domingo, 21 de septiembre de 2025

LA CONJURACIÓN ANTICRISTIANA: LOS ANARQUISTAS

La masonería necesita ocultar a los ojos del público y a los ojos de los propios masones lo que busca el Poder oculto.

Por Monseñor Henri Delassus (1910)


CAPÍTULO XII

LA MASONERÍA EN EL SIGLO XVIII

II. LOS ANARQUISTAS

Los enciclopedistas no fueron los únicos que prepararon la Revolución; Barruel no lo ignoraba. Divide en tres clases a los demoledores que sabotean los fundamentos de la sociedad cristiana. Voltaire y los suyos, a quienes llama “sofistas de la impiedad
, porque su principal objetivo era derribar los altares de Nuestro Señor Jesucristo; los francmasones, a quienes llama sofistas de la rebelión, porque se proponen —al menos los que conocían el secreto de la secta— derribar los tronos de los reyes; los ilustrados, a quienes llama sofistas de la anarquía, porque al juramento de derribar los altares de Cristo añadieron el de destruir toda y cualquier religión, y al juramento de derribar los tronos, el de hacer desaparecer todo gobierno, toda propiedad, toda sociedad gobernada por las leyes.

Más tarde veremos aparecer a los masones de las logias, que retomaron, tras la Revolución, la obra que ésta no había podido terminar por completo. Los carbonarios, o masones de las logias inferiores, tendrán como misión especial provocar la revolución política y sustituir las monarquías por repúblicas; la Gran Logia, la de destruir la soberanía temporal de los papas y preparar así la ruina del poder espiritual.

Barruel llama, pues, a los masones, debido a la función que se les atribuía en su época: 
los sofistas de la rebelión; rebeldes, ya que tenían como objetivo derrocar los tronos; sofistas, porque el primer medio empleado para alcanzar ese resultado era la propagación en el seno de la sociedad de un sofisma, el sofisma de la igualdad, padre de la anarquía.

A medida que avancemos en este estudio, veremos cada vez mejor que la sofistería y la mentira siempre han sido y siguen siendo los grandes medios de acción empleados por la secta para alcanzar sus fines. No podrían desear que fuera de otra manera, ya que necesitan ocultar a los ojos del público y a los ojos de los propios masones lo que busca el Poder oculto, lo que les obliga a ejecutar.

Ahí está la razón por la que el primer sofisma empleado para conducir la revolución fue llamado SECRETO MASÓNICO por excelencia.

Barruel narra cómo un día pudo entrar en una logia para asistir a la admisión de un aprendiz (1). 
Lo importante para mí -dice- era aprender el famoso secreto de la masonería. El recipiendo pasó bajo la bóveda de acero para llegar ante una especie de altar, en el que se pronunció un discurso sobre la inviolabilidad del secreto que se le iba a confiar y sobre el peligro de incumplir el juramento que debía pronunciar. El recipiendo jura que quiere que le corten la cabeza si traiciona el secreto. El Venerable, sentado en un trono detrás del altar, dice entonces: “Mi querido H∴, el secreto de la masonería consiste en esto: todos los hombres son iguales y libres, todos los hombres son hermanos. El Venerable no añadió ninguna otra palabra. Los presentes se abrazaron y pasaron a la cena masónica”. 


“Yo estaba entonces -continúa Barruel- tan lejos de sospechar una intención ulterior en ese famoso secreto, que casi estallé de risa cuando lo oí y dije a los que me habían introducido: Si ese es todo vuestro gran secreto, hace mucho que lo conozco

Y, en efecto, si por igualdad y libertad se entiende que los hombres no están hechos para ser esclavos de sus hermanos, sino para disfrutar de la libertad que Dios da a sus hijos; si por fraternidad se quiere decir que, siendo todos hijos del Padre celestial, los hombres deben amarse unos a otros y ayudarse mutuamente como hermanos, no se ve la necesidad de ser masón para aprender estas verdades. Las encontré mucho mejor expresadas en el Evangelio que en sus juegos infantiles, dice Barruel. Y añade: Debo decir que en ninguna logia, por numerosa que fuera, vi a un solo masón dar otro significado al gran secreto.

Barruel observa que allí solo había no iniciados; y la prueba que ofrece es que ninguno de los que asistieron a esa sesión se dejó llevar por la Revolución, excepto el Venerable.

De hecho, si bien la masonería es una asociación muy numerosa de hombres, unidos por juramentos y que prestan una cooperación más o menos consciente y más o menos directa a la obra propuesta, solo hay un pequeño número de iniciados que conocen el objetivo último de la propia asociación. Era necesario encontrar ese objetivo, para aquella época, en las palabras 
Igualdad, Libertad, ya que se revelaban al aprendiz como “el secreto de la sociedad”, secreto que debía guardarse bajo las más graves penas, consentidas en el momento del juramento, secreto que debía meditarse y cuyo profundo significado se revelaría poco a poco en las sucesivas iniciaciones.

En su reciente obra, Gustave Bord confirma esta forma de ver las cosas. Según él, la primera sugerencia lanzada al mundo por la masonería para preparar el camino hacia la Jerusalén del nuevo orden, el Templo que los masones quieren levantar sobre las ruinas de la civilización cristiana, fue la idea de la igualdad.

Nuestro Señor Jesucristo predicó la igualdad, pero una igualdad que procedía de la humildad que Él supo infundir en los corazones de los grandes. 
Los reyes dominan a las naciones. En cuanto a vosotros, no procedáis así: sino que el mayor entre vosotros sea como el último, y el que gobierna como el que sirve (Lucas, XXII, 25-26). La masonería quiere sustituir esta igualdad de condescendencia, que inclina a los grandes hacia los pequeños, por la igualdad del orgullo, que dice a los pequeños que tienen derecho a considerarse al nivel de los grandes o a rebajarlos a su nivel. La igualdad orgullosa que predica también dice así al bruto y al desafortunado: Sois iguales a las mentes más elevadas, a los poderosos y a los ricos, y sois la mayoría”. La palabra libertad tenía este significado preciso: la igualdad perfecta solo puede encontrarse en la libertad total, en la independencia de cada uno, en relación con todos, tras la ruptura definitiva de los lazos sociales. No más maestros, no más magistrados, no más pontífices ni soberanos; todos iguales bajo el nivel masónico y libres para seguir sus instintos, tal era el significado total de las palabras: igualdad, libertad.


Este doble dogma masónico debía tener y tiene como efecto destruir toda jerarquía y sustituirla por la anarquía, es decir, suprimir la sociedad. Mientras que la doctrina predicada por Nuestro Señor Jesucristo tuvo como efecto la abolición de la esclavitud y el ejercicio de una autoridad y una obediencia que tomaron, una la inspiración y la otra el poder, de la voluntad de Dios, lo que regeneró a la humanidad y produjo la civilización cristiana.

La idea de la igualdad orgullosa que la masonería se esforzó por inculcar en las entrañas de la nación es -según Gustave Bord- la más nefasta y terrible que se pueda imaginar. La sustitución de la idea de jerarquía por la idea de igualdad destruye toda idea social. Conduce a las sociedades a los peores cataclismos.

Y más adelante: 
Las ideas de igualdad social impregnaron sus ideas (las de los masones) hasta tal punto que se manifestaron antes que sus ideas antirreligiosas, que a su vez triunfaron no como único objetivo de la masonería, sino como consecuencia de la aplicación de sus teorías de igualdad hasta el extremo, después de haberlas aplicado a la vida social y política; no solo se impregnaron de ellas, sino que además harán que Francia y toda Europa adopten sus doctrinas, convertidas en la razón de ser de las nuevas sociedades.

Fue el 12 de agosto de 1792 cuando la masonería consideró que el tiempo del misterio había pasado, que el secreto sería inútil a partir de entonces. 
Hasta entonces, los jacobinos no habían fechado los fastos de su Revolución más que por los años de su pretendida libertad. Ese día, Luis XVI, cuarenta y ocho horas después de haber sido declarado por los rebeldes destituido de todos sus derechos al trono, fue llevado cautivo a las torres del Templo. Ese mismo día, el conjunto de los rebeldes decidió que a partir de entonces se añadiría a los actos públicos la fecha de la igualdad a la fecha de la libertad. Ese mismo decreto fue fechado como el cuarto año de la libertad, así como el primer año, primer día de la igualdad” (2).

Ese mismo día, por primera vez, salió a la luz pública ese secreto tan querido por los masones, prescrito en sus logias con toda la fe del juramento más inviolable”. Al leer ese famoso decreto, exclamaron: Por fin, aquí estamos; toda Francia no es más que una logia; todos los franceses son masones y pronto todo el universo será como nosotros. Fui testigo de esas manifestaciones; escuché las preguntas y las respuestas que suscitaron. Vi a los masones hasta entonces más reservados responder a partir de entonces sin la menor vergüenza: Sí, por fin se ha cumplido el gran objetivo de la masonería. Igualdad y libertad: todos los hombres son iguales y hermanos; todos los hombres son libres; ahí estaba la esencia de nuestro código, todo el objetivo de nuestros designios, todo nuestro gran secreto. Escuché especialmente las palabras que salían de la boca de los masones más celosos; de aquellos a quienes había visto condecorados con todas las órdenes de la masonería y investidos con todos los derechos para presidir las logias” (3).


Una curiosidad: los masones tenían estrictamente prohibido presentar a los profanos estas dos palabras yuxtapuestas: Igualdad, Libertad (que es el orden en que aparecían entonces). 
Esta ley, dice Barruel, era tan bien observada por los escritores masónicos, que no recuerdo haberla visto violada nunca en sus libros, a pesar de haber leído un gran número de ellos, incluso los más secretos. El propio Mirabeau, incluso cuando daba la impresión de traicionar el secreto de la masonería, no se atrevía a revelarle más que una parte, libertad aquí, igualdad de condiciones allá. Sabía que aún no había llegado el momento en que sus H∴ pudieran perdonarle por haber despertado, mediante la yuxtaposición de estas dos palabras, la atención sobre el sentido que podían adquirir, aclaradas la una por la otra.

La palabra 
libertad, considerada aislada y en sí misma, no presenta al espíritu algo misterioso y secreto, sino algo conocido y eminentemente bueno. Es incluso el don más preciado que Dios ha concedido a la naturaleza humana, aquel que la sitúa en un reino tan superior al ocupado por los animales: el don de practicar actos que no son obligatorios y que, por lo tanto, conllevan responsabilidad y mérito, y por eso permiten que cada uno de nosotros crezca indefinidamente.

La palabra 
igualdad aplicada al género humano indica que, en la diversidad de condiciones, la comunidad de origen y de fin último otorga a todas las personas que la componen la misma dignidad.

La masonería tampoco veía ningún inconveniente, ni mucho menos, en presentarse ante unos como glorificadora de la libertad y ante otros como glorificadora de la igualdad. Lo que no quería fuera de sus logias, lo que, por el contrario, quería dentro de ellas, era que esas palabras se presentaran juntas y unidas. La inteligencia de lo que había pretendido poner en la reunión de estas palabras, eso era lo que quería que captaran sus adeptos y se ocultara a los legos. Ahí estaba su misterio. Y ese misterio, aún hoy, es importante no manifestarlo a la luz del día, porque la masonería no ha dejado de mistificar al público con estas palabras, que ella y los suyos toman en un sentido y las personas de bien en otro.

Señalemos, en primer lugar, el tipo de igualdad que la masonería exaltaba en sus logias. Todos los masones, fueran príncipes o no, eran 
hermanos. La igualdad que establecía entre ellos indicaba que lo que se había impuesto como misión establecer en el mundo no era la igualdad que tenemos según nuestro origen común y nuestro destino común, sino la igualdad social, que debe abolir toda jerarquía y, por consiguiente, toda autoridad, para hacer reinar la anarquía. La palabra libertad unida a la palabra igualdad acentuaba al máximo este significado. Esto significaría que la igualdad solo se encontraría en la libertad, es decir, en la independencia de todos respecto a todos, tras la ruptura de todos los lazos que unen a los hombres entre sí. Así, nada más de maestros, ni de magistrados, nada más de padres, ni de soberanos y, en consecuencia, nada de subordinados a ningún título: todos iguales bajo el nivel masónico, todos libres, con la libertad de los animales, pudiendo seguir sus instintos.


Eso era lo que la masonería quería conseguir desde el principio, ahí es donde quería llevar al género humano; pero era un secreto que debía guardarse. Difundamos entre el pueblo las palabras libertad e igualdad, pero guardemos para nosotros su significado último.

Voltaire ya había declarado su deseo de liberar la razón oprimida por el dogma y restablecer entre los hombres la igualdad que el sacerdocio, armado con la Revelación, había roto. 
No hay nada tan pobre y miserable -decía Voltaire- como un hombre que recurre a otro hombre para saber en qué debe creer (4). Con sus deseos invocaba aquellos días en que el sol solo iluminará a los hombres libres, que no reconocerán otros maestros más que su razón (5).

A esa primera igualdad en la incredulidad, la alta masonería consideró necesario añadir otra, la igualdad social. Era necesario, por lo tanto, deshacerse de los reyes, así como de los sacerdotes, derribar los tronos, así como los altares, y ante todo aquel que dominaba a todos los demás, el trono de los Borbones. Lilia pedibus destrue (6), fue la consigna que se extendió de logia en logia y, desde allí, entre el pueblo.

En las tiendas se oía decir que no hay libertad ni igualdad para un pueblo que no es soberano, que no puede hacer sus leyes, que no puede ni derogarlas ni cambiarlas.

Para el pueblo no hay necesidad de largas explicaciones. Basta con hacerle escuchar estas palabras: libertad, igualdad. Él comprende, y pronto se mostrará listo para los combates que los objetos de sus más ardientes deseos deberían proporcionarle. Así, en un instante, armado con lanzas, bayonetas y antorchas, se lanzó a la conquista de la libertad y la igualdad. Supo dónde encontrar los castillos que había que quemar y las cabezas que había que cortar para no ver nada más por encima de sí mismo y tener libertad de acción en todo y por todo.

No se insulta a la masonería cuando se afirma que el secreto que ocultaba bajo esas palabras, libertad e igualdad, era la Revolución con todos sus horrores.

Sin embargo, debido a su importancia y claridad, citemos lo que dice John Robison, profesor de filosofía natural y secretario de la Academia de Edimburgo. Se convirtió en masón en la segunda mitad del siglo XVIII y pronto obtuvo el grado de Maestro Escocés. Con este título visitó las logias de Francia, Bélgica, Alemania y Rusia. Adquirió tal prestigio entre los masones que estos le ofrecieron los grados más elevados. Fue entonces, en 1797, cuando publicó el resultado de sus estudios en un libro titulado Preuves des conspirations contre toutes les religions et tous les gouvernements de l'Europe, ourdies dans les assemblées secrètes des illuminés et des francs-maçons

Tuve -dijo- la oportunidad de seguir todos los intentos realizados durante cincuenta años, con el pretexto engañoso de iluminar el mundo con la llama de la filosofía y disipar las nubes que la superstición religiosa y civil utilizan para mantener al pueblo de Europa en las tinieblas de la esclavitud. Siempre las mismas palabras para expresar las mismas intenciones: acabar con la civilización cristiana para sustituirla por una civilización basada únicamente en la razón y que debe satisfacer aquí abajo todas las concupiscencias de la naturaleza.


Vi -continúa John Robison- formarse una asociación cuyo único objetivo era destruir, hasta sus cimientos, todas las instituciones religiosas y derrocar todos los gobiernos existentes en Europa. Vi cómo esta asociación difundía sus sistemas con un celo tan entusiasta que se volvió casi irresistible; y me di cuenta de que los personajes que tuvieron mayor participación en la Revolución Francesa eran miembros de esta asociación, que sus planes se concibieron según sus principios y se ejecutaron con su ayuda.

Un personaje aún más autorizado, el conde Haugwitz, ministro de Prusia, acompañó a su soberano al congreso de Verona y, en esa augusta asamblea, leyó un memorial que podría haber titulado: 
Mi confesión. En ese memorial afirma que no solo fue francmasón, sino que se encargó de la dirección superior de las reuniones masónicas de una parte de Prusia, Polonia y Rusia. La masonería -dice- estaba entonces dividida en dos partes en sus trabajos secretos: lo que otro masón llama parte pacífica, encargada de la propagación de las ideas, y parte guerrera, encargada de hacer las revolucionesLas dos partes se daban la mano para llegar a la dominación del mundo... Ejercer una influencia dominante sobre los soberanos: tal era nuestro objetivo (7). Esta voluntad de llegar a la dominación del mundo es propia de los judíos; en esto, los masones no son más que instrumentos suyos; explica casi todos los acontecimientos de los dos últimos siglos, y sobre todo, los del momento actual.

La Revolución es obra de la masonería; o mejor dicho, como afirma Henri Martin, 
la masonería fue el laboratorio de la Revolución (8). Además, ella misma no omite reivindicar el honor de haber traído la Revolución al mundo.

En la Cámara de Diputados, en la sesión del 1 de julio de 1904, el marqués de Rosanbo dijo: 
La masonería trabajó en silencio, pero de manera constante, para preparar la Revolución.

JUMEL: “Eso es, efectivamente, de lo que nos enorgullecemos”.

Alexandre ZÉVAÈS: “Es el mayor elogio que podría hacernos”.

Henri MICHEL (Bouches-du-Rhône): “Es la razón por la que usted y sus amigos la detestan (9).

Rosanbo replicó: 
Estamos, pues, perfectamente de acuerdo en este punto: que la masonería fue la única autora de la Revolución, y los aplausos que recibe de la izquierda, a los que no estoy muy acostumbrado, demuestran, señores, que reconocéis conmigo que ella hizo la Revolución francesa”.

JUMEL: “Hacemos más que reconocerlo. Lo proclamamos
.

En un informe leído en la sesión plenaria de las respetables logias Paz y Unión y Libre Conciencia, en Oriente de Nantes, el lunes 23 de abril de 1883, leemos:

Fue entre 1772 y 1789 cuando la masonería preparó la gran revolución que cambiaría el mundo...”

Fue entonces cuando los masones difundieron las ideas que habían recibido en sus logias...” (Informe, p. 8).

En la circular que el Gran Consejo de la Orden Masónica envió a todas las logias para preparar el centenario de 1789, encontramos la misma afirmación seguida de una amenaza: 
La masonería, que preparó la Revolución de 1789, tiene el deber de continuar su obra; el estado actual de ánimo la compromete a ello.

Postal: Masonería y Voltaire

Mucho antes, en 1776, Voltaire había escrito al conde d'Argental: 
Por todas partes se anuncia una Revolución.

Él sabía lo que él y sus amigos de las tiendas preparaban para la Iglesia y la sociedad; el convencional Guffroy lo describió así: 
Ni la historia de los pueblos bárbaros, ni la espantosa historia de los tiranos, ofrecerán jamás la imagen de una conspiración más espantosa ni mejor combinada contra la humanidad y la virtud.

Ya en ese mismo año de 1776, la Comisión Central del Gran Oriente había elegido, entre los masones, a hombres encargados de recorrer las provincias y visitar las logias en toda Francia, para advertirles que se mantuvieran preparados para ofrecer su colaboración en lo que se iba a cumplir (10).

Copin-Albancelli hizo una observación muy acertada: 
Para llegar a convertirse en la dueña del destino de Francia, la masonería necesitó setenta años de preparación.

¿Por qué tanto tiempo? Esto está relacionado con el método que se vio obligada a emplear.

Cuando la masonería apareció en Francia, procedente de Inglaterra, bajo la Regencia, era totalmente impotente. Sin embargo, su objetivo era destruir desde el principio las tradiciones francesas, es decir, los elementos que componían lo que se llamaba Francia. ¡Hacer de Francia otra Francia! ¿Cómo alcanzar ese objetivo, tan descabellado como intentar convertir a un hombre en un antirhombre, a la Humanidad en una antihumanidad?

El poder oculto masónico, al no poder actuar por la fuerza, ya que en su origen no poseía la fuerza, se vio reducido a actuar por persuasión, por sugestión. Pero no es fácil sugerir a una nación que debe destruir sus tradiciones, es decir, destruirse a sí misma. No se puede esperar tal resultado sino procediendo por sugerencias sucesivas, dirigidas con extrema habilidad y prodigiosa hipocresía; una hipocresía cuya medida viene dada por el hecho de que el lema libertad, igualdad y fraternidad, que no dejaron de presentar, como si se tratara de seducir a la nación, como una carta de emancipación y felicidad universal, manifestó su veneno cuando llegó a dominar esta nación, mediante el terror y la guillotina.

Para que se aceptara toda la serie de sugerencias por las que era necesario pasar, para crear los estados de ánimo intermedios indispensables para obtener el resultado deseado, se comprende que haya sido necesario mucho tiempo.

El pulpo es la masonería

Echando la vista sobre lo que ocurre hoy en día, Copin-Albancelli añade: 
La masonería preparó, pues, su primer reino durante unos setenta años. Ahora bien, ese reino no duró más que unos pocos años. Sofocada por la sangre del Terror y el fango del Directorio, la masonería se encontró tan débil como en sus inicios.

Se vio obligada a reanudar su trabajo clandestino, a preparar de nuevo los estados de ánimo en los que algún día podría apoyarse para escalar, por segunda vez, el poder que se vio obligada a abandonar. No serán necesarios menos de ochenta años.

Setenta años de esfuerzos pacientes y miserablemente hipócritas la primera vez; ochenta años la segunda. Es comprensible que, instruida por sus primeras experiencias, ahora no pueda decidirse a soltar el hueso.

No quiere, pues, abandonar el poder y podemos estar seguros de que hará lo imposible por permanecer en él y terminar finalmente la obra de ruina para la que, desde hace dos siglos, ha empleado tanta astucia y tanta violencia.

Continúa...


Notas:

1) T. II, p. 278 y siguientes. Edit. princeps.

2) Cabe señalar que las dos palabras que componen el nombre que se han atribuido los masones indican, la primera, lo que son, o al menos lo que quieren ser, y toda la humanidad con ellos, es decir, libres o francos, en el sentido determinado de independencia; y la segunda, lo que quieren hacer: maçonner, construir el TEMPLO. Más adelante diremos lo que ese templo quiere ser.

Solo más tarde la palabra fraternidad completó la trilogía. Sirvió de máscara para la sociedad, con el fin de hacerla parecer una institución benéfica.

Observamos que la fórmula sagrada de los misterios masónicos era tan preciada para Voltaire que Franklin, habiendo tenido la bajeza de presentarle a sus hijos para que los bendijera, él pronunció sobre ellos solo estas palabras: Igualdad, Libertad. (Condorcet, Vie de Voltaire).

3) Existe -dice Barruel- un libro impreso hace cincuenta años (por lo tanto, alrededor de 1850), bajo el título: De l'origine des francs-maçons et de leur doctrine. Esta obra me habría sido muy útil si la hubiera conocido antes. Que no me acusen de haber sido el primero en descubrir que una igualdad y una libertad impías y desintegradoras constituían el gran secreto entre bastidores de las logias. El autor lo afirmaba tan positivamente como yo y lo demostraba claramente, siguiendo paso a paso los grados de la masonería escocesa, tal y como existían entonces.

4) Carta al duque de Usez, 19 de noviembre de 1760.

5) Condorcet. Esquisse d'un tableau historique du progrès de l'esprit humain (Época 9).

6) Destruye los lirios (las flores de lis) bajo tus pies (N. del T.).

7) El escrito de este estadista se publicó por primera vez en Berlín, en 1840, en la obra titulada: Dorrow's Dnkscrifften und Briefen zur charackteristick der Wett und litteratur (T. IV, p. 211 y 221).

8) Histoire de France, t. XVI, p. 535.

9) Journal Officiel, 2 de julio de 1799.

10) He aquí, a modo de ejemplo, lo que, según el testimonio de Barruel, se intentó en Flandes:

Desde el año 1776, la comisión central de Oriente encargó a sus diputados que predisponían a los hermanos a la insurrección, que recorrieran y visitaran las logias en toda Francia, que las apresuraran, que las incitaran en virtud del juramento masónico y que les anunciaran que había llegado el momento de cumplir ese juramento con la muerte de los tiranos.

Entre los grandes adeptos que tenían como misión las provincias del norte, se encontraba un oficial de infantería llamado Sinetty. Sus marchas revolucionarias lo llevaron a Lille. El regimiento de Sarre estaba entonces prestando servicio en esa ciudad. A los conspiradores les importaba sobre todo asegurarse el apoyo de los hermanos con los que contaban entre los militares; la misión de Sinetty tuvo el éxito del que se jactaba, pero la forma en que la llevó a cabo basta para nuestro propósito. Para contarla, me limitaré a repetir aquí la exposición que quiso hacerme un testigo ocular, entonces oficial de ese regimiento del Sarre, elegido por Sinetty para escuchar el objetivo de su apostolado, al igual que varios otros del mismo regimiento.

Teníamos -me decía aquel digno militar- nuestra logia masónica; para nosotros, como para la mayoría de los demás regimientos, no era más que una verdadera diversión; las pruebas de los nuevos que llegaban nos servían de entretenimiento; nuestras comidas masónicas hacían encantador nuestro ocio y nos descansaban de los trabajos. Os daréis cuenta de que nuestra libertad e igualdad no eran nada menos que la libertad y la igualdad de los jacobinos. La gran mayoría y casi la totalidad de los oficiales supieron demostrarlo cuando llegó la Revolución.

No pensábamos en nada menos que en esa Revolución, cuando un oficial de infantería llamado Sinetty, famoso masón, se presentó en nuestra tienda. Fue recibido como un hermano. Al principio no manifestó ningún sentimiento contrario al nuestro. Pero pocos días después, él mismo invitó a veinte de nuestros oficiales a una reunión privada. Creemos que simplemente quería devolvernos la fiesta que le habíamos ofrecido.

Aceptando su invitación, nos reunimos en una pequeña granja llamada La Nueva Aventura. Esperábamos una simple comida masónica, cuando de repente tomó la palabra, como un orador que tiene importantes secretos que revelar por parte del Gran Oriente. Le escuchamos. Imaginen nuestra sorpresa cuando de repente adoptó un tono enfático y entusiasta para decirnos que por fin había llegado el momento; que los proyectos tan dignamente concebidos y tan largamente meditados por los verdaderos masones debían cumplirse; que el universo iba a ser liberado por fin de sus ataduras; que los tiranos llamados reyes serían vencidos; que todas las supersticiones religiosas darían paso a la luz; que la libertad y la igualdad sustituirían a la esclavitud en la que gime el universo; que el hombre, por fin, recuperaría sus derechos.

Mientras nuestro orador se dedicaba a estas declamaciones, nos mirábamos unos a otros como diciendo: ¿Quién es este loco? Decidimos escucharlo durante más de una hora, reservándonos el derecho de reírnos libremente entre nosotros. Lo que nos parecía más extravagante era el tono de confianza con el que anunciaba que, a partir de entonces, los reyes o los tiranos se opondrían en vano a los grandes proyectos; que la Revolución era infalible y que estaba cerca; que los tronos y los altares iban a caer.

Sin duda, se dio cuenta de que no éramos masones de su clase y nos dejó para ir a visitar otras logias. Después de divertirnos con lo que tomábamos por el efecto de un cerebro perturbado, cuando ya habíamos olvidado aquella escena, la Revolución vino a enseñarnos lo mucho que nos habíamos equivocado” (BARRUEL, Mémoires, tomo II, p. 446). En Notas sobre algunos puntos de los dos primeros volúmenes, Barruel añade otros testimonios de este hecho que acaba de relatar aquí.

  

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