domingo, 28 de septiembre de 2025

LA SEÑORA MECHTHILD THALLER SCHÖNWERTH Y LOS SANTOS ÁNGELES

Ella fue una mística alemana que nació el 30 de marzo de 1868 y a partir de los cuatro años de edad veía frecuentemente al Ángel de la guarda y desde los 5 años comenzó a buscar la perfección.


Asistía en Münich a la escuela con las madres escolapias del convento de Anger, adquiriendo una formación extraordinariamente elevada. En ese tiempo escogió como confesor al padre redentorista Schora, de quien se dice fue un director espiritual iluminado por Dios y excepcional en todos los aspectos; era muy severo en la relación que mantenía con su penitente y, cuando supo que Mechthild caminaba por sendas extraordinarias de gracia guiada por su Ángel de la guarda, se abocó a extinguir en ella toda semilla de orgullo y egoísmo y a fortalecer la virtud de la humildad, así como la prontitud para el sacrificio y el sufrimiento.

En aquellos días, un amigo de los hermanos de Mechthild que frecuentaba la casa -cuatro años mayor que ella pidió su mano. El padre Schora le advirtió que el matrimonio era la voluntad divina. Tal vez por ello, Mechthild, acostumbrada a escuchar en las palabras de su confesor la voz de Dios, consintió y se casó a los 17 años. Hasta su muerte guardó una fidelidad total a su marido, demostrando un gran amor y arrostrando un sinfín de sacrificios, aunque este hombre fuera un tirano sin consideración, caprichoso e infiel.

A través de las cartas de esta mujer y principalmente de sus diarios que se conservaron es posible conocer muchos detalles sobre las pesadumbres y sufrimientos que hubo de padecer, pero también sobre gracias extraordinarias y consuelos celestiales concedidos por el Dios todopoderoso.

Una cruz muy grande para la señora Mechthild Thaller, además del comportamiento en desamor de su esposo, era la ausencia de hijos. No obstante, el Señor la recompensó con una gran familia de hijos espirituales, hombres y mujeres, religiosos y laicos, que se colocaron bajo su dirección y a quienes guió preferentemente por medio de la correspondencia; incluso los medios extraordinarios que Dios le otorgó sirvieron para este fin, como, entre otros, el don de la bilocación. De esta manera acostumbraba durante la Primera Guerra Mundial cuidar durante largas vigilias a los heridos en los hospitales militares del frente occidental, los cuales, a su regreso, la reconocían como su enfermera.

También explica en estos escritos por qué, según su propia opinión, los hombres veneramos tan poco a los Ángeles:

No los conocemos, o tal vez los conocemos muy precariamente. Y ambos, la veneración y el amor, presuponen el conocimiento. Del conocimiento de la sublimidad y perfección de los Ángeles, de su relación cercana con Dios, sus preferencias y su poder, en definitiva, del conocimiento íntegro de la esencia de los santos Ángeles nace, de eso no cabe ninguna duda, una gran veneración.

Y cuando pudiéramos conocer cómo nos aman a causa de Dios, cómo rodean el alma con todo el amor de que son capaces, porque fueron testigos del más sublime acto de amor, la muerte voluntaria de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, cuando supieron el gran precio que el propio Dios pagó por cada alma humana, esto debería inflamar también nuestro amor hacia ellos; entonces estaríamos felices en humildad de poder saludarlos como amigos y hermanos en Dios.

Pero no los conocemos, ni siquiera a nuestro propio Ángel de la guarda, aunque sea un compañero fiel y amigo por toda nuestra vida. Lo podríamos conocer, al menos a él, si nos esforzáramos un poco. Realmente, ¡él lo merece!

La beatitud angelical no puede aumentar, porque es perfecta; pero su alegría sí puede acrecentarse. Así, por ejemplo, cada vez que un Ángel de la guarda conduce un alma del purgatorio al cielo aumenta su alegría, es decir, se alegra en extremo porque ya se encuentra ahí un nuevo espíritu, digno del amor divino, que alabe y bendiga sin cesar al Dios infinito, lo que constituye una alegría indescriptiblemente grande para ellos, porque poseen la certeza de que los frutos de la salvación y de la preciosísima Sangre de Jesucristo en los confiados a su protección no se perderán jamás.

El Ángel de la guarda que asistió al hombre en la tierra también estará en el cielo a su lado. Con la entrada del alma a la alegría celestial, la alegría del Ángel de la guarda aumenta casi infinitamente. Sin embargo, los que se encargaron de aquellos infelices que no verán jamás la gloria del Dios todopoderoso no son inferiores a los otros.

 [...]

No existe nada más hermoso que un Ángel de la guarda, nada más agraciado por la bondad de Dios que ama tanto nuestras almas que sintió que debían ser protegidas, exhortadas e incluso servidas por un Ángel celestial.

La gran mayoría de los pasajes y notas confirman que esta mujer, venerada por muchos fieles de hoy como la “gran intercesora y auxiliadora en el cielo”, fue realmente una “confidente de los Ángeles” en la tierra. Falleció el 30 de Noviembre de 1919.

Oración:

Oh tú, amigo más fiel, hermano más amado, santo Ángel, te saludo mil veces en el nombre de Jesús y agradezco a Dios que te creó tan bello, tan bondadoso y poderoso. Amén


Resumen de “Unidos con los ángeles y los santos”, de Ferdinand Holböck
 

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