Por el padre Benedict Kiely
En 1984, cuando era un joven de diecinueve años, regresé tras pasar un año poniendo a prueba mi vocación por la vida religiosa. Durante ese período nos habían privado, o más bien liberado, de la televisión. En mis breves vacaciones posteriores, fui a Blockbuster y alquilé una cinta VHS de una nueva película muy popular llamada “Terminator”.
Mostraba un mundo futuro en el que las máquinas estaban en guerra con los humanos, y las máquinas, o como las llamaríamos hoy, los “drones”, mataban. Era una película de ciencia ficción. Cuarenta y un años después, lo que era fantasía es ahora realidad: los drones, incluso del tamaño de moscas, son un elemento principal para la guerra en muchos campos de batalla, algunos sofisticados, otros, como en el caso de los utilizados por el ISIS en la batalla de Mosul, rudimentarios.
Cuatro años antes de que se estrenara esa película, el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, pronunció un discurso en una conferencia en Palermo, Sicilia. (Buscando en Internet artículos sobre este discurso, solo he podido encontrar uno, un breve artículo en Aleteia, escrito en 2018 por el profesor Daniel Esparza).
Entre otras cosas discutidas, Ratzinger abordó el significado aparentemente esotérico de la descripción de la “Bestia” en el Libro del Apocalipsis (13:18), en particular el nombre de la Bestia, o más bien el número “666”.
Este tema, normalmente relegado a los márgenes de la religión o a las tesis inéditas de personas mentalmente inestables, puede ser, en este discurso poco conocido del cardenal Ratzinger, uno de los más importantes —y proféticos— en previsión del mundo que se desarrolla a un ritmo vertiginoso a mediados del siglo XXI.
Al igual que en “Terminator”, el mundo de la inteligencia artificial (IA) en 1980 era pura fantasía, y las advertencias sobre el peligro de “la máquina” parecían pertenecer al mismo ámbito de los desvaríos de un manicomio.
Sin embargo, teniendo conocimiento sobre los campos de concentración, Ratzinger afirmó que esos lugares “cancelaron los rostros y la historia, transformando al hombre en un número, reduciéndolo a un engranaje de una enorme máquina”.
Continuó advirtiendo de los peligros futuros que se avecinaban:
El hombre debe ser interpretado por un ordenador, y esto solo es posible si se traduce en números. La Bestia es un número y se transforma en números. Dios, sin embargo, tiene un nombre y llama por su nombre. Es una persona y busca a la persona.
Muchos años antes, el padre Romano Guardini, habló de los peligros que desencadenaría la era posnuclear, pero que se aplican tanto o más a la era de la IA:
En el centro de los esfuerzos de la cultura venidera se perfilará este problema del poder. Su solución seguirá siendo crucial. Todas las decisiones a las que se enfrentará la era futura —las que determinen el bienestar o la miseria de la humanidad y las que determinen la vida o la muerte de la propia humanidad— serán decisiones centradas en el problema del poder. Aunque este aumentará automáticamente con el paso del tiempo, la preocupación no será su aumento, sino primero la restricción y luego el uso adecuado del poder.
Desde que en el Jardín del Edén, la humanidad escuchó la invitación de que podríamos llegar a ser “como Dios”, el hombre caído parece incapaz tanto de cautela como de moderación.
No se trata del equivalente en el siglo XXI de los seguidores del Sr. Ned Ludd, destructores de máquinas, aunque esa será la acusación contra aquellos decididos a luchar contra el futuro “inevitable” de la IA. La Bestia, el número, no solo existe, sino que tiene una inteligencia infinitamente superior a la nuestra. Lo sabe todo sobre el uso desenfrenado e indebido del poder.
Si hay una cualidad que se necesita en este momento, quizás más que ninguna otra, es el don del discernimiento.
En el Libro de los Proverbios se nos dice: “Bienaventurado el hombre que descubre la sabiduría, que adquiere discernimiento”. El discernimiento, etimológicamente, es mucho más que juzgar bien; incluye el sentido de 'separar', como el buscador de oro que tamiza mucha tierra antes de encontrar la pepita de oro. San Pablo nos anima, en Efesios, a “tratar de discernir lo que es agradable al Señor”.
La profética visión de Ratzinger sobre el significado del número de la Bestia y las posibilidades destructivas de la máquina se hacen eco de palabras mucho más antiguas de otro profeta, G. K. Chesterton. Este dijo que “cuanto más cerca esté un hombre de ser ordenado y clasificado, estará más cerca de ser un autómata. Cuanto más cerca esté de ser un autómata, más cerca estará de ser una bestia”.
Para los cristianos, la llegada y el rápido desarrollo de la IA nos han llevado a una época que exigirá mucho discernimiento. Puede que esto nos enfrente a muchos, incluidos algunos de los nuestros, que pensarán que no solo estamos locos, sino que somos malos. Si se produce una unión entre las fuerzas del mal y la tecnología, será muy necesaria una palabra profética como la del cardenal Ratzinger.
La moderación y el uso adecuado del poder no encajan con lo que el escritor e historiador ruso Solzhenitsyn llamó “las emociones cavernícolas de la codicia, la envidia y la falta de control”. Esas emociones no se limitan a las cavernas; se sienten como en casa en Silicon Valley o en Wall Street.
El discernimiento no es algo dado ni fácil de conseguir; hay que trabajar para obtenerlo. Eso requerirá esfuerzo y, en última instancia, tal vez solo la Iglesia proporcione los medios necesarios.
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