sábado, 12 de octubre de 2024

12 DE OCTUBRE: SAN WILFRIDO, OBISPO Y CONFESOR


12 de octubre: San Wilfrido, obispo y confesor

(✞ 709)

El admirable obispo de York, san Wilfrido, nació de padres ilustres en Northumberland, y habiendo perdido a la edad de doce años a su virtuosa madre, lo envió su padre a la corte para que se criase en ella sirviendo a la reina Eanfleda, mujer del Rey Osuvi.

Prendada la católica princesa de las raras dotes y gracias naturales de Wilfrido, le distinguió mucho entre sus pajes; pero como el santo mancebo le manifestase que Dios le llamaba para su servicio, ella le recomendó a uno de los principales cortesanos del Rey, que retirándose también de la corte iba a tomar el hábito de monje en el monasterio de Lindisfarne.

Wilfrido le siguió y estuvo algunos años allí, ocupado en ejercicios de virtud y en el estudio de las letras.

Pero deseoso de instruirse con todo esmero en la disciplina eclesiástica, con licencia del Abad, pasó a Lyon de Francia, donde el Arzobispo San Delfín, le importunó a que se quedase en su Palacio para ayudarse de su virtud y prudencia en el gobierno de su diócesis; pero insistiendo el santo en su primera resolución, prosiguió su viaje a Roma.

Visitaba con frecuencia los sepulcros de los santos Apóstoles y las catacumbas de los mártires, y en aquellos cementerios pasaba gran parte del día y de la noche en oración.

El arcediano Bonifacio, venerado en Roma por su mucha santidad y sabiduría, le explicó los libros sagrados y le instruyó en la disciplina de la Iglesia Romana.

Volviendo después a Lyon, recibió de San Delfín la tonsura clerical.

Era el ánimo del santo arzobispo hacerle sucesor suyo, pero habiendo sido asesinado por sus enemigos, Wilfrido le dio honrosa sepultura y volvió a Inglaterra.

Luego que llegó a aquel reino, el príncipe Alfrido, hijo del rey, le hizo donación del territorio de Ripon en la diócesis de York; y así fundó el santo monasterio, del cual fue primer Abad.

Ordenado ya como sacerdote, fue nombrado obispo de York, y gobernó santísimamente su grey conforme a la disciplina de la iglesia romana por espacio de cuarenta y cinco años.

Fue maravilloso el celo con que redujo a la Fe de Cristo a todos los gentiles de aquella provincia; la caridad con que auxilió a los pobres, librándoles con sus oraciones de una sequía que había durado por espacio de tres años, y bautizando y alcanzando la libertad para muchos esclavos.

Finalmente, lleno de días y virtudes, descansó en el Señor y su cuerpo fue honoríficamente llevado al monasterio donde primero había sido monje, y allí obra Dios por él muchos milagros.

Reflexión:

Es verdaderamente irresistible el atractivo de la virtud; quien se consagra a ella sin reserva, no solo es amado por los buenos como el glorioso San Wilfrido, sino también admirado y respetado por los mismos malos. Y aunque parezca que lo odian y persiguen los hombres perversos, en el interior de sus corazones no pueden menos que reconocer su valor y tributarle el homenaje con su veneración y respeto. ¡Oh, si se persuadiesen bien de esto los cristianos todos! ¡Con qué empeño procurarían copiar en sí los hermosos ejemplos de los varones perfectos! ¿De qué sirve leer las vidas de los santos si no nos esforzamos por imitarles? ¿Acaso bastarán ante el tribunal del supremo juez los estériles sentimientos de admiración, único fruto que sacan muchos de las lecturas piadosas? Obras quiere Dios, y no meros afectos, y la mejor manera de honrar a los santos, como dijo uno de ellos, es imitar sus virtudes.

Oración:

Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable festividad de tu bienaventurado confesor y pontífice Wilfrido, acreciente en nosotros la devoción y deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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