ENCÍCLICA
COMMUNIUM INTERPRETES DOLORUM
ORACIONES PÚBLICAS
POR LA PAZ ENTRE LOS PUEBLOS
Como intérpretes de las penas comunes por las que casi todos los pueblos han sido tan amargamente oprimidos durante mucho tiempo, no pretendemos omitir nada que tenga por objeto aliviar y paliar de algún modo la inmensidad de la miseria o acelerar el fin del terrible conflicto. Pero sabemos que los recursos humanos son inadecuados para curar estas desgracias; sabemos que los esfuerzos humanos, cuando están especialmente cegados por el odio y la venganza, difícilmente conducen a un arreglo justo y equitativo y a la concordia fraterna. Es necesario, pues, elevar frecuentes oraciones al Padre de las luces y de las misericordias (cf. Sant 1,17; 2 Cor 1,3), que es el único que puede, en tan grave desconcierto y agitación de espíritu, hacer sentir a todos que las ruinas son ya demasiado grandes y el cúmulo de masacres demasiado grande, las lágrimas demasiado numerosas, la sangre derramada demasiado abundante; de modo que tanto las exigencias divinas como las humanas exigen absolutamente que cese cuanto antes este espantoso flagelo.
Por eso, al acercarnos al mes de mayo, consagrado de modo especial a la Virgen Madre de Dios, como hemos hecho en años pasados, queremos exhortar de nuevo a todos -especialmente a los niños y a los inocentes- a implorar al divino Redentor, por intercesión de su santísima Madre, que los pueblos sumidos en la discordia, en las luchas y en toda clase de desgracias sean por fin liberados de su dolor y de sus largas angustias. Pero como son los pecados que cometemos ante Dios (cf. Bar 6,1) los que nos alejan de él y nos hunden miserablemente en la ruina, no basta, como todos sabéis, Venerables Hermanos, con elevar asiduamente oraciones al cielo; no basta con reunirse en gran número en torno a los altares de la santísima Virgen para depositar en ellos ofrendas, flores y súplicas; sino que es necesario renovar nuestras costumbres en público y en privado, para poner esos sólidos cimientos en los que sólo se apoya el edificio de la vida doméstica y civil, un edificio no discordante y pasajero, sino homogéneo y duradero. Por consiguiente, recordemos todos y traduzcamos a la vida práctica las advertencias del profeta: "Volved a mí, dice el Señor de los ejércitos, y yo volveré a vosotros..." (Zac. l, 3). (Zc l, 3); y que reflexionen igualmente sobre aquellas palabras del gran obispo de Hipona: "Cambia tu corazón, y cambiarán también tus acciones: arranca la codicia y siembra la caridad" (2). "¿Deseas la paz? Obra la justicia y tendrás la paz; porque la justicia y la paz se han besado (Sal 84,11). Si no amas la justicia, no tendrás paz: porque la justicia y la paz se aman y están tan unidas que si haces justicia, encontrarás la paz besando a la justicia... Por lo tanto, si quieres llegar a la paz, obra con rectitud: apártate del mal y sigue el bien, es decir, ama la justicia; y cuando hayas dejado el mal y hayas hecho el bien, busca la paz y síguela" (3).
Si todos los fieles están así animados y dispuestos, no cabe duda de que sus oraciones ascenderán gratamente al trono del Altísimo y obtendrán del Señor apaciguado los consuelos y dones, de los que estamos muy necesitados en la actualidad.
Vosotros sabéis qué regalos, qué ayuda y qué consuelo necesitamos en estos momentos difíciles. Pero, ante todo, es necesario pedir a Dios que las mentes y los corazones de los hombres sean iluminados y renovados por las enseñanzas de la doctrina cristiana, de la que sólo puede provenir la salvación privada y pública, para que cese esta lucha devastadora de pueblos y continentes, y los ciudadanos de toda clase, reunidos por el vínculo de la amistad, se dispongan a reconstruir el edificio humano desde el inmenso montón de ruinas, bajo la bandera de la justicia y la caridad. Pero también es necesario pedir al divino Redentor y a su santísima Madre, con espíritu de oración y penitencia, una paz verdadera y sincera que ponga fin a esta guerra mortal y sangrienta.
Desgraciadamente no es fácil, en medio de tanta agitación, mientras las mentes de muchos están todavía agitadas por sentimientos de venganza, llegar a una paz que esté igualmente templada por la equidad y la justicia, que satisfaga con caridad fraternal las aspiraciones de todos los pueblos y elimine los gérmenes latentes de discordia y rivalidad. Por lo tanto, aquellos necesitan de manera especial la iluminación celestial, que tiene la grave tarea de resolver este problema, de cuyo juicio depende no sólo el destino de su nación, sino también el de toda la humanidad y de las generaciones futuras. Por ello, deseamos que todos dirijáis a Dios oraciones cálidas e intensas, y que especialmente los niños, durante el mes de mayo, imploren de la Madre de la Divina Sabiduría una asistencia sobrenatural a aquellos cuyo juicio tendrá que decidir la causa de todos los pueblos. Y que consideréis esto y reflexionéis cuidadosamente ante Dios que todo lo que sobrepasa los límites de la justicia y la equidad ciertamente, tarde o temprano, volverá a causar un gran daño a los vencidos y a los vencedores, porque ahí está la semilla de nuevas guerras.
También deseamos que quienes responden de buen grado a Nuestra exhortación no olviden la triste situación de quienes, refugiados y exiliados de larga data, esperan ansiosamente volver a ver sus hogares, o relegados a campos de concentración, esperan después de la guerra su justa libertad, o finalmente yacen enfermos en los hospitales. A estos infelices y a todos los demás para los que el presente conflicto ha sido causa de angustia y dolor, la clementísima Madre de Dios les conceda los consuelos celestiales, y les otorgue la fuerza de esa paciencia cristiana por la que hasta los sufrimientos más agudos se hacen tolerables y conducen al mérito de la felicidad eterna.
Os corresponderá, Venerables Hermanos, comunicar estas nuestras paternales exhortaciones y votos a los fieles que os han sido confiados; a los cuales -y principalmente a todos y cada uno de vosotros- impartimos, como auspicio de los dones celestiales y prenda de nuestra benevolencia, la bendición apostólica.
Roma, en San Pedro, el 15 de abril, domingo del Buen Pastor, del año 1945, séptimo de Nuestro pontificado.
PIO PP. XII
(1) PIO PP. XII, Epist. enc. Communium interpretes qua publicae indicuntur supplicationes ad populorum pacem conciliandam, [Ad venerabiles Fratres Patriarchas, Primates, Archiepiscopos, Episcopos aliosque Ordinarios pacem et communionem cum Apostolica Sede habentes], 15 aprilis 1945: AAS 37(1945), pp. 98-100.
Exhortación a rezar a la Virgen en el mes de mayo para implorar una paz justa. Insuficiencia de medios humanos para lograr la paz. Hay que renovar las costumbres y la vida. Dificultades en el camino hacia la paz. Caridad hacia las víctimas de la guerra.
(2) S. AGUSTÍN, Serm. de Script., 72, 4: PL 38, 468.
(3) S. AGUSTÍN, En el Salmo 84, 12: PL 37, 1078.
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