3 de Agosto: La invención (o hallazgo) del cuerpo de San Esteban
(En el año 415)
Con haber sido tan ilustre en la Iglesia primitiva, el glorioso protomártir San Esteban, estuvo su santo cuerpo largo tiempo escondido, hasta que el Señor se dignó revelarlo en tiempo de los emperadores Honorio y Teodosio el menor, su sobrino, el año 415 de nuestra era.
Esta revelación se hizo a Luciano presbítero, el cual refiere todo lo que en ella pasó en una carta escrita en griego, donde dice: “Que estando él durmiendo en un lugar del bautisterio, donde solía dormir para mejor guardar la iglesia y acudir presto a las necesidades de los fieles de su parroquia, despertó viendo un súbito resplandor, y le apareció un venerable anciano con traje de sacerdote, el cual le mandó que buscase los cuerpos Santos que estaban en cierta heredad de aquella aldea, y los colocase en otro lugar más decente”.
Preguntó Luciano al venerable viejo quién era, y de quiénes eran aquellos cuerpos.
Y él respondió que era Gamaliel, el que había enseñado a San Pablo Apóstol sobre Jesucristo, y que el que estaba en el monumento con él en la parte de oriente era el bendito mártir San Esteban, que fue apedreado por los judíos, cuyo cuerpo él había hecho recoger y enterrar en aquella heredad suya, y que en otro sepulcro estaba el cuerpo de Nicodemus, al cual, por ser discípulo de Cristo, los judíos habían anatematizado y desterrado de la ciudad, y él le había recogido en su casa y dado todo lo que necesitaba todo tiempo que vivió, y después de muerto, lo sepultó honoríficamente junto a San Esteban.
Con las señas que recibió del santo anciano Gamaliel, fue Luciano a Jerusalén a dar cuenta de todo al Obispo, el cual dio orden que se buscasen los santos cuerpos en el lugar señalado, y en efecto, cavando en él, hallaron tres sepulcros en cuyas piedras se leían las letras siriacas: Esteban, Nicodemus, Gamaliel.
Divulgándose luego esta noticia, vino el Obispo de Jerusalén llamado Juan, acompañado de Eleuterio, Obispo de Sebaste, y otro Eleuterio, Obispo de Jericó, y del clero y gran muchedumbre de fieles, y abriendo el sepulcro donde estaba el cuerpo del glorioso San Esteban, comenzó a temblar la tierra y salir un suavísimo olor y fragancia celestial de aquel sagrado cuerpo, que a los presentes les parecía estar en el paraíso.
Dieron todos voces de alabanza a Dios, y más cuando por la virtud de aquellas sagradas reliquias sanaron setenta y tres enfermos de varias dolencias.
Los santos cuerpos fueron trasladados en solemnísima procesión a Jerusalén donde fueron colocados en preciosas urnas; hasta que Teodosio el joven quiso que el de San Esteban pasase a Constantinopla; y poco después el Papa Gelacio I lo hizo trasladar a Roma y depositar en la Basílica edificada en nombre de San Lorenzo.
Reflexión:
El sapientísimo Doctor de la Iglesia San Agustín hacía en sus sermones mención honorífica de este maravilloso descubrimiento del cuerpo de San Esteban, y de los milagros sin cuento con que quiso el Señor glorificar a su protomártir, no solo en Jerusalén, sino en todas partes a donde se llevaba alguna parte de sus preciosas reliquias. Donde se ve con cuánta razón celebra la Iglesia Católica el descubrimiento de este gran tesoro para hacernos dignos de las mercedes que podemos alcanzar por los méritos del santo.
Oración:
Concédenos, Señor, la gracia de imitar al Santo cuya fiesta celebramos, para que aprendamos por su ejemplo, a amar también a nuestros enemigos, ya que celebramos la intervención de aquel Santo que supo rogar por sus mismos perseguidores a Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
Y él respondió que era Gamaliel, el que había enseñado a San Pablo Apóstol sobre Jesucristo, y que el que estaba en el monumento con él en la parte de oriente era el bendito mártir San Esteban, que fue apedreado por los judíos, cuyo cuerpo él había hecho recoger y enterrar en aquella heredad suya, y que en otro sepulcro estaba el cuerpo de Nicodemus, al cual, por ser discípulo de Cristo, los judíos habían anatematizado y desterrado de la ciudad, y él le había recogido en su casa y dado todo lo que necesitaba todo tiempo que vivió, y después de muerto, lo sepultó honoríficamente junto a San Esteban.
Con las señas que recibió del santo anciano Gamaliel, fue Luciano a Jerusalén a dar cuenta de todo al Obispo, el cual dio orden que se buscasen los santos cuerpos en el lugar señalado, y en efecto, cavando en él, hallaron tres sepulcros en cuyas piedras se leían las letras siriacas: Esteban, Nicodemus, Gamaliel.
Divulgándose luego esta noticia, vino el Obispo de Jerusalén llamado Juan, acompañado de Eleuterio, Obispo de Sebaste, y otro Eleuterio, Obispo de Jericó, y del clero y gran muchedumbre de fieles, y abriendo el sepulcro donde estaba el cuerpo del glorioso San Esteban, comenzó a temblar la tierra y salir un suavísimo olor y fragancia celestial de aquel sagrado cuerpo, que a los presentes les parecía estar en el paraíso.
Dieron todos voces de alabanza a Dios, y más cuando por la virtud de aquellas sagradas reliquias sanaron setenta y tres enfermos de varias dolencias.
Los santos cuerpos fueron trasladados en solemnísima procesión a Jerusalén donde fueron colocados en preciosas urnas; hasta que Teodosio el joven quiso que el de San Esteban pasase a Constantinopla; y poco después el Papa Gelacio I lo hizo trasladar a Roma y depositar en la Basílica edificada en nombre de San Lorenzo.
Reflexión:
El sapientísimo Doctor de la Iglesia San Agustín hacía en sus sermones mención honorífica de este maravilloso descubrimiento del cuerpo de San Esteban, y de los milagros sin cuento con que quiso el Señor glorificar a su protomártir, no solo en Jerusalén, sino en todas partes a donde se llevaba alguna parte de sus preciosas reliquias. Donde se ve con cuánta razón celebra la Iglesia Católica el descubrimiento de este gran tesoro para hacernos dignos de las mercedes que podemos alcanzar por los méritos del santo.
Oración:
Concédenos, Señor, la gracia de imitar al Santo cuya fiesta celebramos, para que aprendamos por su ejemplo, a amar también a nuestros enemigos, ya que celebramos la intervención de aquel Santo que supo rogar por sus mismos perseguidores a Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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