Por Chris Jackson
El “obispo auxiliar” Ludger Schepers de Essen, Alemania, no se indignó ante la sodomía, el sacrilegio ni la profanación de la Basílica de San Pedro. Le indignó la oración.
Cuatro obispos (Strickland, Schneider, Eleganti y Mutsaerts) tuvieron la audacia de ofrecer reparación pública por una “peregrinación lgbtq” que convirtió la Basílica de San Pedro en un espectáculo con temática de arcoíris. En respuesta, Schepers calificó el acto de “escandaloso” y lo denunció como una “vergonzosa” muestra de “miedo a la diversidad” y “una peligrosa estrechez de miras espiritual que traiciona el Evangelio”.
El mensaje de Schepers fue claro: no hay pecado que expiar, solo el pecado de creer que existe. Reformuló la peregrinación no como una provocación, sino como una “celebración de la fe”, insistiendo en que “esos peregrinos son la Iglesia”. Lo que comenzó como una negación de la ley moral se ha convertido ahora en una inversión de esta: los penitentes son culpables, y los culpables son santos.
Un “obispo” que habla de “autocrítica” en lugar de arrepentimiento, de la “diversidad como un don” en lugar de desorden, está reemplazando la Iglesia de Cristo por un movimiento terapéutico. Su “sueño” de una Iglesia que nunca excluya a nadie, ni siquiera a quienes rechazan la ley divina, es apostasía.
El juego de culpas del Vaticano: Tucho contra los alemanes
Insiste en que les advirtió contra la “ritualización”, como si el problema fuera la coreografía en lugar de la herejía. Pero ya sean velas encendidas o bendiciones susurradas, el pecado sigue siendo el mismo: bendecir lo que Dios condena. Lo cómico del asunto es que el propio documento de Fernández lo hizo inevitable. Fiducia Supplicans abrió la puerta; los alemanes simplemente la mantuvieron abierta.
Así que ahora el contorsionista moral del Vaticano culpa a sus subordinados por tomarse en serio su lógica. Como Pilato lavándose las manos, Fernández se distancia del desastre que armó, aun cuando sigue defendiendo el principio de que las “parejas irregulares” pueden ser bendecidas. Es teología manipulada: inventar ambigüedad, fingir indignación cuando otros actúan en consecuencia e insistir en que “la ortodoxia permanece intacta”.
Las Girl Scouts de Cincinnati y el “Catecismo del Compromiso”
En Cincinnati, el arzobispo Robert Casey ha restablecido la asociación de la archidiócesis con las Girl Scouts, la misma organización que su predecesor prohibió por promover la ideología de género y el “matrimonio” homosexual.
Las actividades de las Girl Scouts aún incluyen insignias del “mes del orgullo”, talleres sobre “identidad de género” y normas de campamento “inclusivas” que permiten que los niños que se identifican como niñas duerman con ellas. Sin embargo, Casey insiste en que esta colaboración ayudará a las niñas a “crecer en la fe”. ¿Cuál fe? ¿La fe del Catecismo o la fe de la Campaña por los Derechos Humanos?
¿Qué queda del testimonio católico cuando los obispos ven la “colaboración” como un progreso y la separación como hostilidad? ¿Cuándo la cooperación con el pecado se rebautiza como misión? La decisión de Cincinnati es una capitulación disfrazada de compasión.
Dilexi Te: ¿La Iglesia de los pobres o la Pobre Iglesia?
Mientras los “obispos” predican sobre la “diversidad”, León XIV ha estado predicando sobre “los pobres”. Su exhortación apostólica Dilexi Te continúa la narrativa bergogliana de la redistribución como redención, ahora envuelta en un lenguaje teológico sobre el amor.
El “cardenal” Michael Czerny insiste en que el documento es “100% Francisco y 100% León”: una afirmación matemáticamente imposible, pero teológicamente reveladora. El “espíritu de Francisco” sigue inalterado: la misma fijación en las estructuras sociales, la misma hostilidad hacia los mercados, la misma negativa a identificar a los verdaderos opresores.
León culpa al capitalismo mientras ignora el comunismo y la explotación de África por parte de China. Afirma que la pobreza está aumentando cuando incluso economistas seculares coinciden en que se ha reducido a la mitad desde 1990. Esto no es una “encíclica social” sino un catecismo del resentimiento: un llamado a la envidia disfrazado de empatía.
La Iglesia primitiva consideraba la limosna un acto de culto. El Vaticano de León XIV la considera una teoría económica.
La Iglesia que se disculpa por la fe
Desde Alemania hasta Roma y Cincinnati, un hilo conductor atraviesa todo esto: la Iglesia de León XIV ha revolucionado el arrepentimiento. Los “obispos” se disculpan no por el pecado, sino por la fe. La oración es escandalosa. La expiación es exclusión. La castidad es crueldad. La ortodoxia es odio.
Esta no es una Iglesia que busca salvar a los pecadores; es una Iglesia que busca salvar los sentimientos. No se arrodilla ante Dios, sino ante el hombre y la opinión pública. Ya no dice: “Ve y no peques más”, sino: “Ve y sé tú mismo”.
Y mientras “obispos” como Schepers y Casey sean sus “pastores”, y Fernández y León sus “teólogos”, la Iglesia del Nuevo Pentecostés seguirá predicando el mismo evangelio: que la misericordia significa no tener que arrepentirse nunca.
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