Según informó Kirche-und-Leben el prelado declaró a la Agencia Católica de Noticias (KNA): “Es una muestra escandalosa de estrechez de miras eclesiástica y un rechazo abierto a todos aquellos que anhelan una iglesia que viva verdaderamente el Evangelio. La oración de expiación no es un acto de fe, sino un acto de exclusión: un intento de invisibilizar a las personas queer y su presencia en la fe”.
Schepers se refirió así a la acción del ex obispo estadounidense Joseph Strickland y los obispos auxiliares Athanasius Schneider (Kazajistán), Marian Eleganti (Suiza) y Rob Mutsaerts (Países Bajos). La intención era usar la oración para reparar la profanación de la Basílica de San Pedro en Roma por la “peregrinación lgbtq+” realizada en septiembre.
Lo que se formuló en la “Oración de Expiación”
La oración mencionó la fornicación y la sodomía, y afirmó que la peregrinación fue una plataforma para legitimar los pecados contra el Sexto Mandamiento.
Pero Schepers los contradice. Este “prelado” afirmó que “la peregrinación no fue una protesta ni una provocación, sino una celebración de la fe. Demostró la vibrante diversidad de la gente en la Iglesia. Esos peregrinos no actuaron contra la Iglesia; son la Iglesia”.
Schepers además calificó de “vergonzosa” la reacción de los obispos conservadores. Dijo que “exponen una actitud teológica y pastoral que nada tiene que ver con la misericordia ni con el espíritu de Jesús. Quienes piden perdón por la mera presencia de “cristianos queer” demuestran no piedad, sino miedo a la diversidad, y por lo tanto, una peligrosa estrechez de miras espiritual que traiciona el Evangelio”.
Schepers pidió a la Iglesia hacer una autocrítica: “No hay necesidad de reparación para las personas creyentes queer. La verdadera reparación reside en la propia Iglesia, por las heridas que ha infligido a las personas queer durante décadas. La Iglesia no puede hablar de amor con credibilidad mientras rechace a quienes aman. Quienes cierran sus puertas se distancian del corazón de Cristo”.
Schepers enfatizó que “sueña con una iglesia que finalmente comprenda que la diversidad no es un problema, sino un don. Una iglesia que ya no menosprecie a nadie, sino que lo engrandezca. Una iglesia que crea verdaderamente que el amor de Dios es incondicional, para todos, sin excepción. Porque quien excluye a otros, excluye a Cristo mismo”.
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