Por Monseñor Henri Delassus (1910)
CAPÍTULO XIII
LA MASONERÍA EN EL SIGLO XVIII
LOS ILUSTRADOS
Louis Blanc en su Histoire de la Révolution, consigna la existencia de los santuarios más tenebrosos que las logias, “cuyas puertas no se abren al adepto sino después de una larga serie de pruebas calculadas para confirmar los progresos de su educación revolucionaria, confirmar la constancia de su fe y poner a prueba la fortaleza de su corazón”. Es de estos santuarios de donde descienden a las logias la “luz” y el estímulo.
Antes de 1889, la secta “Iluminista” fue la que proporcionó a la masonería las directrices necesarias para implementar su plan de revolucionar Francia y Europa. Tras la Restauración, la Gran Logia fue responsable de preparar los acontecimientos que presenciamos hoy, que deberían completar la obra interrumpida de la Revolución.
“Después del trabajo histórico de estos últimos años -dijo Monsenhor Freppel- ya no es admisible ignorar la perfecta identidad de las fórmulas de 1789 con los planes elaborados en la secta de los Iluministas” (1).
Barruel sacó a la luz la organización de la Ilustración, sus doctrinas, la acción que ejerció sobre la masonería y a través de ella sobre el movimiento revolucionario.
Para hacer esas revelaciones, él se apoyó en documentos, sobre cuyo origen y autoridad es preciso hablar.
Alrededor del año 1781, la Corte de Baviera sospechó de la existencia de una secta que se había constituido en ese país para imponerse sobre la masonería. Ordenó investigaciones, que los sectarios tuvieron el arte de eludir o invalidar. Sin embargo, el 22 de junio de 1784, Su Alteza Electoral ordenó publicar en sus Estados la prohibición absoluta de “toda comunidad, sociedad y cofradía secreta o no aprobada por el Estado”. Muchos masones cerraron sus logias. Los ilustrados, que tenían H∴ en la propia Corte, continuaron celebrando sus asambleas.
Ese mismo año, un profesor de Münich, Babo, reveló lo que sabía sobre la existencia de los ilustrados y sus proyectos en un libro titulado Premier avis sur les francs-maçons. El gobierno destituyó entonces a Weishaupt de la cátedra de Derecho que ocupaba en Ingolstad, no porque supiera que era el fundador de la Ilustración, algo que no estaba claro, sino por su calidad de “famoso maestro de las logias” (2). Al mismo tiempo, dos profesores de humanidades de Münich, el padre Cosandey y el abad Benner, que habían sido discípulos de Weishaupt pero se habían separado de él, recibieron la orden de comparecer ante el tribunal del Ordinario para declarar bajo juramento lo que habían visto contrario a las costumbres y la religión entre los ilustrados. Entonces no se sabía que estas logias de retaguardia también tenían como misión conspirar contra los gobiernos. Barruel publicó las declaraciones que prestaron los días 3 y 7 de abril de 1786. El consejero palaciego Utschneider y el académico Grümberger, que se habían retirado de la orden cuando conocieron todo su horror, también prestaron testimonio legal, que Barruel también publicó.
Adam Weishaupt
“Fue preciso -dijo Barruel- que el cielo interfiriese”. Destituido de sus funciones, Weishaupt se había refugiado en Ratisbona, más decidido que nunca a continuar su obra. Tenía a su lado a un sacerdote apóstata llamado Lanz. En el momento en que le transmitía sus instrucciones, antes de enviarlo a Silesia con sus misteriosas y funestas maquinaciones, un rayo cayó sobre ellos y Lanz murió junto a Weishaupt (3).
El pánico no dejó a los conspiradores la suficiente libertad de espíritu como para sustraer de la vista de la Justicia los documentos que Lanz tenía a su cargo. La lectura de estos documentos recuerda los testimonios de Cosandey, Benner, Utschneider y Grümberger, y se decidió interrogar a aquel de ellos que se sabía que había tenido vínculos más estrechos con Weishaupt.
El 11 de octubre de 1786, cuando Xavier Zwack, consejero palaciego de la regencia —llamado “Catón” en la secta— se creía a salvo de cualquier registro, los magistrados se dirigieron a su casa de Landshut. Otros, al mismo tiempo, descendieron al castillo de Sanderstorf, que pertenecía al barón de Bassus, llamado “Aníbal” por la secta. Estas visitas pusieron en manos de la Justicia los estatutos y las reglas, los proyectos y los discursos, en una palabra, todo lo que constituía los archivos de los Iluministas. En notas, en su mayoría escritas en código por Massenhausen, consejero en Münich —llamado “Ajax” por los conspiradores—, se encontraban recetas para fabricar la Acqua toffana, para contaminar el aire de los apartamentos, etc. El embargo también incluyó una colección de ciento treinta sellos de soberanos, señores y banqueros, y el secreto para imitar aquellos de los que la orden no podía disponer.
El veneno “Acqua toffana” o también llamado “manna di San Nicolà”
El Elector ordenó depositar los documentos confiscados en los archivos del Estado. Al mismo tiempo, quiso advertir a los soberanos del peligro que les amenazaba a todos, tanto a ellos como a sus pueblos. Para ello, ordenó imprimirlos bajo el título ÉCRITS ORIGINAUX DE L'ORDRE ET DE LA SECTE DES ILLUMINÉS en la imprenta de Ant. François, editor de la Corte de Münich, en 1787.
La primera parte de esta obra contiene los escritos descubiertos en Lanshut, en la casa del consejero de la Regencia Zwack, los días 11 y 12 de octubre de 1786.
La segunda parte contiene los que fueron encontrados con motivo de la visita realizada por orden de Su Alteza Electoral al castillo de Sanderstof.
Al comienzo del primer volumen y en el frontispicio del segundo se encuentra esta advertencia digna de atención: “A quienes tengan alguna duda sobre la autenticidad de esta recopilación, basta con que se presenten en los Archivos Secretos de Münich, donde se tiene la orden de mostrarles los documentos originales”.
En estos dos volúmenes encontramos reunido todo lo que puede evidenciar la conspiración anticristiana más característica. Allí se ven los principios, el objetivo, los medios de la secta, las partes esenciales de su código, la correspondencia entre los adeptos y su jefe, sus progresos y sus esperanzas. Barruel, en sus Mémoires, reproduce las piezas más interesantes (4). Cada una de las potencias de Europa recibió estos documentos. Todas fueron así advertidas con pruebas auténticas sobre la monstruosa Revolución meditada para su perdición y la de todas las naciones. El propio exceso de las conspiraciones hizo que las vieran, tal vez, como quiméricas, hasta el momento en que estallaron los acontecimientos que preparaban.
En Baviera, se puso precio a la cabeza de Weishaupt, quien se refugió junto a Su Alteza el duque de Sajonia-Gotha. La protección que encontró allí, y la que disfrutaron varios de sus adeptos en diversas cortes, se explica por el número de discípulos que tenía en los cargos más eminentes, incluso a nivel de príncipes (5).
Excepto Weishaupt, que había logrado escapar de los jueces, ninguno de los conspiradores fue condenado en Baviera a penas más severas que el exilio o una prisión temporal, y desde Holstein hasta Venecia, desde Livonia hasta Estrasburgo, no se realizó la más mínima búsqueda en sus tiendas. La mayoría de los adeptos reconocidos como los más culpables encontraron más protección que indignación. Así, la secta se libró de tener que abandonar la patria. Zwack escribió: “Para restablecer nuestros negocios, es necesario que, entre los que huyeron de nuestros adversarios, algunos de los más hábiles ocupen el lugar de nuestros fundadores, se deshagan de los descontentos y, de acuerdo con los nuevos elegidos, trabajen para dar a nuestra sociedad su primer vigor”. Weishaupt, en una carta a Fischer, dejaba entrever esta amenaza contra quienes lo habían expulsado de Ingolstadt: “Un día convertiremos su alegría en llanto”.
El símbolo de los Iluminados de Baviera, la sociedad secreta fundada en 1776
Weishaupt era, como hemos dicho, profesor en la Universidad de Ingolstadt cuando sentó las bases de la Ilustración, el 1 de marzo de 1776. Entre los estudiantes que seguían su curso, eligió a Massenhausen, que más tarde fue consejero en Münich, y al que dio el nombre de “Ajax”, y a Merz, que más tarde fue secretario del embajador del Imperio en Copenhague; a este le dio el nombre de guerra de “Tiberio”. Le dijo al primero: “Jesucristo envió a sus apóstoles a predicar por el universo. Tú, que eres mi Pedro, ¿por qué te dejaré ocioso y tranquilo? Ve, pues, y predica”. El año 1776 precede muy poco al de la Revolución; y ahí están sus frágiles principios. Pero no olvidemos que la masonería estaba organizada desde hacía mucho más tiempo y que la secta de los Iluminados no tenía más que darle su último impulso.
Menos de dos años después, el 13 de marzo de 1778, Weishaupt, en una carta dirigida a “Tiberio” Merz, se felicitaba así por el éxito de su empresa: “Me complace enormemente comunicaros los felices progresos de mi orden... Os conjuro, poneos manos a la obra. En cinco años, os sorprenderá lo que habremos logrado. Lo más difícil ya está superado. Os daréis cuenta de que daréis pasos de gigante”.
Lo que le daba esta confianza era la facilidad con la que seducía a los hombres que gozaban de consideración pública. En Eichstad, donde se encontraba la tienda que él mismo presidía, llevó sus intentos incluso a dos canónigos.
Pronto pudo enviar “misioneros” a toda Alemania y toda Italia. Más adelante explicaremos cómo se introdujo la Ilustración en Francia.
Desde lo más profundo de su santuario, acompañaba a todos sus adeptos, manteniendo con ellos una relación continua. La correspondencia de Voltaire es prodigiosa, pero no se acerca a la de Weishaupt.
De hecho, al igual que Voltaire, o mejor dicho, como d'Alembert, se esforzaba por colocar a sus hombres junto a los príncipes, introducirlos en sus consejos, hacerlos penetrar en sus congresos (6). “Sin duda, la historia dirá algún día con qué arte supo, en el congreso de Rastadt, combinar los intereses de su secta con los de las potencias y con sus juramentos de destruirlas a todas”. Entre sus discípulos, quien mejor lo siguió en este aspecto fue Xavier Zwack: “Nadie supo mejor aparentar ser un servidor celoso de su príncipe, de su patria y de la sociedad, al tiempo que conspiraba contra su príncipe, su patria y la sociedad”.
Xavier Zwack
Pero en lo que Weishaupt se esforzó más fue en conquistar el liderazgo de la masonería. Desde los primeros días de la fundación de su secta, y tal vez incluso antes, comprendió el partido que sacaría para sus conspiraciones de la multitud de masones repartidos por diversos puntos del mundo, si algún día lograba obtener su colaboración.
En el año 1777 ingresó en la logia llamada San Teodoro, en Münich. De este modo, estaba cualificado para inmiscuirse en sus convenciones. Lo que él mismo había hecho, recomendaba a sus iniciados que hicieran igualmente. “Él poseía los secretos de la masonería -observa Barruel- y los masones no conocían los suyos”. Weishaupt sabía que él y los masones tendían hacia el mismo fin, pero se encontraban, en el camino que conducía a ese fin, en puntos desigualmente distantes del objetivo. Veremos cómo todo esto se repite en el siglo siguiente con la Gran Logia. Copin-Albancelli, en su libro Le pouvoir occulte contre la France, aclaró definitivamente esta jerarquía entre las diversas sociedades secretas y las superiores que, a través de algunos de sus miembros, penetran en las inferiores para imprimirles la dirección que sin duda ellas mismas reciben de más arriba.
“El demonio de las revoluciones -dice Barruel- sirvió a Weishaupt a voluntad para la ejecución de su designio”. Le envió a un barón de Hannover llamado Knigge, “Philon-Knigge”. “Que me den seis hombres de ese temperamento -dijo Weishaupt cuando lo conoció- y con ellos cambiaré la faz del universo” (7). Estos dos tizones del infierno se complementaban mutuamente. Se presentó una ocasión única para poner en práctica sus designios.
Adolph von Knigge
“¿Qué extraño interés convoca a una corte alemana, desde todas las partes de Europa, desde lo más profundo de América, África y Asia, a los agentes, los elegidos de tantos hombres, todos unidos por el juramento de un secreto inviolable sobre la naturaleza de sus asociaciones y sobre el objeto de sus misterios? ¿Qué proyectos traían consigo los diputados de una asociación tan formidable?”. La respuesta es que la hora de la Revolución estaba decretada, que la hora de la Revolución estaba cerca. En ese rincón de Alemania y a través de ese congreso se concebía y se encendía el brasero del que partiría el incendio que devastaría Europa.
En los últimos veinte años se habían celebrado otras asambleas de masones en Brunswick, Wiesbaden y otras ciudades alemanas, pero ninguna había sido tan general como esta, ni había reunido a tal variedad de sectas. “Eran, de alguna manera -dice Barruel- todos los elementos del caos masónico reunidos en el mismo centro”.
Los H∴ llegaban de todas partes provistos de pasaportes de autoridades civiles. Durante más de seis meses entraron y deliberaron tranquilamente en su inmensa y tenebrosa tienda, sin que los magistrados se dignaran inquietarse por lo que allí sucedía en relación con ellos y sus pueblos. Si los organismos religiosos, si el propio cuerpo episcopal, hubieran celebrado en aquellos días una asamblea general, el soberano habría reclamado el derecho de enviar emisarios; les habría encargado que vigilaran para que, con el pretexto de cuestiones religiosas, no ocurriera nada contrario a los derechos del Estado. Aquí, la política mereció sin duda la confianza de los príncipes que los masones contaban entre sus H∴ . Ella no sabía que para los adeptos de ese nivel no hay más que medias confidencias. Las reuniones masónicas se habían celebrado en los últimos veinte años en Brunswick, en Wiesbaden y en otras ciudades alemanas; ninguna había sido tan general como esta; ninguna había reunido tal variedad de sectas.
Weishaupt envió entonces a Wilhelmsbad a su lugarteniente Knigge (8), con la idea y tal vez con la misión, recibida de la dirección suprema de las sociedades secretas que los había convocado, de arrastrar a todas las diversas sectas de la masonería libre al movimiento revolucionario.
Franz Dietrich von Ditfurth
“Si no temiera abrumar con espanto y dolor a los masones honestos -dice Barruel- los invitaría aquí a meditar un poco estas palabras:
¡Todos quedaron encantados, entusiasmados! Los Elegidos y los Rosacruces, los Hermanos templarios, los Hermanos de Zenendorff y los Hermanos de San Juan, los Caballeros del sol y los Caballeros Kadosch, los filósofos perfectos, todos escuchan y reciben con admiración los oráculos del Epopte Hierofante (Knigge), que devuelve a la claridad primitiva sus antiguos misterios, mostrando en su Hyram, su Mac-Renac y su Piedra pulida, toda la historia de esa libertad y esa igualdad primitivas, toda esa moral que no es más que el arte de liberarse de príncipes, gobiernos, religión y propiedad”.
Uno de los miembros más distinguidos de la nobleza del Delfinado, el conde de Virieu, que había sido engañado por las apariencias místicas del sistema de Saint-Martin, fundador de una Ilustración distinta a la de Weishaupt, formaba parte de la logia de los Caballeros Filantrópicos de Lyon y, en calidad de tal, había sido delegado en el congreso de Wilhelmsbad. De regreso a París, presionado por el conde de Gilliers, dice: “No os contaré los secretos que traigo conmigo, pero lo que creo poder deciros es que se está tramando una conspiración tan bien urdida y tan profunda que será muy difícil que la religión y los gobiernos no sucumban” (9).
Louis Blanc
L. Blanc, en su Histoire de la Révolution, caracterizó muy acertadamente la obra de Weishaupt: “Someter, únicamente a través del misterio, el único poder de la asociación, a una misma voluntad y animar con un mismo aliento a miles de hombres en cada región del mundo, pero inicialmente en Alemania y Francia; convertir a estos hombres, mediante una educación lenta y gradual, en seres completamente nuevos; hacerlos obedientes hasta el delirio, hasta la muerte, a jefes invisibles e ignorados; con tal legión evaluar secretamente los corazones, envolver a los soberanos, dirigir a su voluntad los gobiernos y llevar a Europa a tal punto que toda superstición (léase toda religión) fuera borrada, toda monarquía derribada, todo privilegio de nacimiento declarado injusto, el propio derecho de propiedad abolido: tal era el gigantesco plan de la Ilustración”.
Continúa...
Notas:
1) La Révolution Française. A propósito del centenario de 1789, p. 34.
2) “Weishaupt, el conspirador más profundo que jamás haya existido -dice L. Blanc- más conocido en los anales de su secta con el nombre de “Espartaco”, nació en Baviera alrededor del año 1748”. He aquí el retrato que Barruel traza de él: “Ateo sin remordimientos, hipócrita profundo, sin ninguno de esos talentos superiores que dan a la verdad defensores célebres, pero con todos los vicios y todo ese ardor que dan a la impiedad, a la anarquía, grandes conspiradores. Este sofista desatado no será conocido en la historia más que como el demonio, por el mal que hizo y por lo que pretendía hacer. Su infancia es oscura, su juventud desconocida; en su vida doméstica, solo un rasgo escapa a las tinieblas que lo rodean, y ese rasgo es el de la depravación, de la perfidia consumada (incesto e infanticidio confirmados en sus propios escritos)”.
“Pero es especialmente como conspirador como importa conocer a Weishaupt. Tan pronto como la Justicia lo descubre, lo ve al frente de una conspiración ante la cual todas las de los clubes de d'Alembert y Voltaire no son más que juegos infantiles. No sabemos, y es difícil de comprobar, si Weishaupt tuvo un maestro o si él fue el padre de los monstruosos dogmas sobre los que fundó su escuela”.
Una tradición que Barruel no pudo confirmar afirma que, alrededor del año 1771, un comerciante llamado Kolmer, tras haber estado en Egipto, se dedicó a recorrer Europa. Se le considera discípulo del famoso Cagliostro y se afirma que tuvo contactos con Weishaupt.
Puede que Kolmer fuera un mensajero de la comisión central de las sociedades secretas internacionales, o del Patriarca que, desde un santuario impenetrable, gobierna y dirige la guerra contra la civilización cristiana.
El objetivo de la Ilustración, aquello a lo que debía conducir, nunca varió en la mente de Weishaupt: el fin de la religión, la sociedad, las leyes civiles y la propiedad fueron siempre los términos fijos de sus conspiraciones; pero él comprendía que era necesario conducir a sus adeptos hacia ese fin ocultándoles su pensamiento último. De ahí las misteriosas y sucesivas iniciaciones, que ocupan gran parte de la obra de Barruel. “No puedo -escribía Weishaupt a Xavier Zwack- emplear a los hombres tal como son: tengo que formarlos; es necesario que cada clase de mis órdenes sea una escuela de pruebas para la prueba siguiente”.
Como su secreto, su último pensamiento, podía ser revelado algún día, tenía mucho cuidado de no exponerse. Escribía a sus confidentes: “Conocéis las circunstancias en las que me encuentro. Debo dirigir todo a través de cinco o seis personas: es absolutamente necesario que permanezca en el anonimato” (escritos originales). “Cuando el objeto de ese deseo (el suyo) -decía aún- es una Revolución universal, no sería posible divulgarlo sin exponer a quien lo concibió a la venganza pública. Es en la intimidad de las sociedades secretas donde hay que saber propagar la opinión” (T. I, Lettres à Caton, 11 e 25)
3) Barruel da aquí como referencia Apologie des Illuminés, p. 62.
4) Las otras obras de las que Barruel extrajo sus pruebas son:
1ª. Le véritable Illuminé o el Rituel des Illuminés. El barón Knigge, apodado “Philon” en la secta, autor de este código, atestiguó en estos términos la sinceridad de esta publicación: “Todos estos grados, tal y como los he descrito, aparecieron este año impresos en Edesse (es decir, en Fráncfort del Meno) bajo el título Véritable illuminé. No sé quién es el editor, pero los grados son exactamente como salieron de mi pluma, tal y como los redacté” (Dernier éclaircissement de Philon, p. 96).
2ª. Dernier éclaircissement de Philon o Dernier mot de Philon. Son las respuestas de Knigge a varias preguntas sobre sus vínculos con los Iluminados.
3ª. Diversos trabajos de “Spartacus” (Weishaupt) y de “Philon” (Knigge). Después de los Écrits originaux, esta obra es la más importante que se ha publicado sobre la Ilustración.
4ª. Histoire critique des grades de l'Illuminisme. Todo lo que allí se dice está demostrado por las propias cartas de los grandes adeptos.
5ª. L'Illuminé dirigeant. Es el complemento de la n° 3.
6ª. Dépositions remarquables sur les Illuminés. Como todo es legal en estas declaraciones, tal y como se ha confirmado mediante juramento ante los tribunales, no hay necesidad de insistir en su fuerza probatoria.
7ª. Les apologies dos Iluministas.
Además de los documentos que tenía en sus manos, Barruel pudo informarse por otras vías. Los viajes que había realizado a diversos países le pusieron en contacto con numerosas personalidades que, ya fuera en persona o por correspondencia, le mantuvieron al corriente de lo que ocurría entre ellos.
5) Barruel ofrece una lista de los personajes que formaron parte de la secta de los Iluminados desde su fundación, en 1776, hasta el descubrimiento de sus escritos originales, en 1786. En ella encontramos los nombres propios de los conspiradores, sus nombres de guerra, sus residencias, sus cualificaciones, funciones y dignidades, etc.
Revelamos aquí lo siguiente debido al interés particular que presenta.
En el mundo eclesiástico: 1 obispo, vicepresidente del consejo espiritual en Münich, — 1 primer predicador, — 1 cura, — 1 sacerdote, — 1 eclesiástico, — 2 ministros luteranos.
En la nobleza: 1 príncipe, — 2 duques, — 2 condes, — 7 barones.
En el ejército: 1 general, gobernador de Ingolstad, — 1 oficial, — 1 capitán, — 1 comandante.
En la enseñanza: 1 profesor de teología católica y 1 profesor de teología protestante, — 4 profesores, — 1 institutor en una casa principesca, — 1 tutor de los hijos de un conde, — 1 bibliotecario, — 1 librero.
Otras profesiones: el médico de la aduana del Elector, otro médico, etc., sin contar -dice Barruel- un número prodigioso de otros adeptos designados solo por sus nombres de guerra y cuyos nombres verdaderos no han sido descubiertos.
6) Ver Barruel, IV, p. 47, 52, 174, etc.
7) Ecrits originaux, t. I, carta 56.
8) El barón Knigge, apodado “Philon”, es el más famoso de los iluministas después del autor de la secta. Se encargó de redactar y, de hecho, redactó todo el código de los iluministas bajo el título Véritable illuminé, impreso en Fráncfort del Meno. En otra obra, Dernier éclaircissement, cuenta su historia, la de la Ilustración, sus pactos con los jefes de la secta y los trabajos que emprendió en favor de ella.
9) En una carta dirigida a la Gazette de France, el 26 de febrero de 1909, Gustave Bord dice: “Virieu no solo no abandonó la masonería, sino que puedo demostrar que en 1788 hizo todo lo posible por mantener en la secta al duque de Haire, que había pedido su dimisión”.
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