lunes, 22 de septiembre de 2025

UN NIÑO ES DEGRADADO A MENOS QUE UNA PATA DE POLLO

Un supermercado no puede etiquetar incorrectamente una pata de pollo, pero se puede llamar “tejido” a un niño no nacido. Eso no es ciencia, es arte verbal.

Por monseñor Rob Mutsaerts


La propuesta de la diputada neerlandesa Wieke Paulusma de elevar el acceso al aborto a la categoría de “derecho humano” tiene un alto grado de absurdo. Porque hay algo extraño en esa propuesta: se declara un derecho negando cuál es el objeto de ese derecho

Todo el razonamiento moderno parte de la base de que no debemos confiar en nuestros sentidos

¿Ve un niño en el vientre materno? No, no, eso es solo material humano potencial

¿Oye un latido? No, no, eso es solo un fenómeno médico

¿Reconoce una carita en la ecografía? No, no, eso es solo una formación casual de células.

Porque quien mira con sensatez, quien simplemente confía en sus sentidos, ve que un óvulo es un óvulo y un niño es un niño. No hace falta ser un genio para entenderlo. Que La Haya quiera basar un “derecho humano” en la condición de negar la humanidad del niño no es más que una acrobacia lógica que roza la sátira.

Lo irónico es que estamos siendo testigos del salto más notable en la historia del derecho: antes se proclamaban derechos para proteger a los más débiles frente a los más fuertes. Hoy se proclama un nuevo derecho que precisamente deriva su fuerza de la falta de derechos de aquellos a quienes afecta. Al fin y al cabo, el niño no nacido no puede protestar, presentar una petición ni ocupar un lugar en la tribuna pública de la Cámara Baja.

Lo más notable de este nuevo descubrimiento no es la gravedad del acto, sino la frivolidad con la que se deja de lado el sentido común. Porque cualquier persona sensata ve, sin necesidad de manuales filosóficos ni comisiones parlamentarias, que en el vientre materno no crece “una cosa misteriosa”, sino un ser humano. Un ser humano pequeño, débil y, sobre todo, que grita en silencio. Que se haya acuñado la palabra “tejido” para referirse a se niño en gestación no es una prueba de ciencia, sino de arte verbal. Primero se establece que el niño no nacido no es un niño. A continuación, se eleva la libertad de matarlo a la categoría de “derecho humano”.

Un supermercado no puede etiquetar incorrectamente una pata de pollo, pero se puede llamar “tejido” a un niño no nacido. Eso no es ciencia, es arte verbal. Y además, es mal arte verbal. 

Y así es como degradamos a un niño en el vientre materno a algo menos que una pata de pollo en el supermercado. Porque nadie se atrevería a decir que una pata de pollo no es nada. Una pata de pollo es una pata de pollo. Nadie lo negará. Pero, según La Haya, un niño solo es “algo” cuando se decide a posteriori “si alguna vez ha sido algo”

También se pueden usar los sentidos para constatar de qué se trata, en lugar de inventar un razonamiento artificial. Cuando miras con los ojos abiertos, ves lo que hay: un corazón que late, una carita que crece, los ojos, los diez deditos, un niño vivo

Quien ve una ecografía y aún así dice que “no hay nada”, está reflejando su propia incredulidad. No se necesita formación teológica para comprender esto, solo una mirada sana. Al parecer, se ve un niño cuando el niño es deseado. Entonces se hace todo lo posible para traerlo al mundo. De repente, ya no es “un tejido” y se felicita a los futuros padres por su hijo.

Quizás deberíamos empezar por esa “modesta comprensión” en La Haya. Porque mientras nos neguemos a ver que un niño es un niño, todos nuestros derechos humanos serán solo derechos aparentes; palabras bonitas sin significado.

Los derechos humanos se inventaron en su día para proteger a los débiles frente a los fuertes. Ahora protegen a los fuertes frente a los débiles: se silencia a los que no tienen voz. Es un extraño avance que solo comienza cuando otra persona deja de existir.
 

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