5 de Diciembre: San Sabas, abad
(✞ 532)
El admirable anacoreta san Sabas nació en una aldea del territorio de Cesarea de Capadocia.
Juan, su padre, era oficial de los ejércitos del emperador, y como fuese enviado a apaciguar un tumulto ocurrido en Alejandría, le siguió Sofía, su mujer, dejando al hijo recomendado a unos tíos; más él prefirió retirarse al monasterio de Flaviano, que distaba de su lugar como una legua.
Ocho años tenía el niño cuando entró en el monasterio, y hasta los dieciocho estuvo en compañía de los santos monjes.
Partió luego para Jerusalén con deseo de visitar los Santos Lugares y los desiertos de Palestina.
Pasado algún tiempo en el monasterio de San Pasarión, fue enviado al de Eutimio, a cuatro leguas de Jerusalén, y por ser aún de edad tan tierna, el abad Eutimio, le hizo pasar a otro monasterio dependiente de él, cuyo Superior era Teoctisto.
Aquí permaneció hasta la muerte de Teoctisto, siendo la edificación de aquellos santos monjes por su humildad, espíritu de oración y penitencia, y por su caridad con los Hermanos.
Se dio después a una vida más austera, encerrándose en una pequeña cueva, donde pasaba cinco días a la semana en riguroso ayuno, ocupado en oración sólo interrumpida por el trabajo, haciendo diez cestillos al día, los cuales llevaba al monasterio los sábados y pasaba el domingo con los monjes.
Cada año desde el 14 de enero hasta el domingo de Ramos, Sabas y Eutimio se retiraban al desierto de Rubán, donde hacían un durísimo ayuno.
Deseoso aún de mayor soledad, se fue al desierto de Jordán, a vivir cerca del santo anacoreta Gerásimo, y más tarde se subió a las rocas de un elevado monte, y tomando por morada una cuevecita tan alta y de tan difícil subida, que para llevar el agua, que iba a buscar a dos leguas del monte, tuvo que atar una larga soga desde lo alto para asirse y poder subir con la carga.
Sólo se alimentaba con las raíces que crecían al pie de las rocas, más el Señor saciaba su corazón con la abundancia de los consuelos celestiales.
La gente iba desde muy lejos a admirar al santo anacoreta y muchos se sentían llamados a imitarle, entre ellos, Juan el solitario, que renunció al obispado para hacerse su discípulo.
El obispo de Jerusalén, movido por lo que oía de Sabas, lo ordenó como sacerdote y lo nombró exarca, esto es, Superior de todos los anacoretas que vivían en las lauras, en las ermitas y en los desiertos.
Aunque tanto amaba la soledad, sabía dejarla, cuando el bien de la Iglesia así lo pedía.
Con este fin hizo dos viajes: a Constantinopla para oponerse a los Eutiquianos; fue a Cesarea de Escitópolis y varias ciudades de la Palestina para hacer aceptar el Concilio de Calcedonia; y siendo ya de noventa años volvió a Constantinopla a tratar con el emperador Justiniano.
Tres años después, lleno de virtudes y merecimientos, murió la muerte de los justos y fue enterrado en medio de su laura.
Sus santas reliquias fueron trasladadas a Venecia.
Reflexión:
Noventa y tres años sirvió el glorioso Sabas a Dios Nuestro Señor en soledad y áspera penitencia. No suelen alcanzar edad tan avanzada los que más regalan su carne, sin negarle ninguno de los placeres que apetece; y es cosa harto sabida que hasta para la salud del cuerpo más aprovechan los consuelos del espíritu que los deleites del cuerpo.
Oración:
Te rogamos, Señor, que nos sea recomendación para contigo la intercesión del abad san Sabas; a fin de que alcancemos por su patrocinio lo que no podemos por nuestros merecimientos. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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