Por Ann Burns
Solía seguir bastantes medios de comunicación femeninos conservadores. Me emocionaba ver el creciente intento de reivindicar la feminidad y, al mismo tiempo, exponer la podredumbre del feminismo. Pero como la “feminidad” parece estar más de moda hoy en día, me pregunto si realmente estamos reivindicando lo femenino o si simplemente estamos restaurando una vieja decadencia moral.
Me vienen a la mente un par de ejemplos: la revista Evie, que promociona el regreso del desfile de Victoria's Secret, y el famoso calendario de trajes de baño MAGA, que presentó a varias influencers “antifeministas” populares. Es curioso cómo este ardid “antifeminista” celebraba la pornografía suave.
No termina ahí. Si bien se intenta celebrar a las mujeres como madres, los conservadores parecen creerse la mentira de que “la maternidad no es suficiente”, promoviendo no la maternidad, sino a las madres que eligen trabajar, liderar y ocupar puestos de poder. La maternidad es un puesto de tiempo completo; es superior a una carrera; es una vocación. Sí, algunas mujeres deben trabajar, pero no deberíamos decirles que pueden hacerlo todo. Es una mentira, una mentira que hiere a las familias.
Y por supuesto, está el fenómeno de la “esposa tradicional”, pero a veces la elección del vestido parece más provocativa que tradicional.
Ninguna de estas cosas es conservadora ni femenina. Claro, alguien señalará que las mujeres siempre han trabajado. Pero antes, la sociedad era más agraria y artesanal, y el trabajo de las mujeres (como la industria textil) era compatible con la crianza de los hijos. Una carrera moderna de mujer jefa no lo es.
Hay que decirlo: no celebramos lo femenino, simplemente intentamos ser más seductoras que nuestros oponentes. Todo el movimiento es reaccionario. Y la cuestión es que, a pesar de todos estos intentos de hacer que la feminidad sea “cool”, parece haber un abismo de desconfianza entre los sexos. Los hombres están hartos de la farsa y todos se están volviendo locos.
La feminidad no es reaccionaria
La feminidad es un don que nos dio Dios. No es tóxica ni un problema. De hecho, necesitamos la feminidad. Las mujeres son el corazón de la sociedad, y un corazón débil engendrará una cultura moribunda. Como escribió Anthony Esolen en su libro No Apologies (Sin Disculpas): “Lo masculino y lo femenino se levantan y caen juntos”.
En este momento, estamos presenciando lo que parece un cambio de rumbo. Los hombres están (con razón) hartos del feminismo y ansiosos por recuperar su rol. Sin embargo, este cambio no es nada fácil. Si intentamos incursionar en 𝕏 nos reciben en difamaciones, blasfemias y todo tipo de desprecio. Es un caos absoluto.
Para las mujeres, creo que la solución es bastante sencilla. Esta crudeza nos recuerda la necesidad de lo femenino. En lugar de sumarnos a la lucha, es importante que abracemos lo femenino y erradiquemos cualquier perversión tóxica de nuestras vidas.
La belleza de la feminidad y algunas de sus perversiones
Uno de los atributos más hermosos de la feminidad es su capacidad de perseverancia. Creo que las madres guardan un secreto: no siempre pueden eliminar el dolor. Más que nada, una madre desea eliminar el dolor y el sufrimiento de sus seres queridos. Pero no puede; en cambio, persevera. Sostiene sus cuerpos magullados y febriles y capea la tormenta en serena calma. El corazón de la madre permanece tierno cuando el mundo es frío y amargo. Sufre con su amado.
La Santísima Madre es el ejemplo supremo. Desde su Fiat hasta su paso por la Cruz, toda su vida estuvo marcada por el amor y la receptividad. Nunca pidió que el sufrimiento desapareciera. Al contrario, permitió que su corazón fuera traspasado. La Santísima Madre, nuestra Mater Dolorosa, es nuestro ejemplo de verdadera feminidad.
El mundo les dice a las mujeres que no sufran. Los mantras de “las mujeres merecen más” nos han vuelto débiles y amargadas. La queja, la insistencia y el victimismo aparecen rápidamente cuando no estamos dispuestas a vivir según nuestros propios mandatos, ni a cargar con nuestras cruces.
Muchas mujeres han adoptado una mentalidad anticonceptiva en lugar de aprender a confiar en la abundancia de Dios. Es una fuerte tentación abdicar, huir, cuando las cosas se ponen difíciles. Pero en la feminidad de una mujer, ella guarda otro secreto: puede permanecer suave, glorificando a Dios y confiando en su providencia.
Muchas mujeres se ven tentadas a entrometerse, a controlar a sus esposos, hijos adultos y a quien puedan. Es parte de la maldición de Eva (Génesis 3:16). Y encima, chismean. Todos estos son rasgos tóxicos que destruyen la familia y hieren profundamente las almas. La intromisión, el control y el chisme no son frutos de la feminidad; son productos de nuestra naturaleza caída que debemos esforzarnos por eliminar. En cambio, el corazón femenino es radicalmente receptivo. Es una fuente de bondad, reverencia y compasión.
Es importante señalar que existe algo llamado compasión mal entendida. Y eso es otra perversión toxica. Las mujeres estamos conectadas con las relaciones, y es fácil manipular nuestras emociones. Puede parecer inofensiva, pero la compasión mal entendida puede generar aprobación o justificar conductas pecaminosas. La compasión debe tener sus raíces en la caridad.
La última perversión que abordaré está tan aceptada como normal que impregna los medios modernos, las canciones pop y, en esencia, satura la narrativa femenina; pero eso no cambia su letalidad: muchas mujeres creen que no son amadas. Esta creencia es triste y sumamente problemática. Es fundamental que una mujer busque sanación de cualquier herida que la haya llevado a esta falsa creencia; tal vez no tuvo un buen padre, o tal vez experimentó un trauma terrible, o tal vez se avergüenza de su feminidad. Sea lo que sea, debe llegar a conocer y aceptar el amor de Cristo. Cristo está más cerca de nosotras que nosotras mismas.
Cuando una mujer actúa creyendo que no la aman, se desespera. Siente envidia y se obsesiona consigo misma. Es una extraña forma de orgullo que rechaza el amor de su Padre Celestial y dice: “No, te equivocaste cuando me creaste”.
Puede buscar validación y aprobación por todos los medios, y generalmente son impíos. Esta herida en su corazón obstaculiza su capacidad de amar, cuidar y atender los deberes de su vocación. Puede obsesionarse con su apariencia física, vestirse con inmodestia, perseguir la vanidad, el poder y las cosas efímeras de este mundo. Al final, siente que tiene mucho que demostrar, una mentalidad que lleva a muchas mujeres a traicionar su feminidad.
El corazón femenino
De alguna manera, el verdadero corazón femenino se opone a las cosas efímeras de este mundo. Sí, incluso se opone al progresismo. Como explica el padre Karl Stehlin en su libro The Nature, Dignity, and Mission of Woman (Naturaleza, dignidad y misión de la mujer):
Cuantos más logros ofrece la civilización, más atrae la mirada del hombre hacia la tierra, de modo que los toma más en serio de lo que merecen. Por lo tanto, para restablecer el equilibrio interior, debe haber en la tierra testigos de la eternidad.
Esta cita siempre me recuerda a la Beatriz de Dante. Dante queda fascinado por la belleza de Beatriz, pero su mirada está puesta en Dios. Y así, a través de ella, irradia la bondad de Dios. Su belleza no radica en la vanidad ni en lo que pueda demostrar; se trata de la sumisión a Dios. Su enfoque es la virtud. Guía con amor, guiando a todos los que encuentra hacia Dios.
Las mujeres no necesitan “demostrar” su valor en 𝕏, ni tampoco ante un mundo insensible. El valor de una mujer proviene de Dios, quien la amó hasta darle la existencia y le otorgó el don de la feminidad, un don resplandeciente, destinado a ser compartido, a brillar y a resucitar una cultura en decadencia.
Sí, hay muchas perversiones tóxicas, y debemos estar alerta. No se trata de sumarse al caos. Se trata simplemente de ser fieles a nuestra misión. Así que, deshazte de tus rasgos tóxicos. Acepta el don que Dios te dio. Como dijo el venerable Fulton Sheen: “La historia de la civilización podría escribirse en función del nivel de sus mujeres”.
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