3 de Septiembre: Santa Serapia, virgen y mártir
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La inocente virgen y esforzada mártir de Cristo, Santa Serapia, llamada también Serafina y Serafia, nació en Antioquía de Siria, de padres cristianos, los cuales dejando su patria para escapar de la persecución de Adriano, se fueron a Italia y acabaron santamente sus días en Roma.
Quedó pues huérfana de padre y madre Serapia a la edad de catorce años, y sin tener otro amparo que el de su esposo, Cristo Jesús, a quien había ofrecido la flor de su virginidad.
A pesar de que algunos nobles mancebos prendados de su hermosura la pidieron por esposa, prefiriendo ella la humildad de la cruz a los regalos y gloria del mundo, entró a servir en la casa de una dama romana, joven y viuda, de nombre Sabina, cuyo genio era áspero y antojadizo y le dio sobradas ocasiones de padecer por Cristo muchas injurias y malos tratos.
Sabina se maravilló de la extraña paciencia de su sierva, y deseosa de saber la causa, entendió que la fe cristiana que Serapia profesaba era la que tanto aliento le infundía para llevar con tan gran sosiego y gozo los insultos, y cambiado con esta noticia su corazón, quiso abrazar la misma fe y se hizo bautizar.
Al poco tiempo, por consejo de Serapia, se retiraron las dos con algunas otras doncellas cristianas a una de las posesiones que tenía la señora en Umbría, donde vivían más como religiosas en el retiro del claustro, que como seglares en el mundo.
Llegó al noticia al prefecto de la ciudad, llamado Berilo, sobre lo que pasaba en la casa de Sabina y que quien todo lo dirigía era Serapia, y envió a sus ministros para que la trajesen presa.
No permitió Sabina que fuera sola, sino que ella misma la acompañó, y viendo el juez ante su tribunal tan noble dama, no creyendo que fuese cristiana, por respeto a su nobleza, mandó que soltasen a Serapia y permitió que las dos volvieran a su casa.
Pasados tres días acordóse Berilo de Serapia y con maligna y liviana intención, mandó otra vez a detenerla.
A las demandas que Berilo hizo a Serapia, dijo ésta que conservándose casta y pura era templo de Dios, y entendiendo por estas palabras el impío juez que era cristiana, la entregó a dos mozos lascivos para que la deshonrasen, pero la santa al verse sola con ellos, suplicó a Jesucristo que la guardase, y al instante cayeron muertos los mozos como si fuesen heridos por un rayo del cielo, y ella perseveró toda la noche en oración.
A la mañana, el presidente se espantó al saber lo que había ocurrido, más, atribuyéndole a Serapia artes de magia diabólica, mandó que quemasen los costados de la santa con antorchas encendidas, las cuales cuando la tocaban se apagaban, cayendo muertos los verdugos.
La hizo después azotar como a cristiana y hechicera, y en ese momento se sintió un gran terremoto.
Finalmente el prefecto, confundido, ordenó cortarle la cabeza, en cuyo martirio entregó la santa virgen y mártir gloriosa su purísima alma al Creador.
Sabina, sorprendida por los ministros, mereció también sellar la fe con su sangre después de padecer cruelísimos tormentos.
Reflexión:
Con los ejemplos que de sus virtudes dio la gloriosa virgen Santa Serapia, logró que Sabina, su señora, abrazase la fe de Jesucristo, alcanzase la palma del martirio y con ella un trono de eterna gloria. Seamos pues mansos y sufridos, que no poco se edifican de esto los mundanos que viven como gentiles.
Oración:
Te rogamos Señor, que nos alcance el perdón de nuestras culpas la bienaventurada virgen y mártir Serapia, la cual fue agradable a tus divinos ojos así por el mérito de su castidad como por la manifestación de tu divina virtud. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
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