Esta obra de Luisa-Piccarreta que fue publicada por primera vez el año 1930, consta de treinta y un Meditaciones que serán publicadas -Dios mediante- cada cinco días.
DECIMA PRIMERA MEDITACION
La Reina del Cielo durante los primeros tres años de su existencia, con sus mismos actos infantiles invita a Dios a descender a la tierra e invita a los hombres a vivir en la Divina Voluntad.
EL ALMA A LA PEQUEÑA REINA CELESTIAL:
Heme aquí de nuevo Contigo, querida Niña, en la casa de Nazaret. Mamacita mía, ¡cuán querida eres para mí! ¡Ah!, dame tus lecciones, a fin de que contemplando tu infancia, yo aprenda de Ti a vivir, aun en las acciones humanas más simples, en el Reino de la Divina Voluntad.
LECCION DE LA PEQUEÑA REINA DEL CIELO:
Querida hija, mi único deseo es el de tenerte a mi lado, sin ti me siento sola y no tengo a quien confiar mis secretos; son mis deseos maternales los que me atraen hacia ti y me llevan a darte mis lecciones para hacerte comprender cómo se vive en el Reino de la Divina Voluntad. El querer humano está mortificado por el alma que hace la Divina Voluntad y sufre continuas muertes delante de la Luz, de la Sabiduría, de la Santidad y de la Potencia de Ella; y si bien está sujeto a morir el querer humano y a morir continuamente, goza y desea que en él renazca y surja victoriosa y triunfante la Divina Voluntad, portadora de alegría y de felicidad sin término.
Querida hija, si la criatura comprendiera y probara qué cosa significa hacerse dominar por el Divino Querer, aborrecería en tal forma la propia voluntad que estaría dispuesta a dejarse cortar en pedazos, antes que salir de El.
Observa los primeros años de la infancia que pasé entre mis queridos padres. Ellos me amaban mucho y Yo era tan amable y bella, tan alegre, pacífica y llena de gracias infantiles, que era su joyel que raptaba sus afectos. Papá y mamá eran todo ojos para Mí y cuando me tomaban en sus brazos, sentían cosas insólitas y una vida divina palpitante en mi ser.
Hija de mi Corazón, debes saber que en cuanto comenzó mi vida acá abajo, la Divina Voluntad principió a extender su Reino en todos mis actos. Así que mis oraciones, mis palabras, mis pasos, el alimento, el sueño, los pequeños servicios que hacía a mi madre, eran todos animados por la Voluntad Divina.
Y como Yo te llevaba como hija incesantemente en mi Corazón, te llamaba en cada uno de mis actos, pues Yo deseaba hacer tus acciones en común con las mías, a fin de que en cada una de las tuyas, aun en las más indiferentes, se extendiera el Reino del Querer Divino. ¡Considera cuánto te amé...! Cuando rezaba, llamaba a tu oración en la mía, a fin de que ambas fueran valorizadas con un sólo valor y un sólo poder: el valor y el poder de la Divina Voluntad. Cuando hablaba, llamaba a tu palabra; cuando caminaba, llamaba a tus pasos y así al realizar las más simples acciones indispensables a la naturaleza humana, como traer agua, hacer la limpieza y otras cosas similares, Yo invitaba en estos mis actos a los mismos actos que tú habrías más tarde realizado, para hacerlos partícipes de las riquezas contenidas en la Voluntad Divina e invocaba por medio de cada suspiro mío y de cada movimiento al Verbo Divino para que descendiera a la tierra.
Hija mía, si bien Yo había deseado tanto hacerte feliz y hacerte reinar Conmigo, las más de las veces vi con sumo dolor que mis actos quedaban aislados y que los tuyos se quedaban en tu voluntad, formando, cosa horrible de decirse, un reino no divino sino humano: ¡el reino de las pasiones, del pecado, de la infelicidad y de la desventura..!
Tu Mamá lloraba entonces sobre tu desventura... y aún ahora, sobre cada acto de voluntad humana que realizas, sabiendo bien al estado miserable al cual te precipitas, derramo amargas lágrimas y no deseo otra cosa sino hacerte comprender el gran mal que haces.
Escúchame: si das muerte a tu querer para que el Divino Querer tenga vida en ti, te serán concedidas, como por derecho, todas las alegrías y toda la felicidad. Todas las cosas serán comunes entre tú y tu Creador; las debilidades, las miserias te serán quitadas y te convertirás en la más querida de mis hijas y Yo te tendré en mi mismo Reino, para hacerte vivir siempre de Voluntad Divina.
EL ALMA:
Mamá Santa, ¿quién, al verte llorar, puede oponerte resistencia y rehusarse a escuchar tus lecciones? Yo con todo mi corazón te prometo no hacer jamás, jamás mi voluntad; y Tú, Mamá divina, no me dejes sola, ni siquiera un sólo instante; con el imperio de tu presencia da muerte a mi voluntad y vida permanente a la Divina en mí.
PRACTICA:
Para honrarme, me ofrecerás todos tus actos y me recitarás tres Aves Marías en memoria de los tres años que viví con mi mamá Santa Ana.
JACULATORIA:
Reina Poderosa, rapta mi corazón para encerrarlo en la Voluntad de Dios.
Continúa...

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