Por Monseñor Henri Delassus (1910)
CAPÍTULO XIV
LA FRANCMASONERIA EN EL SIGLO XVIII
IV. LOS JACOBINOS
Los avances de la secta bávara, que debía dar el impulso definitivo a la Revolución, se remontan a la convención de Wilhelmsbad.
“Tras los trabajos históricos de los últimos años -dice Monseñor Freppel (1)- ya no se puede ignorar la perfecta identidad de las fórmulas de 1789 con los planes elaborados por la secta de los ilustrados, de la que Weishaupt y Knigge eran promotores, y muy particularmente del congreso general de las logias masónicas reunido en Wilhelmsbad en 1781. No podemos olvidar, además, con qué solicitud acudieron a París para participar más activamente en todos los acontecimientos el suizo Pache, el inglés Payne, el prusiano Clootz, el español Guzmán, Abarat, de Neufchâtel-en-Bray, el estadounidense Fournier, el austriaco Prey, los belgas Proly y Dubuisson, un príncipe de Hesse, polacos, italianos, batavos y tránsfugas de todos los países, cuyos servicios aceptó la Revolución, haciéndolos ricos”.
Los diputados de las logias, tras haber recibido el bautismo de la Ilustración, regresaron a sus países y trabajaron por todas partes en la masonería en el sentido que se les ha indicado: en Austria, Francia, Italia, Bélgica, Holanda, Inglaterra, Polonia. “El contagio es tan rápido que pronto el universo estará lleno de ilustrados”. Su centro era en ese momento Fráncfort, al menos en lo que respecta a la organización de la acción revolucionaria. Veremos lo que allí se decidió contra la dinastía capetingia, cima del orden social europeo. Knigge estableció su sede en esa ciudad. Desde allí extendió sus conspiraciones de Oriente a Occidente y de Norte a Sur, inició en sus misterios y reclutó a esa multitud de cabezas y brazos que la secta necesitaba para las revoluciones que tramaba.
“En lo que respecta a Francia -dice Barruel- la secta tiene planes más profundos”. Según el plan de Weishaupt y Knigge, los franceses debían ser los primeros en actuar, pero los últimos en ser instruidos. Se contaba con su temperamento. “Estábamos seguros de que su energía solo esperaría, para revelarse, a que llegara el momento en que toda Europa estuviera en revolución, para entonces derribar los altares y los tronos en su país”.
Sin embargo, ya había algunos adeptos desde 1782, los diputados de las logias que habían sido admitidos en el secreto, con motivo de la asamblea de Wilhelmsbad. Los dos más conocidos, y que tendrían una acción más funesta, eran Dietrich (2), alcalde de Estrasburgo, y Mirabeau.
Este, encargado de una misión en Prusia por los ministros de Luis XVI, se vinculó estrechamente a Weishaupt y se inició en Brunswick en la secta de los ilustrados, a pesar de que ya pertenecía desde hacía mucho tiempo a otras sociedades secretas. De regreso a Francia, iluminó a Tayllerand y a otros colegas de la logia “Los Amigos Reunidos” (3).
También introdujo los nuevos misterios en la logia llamada “Filaletes”. Los jefes de la conspiración se ocupaban entonces principalmente de Alemania. Mirabeau les afirmó que en Francia el terreno había sido admirablemente preparado por Voltaire y los enciclopedistas y que podían ponerse manos a la obra con toda seguridad. Entonces le dieron esa misión a Bode, consejero íntimo en Weimar, a quien apodaban Aurelius, y a ese otro discípulo de Knigge, llamado “Bayard” en la secta, cuyo verdadero nombre era barón de Busche, y que era un hannoveriano al servicio de Holanda.
“La igualdad y la libertad -decía él- son los derechos esenciales que el hombre, en su perfección original y primitiva, recibe de la naturaleza. La primera agresión a esa igualdad fue perpetrada por la propiedad; la primera agresión a la libertad fue perpetrada por las sociedades políticas y los gobiernos; los únicos pilares de la propiedad y los gobiernos son las leyes religiosas y civiles. Así, para restablecer al hombre en sus derechos primitivos de igualdad y libertad, es necesario comenzar por la destrucción de toda religión, toda sociedad civil y terminar con la abolición de toda propiedad” (4).
Las circunstancias, en efecto, no podían ser más favorables para su propaganda. Como dice Barruel, “los discípulos de Voltaire y Jean-Jacques habían preparado en las logias el reino de esa igualdad y esa libertad cuyos últimos misterios se transformaban, según lo que se sabe de Weishaupt, en los de la impiedad y la más absoluta anarquía”.
En esos mismos discursos, Weishaupt trazaba a los iniciados esta línea de conducta para llegar a la liquidación de la propiedad, de la sociedad civil y de la religión, objetivo de su institución.
“El gran arte de hacer infalible cualquier revolución es el de esclarecer a los pueblos. Esclarecerlos es, insensiblemente, conducir a la opinión pública hacia el deseo de los cambios que constituyen el objeto de la revolución meditada.
Cuando el objeto de ese deseo no puede salir a la luz sin exponer a quien lo concibió a la venganza pública, es en la intimidad de las sociedades secretas donde hay que saber propagar la opinión.
Cuando el objeto de ese deseo es una Revolución universal, todos los miembros de esas sociedades que tienden al mismo objetivo, apoyándose unos a otros, deben procurar dominar invisiblemente y sin apariencia de medios violentos, no solo a la parte más eminente o más distinguida de un solo pueblo, sino a los hombres de toda condición, de toda nación, de toda religión. Soplar por todas partes un mismo espíritu, en el mayor silencio y con toda la actividad posible, dirigir a todos los hombres dispersos por la superficie de la tierra hacia el mismo objetivo.
He aquí sobre qué se establece el dominio de las sociedades secretas, aquello a lo que debe conducir el imperio de la Ilustración.
Un imperio cuya fuerza, una vez establecida por la unión y la multitud de adeptos, suceda al imperio invisible; atad las manos de todos los que se resisten, someted, sofocad la maldad en su embrión, es decir, todo lo que queda de los hombres a los que no podéis convencer” (5).
Así instruidas por los delegados de la Ilustración, las logias, al menos las logias de retaguardia, se pusieron manos a la obra y comenzaron por organizarse más sólidamente.
Un “Informe leído en la sesión plenaria de las Respetables Logias Paz y Unión y Libre Conciencia, en Oriente de Nantes, el lunes 23 de abril de 1883”, fue impreso en forma de folleto con el título “Du Rôle de la Franc-Maçonnerie au XVIIIe siècle”.
La logia Paz y Unión y Libre Conciencia, fotografía del año 1919
“Alcanzó todo su desarrollo (continúa el informe), aunque en 1789 contaba con menos de 700 logias en Francia y sus colonias, sin contar un gran número de capítulos y areópagos. Fue entre 1772 y 1789 cuando preparó la gran Revolución que cambiaría la faz del mundo...
Fue entonces cuando los masones difundieron las ideas que habían absorbido en las logias...
¡Qué hombres salieron de aquellas tiendas en las que bullía el pensamiento humano! Sieyès (H∴ n. 22), los dos Lameth, Lafayette (H∴ La Candura), Bailly, Brissot, Camille Desmoulins, Condorcet, Danton (H∴ Las Dos Hermanas)... Hebert, Robespierre y tantos otros!...” (Informe, p. 8).
El Gran Oriente ha sido desde entonces lo que hoy es el gran Parlamento masónico de todas las logias del reino, que envían a él a sus diputados. El catálogo de su correspondencia, en el año 1787, nos muestra que no menos de 282 ciudades tenían alguna de las logias regulares bajo su dirección. Solo en París se contaban desde entonces 81; había 16 en Lyon, 7 en Burdeos, 5 en Nantes, 6 en Marsella, 10 en Montpellier, 10 en Toulouse, y en casi todas las ciudades un número proporcional a la población (6).
Las logias de Saboya, Suiza, Bélgica, Prusia, Rusia y España recibían del mismo centro las instrucciones necesarias para su cooperación. En ese mismo año de 1787, según Deschamps, basándose en fuentes históricas fidedignas, había 703 logias en Francia, 627 en Alemania, 525 en Inglaterra, 284 en Escocia, 227 en Irlanda, 192 en Dinamarca, 79 en Holanda, 72 en Suiza, 69 en Suecia, 145 en Rusia, 9 en Turquía, 85 en América del Norte y 120 en las posesiones de ultramar de los Estados europeos.
Las palabras de Louis Blanc son muy ciertas: “En vísperas de la Revolución Francesa, la masonería parecía haber adquirido un enorme desarrollo; extendida por toda Europa, presentaba en todas partes la imagen de una sociedad fundada sobre principios contrarios a los de la sociedad civil”.
Bajo el Gran Oriente, la Logia de los Amigos Reunidos se encargaba de la correspondencia exterior. Su Venerable era Savalette de Lange, encargado de la custodia del tesoro real, honrado, por lo tanto, con toda la confianza del soberano, lo que no le impedía ser el hombre de todas las logias, de todos los misterios y de todas las conspiraciones. Había convertido su logia en el lugar de placeres de la aristocracia. Mientras los conciertos y bailes retenían allí a los H∴ y las H∴ de alta cuna, él se retiraba a un santuario en el que solo se admitía después de jurar odio a todo culto y a todo rey. Allí se guardaban los archivos de la correspondencia secreta, allí se celebraban las reuniones misteriosas.
Para que la masonería pasara de la propaganda doctrinal y la influencia moral a la acción política, era necesario un trabajo de organización y concentración de todas las obediencias. Esto se llevó a cabo, y el duque de Chartres, más tarde Philippe-Égalité, fue el principal agente. Este príncipe fue designado para ser el jefe de los conspiradores y servirles de salvaguarda. “Tenía que ser poderoso -dice Barruel, para apoyar todas las atrocidades que debían cometer; tenía que ser atroz, para que no le horrorizara el número de víctimas que esas atrocidades causarían. No tenía que tener el genio de Cromwell, sino todos sus vicios. Debía querer reinar. Pero, al igual que el demonio, que quiere al menos ruinas si no puede ser exaltado, Felipe había jurado sentarse en el trono, por el hecho de encontrarse aplastado por su caída” (7). Luis XVI había sido advertido, pero permaneció en una seguridad cuya ilusión solo reconoció cuando regresó de Varennes. “¡Por qué no creí hace once años! Todo lo que hoy veo me lo habían anunciado” (8).
Felipe ya era Gran Maestre del cuerpo escocés, el más importante de la época, cuando, en 1772, se unió a esa Gran Logia del Gran Oriente. Sus conspiradores le trajeron entonces la Logia Madre inglesa de Francia. Dos años después, el Gran Oriente afilió regularmente a las logias de adopción y las hizo pasar así a la misma dirección. Al año siguiente, el Gran Capítulo General de Francia se unió también al Gran Oriente. Finalmente, en 1781, se firmó un tratado solemne entre el Gran Oriente y la Logia Madre del rito escocés.
Una vez reunidos, se prepararon para la acción. Al término de la convención de Wilhelmsbad, Knigge había fundado en Fráncfort el grupo de los “Eclécticos”. Este grupo aún no tenía cuatro años de existencia cuando se consideró lo suficientemente numeroso y lo suficientemente extendido en el extranjero como para poder convocar una asamblea general de la “Gran Logia Eclecticista”. En ella se decidió el asesinato de Luis XVI y del rey de Suecia (9). El hecho es hoy indiscutible: abundan los testimonios. Primero, el de Mirabeau, quien, en la apertura de los Estados Generales, dijo, señalando al rey: “He aquí la víctima”; luego, el del conde de Haugwitz, ministro de Prusia, en el congreso de Verona, al que acompañó a su soberano en 1822. En esa ocasión leyó un memorial que podría titularse “Mi confesión”. Dijo que no solo había sido masón, sino que se había encargado de la dirección superior de las reuniones masónicas en varios países. “Fue en 1777 cuando me encargué de la dirección de las logias de Prusia, Polonia y Rusia.
“En esta actividad adquirí la firme convicción de que todo lo que le sucedió a Francia a partir de 1788, la Revolución Francesa, en definitiva, incluido el asesinato del rey y todos sus horrores, no solo se decidió en aquella época, sino que todo se preparó a través de reuniones, instrucciones, juramentos y señales que no dejan lugar a dudas sobre la inteligencia que lo preparó y lo condujo todo”. “Los que conocen mi corazón y mi inteligencia imaginan la impresión que estos descubrimientos produjeron en mí” (10).
En 1875, el Cardenal Mathieu, arzobispo de Besançon, escribió a uno de sus amigos una carta que fue comunicada a Léon Pagès y publicada por este.
En ella se lee: “En 1784 se celebró en Fráncfort una asamblea de masones, a la que fueron convocadas dos personas respetables de Besançon, Raymond, inspector de Correos, y Marie de Bouleguey, presidente del Parlamento. En esa reunión se decidió la muerte del rey de Suecia y de Luis XVI... El último superviviente (de los dos) se lo contó a Bourgon (presidente honorario del Ayuntamiento en la Corte), que dejó entre nosotros una gran reputación de probidad, rectitud y firmeza. Lo conocí bien y durante mucho tiempo, ya que llevo cuarenta y dos años en Besançon y él falleció recientemente. Nos contó el hecho en numerosas ocasiones a mí y a otros”.
Besson, entonces vicario general del Cardenal Mathieu y más tarde obispo de Nîmes, completó esta revelación en los siguientes términos: “Puedo confirmar la carta del Cardenal con detalles que no carecen de interés y que me fueron relatados en numerosas ocasiones en Besançon, no solo por el presidente Bourgon, sino también por Weiss, bibliotecario de la ciudad, miembro del Instituto y principal autor de la Biografía universal, publicada bajo el nombre de Michaud. Bourgon y Weiss eran hombres buenos en el pleno sentido de la palabra... Raymond vivió hasta 1839. Fue él quien les reveló el secreto de las logias sobre la condena de Luis XVI, a una edad en la que ya solo se debe al mundo la verdad. Weiss y el presidente Bourgon citaban también a este respecto las afirmaciones del barón Jean Debry, prefecto de Doubs. Francomasón, convencional y regicida, este personaje, que los acontecimientos sacaron a la luz, desempeñó en Besançon un papel honorable durante los doce años que pasó allí, de 1801 a 1814”.
Pero aquí está lo que acabará por convencer. En los primeros días de marzo de 1898, el reverendo padre Abel, jesuita de gran renombre en Austria, en una de sus conferencias para hombres que habían acudido a Viena con motivo de la Cuaresma, dijo: “En 1784 se celebró en Fráncfort una reunión extraordinaria de la Gran Logia Eclecticista. Uno de los miembros sometió a votación la muerte de Luis XVI, rey de Francia, y de Gustavo, rey de Suecia. Ese hombre se llamaba Abel. Era mi abuelo”. Como un periódico judío, La Nouvelle Presse Libre, reprendió al orador por haber menospreciado así a su familia, el padre Abel, en la siguiente conferencia, dijo: “Mi padre, al morir, me ordenó, como última voluntad, que me dedicara a reparar el mal que él y nuestros parientes habían cometido. Si no tuviera que cumplir esta prescripción del testamento de mi padre, fechado el 31 de julio de 1870, no hablaría como lo hago” (11).
Gustave Bord creía que la muerte del rey solo se había decidido después de Varennes. Sin duda, ignorando esta declaración del padre Abel, que se publicó en los periódicos austriacos en el momento en que se hizo, es decir, en la fecha indicada anteriormente.
Augustin Cochin y Charles Charpentier, en un estudio publicado los días 1 y 16 de noviembre de 1904 en la revista Action Française, mostraron cómo se llevó a cabo la campaña electoral de 1789 en Borgoña. A partir de este estudio, y de otros similares, llegaron a la conclusión, corroborada por todas sus investigaciones, de que, en el estado de disolución en el que habían caído todos los antiguos cuerpos independientes, provincias, órdenes o corporaciones, era fácil para un partido organizado apoderarse de la opinión y dirigirla sin deber nada al número de sus afiliados ni al talento de sus jefes. Demuestran, mediante documentos de archivo, la existencia y la acción de esta organización (12).
Besson, entonces vicario general del Cardenal Mathieu y más tarde obispo de Nîmes, completó esta revelación en los siguientes términos: “Puedo confirmar la carta del Cardenal con detalles que no carecen de interés y que me fueron relatados en numerosas ocasiones en Besançon, no solo por el presidente Bourgon, sino también por Weiss, bibliotecario de la ciudad, miembro del Instituto y principal autor de la Biografía universal, publicada bajo el nombre de Michaud. Bourgon y Weiss eran hombres buenos en el pleno sentido de la palabra... Raymond vivió hasta 1839. Fue él quien les reveló el secreto de las logias sobre la condena de Luis XVI, a una edad en la que ya solo se debe al mundo la verdad. Weiss y el presidente Bourgon citaban también a este respecto las afirmaciones del barón Jean Debry, prefecto de Doubs. Francomasón, convencional y regicida, este personaje, que los acontecimientos sacaron a la luz, desempeñó en Besançon un papel honorable durante los doce años que pasó allí, de 1801 a 1814”.
Pero aquí está lo que acabará por convencer. En los primeros días de marzo de 1898, el reverendo padre Abel, jesuita de gran renombre en Austria, en una de sus conferencias para hombres que habían acudido a Viena con motivo de la Cuaresma, dijo: “En 1784 se celebró en Fráncfort una reunión extraordinaria de la Gran Logia Eclecticista. Uno de los miembros sometió a votación la muerte de Luis XVI, rey de Francia, y de Gustavo, rey de Suecia. Ese hombre se llamaba Abel. Era mi abuelo”. Como un periódico judío, La Nouvelle Presse Libre, reprendió al orador por haber menospreciado así a su familia, el padre Abel, en la siguiente conferencia, dijo: “Mi padre, al morir, me ordenó, como última voluntad, que me dedicara a reparar el mal que él y nuestros parientes habían cometido. Si no tuviera que cumplir esta prescripción del testamento de mi padre, fechado el 31 de julio de 1870, no hablaría como lo hago” (11).
Gustave Bord creía que la muerte del rey solo se había decidido después de Varennes. Sin duda, ignorando esta declaración del padre Abel, que se publicó en los periódicos austriacos en el momento en que se hizo, es decir, en la fecha indicada anteriormente.
Una vez decidida la muerte del rey, era necesario encontrar los medios para llevarla a cabo y, para ello, reunir una asamblea compuesta por hombres capaces de cometer tal perversidad.
Al estudiarlos detenidamente, recopilando nombres y fechas, permiten “encadenar” a los masones, encontrar sus pistas en una serie de pasos que, tomados por separado, no tienen ningún significado, pero que, vistos en conjunto, revelan un ingenioso sistema y una misteriosa alianza. Cuando se comparan los resultados de este trabajo en dos provincias diferentes y distantes entre sí, la impresión es sorprendente.
El poeta André Chénier, vinculado con el origen de la Revolución Francesa
André Chénier, que había sido un entusiasta seguidor de las ideas que produjo la Revolución y que lo llevaron a él mismo al cadalso, lo percibió bien cuando dijo: “Estas sociedades, todas unidas, forman una especie de corriente eléctrica alrededor de Francia. Al mismo tiempo, en todos los rincones del imperio, actúan juntas, lanzan los mismos gritos, imprimen los mismos movimientos”.
A medida que se acerca la apertura de los Estados Generales, las sociedades secretas redoblan sus esfuerzos para desacreditar a la familia real y desestabilizar al gobierno. Gracias a sus adeptos repartidos por todas partes, se transmitían consignas, circulaban leyendas, se propagaba la agitación, surgían problemas: todo se hacía sin que aparezca ninguna organización. Era un movimiento, era una revolución que parecía espontánea. Sin embargo, los adeptos colocados en la Corte adormecían la desconfianza real, unos sabiendo lo que hacían, otros sin darse cuenta, como la princesa de Lamballe junto a la Reina.
Luego surgió el “caso del collar”. Hoy sabemos, gracias al caso Dreyfus, lo que es un “caso” a través de quién lo muestra y lo que produce. Hubo varios en aquella época: el caso de los jesuitas, el caso Calas, el caso La Chalotais y, sobre todos, el caso del collar de la reina, montado por el judío Cagliostro. Los filósofos y los masones, después de haberlos lanzado, publicaron panfletos para avivar los celos de clase y despertar las pasiones religiosas. Al mismo tiempo, Turgot y Necker eran impuestos al rey, las asambleas provinciales y el Parlamento obedecían a comités ocultos.
El movimiento preparatorio de la Revolución se extendía más allá.
“Delatores inalcanzables -dice Louis Blanc- hacían circular de un lugar a otro, como por un cable eléctrico, los secretos sustraídos a las cortes, a los colegios, a las cancillerías, a los tribunales, a los consistorios. Se veía aparecer en las ciudades a ciertos viajeros desconocidos, cuya presencia, finalidad y fortuna eran otros tantos problemas”. Muestra a Cagliostro desempeñando el papel de viajante de la masonería en Francia e Italia, Polonia y Rusia.
El judío alquimista, estafador y ocultista Cagliosto
En 1787 se produjo un nuevo cambio en la masonería francesa: se introdujo un nuevo grado en las logias. Los H∴ de París se apresuraron a comunicarlo a los H∴ de las provincias. “Tengo ante mis ojos -dijo Barruel- las memorias de un H∴ que recibió el código de este nuevo grado en una logia situada a más de ochenta leguas de París”.
Las resoluciones tomadas en el Gran Oriente se enviaban a todas las provincias, a la atención de los Venerables de cada logia. Las instrucciones iban acompañadas de una carta redactada en estos términos:
“Tan pronto como recibáis el paquete adjunto, acusaréis recibo del mismo. Añadiréis el juramento de ejecutar fiel y puntualmente todas las órdenes que os lleguen de la misma manera, sin molestaros en saber de quién proceden ni cómo llegan a vosotros. Si rechazáis este juramento o lo incumplís, se considerará que habéis violado lo que hicisteis al ingresar en la orden de los H∴. Recordad la Acqua Toffana; recordad las dagas que esperan a los traidores” (13).
El club regulador podía contar con al menos quinientos mil masones, llenos de fervor por la Revolución, repartidos por toda Francia, todos dispuestos a levantarse a la primera señal de insurrección y capaces de arrastrar tras de sí, por la violencia del primer impulso, a la mayor parte del pueblo.
Entonces se vio lo que hoy vemos repetirse: la masonería necesitaba, para la ejecución de sus designios, un número prodigioso de brazos; y por eso, ella, que hasta entonces no admitía en su seno más que a hombres que gozaran de cierta posición, pasó a llamar a la escoria del pueblo. Incluso en los pueblos, los campesinos empezaron a oír hablar de igualdad y libertad y a indignarse por los “derechos del hombre”. Para estas personas, las palabras libertad e igualdad no necesitaban ser comprendidas en las iniciaciones entre bastidores de las logias de retaguardia, y era fácil para los jefes de estas imprimir, solo a través de estas palabras, todos los movimientos revolucionarios que se querían producir.
Al mismo tiempo, el duque de Orleans convocó a las logias e hizo entrar en la secta a los guardias franceses.
No se hace nada sin dinero, y las revoluciones menos que todo lo demás.
La comisión directiva, presidida por Sieyès y compuesta, entre otros, por Condorcet, Barnave, Mirabeau, Pétion, Robespierre y Grégoire, no dejó de recaudar y acumular fondos para la gran empresa.
Doudat, en un libro publicado en 1797, dice: “Fue a través de los masones que se estableció una correspondencia general y se obtuvieron los recursos necesarios para el partido (de la Revolución). Estos recursos, bajo el nombre de 'contribuciones masónicas', se recaudaron en toda Europa y sirvieron, sin que todos los Hermanos lo previeran, para alimentar la Revolución de Francia. Con estos fondos, el partido mantenía emisarios de un extremo al otro del reino y, en París, residentes; colocaba candidatos en las corporaciones de artes y oficios, pagaba el sueldo de los agentes y espías, y ablandaba a ministros protestantes y asesinos. Era en Nîmes donde se encontraba el tesoro, era allí donde convergían todos los canales que, correspondientes a los diversos refugios de los calvinistas, llevaban y distribuían las contribuciones y, de un solo golpe, ponían en marcha todas sus máquinas. Ese dinero sirvió para pagar el sueldo de los emisarios en toda Francia para dirigir las asambleas de los bailadios (*). Sirvió para armar al pueblo” (Les Véritables Auteurs de la Révolution de France, p. 451- 456).
(Los Verdaderos Autores de la Revolución de Francia)
Mirabeau, en su libro La Monarchie Prussienne (14), publicado antes de los acontecimientos de los que él mismo fue uno de los grandes protagonistas, se expresa así: “La masonería en general, y sobre todo la rama de los templarios, producía anualmente sumas INMENSAS a través de las cuotas de admisión y las contribuciones de todo tipo: una parte se empleaba en los gastos de la orden, pero otra MUY CONSIDERABLE se destinaba a una caja general, cuyo uso nadie, excepto los primeros entre los hermanos, conocía”.
La misma información nos la proporcionan los documentos secretos encontrados en la residencia del Cardenal de Bernis. Deschamps cita uno de esos documentos pertenecientes al club de propaganda anexo a la comisión directiva de los “Filaletas”, cuya misión no solo era cooperar con la Revolución Francesa, sino también trabajar para introducirla entre los demás pueblos de Europa. Se desprende de estos documentos que el 23 de marzo de 1790 había en caja 1.500.000 francos, de los cuales el duque de Orleans había aportado 400.000; la diferencia había sido aportada por otros miembros con motivo de sus respectivas admisiones. Otros clubes o logias tenían otros recursos. La caja general de la masonería contaba, en 1790, con veinte millones de libras en moneda corriente; según los cálculos realizados, debería haber allí diez millones o más antes de finales de 1791. Cuando Cagliostro fue arrestado en Roma por la policía pontificia, en septiembre de 1789, aseguró que la masonería tenía una gran cantidad de dinero distribuido por los bancos de Ámsterdam, Róterdam, Londres, Ginebra y Venecia, y que él, Cagliostro, había recibido seiscientos luises en efectivo la víspera de su partida hacia Fráncfort (15).
Una vez todo preparado, se fijó el día de la insurrección para el 14 de julio de 1789. Los masones, ya en el poder, sabían bien por qué eligieron el 14 de julio en lugar de otras fechas para celebrar la fiesta nacional. “La Tercera República eligió este aniversario -dice Gustave Bord- porque es la representación política de la masonería y porque la toma de la Bastilla, a pesar de todas las leyendas románticas, fue en sí misma el resultado de una vasta conspiración masónica...” (16).
La Bastilla cayó (17). Los correos, que llevaban la noticia a las provincias, regresaban diciendo que por todas partes veían pueblos y ciudades en insurrección. Se quemaban las barreras en París, en la provincia se incendiaban los castillos. Comenzó el temible juego de las antorchas; se llevaban cabezas en puntas de lanzas; el monarca fue sitiado en su palacio, sus guardias fueron sacrificados; él mismo fue llevado cautivo fuera de la capital.
Comenzó entonces el reinado del Terror organizado, con el fin de dejar a la secta toda la libertad para ejecutar sus siniestros proyectos.
Este reinado se inauguró a finales del mes de julio de 1789. En diferentes puntos de Francia -dice Frantz Funck-Brentano (18)- de este a oeste, de norte a sur, se extendió de repente un terror extraño, un terror loco. Los habitantes del campo se refugiaban en las ciudades, cuyas puertas se cerraban rápidamente. Los hombres se reunían armados en las calles; eran, gritaban, los bandidos. En algunos lugares, llegaba un mensajero, con los ojos encendidos, cubierto de polvo, en un caballo blanco espumoso. Los malhechores estaban allí, en la colina, emboscados en los bosques. En dos horas estarían en la ciudad (Franz Funck-Brentano describe aquí lo que ocurrió particularmente en Auvernia, en el Delfinado, en Guyena, etc.). El recuerdo de esta alarma permaneció muy vivo entre las generaciones que lo conocieron. “El gran terror” fue el nombre que se le dio en el centro de Francia. En el sur se dice “la grande pourasse”, “la grande paou”, “l'annada de la paou”. En otras partes fue “el día de los bandidos”, “el jueves loco”, “el viernes loco”, según el día en que estallaba el pánico. En La Vendée, el recuerdo del acontecimiento permaneció bajo el nombre de “las desavenencias de Magdalena”. El miedo, en efecto, estalló allí durante la fiesta de Magdalena, el 22 de julio.
El decreto que la Asamblea Nacional publicó el 10 de agosto de 1789 confirmaba en su preámbulo la generalidad y la simultaneidad del pánico. “Las alarmas que se sembraron en las diferentes provincias -decía la Asamblea- en la misma época y casi en el mismo día”.
Los documentos reunidos por Frantz Funck-Brentano revelan que el “gran terror” estalló en las siguientes provincias: Île-de-France, Normandía, Maine, Bretaña (de lengua francesa), Anjou, Turena, Orléanais, Nivernais, Bourbonnais, Poitou, Saintonge, Angoumois, Périgord, Limousin, Agenais, Guyenne y Gascogne, Languedoc, Provenza, Dauphiné, Forez, Auvernia, Borgoña, Franco Condado, Champaña, Lorena y Alsacia. Añade que no conoce ningún documento que mencione el miedo en Bretaña, Picardía, Artois y Flandes. Sin embargo, recuerdo haber oído hablar de él a mi madre.
Este terror pánico hizo que los ciudadanos se armaran. Se formó la guardia nacional. En menos de quince días, se reclutó a tres mil hombres y se les vistió con uniformes con los colores nacionales. El miedo a los bandidos engendró a los verdaderos malhechores, que se proveyeron, en ese momento, de las armas necesarias. “La opinión popular -dice Frantz Funck-Brentano- tal vez no se equivocó al considerar este acontecimiento como el más importante de toda la Revolución. De un día para otro, los franceses vieron caer todo lo que había constituido su existencia secular. Ante esta repentina nada, se produjo el “gran terror” en las almas sencillas, el gran ataque de fiebre precursor de la terrible crisis que sacudiría a toda la nación y hasta lo más profundo de sus entrañas” (19).
¿Quién era lo suficientemente poderoso como para infundir al mismo tiempo el mismo terror, a través de una inmensa extensión del territorio, mediante los mismos procesos, las mismas mentiras? ¿Cómo explicar tal movimiento, si no es por la acción combinada de una secta extendida por todos los puntos del reino, con el fin de hacer posibles los crímenes que contemplaba?
Para llevar a cabo estos objetivos, era necesaria la organización de las cabezas y los brazos. Para dirigir a unos y otros, Mirabeau convocó a sus H∴ conspiradores a la iglesia de los religiosos conocidos con el nombre de Jacobinos; y pronto toda Europa conoció a los jefes y actores de la Revolución sólo con el nombre de Jacobinos. Este nombre designa por sí solo todo lo más violento de la conspiración contra Dios y contra su Cristo, contra los reyes y contra la sociedad.
No tenemos aquí que hacer el relato, ni siquiera esbozar el cuadro de ello, ya que el propósito de estos capítulos es únicamente responder al deseo así formulado por Louis Blanc en su Histoire de la Révolution: “Importa introducir al lector en la mina que entonces cavaron, bajo los tronos y bajo los altares, los revolucionarios, instrumentos profundos y activos de los enciclopedistas”.
En esa guarida encontramos a todos los personajes que participaron más activamente en el desorden político, social y religioso de finales del siglo XVIII: Philippe Egalité, Mirabeau, Dumouriez, La Fayette, Custine, los hermanos Lameth, Dubois-Crancé, Rœderer, Lepelletier de Saint-Fargeau pertenecen a la logia La Candura; Babeuf, Hébert, Lebon, Marat, Saint-Just, a la de los Amigos Reunidos; Bailly, Barrère, Guillotin, Danton, Garat, Lacépède, Brissot, Camille Desmoulins, Pétion, Marat, Hébert, Collot-d'Herbois y Dom Gesle salieron de la logia de las Nueve Hermanas, a la que habían pertenecido Voltaire, d'Alembert, Diderot y Helvetius. Sieyès formaba parte de la logia de los Veintidós, Robespierre era Rosacruz del Capítulo de Arras.
Fue Mirabeau quien, el 6 de mayo de 1789, señaló a Luis XVI diciendo: “¡He aquí la víctima!”.
Fue Sieyès quien, el 16 de junio, proclamó que no podía existir ningún veto contra la Asamblea que iba a regenerar Francia.
Fue Guilhotin quien, el 21 de junio de 1792, arrastró a los diputados a la sala del Jeu de Paume, y fue ese otro masón, Bailly, quien improvisó el juramento de la revuelta.
Fue Camille Desmoulins quien, el 14 de julio, en el jardín del Palais-Royal, lanzó a la multitud el grito: “¡A las armas!”, señal de la primera muerte y del saqueo.
Fue La Fayette quien, el 21 de junio de 1791, envió a Varennes a ese otro masón, Pétion, para arrestar al rey fugitivo, y quien se erigió en carcelero de las Tullerías.
Fue el mismo Pétion, alcalde de París, quien abandonó, el 20 de junio de 1792, a la familia real a los ultrajes de las hordas ebrias de las calles.
Fue Rœderer quien, el 10 de agosto, tras un nuevo asalto a las Tullerías, entregó a la familia real a la Convención.
Fue Danton quien organizó las masacres de septiembre, mientras Marat hizo cavar un pozo en la calle de Tombe-Issoire para enterrar en las catacumbas de París los cadáveres de los decapitados.
Fue Marat, francmasón como todos los demás, quien, en la víspera del 21 de enero, fue a comunicar al rey mártir su decreto de muerte inapelable.
Y tras el regicidio, fue Robespierre quien se convirtió en gran maestro del cadalso.
El proyecto de la masonería no se limitaba a jacobinizar Francia, sino todo el universo: así vimos cómo la Ilustración se extendió simultáneamente a todos los países.
Duque François de la Rochefoucauld
La logia establecida en la calle Coq-Héron, presidida por el duque de la Rochefoucauld, se había convertido especialmente en la de los grandes masones y se ocupaba de la propaganda europea; allí se celebraban los consejos más importantes. Quien mejor conoció este establecimiento fue Girtaner. En sus Mémoires sur la Révolution Française, dijo: “El club de la Propaganda es muy diferente al de los jacobinos, aunque ambos se reúnen a menudo. El de los jacobinos es el gran motor de la Asamblea Nacional. El de la Propaganda quiere ser el motor de la humanidad. Este último ya existía en 1786; sus jefes eran el duque de La Rochefoucauld, Condorcet y Sieyès. El gran objetivo del club propagandista era establecer un orden filosófico que dominara la opinión de la humanidad. En esta sociedad hay dos tipos de miembros: los contribuyentes y los no contribuyentes. El número de contribuyentes es de unos cinco mil; todos los demás se comprometen a difundir por todas partes los principios de la sociedad y a tender siempre hacia ese objetivo”.
Sus esfuerzos no fueron en vano. “De todos los fenómenos de la Revolución -dice Barruel- sin duda el más asombroso, y por desgracia también el más incontestable, es la rapidez de los logros que la revolución ya ha alcanzado en gran parte de Europa, y que amenazan con revolucionar el universo; es la facilidad con la que sus ejércitos izaron la bandera tricolor y plantaron el árbol de su desorganizadora igualdad y libertad en Saboya y Bélgica, en Holanda y a orillas del Rin, en Suiza y más allá de los Alpes, en Piamonte, en Milán e incluso en la propia Roma”. A continuación, tras reconocer el valor de las tropas francesas y la habilidad de sus jefes en estas conquistas, añadió: “La secta y sus conspiraciones, sus legiones de emisarios secretos precedieron en todas partes a sus ejércitos. Los traidores estaban dentro de las fortalezas para abrirles las puertas, estaban incluso en los ejércitos del enemigo, en los consejos de los príncipes para frustrar sus planes. Sus clubes, sus periódicos, sus apóstoles habían predispuesto al populacho y preparado el camino”.
Barruel ofrece numerosas pruebas de esta afirmación. La historia sincera de las conquistas de la Revolución y del Imperio la confirman.
Continúa...
Notas:
1) La Révolution française (a propósito del centenario de 1879), p. 34.
2) Fue en la casa de él donde se cantó la Marsellesa por primera vez.
3) En 1776, escribe Henri Martin, el joven Mirabeau había redactado un plan de reformas en el que proponía a la orden masónica trabajar con moderación, pero con resolución y actividad sostenida, para transformar progresivamente el mundo, socavar el despotismo, buscar la emancipación civil, económica y religiosa, y la plena conquista de la libertad individual. (Histoire de France, t. XVI, p. 435).
4) Barruel, III, 24.
5) Instrucciones dadas a quien recibe el grado de “Epopte” o sacerdote iluminado, para la dirección de los iluministas de orden inferior:
―Fue para realizar nuestras tareas que un día fuiste llamado. Observar a los demás día y noche; formarlos, socorrerlos, vigilarlos; reavivar el valor de los pusilánimes, la actividad y el celo de los tibios; predicar y enseñar a los ignorantes; relevar a los que caen, fortalecer a los que vacilan, reprimir el ardor de los temerarios, prevenir la desunión, ocultar las faltas y debilidades, prevenir la imprudencia y la traición, mantener, en fin, la subordinación respecto a los superiores, el amor de los Hermanos entre sí, tales y aún mayores son los deberes que os imponemos... Ayudaos, apoyaos mutuamente; aumentad vuestro número. ¿Os habéis vuelto numerosos en un punto determinado? ¿Os habéis fortalecido por vuestra unión? No dudéis más; comenzad a haceros poderosos y formidables frente a los malvados (es decir, los que se oponen a nuestros proyectos). Por el solo hecho de ser lo suficientemente numerosos como para hablar con fuerza, y por hablar de ella, los malvados, los profanos comienzan a temblar. Para no sucumbir al número, varios se vuelven buenos (como nosotros) por sí mismos y se alinean bajo nuestras banderas. Pronto seréis lo suficientemente fuertes como para atar las manos de los demás, para someterlos”. Barruel, III, p. 171, 199.
6) Gustave Bord logró identificar 154 logias parisinas, 322 logias provinciales y 21 logias de regimientos militares. Sabemos que la Revolución fue posible gracias únicamente a la repentina disolución del ejército real; ahora bien, al leer atentamente la composición de las 21 logias de regimientos, nos convencemos fácilmente de que nada era más probable en 1771 que esa disolución. La masonería se instaló en el ejército desde sus orígenes por medio de los regimientos irlandeses; invadió las tropas nacionales e introdujo forzosamente la indisciplina en ellas.
7) Stephane Pol publicó en 1900 un manuscrito inédito de Elizabeth Duplay, viuda del convencional Le Bas. En las Notas dispersas se lee: “Robespierre tuvo una impresión terrible del voto (por la muerte de Luis XVI) del duque de Orleans: “¡Qué!”, dijo, “¡como si pudiera ser rechazado tan fácilmente!”.
La ciudadana Le Bas añade: “Este hombre profundamente inmoral y tan deseoso de convertirse en rey había repartido la mayor parte de su fortuna para alcanzar su objetivo: los Mirabeau, los Danton, los Camille Desmoulins, los Collot-d'Herbois, los Billaud-Varennes y tantos otros tan despreciables como él participaron en sus prodigalidades corruptoras”.
A la muerte de Luis XVI, al ver que había sido utilizado, envió a la masonería su dimisión en una carta llena de amargura.
8) Histoire de la Révolution, t. II, p. 74 a 81.
Visto como Varennes se presenta aquí bajo nuestra pluma, recordemos que tan pronto como los ejércitos alemanes marchaban sobre París, el rey de Prusia ordenó detener a sus tropas en Varennes, y allí, con Bismarck y Moltke a su lado, los dos genios de la victoria, reunió a su alrededor a los principales oficiales y les dirigió las siguientes palabras: “Sabéis dónde nos encontramos y qué atentado se perpetró aquí hace veinticuatro años. De ahí surgieron todas las desgracias que cayeron sobre Francia. Cuando una nación trata así a su rey, la mano de Dios pesa sobre ella”.
Algún tiempo después de esa fecha, el rey Guillermo, proclamado emperador alemán como fruto de la victoria, recordó él mismo el incidente al Cardenal de Bonnechose y lo comentó de manera que sirviera de lección para Francia. (Vie du cardinal de Bonnechose, por Monseñor Besson, t. II, p. 146).
9) Gustavo III fue asesinado en el gran teatro de Estocolmo por cuatro señores de su corte. Los asesinos difundieron el rumor de que el rey había sido herido por un revolucionario francés. Pero pronto fueron descubiertos. Gustavo solo había resultado herido, pero al decimocuarto día murió envenenado, según declaró el médico Dalberg. El asesinato de Gustavo y la llegada al poder de su hermano habían sido preparados desde hacía mucho tiempo por las logias, como lo atestiguan los documentos del duque de Sudermanie, así como las investigaciones que él inició y firmó como consecuencia de las sesiones de magnetismo masónico a las que había asistido en 1783. La masonería había pasado nueve años buscando a cinco vagabundos en Suecia para asesinar a Gustavo.
10) El escrito de este estadista se publicó por primera vez en Berlín, en 1840, en la obra titulada Dorrev's Denkscrifften und Briefen zur charackteristik der wet un litteratur. (T. IV, p. 211 y 221).
La cita anterior fue tomada de Histoire et documents sur la franc-maçonnerie.
11) El padre Abel es hijo del famoso ministro de Baviera, cuya carrera merece ser recordada en dos palabras.
Inicialmente liberal, agente del partido prusiano-masónico en Baviera y, por lo tanto, fiel a la tradición de su padre, el francmason de 1784, el ministro Abel se convirtió tras la muerte de su esposa y se transformó en lo que los prusianos llaman clerical, un ultramontano, ya que fue en Prusia donde surgieron estas dos palabras, inmediatamente adoptadas por nuestras logias.
Abel fue derrocado en 1847 por... la bailarina Lola Montès. El rey quería nombrarla duquesa, y para ello era necesario un acto de ciudadanía, que el ministro se negó a firmar. Fue destituido y sustituido por Maurer, el primer protestante en ser ministro en Baviera. Su primer acto fue la firma del acto pretendido.
12) En 1888, Auguste Carion publicó en Lyon (Librería Vitte) este folleto: La Vérité sur l'Ancien Régime et la Révolution. En él encontramos este pasaje, que encaja en la línea de pensamiento desarrollada por Charpentier y Cochin:
En ciertos cuadernos (cuadernos de quejas del Tercer Estado) -escribe Carion- se encuentran propuestas que revelan el espíritu revolucionario. Taine explica este hecho. Los abogados, procuradores y notarios de las pequeñas ciudades habían escrito las quejas de sus jefes y presentado sus cuadernos al jefe local de la bailía, sin siquiera haber reunido a la comunidad para leerlos. (Ver Taine, L'Ancien Régime, p. 5109). (La Vérite sur l'Anc. Régime, Carion, p. 68).
L. Ricaud, en un importante libro, La Bigorre et les Hautes-Pyrénées pendant la Révolution (París, Librería Honoré Champion, y Tarbes, Librería Croharé, 1894), hace la misma observación en relación con la región pirenaica.
Tras examinar los 260 cuadernos de quejas del Tercer Estado que se conservan en los archivos del departamento de los Altos Pirineos, Ricaud investigó cómo cada comunidad había redactado el suyo y opina que estos cuadernos no fueron redactados en absoluto por las comunidades.
En primer lugar -dice- están los cuadernos de Argelès-Bagnères y Bonnemazon. En un primer momento se percibe que ninguno de los dos fue escrito en el pueblo sobre el que se presentan las quejas. De hecho, ambos fueron concebidos en los mismos términos y escritos casi en su totalidad por la misma mano. Esto indica un origen común, ya que es imposible que estos dos pueblos, separados por una distancia considerable y sin relaciones de vecindad, tuvieran las mismas ideas y, al mismo tiempo, dos redactores que las expresaran en los mismos términos y con la misma caligrafía. Además, el autor de las dos piezas había dejado espacios en blanco para que se insertara el nombre de los pueblos, el de los diputados que serían nombrados, así como la fecha en que la comunidad se reuniría para firmar su cuaderno y elegir a su representante... (La Bigorre, p. 12, 13).
En los Altos Pirineos, ocho o diez pueblos vecinos depositaron en ocasiones el mismo cuaderno escrito en el mismo papel con la misma caligrafía, mientras que en otros grupos de localidades los campesinos se limitaban a copiar fórmulas genéricas que se les habían dado (La Bigorre, p. 15 a 21).
Lo mismo ocurrió, además, a cuarenta leguas de Bigorre, en Armagnac, donde un informe del 29 de mayo de 1789, emitido por el marqués de Fodoas, que gobernaba ese territorio, nos informa de que “... a partir de un único borrador, (los abogados, procuradores y notarios de las pequeñas ciudades) hacían, para todas las comunidades, copias similares, que vendían a un precio elevado a los consejos de cada parroquia rural” (Citado por Ricaut, La Bigorre, p. 21).
13) Barruel, II, p. 476.
14) Tomo VI, p. 67.
15) Deschamps, II, p. 126.
16) Los detalles, de absoluta precisión, que Bord proporciona, no dejan lugar a ninguna duda, no se prestan a ningún equívoco.
Fue la armada la que inicialmente se vio involucrada en la conspiración, a través de las logias militares. Se recurrió a la Logia de los Tres Hermanos Unidos, que tuvo sucesivamente como Venerables a: Minette de Saint-Martin, suboficial de caballería; Schmidt, funcionario de la Marina; Chauvet, funcionario del Ministerio de Guerra; Desbarodières, capitán de caballería.
En otra logia de la época, igualmente militar, El Patriotismo, encontramos a Vauchelles, principal funcionario de Artillería, y a Mathieu de l'Epidor, secretario general de la guardia personal.
Los Guardias Franceses, cuya deserción garantizará el éxito de la jornada, tienen su logia: Los Amigos de la Gloria; los suboficiales tienen incluso una logia especial, cuyo venerable es Beyssac, sargento: es la Unión de los Buenos Franceses, en el O∴ de París.
La masonería, además, se había infiltrado en todas las ramas de la administración, no menos que en las fuerzas armadas.
Controlaba Correos a través del superintendente de Ogny, del capítulo de los Amigos Reunidos; las empresas de transporte, a través de Chignard; las Finanzas del Rey, a través de Savalète de Lange. Latouche, Chaumont, Pelletier de Lépine y Gillet de la Croix representaban al duque de Orleans y a sus partidarios; Perronet aportaba el contingente de puentes y vías; Boucoult, las aguas y los bosques; Méry d'Arcy, la Compañía de las Indias; Lalande reclutaba a los sabios; Roettiers de Montaleau, amigo de Cagliostro y muy involucrado en el caso puramente masónico del collar, tenía a sus espaldas a los empleados de la Casa de la Moneda. Los cirujanos, médicos, abogados y porteros de los edificios reales eran, en su mayoría, afiliados a logias.
El gobierno de la ciudad estaba plagado de masones. La “Viuda” estaba representada allí por el teniente de policía Thrioux de Crosne, por Ethis de Corny, procurador del rey, por Veytard, jefe de los notarios. El preboste de los comerciantes, Flesselles, también era masón, pero un masón tibio y temeroso, que mostraba poco entusiasmo por la conspiración. Para asegurarse de que no se produjera una deserción inoportuna o incluso una posible traición, se tomó la decisión de asesinarlo...
En la comisión de insurrectos, vemos también al marqués de la Salle, de la Logia Las Dos Hermanas; Deleutre, del Contrato Social; Quatremière, de la Logia Heradom; Jamin, de la Constante Vérité; Osselin, de la Parfait Contentement.
El 13 de julio, a las once de la mañana, los conspiradores se reunieron en la iglesia de San Antonino. Orden del día: llamada a las tropas; organización de la milicia burguesa. La sesión está presidida por Dufour, abogado oficial del Gran Oriente, y por Villeneuve, diputado de la Logia La Moderación.
Al día siguiente, cuando todo estaba listo para el ataque, la comisión insurreccional envió a cuatro diputados al gobernador para persuadirlo de que abriera sus puertas y se rindiera. La primera delegación estaba compuesta por Ethis de Corny, masón; Belon, ayudante mayor, masón; Billedorf, sargento de artillería, masón. En la tercera delegación se encontraba al abad Fauchet y a Chignard, masón; en la cuarta, a Poupart de Beaubourg, masón; a Milly, masón; y a Jamin, masón.
Fueron también los masones quienes dirigieron el ataque contra la Bastilla, entre ellos Moreton de Chabrillan, de la Logia La Candura.
Una vez tomada la fortaleza, la Comisión que informó a la Asamblea Nacional de esta hazaña popular estaba compuesta, entre otros, por Garran de Coulon, masón; Feutrié, masón; y Morillon, masón.
En la delegación que recibió a la Asamblea Nacional se encontraba Deleutre, masón. El miembro de la Asamblea Nacional que se encargó de negociar con la Comisión insurreccional se llamaba Herwyn, y él también era masón, como por casualidad.
Finalmente, cuando la Comuna ocupó oficialmente la Bastilla, es el caballero de Laizer quien la instaló; era oficial del G∴ O∴, Venerable de la Logia Avenir des Amis de la Gloire y diputado de la Unión Militar de Valognes...
17) Prueba de que la Revolución Francesa fue organizada por una asociación cosmopolita: Auguste Vaquerie escribió en el Rappel del 27 de mesidor del año 102, o, dicho de otra manera, del 15 de julio de 1794, un artículo que terminaba con estas palabras:
“Señor de la Bastilla, el pueblo la ha derribado, y parece que se ha quitado un peso del pecho del mundo.
No solo Francia respiró aliviada. En Londres se celebró un banquete en el que Sheridan brindó “por la destrucción de la Bastilla, por la Revolución”.
La toma de la Bastilla se incluyó como tema de examen en las universidades inglesas.
―Italia la aclamó por boca de Alfieri.
―En San Petersburgo, la gente se abrazaba en las calles, llorando de alegría.
―Ocurría que, en efecto, todos los pueblos estaban interesados en la liberación del pueblo fraternal, que no trabaja solo para sí mismo y que, cuando hizo una “declaración de derechos”, declaró no los derechos del francés, sino los “derechos del hombre”.
Ségur, que se encontraba entonces en San Petersburgo, escribió en sus Memorias: “Aunque la Revolución seguramente no era una amenaza para nadie en San Petersburgo, no podía expresar el entusiasmo que despertó entre los comerciantes, los burgueses y los jóvenes de clase alta la caída de esa prisión del Estado y el primer triunfo de una libertad tempestuosa. Franceses, rusos, ingleses, daneses, alemanes y holandeses se felicitaron como si se hubieran liberado de una cadena que pesaba sobre ellos. Cada uno sentía que amanecía una nueva era”.
19) En 1797 se publicó en Neufchâtel un libro titulado: “Los verdaderos autores de la Revolución Francesa de 1789”, de Soudart. En la página 453, se dice: “Fue a través de los masones que se difundió, en el mes de julio, el mismo día, a la misma hora, en todo el reino, la alarma de los supuestos bandidos; fue a través de los masones que se estableció una reciprocidad general de sentimientos y las recaudaciones de las sumas necesarias para el partido”.
La revista La Révolution Française, de junio de 1904, página 556, publicó sobre el gran miedo los testimonios de hombres que tenían un verdadero culto a la Revolución:
Marcel Bruneau, inspector de la Academia (Les Débuts de la Révolution, Cher et Indre, 1902): “El gran terror se convirtió, por sus consecuencias, en uno de los mayores acontecimientos de la Revolución”. Georges Bussière (Evénements historiques de la Révolution en Périgord, t. III, La Révolution bourgeoise, La Révolution spontanée, p. 73, 74): “El gran terror fue considerado quizás como uno de los acontecimientos más importantes de la Revolución”. Aulard: “Este gran terror de julio y agosto de 1789, que es quizás el acontecimiento más importante de la Revolución francesa...”.
“Muchos historiadores vieron en ello la prueba de una organización sabia y completa del partido revolucionario, cuyos agentes, en todos los puntos del territorio, habrían obedecido una consigna” (Pierre de Vitt., La Peur en 1789 - La journée des brigands en Limousin, p. 7).
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Capítulo 5: La Revolución instituye el Naturalismo
Capítulo 6: La Revolución, una de las épocas del mundo
Capítulo 8: Hacia dónde se encamina la civilización moderna
Capítulo 10: La masonería en sus inicios
Capítulo 11: Los enciclopedistas
Capítulo 12: Los anarquistas
Capítulo 13: Los Ilustrados
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