martes, 10 de septiembre de 2024

LA GLORIA DE MARÍA

“Bienaventurado el vientre que te llevó, y los pechos que te alimentaron” (Luc. 11: 27)


XI

LA GLORIA DE MARÍA 

1. Maternidad divina. Una mujer del pueblo, al oír la palabra inspirada del Divino Maestro, le habló de esta manera, elevando su voz en medio de la multitud, y veinte siglos hace que la humanidad repite esta alabanza a la bendita Madre, en cuyo seno virginal, se inició la redención del género humano. La gloria máxima de María consiste en ese privilegio supremo de la maternidad divina, que la hizo digna de todas las prerrogativas y dones excelsos de que ella sola fue dotada, entre todas las mujeres, desde el instante de su Concepción Inmaculada, por la que fue preservada de todo pecado, aún de la mancha original, hasta el momento de su Asunción gloriosa, que, después de la muerte, había de introducirla en las celestes moradas, como Reina de cielos y tierra. 

2. Esperanza de la humanidad. Si la maternidad es la gloria de la mujer casada, a pesar de todas las imperfecciones y fragilidades de que se reviste la naturaleza humana, esa gloria crece y se agiganta portentosamente cuando se trata de la maternidad virginal de María, en la cual se concentraban todas las esperanzas de la pobre humanidad, sedienta de salvación y ávida de misericordia. El que lea los Sagrados Libros del Antiguo Testamento podrá observar, a través de todos aquellos siglos de la historia, la ansiosa expectación en que vivían Patriarcas y Profetas, Jueces y Reyes, aguardando al ansiado Mesías. Tal esperanza, siempre viva en el corazón de los justos, era la luz que brillaba entre las tinieblas del angustioso presente; era el blanco de todos sus deseos, la inspiración de toda su vida laboriosa y atribulada, probada en el crisol de mil trabajos, cual la de todos los mortales. ¡Infeliz de aquel que no eleva su mirada por encima de los miserables horizontes de la vida terrenal! ¡Desdichado el que reduce sus ardientes deseos a los estrechos límites de una felicidad tan efímera y tan frágil, siempre expuesta a los rigores del vendaval de las pasiones alborotadas y a la furia de las tempestades de la vida!

Cuando llegue el ocaso de su peregrinación terrena, ¿qué le quedará de todos los goces que tanto ambicionó en la vida? ¿Qué le quedará de aquellos ídolos a quienes amó más que a su Dios, en quienes concentró el ideal de toda su felicidad?

3. Cumplimiento en la anunciación. La Anunciación de la Virgen, fiesta que la iglesia celebra con amoroso deleite el 25 de marzo, fue para la humanidad el dichoso instante, en que empezó a realizarse la gran promesa de redención y eterna felicidad. 

Al anunciar a María la Encarnación del Verbo Divino en su purísimo seno, proclamó el ángel el comienzo de la obra de la salvación, que Jesús venía a realizar en la tierra. “¡Ave! ¡llena de gracia! ¡el Señor es contigo! ¡Bendita eres entre todas las mujeres!” (Luc. 1: 28).

Al oír el saludo del ángel, dice el Evangelio, la Virgen se turbó, y pensaba qué salutación sería aquella. En el esplendor de su virtud inmaculada, esta Virgen perfecta se turba ante las palabras del mensajero celestial. Entonces el ángel le explica el plan divino, y cómo, por virtud del Espíritu Santo, conservaría intacta su pureza virginal, junto con la gloria de su divina maternidad. La humilde y piadosa respuesta de María Santísima, -aquel Fiat- “Hágase” sublime, que reconcilió el cielo con la tierra, fue el fundamento de la gloria de María, la base de la obra divina de la Redención. Por eso todas las generaciones la bendicen y bendecirán de siglo en siglo, y las proféticas palabras del “Magnificat”, se cumplen a través de las edades: 

“He aquí que ya desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Ibid. 48)


Tomado del libro “Salió el sembrador” del padre Juan B. Lehmann de la Congregación del Verbo Divino, edición 1944.

El problema de la felicidad (32)
El pecado de nuestra época (33)


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