifiesto un estado de ánimo más que preocupante. Se está omitiendo gradualmente cualquier referencia a nuestra lucha o a los objetivos que el arzobispo Lefebvre dio a la Fraternidad.
A una política exterior corresponde una “política” interna: es decir, que dentro de la Fraternidad, cada vez de forma más evidente, se confirma la existencia de una política de represión contra cualquiera que no esté de acuerdo con la nueva orientación de la Fraternidad. Presionar, acosar, desacreditar y castigar de diversas maneras a cualquiera que muestre su desacuerdo. Se podrían añadir muchas otras declaraciones y acciones inquietantes. Como, por ejemplo, lo que el P. Rafael Arizaga oyó de boca del obispo Fellay en una conferencia a los seminaristas en Winona, el 21 de diciembre del año pasado: “Porque quería preservar la unidad interna de la Fraternidad, retiré el documento en el que decía “no rechazo todo el Vaticano II”, que es lo que realmente dije”.
El arzobispo Lefebvre desaconsejaba asistir a misas indultadas, así como a las de grupos con un ambiente como el de la Fraternidad de San Pedro, porque esos ambientes están corrompidos en su raíz, en el sentido de que lo que se enseña y se promueve a corto o largo plazo tiende a la asimilación con la Iglesia conciliar. Pero si la Fraternidad San Pedro cambia su espíritu y sus objetivos, ¿no podría acabar también en una situación similar, igual o peor, aunque el acuerdo con Roma, por el momento, no se haya concretado?
Yo mismo he comentado cómo muchos sacerdotes han cambiado su actitud hacia la lucha de la Tradición contra el enemigo, y lamentablemente esto ha sido más frecuente entre los nuevos sacerdotes. Yo mismo soy víctima de esta nueva línea de nuestros superiores, una línea llena de omisiones sobre la lucha y nuestro combate. Ya no ven muchos enemigos en Roma; el optimismo ha sustituido poco a poco a la desconfianza que uno debería sentir naturalmente hacia los destructores de la Iglesia. Mi superior de distrito, el P. Mario Trejo, me ha prohibido hablar de estos temas: ¡no solo en los sermones, sino también en privado! Ya sea con los fieles o con otros sacerdotes, y eso con la amenaza de traslado y castigos severos.
Y como no puedo cumplir mi misión de sacerdote desde dentro de la Fraternidad, una misión que consiste en mostrar la verdad y denunciar el peligro que amenaza a las almas, he decidido continuar mi ministerio fuera de la estructura de la Fraternidad, aunque sigo siendo miembro de ella, y esto es por el bien de los fieles que se encuentran en la Ciudad de México y que desean recurrir a mi ministerio sacerdotal. Espero que ustedes, al igual que mis compañeros sacerdotes, comprendan las razones de esta grave decisión.
Que Dios, por intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, los bendiga y los ilumine.
P. Hugo Ruiz Vallejo, SSPX.
22 de marzo de 2013.
Nota:
1) Para evitar sospechas entre los fieles, se afirmó que las discusiones doctrinales con Roma (2009-2011) serían grabadas en video (la sugerencia era que los fieles podrían ser testigos de cómo los líderes de la Fraternidad se adherían a la Tradición frente al modernismo romano). Hasta la fecha, nunca se ha producido dicho video.

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