domingo, 29 de septiembre de 2024

EL LEGADO ANTIESCOLÁSTICO DE RATZINGER (CXLII)

El problema para Ratzinger era que prefería dejar volar su imaginación para encontrar formas de describir el “Misterio de la Fe” que fueran “atractivas para el hombre moderno”.

Por la Dra. Carol Byrne, Gran Bretaña


Ratzinger fue uno de los teólogos progresistas del siglo XX que buscaron explicaciones alternativas para la presencia eucarística que les permitieran ir más allá de las restricciones de la metafísica tomista para satisfacer las necesidades del mundo moderno y, especialmente, las demandas del “movimiento ecuménico”. Para lograr estos objetivos, habría que descartar las formulaciones perennemente válidas del Concilio de Trento, por considerar que son “incomprensibles” en el mundo moderno y la “fraternidad ecuménica”.

Antes de analizar la contribución de Ratzinger al aggiornamento en el área de la teología eucarística, conviene recordar oportunamente una encíclica papal casi olvidada: Mysterium Fidei (1965), publicada por Pablo VI justo antes de la clausura del Vaticano II. En él, afirmó que “no se puede… discutir sobre el misterio de la transustanciación sin referirse a la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en su sangre, conversión de la que habla el Concilio de Trento (§ 2).


Para ilustrar su punto sobre la necesidad de usar la terminología correcta “con respecto a la fe en las cosas más sublimes”, citó la severa advertencia de San Agustín (Ciudad de Dios, X, 23) sobre este asunto:
“Pero es necesario hablar según una regla fija, de modo que la falta de moderación en el lenguaje por nuestra parte no dé lugar a una opinión irreverente sobre las cosas representadas por las palabras” (§ 23).
El problema para Ratzinger (que afirmaba ser un devoto de San Agustín) era que el uso de fórmulas fijas no era aceptable para él: prefería, como veremos, dejar volar su imaginación para encontrar formas de describir el “Misterio de la Fe” que fueran “atractivas para el hombre moderno”.

Aquí la sabiduría de San Agustín desmiente la falsa dicotomía del Vaticano II entre la verdadera doctrina y el lenguaje en el que se expresa. La Iglesia siempre ha considerado esencial la correcta redacción para garantizar el verdadero significado de la transubstanciación, como afirma Mysterium Fidei:
“La norma, pues, de hablar que la Iglesia, con un prolongado trabajo de siglos, no sin ayuda del Espíritu Santo, ha establecido, confirmándola con la autoridad de los concilios, norma que con frecuencia se ha convertido en contraseña y bandera de la fe ortodoxa, debe ser religiosamente observada, y nadie, a su propio arbitrio o so pretexto de nueva ciencia, presuma cambiarla. ¿Quién, podría tolerar jamás, que las fórmulas dogmáticas usadas por los concilios ecuménicos para los misterios de la Santísima Trinidad y de la Encarnación se juzguen como ya inadecuadas a los hombres de nuestro tiempo y que en su lugar se empleen inconsideradamente otras nuevas? Del mismo modo no se puede tolerar que cualquiera pueda atentar a su gusto contra las fórmulas con que el Concilio Tridentino ha propuesto la fe del misterio eucarístico”. (§ 3)
Ahora consideraremos en qué medida –o si en absoluto– Ratzinger cumplió los requisitos de Mysterium Fidei en el tema de la transubstanciación. Uno podría verse tentado a pensar que todo está bien porque usó el término “transubstanciación” en más de una ocasión, como, por ejemplo, en su libro de 2003, God is Near Us (Dios está cerca de nosotros) (1). Sin embargo, la forma en que quería que se entendiera esto está envuelta en confusión, ya que sólo dos páginas antes había remitido al lector a Die Eucharistische Gegenwart (1967) de Edward Schillebeeckx en apoyo de su argumento. Schillebeeckx propuso la “transignificación” –que fue específicamente condenada por Pablo VI en Mysterium Fidei (§ 2)– para reemplazar la transubstanciación porque creía que la “En efecto, sabemos ciertamente que entre los que hablan y escriben de este sacrosanto misterio hay algunos que divulgan ciertas opiniones ... como si a cualquiera le fuese lícito olvidar la doctrina, una vez definida por la Iglesia, o interpretarla de modo que el genuino significado de las palabra o la reconocida fuerza de los conceptos queden enervados (2).

Ahí está el problema. La palabra “sustancia” en la metafísica escolástica tiene un significado diferente del mismo término utilizado en la física moderna. Por lo tanto, incluso cuando los teólogos modernistas utilizan la palabra “transubstanciación”, no hay garantía de conformidad con la doctrina católica. En su léxico podría significar, y a menudo lo hace, que lo que cambia durante la Consagración no es la sustancia (entendida en términos escolásticos) del pan y del vino, sino su significado para el receptor.

A pesar de que Ratzinger planteó una doctrina diferente, Pablo VI lo nombró cardenal.

Ratzinger aprovechó el desarrollo de la semántica léxica en los tiempos modernos para justificar la eliminación de las categorías aristotélicas de “sustancia” y “accidente” que habían servido a la Iglesia durante siglos, sugiriendo que ya no eran útiles:
“En el curso del desarrollo del pensamiento filosófico y de las ciencias naturales, el concepto de sustancia ha cambiado esencialmente ('essenzialmente mutato'), como lo ha hecho la concepción de lo que, en el pensamiento aristotélico, se había designado por 'accidente'. El concepto de sustancia, que antes se había aplicado a toda realidad consistente en sí misma, se refería cada vez más a lo que es físicamente elusivo: a la molécula, al átomo y a las partículas elementales, y hoy sabemos que también ellas no representan una 'sustancia' última, sino más bien una estructura de relaciones. Con esto surgió una nueva tarea para la filosofía cristiana. La categoría fundamental de toda realidad en términos generales ya no es la sustancia, sino más bien la relación” (3).
Como es habitual en las “explicaciones” modernistas, reina la confusión. Las categorías aristotélicas pertenecen a la “filosofía perenne” de la Iglesia y nunca han “cambiado esencialmente”, por lo que siguen siendo válidas y útiles hoy y en el futuro. Permanecen inalteradas por los avances que se produzcan en el ámbito de la ciencia.

El personalismo de Martin Buber y la “teología de las relaciones”

Martin Buber, anarquista y utópico

El énfasis de Ratzinger en una teología de la “relación” en lugar de la del “ser” como medio para explicar la naturaleza de Dios ilustra los peligros de alejarse de la metafísica escolástica. Describió a Dios en términos “personalistas” como “una relación”, pero sin dirigir el intelecto humano a conocerlo como la fuente de la Verdad, o la necesidad de poner primero nuestras mentes en sintonía con la realidad objetiva antes de que podamos experimentar cualquier relación verdadera con Dios o con los demás.

Vemos aquí una similitud con la “teoría de la relación” del filósofo judío, Martin Buber, a quien Ratzinger, en sus propias palabras, “reverenciaba mucho… como el gran representante del Personalismo, el principio Yo-Tú” (4). Afirmó en varias ocasiones que Buber ejerció una profunda influencia sobre él. Examinemos de qué tipo de influencia se trataba.

Buber era un anarquista religioso con ideas utópicas para una revolución radical en la sociedad siguiendo líneas comunistas. Sus ideas, trasladadas a la esfera política, lo hicieron enormemente popular entre los católicos liberales de izquierda. Su gran atractivo era que rechazaba todas las relaciones de poder y las estructuras que ejercían la autoridad en el sentido de que no debería haber dominación moral de una persona sobre otra. Se podría decir que en algunos aspectos el anarquismo espiritual de Buber iba de la mano con la imagen de la “pirámide invertida” inspirada en el Vaticano II. Como resultado de la cooptación de la filosofía del personalismo de Buber, Ratzinger permitió que las ideas socialistas y anarquistas se infiltraran en la Iglesia Católica.

Una nueva “teología eucarística”

Si nos preguntábamos por qué, cada vez que Ratzinger abordaba la cuestión de la transubstanciación en sus propios escritos teológicos, no daba una explicación adecuada del concepto como lo requiere Mysterium Fidei, la explicación viene de una fuente de primera mano: sus propias palabras:
“Podemos notar con gratitud que en el siglo pasado se nos ha dado un nuevo y amplio punto de partida, también desde una perspectiva ecuménica, para una teología profunda de la Eucaristía, que ciertamente todavía necesita ser meditada, vivida y sufrida más” (5). [Énfasis añadido]
La referencia a un nuevo punto de partida para la teología eucarística es difícil de conciliar con su “hermenéutica de la continuidad” antes proclamada, y es una admisión de cambio doctrinal en aras del “ecumenismo”. Es obvio que esta teología no surgió de la Tradición. Su referencia al siglo pasado ubica la fuente de las nuevas ideas en la “nueva teología” que introdujo el Neomodernismo en la Iglesia y lo instaló en un lugar de honor en el Vaticano II.

Esto hizo extremadamente difícil, si no imposible, para cualquiera que adoptara la “nueva teología eucarística” –y Ratzinger lo hizo, como él dijo, “con gratitud”transmitir la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre la Eucaristía de una manera reconociblemente católica, incluso si la aceptaban interiormente.

Por ejemplo, en el siguiente pasaje tomado de su libro God Is Near Us (Dios está cerca de nosotros), Ratzinger da el siguiente relato de lo que sucede en la Consagración:
“Hay algo nuevo allí que no había antes. Conocer acerca de una transformación es parte de la fe eucarística más básica. Por lo tanto, no puede ser el caso de que el Cuerpo de Cristo venga a agregarse al pan, como si el pan y el Cuerpo fueran dos cosas similares que pudieran existir como dos 'sustancias', de la misma manera, una al lado de la otra. Siempre que viene el Cuerpo de Cristo, es decir, el Cristo resucitado y corporal, es mayor que el pan, diferente, no del mismo orden.

Se produce una transformación que afecta a los dones que llevamos al ser elevados a un orden superior y los cambia, aunque no podamos medir lo que sucede. Cuando se ingieren cosas materiales como alimento, o, en realidad, cuando cualquier material pasa a formar parte de un organismo vivo, sigue siendo el mismo, pero, sin embargo, como parte de un nuevo todo, se transforma a su vez. Algo similar sucede aquí. El Señor toma posesión del pan y del vino; los eleva, por así decirlo, del marco de su existencia normal a un nuevo orden; aunque, desde un punto de vista puramente físico, siguen siendo los mismos, se han vuelto profundamente diferentes” (6).
El Dios que está cerca de nosotros de Ratzinger mezcla el luteranismo con el catolicismo

Sin embargo, no dice exactamente en qué consiste la diferencia. Vemos cómo, típicamente, avanza hacia la verdad, como se hace en un velero, reposiciona las velas para alterar el rumbo, virando hacia adelante y hacia atrás entre las posiciones católica y luterana, pero nunca logra alcanzar la verdad completa. La única certeza que se puede extraer de esta mezcolanza de ideas confusas y desconcertantes es que, cualquiera que sea el barco en el que navegaba el futuro “papa”, no era la barca de Pedro; la dirigía hacia los bancos de arena del “ecumenismo” sin articular una explicación coherente de la verdad central de la Transubstanciación. La reformulación de las palabras en el pasaje es de la mayor importancia. Ninguna de las palabras utilizadas por Ratzinger en relación con la Eucaristía, como transubstanciación, transformación, cambio, conversión, etc., se utilizan de la manera que se ha entendido tradicionalmente. Solo conservan la capa exterior de los significados tradicionales.

Así lo demuestra claramente el siguiente extracto de un libro escrito por Benedicto XVI en sus últimos años, que pidió que se publicara después de su muerte:
“Transubstanciación, no consubstanciación, significa transformación, conversio y no sólo adición. Esta afirmación se extiende mucho más allá de las ofrendas y nos dice fundamentalmente lo que es el cristianismo: es la transformación de nuestras vidas, la transformación del mundo como un todo en una nueva existencia” (7).
Según este modelo que huele a teilhardianismo y a la idea del Vaticano II de la Eucaristía como el “sacramento del mundo”, el énfasis ya no está en la Presencia Real sino que se ha desplazado hacia las personas y su papel en la transformación de sí mismas y del mundo.

Continúa...

Notas:

1) J. Ratzinger, God Is Near Us (Dios está cerca de nosotros), San Francisco: Ignatius Press, 2003, pág. 87.

2) Edward Schillebeeckx, The Eucharist (La Eucaristía), Nueva York: Sheed and Ward, 1968, pág. 84.

3) Benedicto XVI, ¿Che Cos'è il Cristianesimo?, pág. 130 

4) Benedicto XVI, Last Testament (Último Testamento), p. 99.

5) Benedicto XVI, ¿Che Cos'è il Cristianesimo?, pág. 133.

6) J. Ratzinger, God Is Near Us (Dios está cerca de nosotros, p.86.

7) Benedicto XVI, ¿Che Cos'è il Cristianesimo?, pag. 132.

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