Por Chris Jackson
La homilía dominical de León XIV en Santa Ana debería haber sido un lanzamiento fácil sobre el plato. El texto del Evangelio no podía ser más claro: “No se puede servir a Dios y a la riqueza”. Pero en lugar de llamar a los católicos modernos a la mortificación, al desapego y al retorno a la dura enseñanza de Nuestro Señor, León dio un giro hacia una homilía de redistribución horizontalista. La riqueza no se presentó como un ídolo que condena el alma, sino como un recurso que debe “compartirse”, “administrarse” y “planificarse” para lograr un mundo más justo, más equitativo y más fraterno.
Fíjate en la inversión. Los santos condenaban la avaricia porque pone en peligro la eternidad. León predica contra la avaricia porque socava la fraternidad. Según él, el problema con Mammón (la riqueza) no es que nos aleje del cielo, sino que impide la construcción de un orden social justo. Lo sobrenatural se evacúa y se sustituye por una lección de economía.
San Juan Crisóstomo advirtió que negarse a dar limosna convierte a uno en ladrón. Aquino enseñó que las riquezas deben estar subordinadas a los bienes eternos. León nos ofrece un catecismo recalentado de los trabajadores sociales del Vaticano II: una vaga “justicia”, una vaga “paz”, una vaga “solidaridad”.
Ángelus: el administrador como burócrata
En el Ángelus, León continuó en el mismo tono. El administrador deshonesto no se convierte en una imagen de la eterna apuesta entre el pecado y la salvación, sino en una lección de “gestión de recursos” y “redes de solidaridad”. Se nos dice que hagamos amigos con la “riqueza deshonesta” redistribuyéndola. Una vez más, se atenúa el impacto escatológico. La parábola, en lugar de tratar sobre la conmoción de la misericordia divina y el riesgo del juicio, se convierte en una conferencia sobre la “contabilidad responsable”.
Los saludos posteriores al Ángelus no hicieron más que reforzar el tono. Saludos a las ONG católicas, a la “paz en Gaza” y a las asociaciones internacionales. Un papado de puesta en escena: el “papa” como maestro de ceremonias de la sociedad civil globalizada, espolvoreando devociones marianas por encima como si fuera azúcar en polvo.
Elogio a las mujeres fuertes de la revolución
El discurso a cuatro capítulos religiosos femeninos abordó el mismo tema que recorre el “pontificado” de León: la Iglesia como ONG de heroica feminización. Citando a la “mujer fuerte” de Proverbios y a las mártires de la historia, elogia a las mujeres religiosas no por su oración enclaustrada, su fidelidad al Oficio Divino o su austeridad de vida, sino por su disposición a “correr riesgos” y “afrontar problemas”. El registro no es místico, sino administrativo. Su consagración se reduce al activismo, su testimonio se aplana en “servicios” y “valentía”.
Hay una ironía reveladora: las mujeres que renunciaron al mundo por amor a Cristo son elogiadas por su mundanalidad: su capacidad para comprometerse, gestionar y actuar como agentes de “transformación social”. Se trata de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU con un barniz piadoso.
Indonesia y la “cultura del encuentro”
El discurso de León a la comunidad indonesia en Roma celebró el aniversario de las relaciones diplomáticas y la “Declaración Istiqlal”, ese pacto interreligioso con el islam. Aquí se pone de manifiesto el núcleo de su programa: los católicos deben ser “dedicados al Evangelio” y “a la construcción de la armonía social”. En otras palabras, la fe no se mide por la fidelidad a la doctrina, sino por su utilidad para fomentar el pluralismo.
El mensaje es claro: el catolicismo es uno de los muchos tejidos que componen el mosaico global. El objetivo no es la conversión de las naciones, sino la cohesión multicultural. La “unidad en la diversidad” se exalta por encima de “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo”. Para el Vaticano moderno, Babel ya no es una maldición, sino un modelo a seguir.
La audiencia general: el infierno desgarrador a la ligera
En la audiencia del miércoles, León impartió una “catequesis sobre el descenso de Cristo al infierno”. A primera vista parecía prometedor: un tema cargado de fuego patrístico y profundidad litúrgica. Pero en lugar de enfatizar la gravedad del pecado y el triunfo de la resurrección de Cristo, presentó el Sábado Santo como una historia de empatía sin juicios. Cristo desciende, no para juzgar, sino “para liberar, no para culpabilizar, sino para salvar”.
Por supuesto, Cristo descendió para liberar a los justos. Pero los Padres también advirtieron de la condenación de los malvados. Esa parte se omite cuidadosamente. El infierno deja de ser un castigo eterno para convertirse en un lugar donde “reinan el dolor, la soledad, la culpa y la separación de Dios y de los demás”. El pecado ha sido reducido por León a una alienación psicológica. Y se cita con más entusiasmo el apócrifo Evangelio de Nicodemo que el Catecismo Romano. El descenso al infierno se convierte en el descenso de un terapeuta al trauma.
Civilta Cattolica: La revista oficial se aplaude a sí misma
Por último, León se dirigió a La Civiltà Cattolica (en italiano aquí), la revista jesuita que durante mucho tiempo ha funcionado como “grupo de expertos” y portavoces del “papa”. Los elogió como una “ventana al mundo”, aplaudiendo su compromiso con la política, la tecnología, la equidad y la fraternidad. Una vez más, los “signos de los tiempos” del concilio Vaticano II se esgrimen como marco para el testimonio “católico”.
El subtexto no podría ser más claro: la tarea de la vida intelectual “católica” ya no es defender la fe contra el error, sino bautizar el Zeitgeist. Se elogia a los jesuitas por amplificar “el evangelio de la caridad y la paz”, como si el depósito de la fe fuera meramente un estado de ánimo moral. La evangelización se convierte en periodismo. La doctrina se convierte en gestión narrativa.
Conclusión: Pan que es piedra
Esta semana de “discursos papales” ilustra el mismo leitmotiv: la misión sobrenatural de la Iglesia se ve engullida por tópicos humanitarios. La enseñanza de Cristo contra Mammón se convierte en un seminario económico. El descenso de Jesús a los infiernos se convierte en una metáfora de la empatía. La consagración religiosa se convierte en una asunción de riesgos sociales. La diplomacia con el islam se convierte en la forma más elevada de evangelización.
Se nos dice que se trata de “puertas abiertas” y “caminos de paz”. Pero la realidad es que se nos niega el pan y se nos da piedras en su lugar. Al mundo se le promete “solidaridad”. A los fieles se les promete “diálogo”. Sin embargo, la Cruz, la Sangre, la dura llamada a la conversión, eso es lo que desaparece.
Esta es la Iglesia como club social. Y para aquellos que aún tienen hambre del pan de vida, la elección sigue siendo la misma: aceptar las migajas de esta revolución o aferrarse a la fe de los santos que no cambiarían el Cielo por la armonía.
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