domingo, 15 de septiembre de 2024

VIEJOS ALCOHÓLICOS QUE CALUMNIAN LA SOBRIEDAD

La mayoría de los viejos alcohólicos no quieren admitir ante los más jóvenes -o ante sí mismos- que su vida se desperdició en el libertinaje.


Antiguamente solía ser que las generaciones más jóvenes eran las que querían cometer errores, y las viejas generaciones eran las que advertían a los jóvenes de que las tradiciones consagradas por el tiempo estaban ahí por una razón y eran, de hecho, un enfoque más racional de las cosas que los remedios radicales propuestos por los jóvenes.

Si bien los jóvenes estaban, en general, equivocados, se les podía conceder al menos esta pequeña circunstancia atenuante: que veían los defectos del sistema existente y se proponían eliminarlos con las esperadas virtudes de un sistema que, al menos, aún no existía, y cuyos defectos no estaban delante de sus ojos.

Este orden bastante natural de las cosas está ahora completamente patas arriba. En materia católica, como en muchas otras cosas -basta mirar hacia Alemania-, son sobre todo las generaciones más jóvenes las que quieren volver a los sistemas, las costumbres y la lógica de sus antepasados, mientras que la vieja generación les advierte de los peligros de hacer -en materia de liturgia y misa, o de moral sexual, o de inmigración- lo que innumerables generaciones antes que ellos han hecho.

Sin embargo, la situación actual se hace más absurda a partir de esto, que la vieja generación puede ver bien el daño que su enfoque ha causado, y que es, digan lo que digan al respecto, exactamente la razón del deseo de volver a las viejas costumbres.

Es como ver a viejos alcohólicos advirtiendo a los jóvenes de los peligros de la sobriedad, e invitándoles a destrozarse alegremente el hígado como han hecho sus mayores, porque... bueno, en realidad esto nunca se explica, ya que las explicaciones convincentes de los beneficios de la embriaguez constante siguen sin aparecer.

Se preguntarán por qué lo hacen. Mi respuesta es muy sencilla: la mayoría de los viejos alcohólicos no quieren admitir ante los más jóvenes -o ante sí mismos- que su vida se desperdició en el libertinaje. Prefieren, por lo tanto, mantener viva la vieja ideología, aun sabiendo que, en gran medida, morirá con ellos. Nunca, mientras vivan, admitirán la absoluta superioridad de la sobriedad y la razón sobre la embriaguez y el error, por más brillante y evidente que sea la superioridad de la primera sobre la segunda.

Luego están los otros: aquellos cuyo alcoholismo esconde cuestiones inconfesables, y que quieren utilizarlo convenientemente como tapadera de los gravísimos problemas en que se han metido.

Un buen ejemplo de esta vergonzosa mentalidad es este tipo. Engreído a más no poder, el tipo atribuye claramente la actitud conservadora de sus seminaristas a inseguridades malintencionadas, o tonterías por el estilo. Están tan equivocados porque son muy inseguros, comprendes? En serio, menudo carcamal. Y no lo digo sólo como término despectivo en general. Creo que todas estas personas deberían ser sospechosas de tener muertos en el armario, porque a menudo los tienen.

Mientras tanto, a la juventud, que se está poniendo rápidamente sobria, no le importa lo que piensen los viejos borrachos. Seguirán haciendo y pensando lo que todas las generaciones anteriores han hecho y pensado. Y lo harán cada vez en mayor número.

¡Qué equivocados pueden estar los viejos!

Estos viejos estúpidos, o maliciosos, o directamente viciosos, han perdido el control sobre los jóvenes.

Los jóvenes exigen un cambio.

No se equivoquen, lo conseguirán.


Mundabor

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