31 de Octubre: San Quintín, mártir
(✞ 287)
San Quintín fue hijo de un senador romano llamado Zenón, muy conocido en Roma por sus grandes riquezas y por su valimiento con los emperadores.
Desde el día que recibió su Bautismo, que fue, según la Tradición, hacia finales del Pontificado de San Eutiquiano, a quien sucedió San Cayo, prendió en su corazón un fuego de amor por Jesucristo tan ardiente, que hubiera querido abrasar con él a todos los corazones y reducir a cenizas todos los ídolos.
Se ofreció al Papa San Cayo para llevar la Fe a los idólatras de las Galias, y el santo Pontífice alabó su celo y le dio por compañero a San Luciano, y con éste y otros muchos fervorosos fieles que también quisieron acompañarle, partió a aquella apostólica expedición.
Con San Luciano predicó el Evangelio en los pueblos que halló a su paso hasta llegar a la ciudad de Amiens, en las riberas del Río Soma, en Francia.
Allí se separaron, pasando San Luciano a sembrar la fe en Beauvais, y quedándose en Amiens nuestro Santo, el cual con su elocuencia y milagros en breve tiempo formó allí una de las más florecientes Iglesias de las Galias.
De todas partes acudían a él los enfermos, y con solo evocar sobre ellos el nombre de Jesús les daba la salud del cuerpo y juntamente la del alma. Venían al Santo los ciegos conducidos por sus guías, y se volvían sin ellos a sus casas; venían los cojos y paralíticos y se volvían sin muletas ni apoyo alguno.
Pero los sacerdotes de los ídolos que veían ya desiertos sus templos, vacías de ofrendas y cubiertas de polvo sus aras, acudieron a Riccio Varo, que acababa de ser nombrado prefecto de las Galias y era encarnizado enemigo de la Iglesia; y éste, para satisfacer el odio mortal que tenía al nombre cristiano, fue a Amiens, donde hizo prender al Santo, y ejecutó en él toda su bárbara crueldad; le mandó a azotar rigurosamente sin respetar su nobleza, ni el privilegio de ciudadano romano de que el santo gozaba, y como los verdugos que le azotaban cayeron en tierra como muertos, el presidente, renegando de la “magia cristiana” a la cual atribuía aquel suceso, ordenó que encerrasen al mártir en un lóbrego calabozo; que se llenó de luz celestial cuando el Santo entró en aquel lugar oscuro, y al llegar la medianoche, se cayeron las cadenas del Santo hechas pedazos, y al amanecer se encontraba el preso en medio de la plaza de la ciudad, donde comenzó a predicar con tan gran Espíritu de Dios; que se convirtió mucha gente, y hasta el mismo alcalde y los soldados de la guardia que le buscaban.
Espantado ante esto Riccio Varo, le hizo detener de nuevo, y después de someterle a la tortura y desgarrarle las carnes rociándoselas con aceite hirviendo y abrasarle todo el cuerpo con antorchas encendidas, viendo que aquella fortaleza sobrehumana conmovía a toda la ciudad de Amiens y amenazaba con tumulto, mandó que le cortasen la cabeza al Santo.
Reflexión:
Gran maravilla fue que desde que recibió San Quintín el Bautismo, se abrasase en tanto celo por la conversión de los gentiles, pero no es cosa rara, sino efecto ordinario de la gracia de Jesucristo, el sentir un pecador que de veras se convierte, gran deseo de la conversión de los demás, porque queda su alma tan esclarecida con la luz sobrenatural de la fe, y su corazón tan satisfecho y tranquilo en su centro que es Dios, que quisiera que todos los hombres gozasen de esta misma dicha, y así fuese más glorificado Jesucristo, autor y consumador de nuestra fe.
Oración:
Te rogamos, ¡Oh Dios Todopoderoso! que cuantos veneramos en nacimiento para la gloria de tu bienaventurado Quintín, mártir, por su intercesión, crezca en nosotros el amor por su santo nombre. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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