lunes, 13 de noviembre de 2000

INCREDIBILI (17 DE SEPTIEMBRE DE 1863)


CARTA ENCÍCLICA

INCREDIBILI

SOBRE LA PERSECUCIÓN EN NUEVA GRANADA

S.S. PAPA PÍO IX

A los Venerables Hermanos Antonio, Arzobispo de Santa Fe de Bogotá, y a sus Obispos Sufragáneos en la República de Nueva Granada, Saludos y Bendición Apostólica.

Nos aflige con increíble dolor y gemimos junto con vosotros, Venerables Hermanos, al conocer los nefastos y horribles modos en que el gobierno de la república de Nueva Granada impide, perturba y desgarra a la Iglesia Católica. En efecto, apenas pueden expresarse con palabras los muchos sacrilegios con que el mismo gobierno nos inflige graves injurias a Nosotros y a esta Sede Apostólica; se esfuerza por pisotear y destruir nuestra santísima religión junto con el respeto a sus derechos, doctrina, culto y ministros. En particular, hace dos años este mismo gobierno aprobó leyes y decretos abominables que se oponen en gran medida a la Iglesia Católica, a sus doctrinas, a su autoridad y a sus derechos. Estas leyes y decretos inicuos prohíben, entre otras cosas, que los ministros sagrados ejerzan su ministerio eclesiástico sin el consentimiento del gobierno. Todas las propiedades de la Iglesia han sido confiscadas y vendidas. Así, habiendo cedido sus propios bienes, las parroquias, las comunidades religiosas masculinas y femeninas, el clero, los hospitales, las casas de acogida, las cofradías religiosas, las beneficencias y las capellanías son despojadas, incluso del derecho de patronato. Estas mismas leyes y decretos injustos atacan el derecho legítimo de la Iglesia a adquirir y poseer propiedades. También declaran la libertad de las sectas no católicas. Además, todas las comunidades religiosas, tanto de hombres como de mujeres, han sido desterradas del territorio de Nueva Granada y se ha prohibido su propia existencia. También se prohíbe la promulgación de todas las cartas y todo rescripto papal. Si alguno se niega a obedecer estas ordenanzas, la pena para todo el clero es el exilio, y para los laicos, la prisión sin juicio. Además, se ha ordenado mediante estas leyes y decretos detestables que tanto el clero superior como el inferior sufran el exilio si se niegan a obedecer la ley relativa a la confiscación de los bienes de la Iglesia. Además, los eclesiásticos no podrán ejercer los deberes de su sagrado ministerio si antes no han jurado que acatarán la constitución de la república de Nueva Granada y todas sus leyes tan adversas a la Iglesia. Todos los que se niegan a prestar tan impío e ilícito juramento sufren el castigo del destierro. Estos y otros muchos actos injustos, que es fatigoso mencionar individualmente, son promulgados contra la Iglesia por el gobierno de Nueva Granada y se oponen a todas las leyes divinas y humanas.


Ataques a la Iglesia por parte del gobierno de Nueva Granada

2. Por vuestro reconocido espíritu religioso y vuestra virtud, habéis resistido constantemente, de palabra y por escrito, muchos intentos y decretos inicuos y sacrílegos de este gobierno; habéis defendido sin miedo la causa de la Iglesia y sus derechos. A causa de vuestra resistencia, la furia de este gobierno no ha cesado de ensañarse con vosotros, con todos vuestros clérigos conscientes de su oficio y vocación, y con todo lo que pertenece a la Iglesia. Por esta razón, casi todos vosotros habéis sido tratados de la manera más miserable, arrestados por los militares, separados por la fuerza de vuestros rebaños, arrojados a la cárcel, conducidos al exilio y enviados a regiones con un clima pestilente. Los sacerdotes y los monjes, que se resistieron con razón a los malvados decretos del gobierno, fueron encarcelados, conducidos al exilio, donde murieron, u obligados a vivir en la selva. Todas las monjas fueron furiosa y cruelmente expulsadas de sus conventos por los gobiernos y reducidas a la indigencia; pero fueron acogidas en los hogares de los fieles, que se conmovieron ante su triste condición, para disgusto del gobierno que amenazó con expulsarlas de estos hogares y dispersarlas. De ahí que con las santas iglesias y monasterios despojados, saqueados, contaminados y transformados en cuarteles militares, y con sus muebles y ornamentos sagrados robados, el culto a las cosas sagradas es arrebatado y el pueblo cristiano queda huérfano de sus legítimos pastores y miserablemente privado de todos los auxilios divinos de nuestra religión. Están en gran peligro de perder la salvación eterna, para nuestro y gran dolor. ¿No se apenaría nadie, animado por la sensibilidad católica y humana, al ver con qué cruel persecución ataca el gobierno de Nueva Granada a la Iglesia Católica, a su doctrina, a su autoridad y a su clero, y cómo inflige grandes agravios y ultrajes a Nuestra suprema autoridad y a la de la Sede Apostólica?


Algunos clérigos se ponen del lado del Gobierno

3. Y lo más deplorable es que algunos eclesiásticos no dudaron en obedecer y apoyar las perversas leyes y consejos del gobierno y en prestar el ilícito juramento de obediencia. Esto nos causó a Nosotros y a vosotros un gran dolor y escandalizó y apenó a todas las personas de bien.


Condena del gobierno de la Nueva Granada

4. En esta gran calamidad católica y en esta tremenda ruina de almas, conscientes de Nuestro oficio apostólico y solícitos del bienestar de toda la Iglesia, consideramos las palabras del profeta de antaño dirigidas a Nosotros: "Clama, no ceses, levanta tu voz como una trompeta y muestra a mi pueblo sus maldades y a la casa de Jacob sus pecados" [1]. Con esta carta apostólica, levantamos Nuestra voz y nos lamentamos sin cesar reprochando al gobierno de Nueva Granada los grandes daños e injusticias que ha infligido a la Iglesia, a sus sagrados ministros, a sus bienes y a esta Santa Sede. Y por Nuestra autoridad apostólica condenamos todo lo que ha sido decretado, realizado o intentado de cualquier manera por el gobierno de Nueva Granada o por cualquiera de sus magistrados inferiores, ya sea en este asunto o en otros relativos a la Iglesia y sus derechos. Además, por esta misma autoridad abrogamos las leyes y decretos mismos con todas sus consecuencias y los declaramos enteramente inválidos, para no haber tenido nunca fuerza ni tenerla en el futuro.


Retractaciones

Y también imploramos a sus dirigentes, que por fin abran los ojos y vean las gravísimas heridas sufridas por la Iglesia. Al mismo tiempo, que recuerden y consideren seriamente las censuras y castigos que las Constituciones Apostólicas y los Decretos de los Concilios Generales infligen a todos los invasores de los derechos de la Iglesia. Por lo tanto, compadeciéndose de sus propias almas, que consideren las palabras "Porque el juicio más severo espera a los que son dirigentes" [2]. Y con todo celo, advertimos y exhortamos también a los eclesiásticos que, apoyando al gobierno, han fracasado miserablemente en su oficio propio, a que consideren su santa vocación. Les exhortamos además a que vuelvan rápidamente a los caminos de la justicia y de la verdad, y a que emulen el ejemplo de aquellos clérigos que, aunque también cayeron desgraciadamente y prestaron el juramento exigido por el gobierno, sin embargo, para nuestro gran consuelo y el de sus obispos, se retractaron y condenaron su juramento.


Defensores de la Iglesia


5. Mientras tanto, os alabamos plena y merecidamente, Venerables Hermanos, que habéis trabajado como buenos soldados de Cristo Jesús, y luchado denodadamente con notable constancia y fortaleza, tanto de palabra como por escrito. Habéis defendido la causa de la Iglesia, su doctrina, sus derechos y su libertad. Habéis tenido muy presente la salvación de vuestro rebaño y lo habéis fortificado contra las impías maquinaciones de los enemigos del hombre y los peligros que acechan a la fe. Habéis soportado con entereza episcopal los más graves agravios, molestias y muchas pruebas. Por ello, no podemos dudar de que seguiréis defendiendo la causa de nuestra divina religión y cuidando de la salvación de los fieles con el mismo celo y esfuerzo, tal y como habéis hecho hasta el momento. Esto ha traído gran gloria a vuestro nombre.

6. También traemos la debida alabanza al abnegado clero de la república de Nueva Granada, que, muy observante de su vocación, se vio muy perturbado por el bien de la Iglesia, la verdad y la justicia, y que sufrió con suma paciencia monstruosas persecuciones de todo tipo.

7. No podemos dejar de admirar y alabar a tantas monjas que, aunque hayan sido expulsadas violentamente de sus conventos y reducidas a una triste indigencia, se aferran sin embargo firmemente a su celestial Esposo. Soportan con virtud cristiana las condiciones más miserables en que viven. Sin dejar de derramar su corazón ante Dios, día y noche, rezan humildemente y con celo por la salvación de todos, incluidos sus perseguidores. Alabamos también al pueblo católico de la república de la Nueva Granada del que más en su antigua fe, en la obediencia, y en la reverencia a la Iglesia católica, a Nosotros, y a esta Sede Apostólica, y a sus obispos.


Buscar la intervención de Dios

8. Nosotros, además, Venerables Hermanos, no cesamos de acercarnos confiadamente al trono de la gracia, para implorar con humildes y fervientes oraciones al Padre misericordioso y al Dios de toda consolación. Pedimos incesantemente que se levante y juzgue su causa, y arranque a su Santa Iglesia de las grandes calamidades por las que está oprimida aquí y en casi toda la tierra. Le pedimos que la consuele con oportunos auxilios y le conceda misericordiosamente la deseada serenidad y paz en medio de tantas y tan grandes adversidades. Le pedimos además que se apiade de todo según su gran misericordia y que por su omnipotencia haga que todos los pueblos, razas y naciones lleguen a conocerle, adorarle y temerle a Él y a su Hijo unigénito Nuestro Señor Jesucristo, junto con el Espíritu Santo. Que lo amen con todo su corazón, alma y mente y que, observando religiosamente todos los mandatos y preceptos divinos, caminen como hijos de la luz en toda bondad, justicia y verdad.

9. Finalmente, como auspicio de todos los dones celestiales y como prenda de nuestra especial benevolencia para con vosotros, os impartimos con amor la bendición apostólica a vosotros, Venerables Hermanos, y al rebaño que se os ha confiado.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 17 de septiembre de 1863, año 18 de Nuestro Pontificado.

PÍO IX


REFERENCIAS
:

1. Is 58,1.

2. Sab. 8.



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