miércoles, 5 de marzo de 2025

EL POEMA DEL HOMBRE-DIOS (21)

Continuamos con la publicación del libro escrito por la mística Maria Valtorta (1897-1961) en el cual afirmó haber tenido visiones sobre la vida de Jesús.


21- La llegada de María a Hebrón y su encuentro con Isabel (105)
1 de abril de 1944

1. Me encuentro en un lugar montañoso. No son grandes montañas, pero tampoco puede decirse que sean simples colinas. Tienen cimas y sinuosidades ya propias de las verdaderas montañas, como las que se ven en nuestros Apeninos tosco­umbrianos. La vegetación es tupida y bonita. Abunda el agua fresca que mantiene verdes los pastos y fértiles los huertos, casi todos plantados de manzanos, higueras y vid; esta última, en torno a las casas. Debe ser primavera, como se deduce de que las uvas sean ya de un cierto volumen, como semillas de veza; y de que las flores de los manzanos asemejen a numerosas bolitas de color verde intenso; así como del hecho de que en lo alto de las ramas de las higueras hayan aparecido ya los primeros frutos, todavía en estado embrional, pero ya bien definidos. Y los prados son una verdadera alfombra esponjosa y de mil colores en que pacen, o descansan, las ovejas: manchas blancas sobre el fondo de esmeralda de la hierba.

2. María sube en su burrito por una vía que está en bastante buen estado, y que debe ser de primer orden. Sube, porque, efectivamente, el pueblo, de aspecto bastante ordenado, está más arriba. Mi interno consejero (106) me dice: “Este lugar es Hebrón”. Usted me hablaba de Montana. Yo no sé qué hacer. A mí se me indica con este nombre. No sé si será “Hebrón” toda la zona o sólo el pueblo. Yo oigo esto, y esto es lo que digo.
María está entrando en el pueblo. Atardece. Algunas mujeres, en las puertas de las casas, observan la llegada de la forastera y chismean entre sí. La siguen con la mirada y no se quedan tranquilas hasta que la ven detenerse delante de una de las casas más lindas, situada en el centro del pueblo y que tiene delante un huerto-jardín, y detrás y alrededor un huerto de árboles frutales bien cuidado, que se extiende luego dando lugar a un vasto prado que sube y baja por las sinuosidades del monte, para terminar en un bosque de altos árboles, tras el cual no sé qué más hay. Todo ello cercado por un seto de morales o rosales silvestres. No lo distingo bien porque — no sé si usted lo tiene presente — tanto la flor como el ramaje de estas matas espinosas son muy semejantes, y mientras no aparece el fruto en las ramas es fácil confundirse. En la parte delantera de la casa, es decir, por el lado paralelo al pueblo, la propiedad está cercada por un pequeño muro blanco, a lo largo de cuya parte alta hay ramas de verdaderos rosales, todavía sin flores, aunque ya llenas de capullos. En el centro, una cancilla de hierro, cerrada. Se comprende que se trata de la casa de una de las personalidades del pueblo, y de gente que vive desahogadamente, pues, efectivamente, todo en ella da signos, si no de riqueza y de pompa, sí, sin duda, de bienestar. Y mucho orden.

3. María se baja del burrito y se acerca a la puerta de hierro. Mira por entre las barras. No ve a nadie. Entonces trata de que la oigan. Una mujercita (la más curiosa de todas, que la ha seguido) le hace señales para que se fije en un extraño objeto que sirve para llamar: dos piezas de metal dispuestas en equilibrio en una especie de yugo, las cuales, moviendo el yugo con una gruesa cuerda, chocan entre sí haciendo el sonido de una campana o de un gong.
María tira de la cuerda, pero lo hace de forma tan delicada que el sonido es sólo un ligero tintineo que nadie oye. Entonces la mujercita, una viejecilla toda ella nariz y barbilla puntiaguda, y con una lengua que vale por diez juntas, se agarra a la cuerda y se pone a tirar, a tirar, a tirar. Una llamada que despertaría a un muerto. “Se hace así, mujer. Si no, ¿cómo va a querer que la oigan? Sepa que Isabel es anciana, y también Zacarías. Y ahora, además de sordo, está mudo. Los dos sirvientes son también viejos, ¿sabe? ¿Ha venido alguna otra vez? ¿Conoce a Zacarías? ¿Es usted...?”
Aparece un viejecillo renco que salva a María de este diluvio de informaciones y preguntas. Debe ser jardinero o labrador. Lleva en la mano un pequeño rastrillo y una hoz atada a la cintura. Abre. María entra mientras le da las gracias a la mujer, pero... ¡ay!, la deja sin respuesta. ¡Qué desilusión para la curiosa!
Nada más entrar, dice: “Soy María de Joaquín y Ana, de Nazaret. Prima de vuestros señores”.

4. El viejecillo inclina la cabeza y saluda, luego da una voz: “¡Sara! ¡Sara!”. Y abre otra vez la verja para coger el borriquillo, que se había quedado afuera porque María, para librarse de la pegajosa mujercita, se había colado dentro muy rápida, y el jardinero, tan rápidamente como Ella, había cerrado la verja delante de las narices de la chismosa. Pasa al burro y, mientras lo hace, dice: “¡Ah... gran dicha y gran desgracia para esta casa! El Cielo ha concedido un hijo a la estéril. ¡Bendito sea por ello el Altísimo! Pero Zacarías volvió de Jerusalén mudo hace ya siete meses. Se hace entender con gestos, o escribiendo. ¿Ha tenido noticia de ello? Mi señora, en medio de esta alegría y este dolor, la ha echado mucho de menos. Siempre hablaba de usted con Sara. Decía: "¡Si estuviese aquí conmigo mi pequeña María...! Si hubiera seguido hasta ahora en el Templo, habría enviado a Zacarías a traerla. Pero el Señor ha querido que fuese la esposa de José de Nazaret. Sólo Ella podría consolarme en este dolor y ayudarme a rezar a Dios, porque todo en Ella es bondad. En el Templo todos la echan de menos y están tristes. La pasada fiesta, cuando fui con Zacarías la última vez a Jerusalén a dar gracias a Dios por haberme dado un hijo, oí de sus maestras estas palabras: "Al Templo parecen faltarle los querubines de la Gloria desde que la voz de María no suena ya entre estas paredes". ¡Sara! ¡Sara! Mi mujer es un poco sorda. Ven, ven, que te llevo yo”.

5. En vez de Sara, aparece, en la parte alta de una escalera adosada a un lado de la casa, una mujer ya muy anciana, ya llena de arrugas, con el pelo muy canoso — pero que ha debido ser negrísimo, a juzgar por lo negras que tiene las pestañas y las cejas y por el color moreno de su cara —. Contrasta en modo extraño, con su visible vejez, su estado, ya muy patente, a pesar de la ropa amplia y suelta que lleva. Mira protegiéndose los ojos de la luz con la mano. Reconoce a María. Levanta los brazos hacia el cielo con una exclamación de asombro y de alegría, y se apresura, en la medida en que puede, hacia abajo al encuentro de la recién llegada. Y María — cuyos movimientos son siempre moderados — esta vez se echa a correr rápida como un cervatillo y llega al pie de la escalera al mismo tiempo que Isabel. Y recibe en su pecho con viva efusión de afecto a su prima, que, al verla, llora de alegría.
Permanecen abrazadas un momento. Luego Isabel se separa con una exclamación de dolor y alegría al mismo tiempo, y se lleva las manos al abultado vientre. Agacha la cabeza, palideciendo y sonrojándose alternativamente. María y el sirviente extienden los brazos para sujetarla, pues ella vacila como si se sintiera mal.
Pero Isabel, después de un minuto de estar como recogida dentro de sí, alza su rostro, tan radiante que parece rejuvenecido, mira a María sonriendo con veneración como si estuviera viendo un ángel y se inclina en un intenso saludo diciendo: “¡Bendita tú entre todas las mujeres! ¡Bendito el Fruto de tu vientre! (lo dice así, dos frases bien separadas) ¿Cómo he merecido que venga a mí, sierva tuya, la Madre de mi Señor? Sí, ante el sonido de tu voz, el niño ha saltado en mi vientre como jubiloso, y cuando te he abrazado el Espíritu del Señor me ha dicho una altísima verdad en el corazón. ¡Dichosa tú, porque has creído que a Dios le fuera posible lo que posible no aparece a la humana mente!
¡Bendita tú, que por tu fe harás realidad lo que te ha sido predicho por el Señor y fue predicho a los Profetas para este tiempo! ¡Bendita tú, por la Salud que engendras para la estirpe de Jacob! ¡Bendita tú, por haber traído la Santidad a este hijo mío que siento saltar de júbilo en mi vientre como cabritillo alborozado porque se siente liberado del peso de la culpa, llamado a ser el precursor, santificado antes de la Redención por el Santo que se está desarrollando en ti!”
María, con dos lágrimas como perlas, que le bajan desde los risueños ojos hasta la boca sonriente, el rostro alzado hacia el cielo, levantados también los brazos, en la posición que luego tantas veces tendrá su Jesús, exclama: “El alma mía magnifica a su Señor” y continúa el cántico como nos ha sido transmitido. Al final, en el versículo: “Ha socorrido a Israel, su siervo etc”, recoge las manos sobre el pecho y se arrodilla muy curvada hacia el suelo adorando a Dios.

6. El sirviente, cuando había visto que Isabel no se sentía mal y que quería manifestar su pensamiento a María, se había retirado prudentemente; ahora vuelve del huerto acompañado de un anciano de aspecto majestuoso, de barba y pelo enteramente blancos, el cual, con vistosos gestos y sonidos guturales, saluda desde lejos a María.
“Zacarías está llegando” dice Isabel tocando en el hombro a la Virgen, que está orando absorta. “Mi Zacarías está mudo. Está bajo sanción divina por no haber creído. Ya te contaré luego. Ahora espero en el perdón de Dios porque has venido tú; tú, llena de Gracia”.
María se levanta. Va hacia Zacarías. Se inclina hasta el suelo ante él. Le besa la orla de la vestidura blanca que le cubre hasta los pies. Esta vestidura es muy amplia y está sujeta a la cintura por una ancha franja bordada.
Zacarías, con gestos, da la bienvenida a María, y juntos van donde Isabel. Entran todos en una vasta habitación, muy bien puesta, de la planta baja. Ofrecen asiento a María y mandan que le sirvan una taza de leche recién ordeñada — todavía tiene la espuma — y unas pequeñas tortas.
Isabel da órdenes a la sirvienta, quien, embadurnadas de harina todavía las manos y el pelo más blanco de cuanto en realidad lo es, por la harina que tiene, por fin ha hecho acto de presencia. Quizás estaba haciendo el pan. Da órdenes también al sirviente — al que oigo llamar Samuel — para que lleve el baulillo de María a la habitación que le indica. Todos los deberes de una señora de casa para con su huésped.
Entretanto, María responde a las preguntas que Zacarías le hace escribiendo con un estilo en una tablilla encerada. Por las respuestas, comprendo que le está preguntando por José y por cómo se encuentra siendo su prometida. Y comprendo también que a Zacarías le es negada toda luz sobrenatural acerca de la gravidez de María y su condición de Madre del Mesías. Es Isabel quien, acercándose a su marido y poniéndole con amor una mano en el hombro, como para hacerle una casta caricia, le dice: “María también es madre. Regocíjate por su felicidad”. Y no dice nada más. Mira a María; y María la mira, pero no la invita a decir nada más, por lo cual guarda silencio.

7. ¡Dulce, dulcísima visión que me cancela el horror que me quedó al ver el suicidio de Judas!
Ayer por la tarde, antes del sopor, vi el llanto de María, inclinada hacia la piedra de la unción, sobre el cuerpo sin vida del Redentor. Estaba a su lado derecho, dando la espalda a la boca de la gruta sepulcral. La luz de las antorchas iluminaba su cara y me hacía ver su pobre rostro devastado por el dolor, lavado por el llanto. Cogía la mano de Jesús, la acariciaba, se la calentaba en sus mejillas, la besaba, extendía los dedos... besaba uno a uno estos dedos ya inmóviles. Luego acariciaba el rostro de Jesús, se inclinaba a besar la boca abierta, los ojos semicerrados, la frente herida. La luz rojiza de las antorchas daba un aspecto más vivo aún a las llagas de todo ese cuerpo torturado y hacía más verídica la crudeza del suplicio padecido y la realidad de su estar muerto.
Y así me quedé contemplando mientras permaneció lúcida mi inteligencia. Luego, despertada del sopor, he orado y me tranquilicé para dormir verdaderamente. Entonces me comenzó la visión que he descrito. Pero la Madre me dijo: “No te muevas. Únicamente mira. Mañana escribirás”. Durante el sueño he vuelto a soñar todo. Me he despertado a las 6'30 y he vuelto a ver cuanto ya había visto despierta y en sueño. He escrito mientras veía. Luego ha venido usted (el sacerdote con quien ella consultaba y a quien daba los escritos) y le he podido preguntar si tenía que meter lo que sigue. Son pequeños cuadros separados que tratan del tiempo de permanencia de María en casa de Zacarías.


Notas:

105) Cfr. Lc. 1, 39–55. 

106) debe relacionarse con 34.1, 41. 10 y 45. 1.

EL SAGRADO CORAZON DE JESUS (19)

Que este amor del Redentor resplandece maravillosamente entre todos los bienes de que nos ha colmado su Corazón

Por Monseñor de Segur (1888)


La misericordia de Nuestro Señor me ha librado del pecado y del infierno. Pero esto no es más que el lado negativo de lo que su amor infinito se ha dignado hacer por mí: el lado positivo, el bien que me ha merecido, es mil veces más precioso todavía. Si me ha librado de todo mal, ha sido para darme todo bien. Sí, todo bien; porque con su cielo, con su bienaventuranza y su eternidad se me entrega a sí mismo, y como decía a Santa Ángela de Foligno, Él es el Todo-Bien.

¿Qué bien hay comparable a la posesión del Cielo, es decir, la posesión de la felicidad perfecta y eterna, del perfecto y eterno gozo, del perfecto y eterno amor? El Cielo es el seno de Dios en el cual la criatura deificada se encuentra abismada, con Jesucristo, por Jesucristo y en Jesucristo, en el océano de la luz divina y de la eterna bienaventuranza. El Cielo es el Amor convertido en nuestra vida, nuestro estado, nuestra atmósfera, nuestro todo. No más temores, no más lobregueces, no más privaciones, no más desfallecimientos, no más separaciones, no más lágrimas, no más sufrimientos; al contrario, sobreabundancia inconmensurable e inmutable de todos los bienes, sea del espíritu, del corazón, o de los sentidos. Vivir con Jesús y María, con los bienaventurados Serafines, Querubines, Arcángeles y Ángeles, con todos los Santos, con todos los elegidos; ver a Dios cara a cara, poseer a Dios por completo, gozar de Dios, estar lleno de la paz y alegría de Dios; y esto para siempre, sin inquietud, sin posibilidad de perder una sola gotita de aquel océano de felicidad, ¡Qué perspectiva, Dios mío!

¡Qué dicha ser eternamente compañero de los Ángeles, vivir la vida de los Ángeles, estar revestido de su gloria, gozar de su bienaventuranza; en una palabra, “ser semejante a los Ángeles”!

¡Qué dicha ocupar para siempre la categoría de hijos de Dios, ser eternamente miembros glorificados del Unigénito de Dios, coherederos y hermanos suyos!

¡Qué felicidad ser con Jesús rey de un reino eterno, poseer el mismo reino que el Eterno Padre ha dado a su Hijo, sentarse a su mesa con María y con todos los escogidos! ¡Qué gloria estar revestido del celeste manto de luz, del vestido real y glorioso del Rey de reyes!

En el cielo nos sentaremos en un mismo trono con el soberano Monarca de cielos y tierra; descansaremos con nuestro Salvador en el seno de su Padre; poseeremos todos los bienes de Dios; seremos, en fin, enteramente transformados en Dios, es decir, estaremos llenos y penetrados de todas las perfecciones de Dios, más íntimamente que el hierro metido en la fragua está revestido y penetrado de las cualidades del fuego. En Jesucristo no formaremos más que uno sólo con Dios, no por unidad, sino por unión; lo que Dios es por naturaleza y por esencia, lo seremos nosotros por gracia y por participación.

¡Oh Señor, qué felicidad tan grande e incomparable la del cielo! Y aún todo lo que conozco de él es nada en comparación de la realidad. Vos mismo me lo habéis dicho: “¡Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el entendimiento humano puede comprender lo que Dios tiene reservado a los que le aman!”

Y ¿a quién debo yo la inmensidad desconocida de este celestial e incomprensible tesoro? Al amor misericordioso e infinito del Corazón de mi Salvador. Al darse a mí, me ha dado todo lo que hay en la tierra: su Iglesia, su Vicario, su verdad, sus Sacramentos, su Eucaristía, su Cuerpo y su Sangre, su Madre, su santa cruz, todas sus gracias, todas sus riquezas espirituales; y en el cielo me espera para ser Él mismo mi bienaventuranza y mi recompensa sin medida.

¡Gracias, pues, gracias infinitas al Corazón de mi Dios por sus inefables dones! Sí, todo lo tengo en Jesucristo; y su sagrado Corazón, donde reposo si le soy fiel, es el abismo de todo bien, que me libra del abismo de todo mal.

¡Oh buen Jesús! ¡perdonad a todos los que no os aman! ¡Ah! ¡cuán grande es su número! ¿No es verdad que, aún en los países cristianos, multitud de hombres tratan a este adorable Salvador como si nada le debiesen? ¿No es verdad que le tratan casi como enemigo, olvidándole, blasfemándole, descuidando su servicio, burlándose de sus sacerdotes, de su Vicario, de su Santa Iglesia, riéndose de la Confesión, ridiculizando la Eucaristía, llegando algunas veces a ultrajar a su santísima Madre?

Sin embargo, ¿qué más hubiera podido hacer para atestiguarles su amor? “Si fuese posible -decía un día a Santa Brígida- si fuese posible que yo sufriese los tormentos de mi Pasión tantas veces cuantas almas hay en el infierno, gustoso los sufriría”. Y en recompensa, la mayor parte de aquellos a quienes ha rescatado y enriquecido con sus dones, vuelven a crucificarle. Sí, a crucificarle; pues quien peca mortalmente “crucifica de nuevo en sí mismo al Hijo de Dios, le pisotea, desprecia la Sangre de la alianza, en la que ha sido lavado y santificado”.

¡Dios mío! agradecemos profundamente cualquier demostración de afecto, el más insignificante servicio que se nos preste; ¿qué digo? profesamos cariño a un animal que nos divierte o nos es útil en algo; y ¿dejaremos de amar a Dios, que es nuestro Criador, nuestro misericordioso Redentor, nuestro fidelísimo amigo, nuestro bondadosísimo hermano, nuestro tesoro, nuestra gloria, nuestro soberano bien, nuestra vida, nuestro corazón; a este Dios, que es todo corazón y todo amor por nosotros?

“¡Oh hijos de Adán! Redentor tenéis; venid a Él, que bueno y misericordioso es para los que quieren ser redimidos. Fuente de agua viva es; río caudaloso, que procede del trono de Dios, que sin recibir de nadie, a todos da largamente sin que sus corrientes se mengüen: corred, sedientos, a apagar vuestra sed. Mina es sin término de los tesoros eternos; los que os desentrañáis por adquirir riquezas que apenas se dejan ver de los ojos, corred codiciosos, que nunca tantos tesoros llevará uno que no resten para repartir a los demás, infinitos. Venid, ciegos, a la luz; afligidos, atormentados, al gozo sin fin; venid, presos a la libertad; desterrados, a vuestra patria; muertos, a la vida. ¿Qué aguardáis? venid, que buen Dios tenéis. ¿Qué hacéis atados, como viles bestias, a los pesebres del mundo, royendo paja de vanos gustos sin jugo ni sustancia de bien? Romped vuestras ataduras; corred, que buena y rica mesa os espera, abastecida de verdaderos deleites y regalos sin tasa. ¡Oh hijos de Adán! despertad, que la luz se os entra por vuestras puertas; abrid, no os quedéis a oscuras y en tinieblas de muerte”.

5 DE MARZO: BEATO NICOLÁS FACTOR


5 de Marzo: Beato Nicolás Factor

(✞ 1583)

El bienaventurado Nicolás Factor nació en Valencia de España, de padres humildes y piadosos.

Desde muy pequeño comenzó a ejercitar la caridad con los enfermos, porque hallando a la edad de diez años, a la puerta del hospital de San Lázaro, a una pobre mujer cubierta de asquerosa lepra, con gran devoción se hincó de rodillas a sus pies y se los besó. Otro niño le preguntó cómo no tenía asco de poner los labios en cosa tan asquerosa. “No he besado -respondió el santo niño- las llagas asquerosas de esta pobrecita, si no las llagas preciosas y amabilísimas de Jesucristo”.

Creciendo en edad, era muy aventajado en las letras humanas, escribía santas poesías en lengua latina y castellana, tañía varios instrumentos, cantaba con voz excelente, y pintaba con singular habilidad imágenes de Cristo y de su Santísima Madre.

Cuando su padre estaba pensando en casarle, Nuestro Señor le llamó para su servicio en el convento de Santa María de Jesús que está a un cuarto de hora de la ciudad de Valencia. No hubo religioso alguno entre aquellos hijos de San Francisco que no se mirase en él como un espejo de perfección.

El Señor le glorificaba aún en el púlpito con raras y estupendas maravillas, porque casi siempre que predicaba se arrobaba con éxtasis seráficos elevándose algunas veces su cuerpo en el aire sin tocar con los pies el suelo, y después, cuando volvía en sí, proseguía el sermón tomando el hilo del discurso, donde lo había dejado.

Y no sólo predicando gozaba el siervo de Dios de estas delicias divinas, sino que también celebrando el divino sacrificio, dando la comunión, conversando de cosas santas, en su celda, en el confesionario, en las procesiones públicas, de suerte que por muchos años fue casi todos los días y por varias veces elevado en éxtasis que algunas veces duraban horas enteras.

En ese momento se le transformaba el semblante, poniéndosele muy encendido y hermoso, despidiendo a veces rayos de luz, y ardiendo sus carnes como ascuas. Predicando en Barcelona se elevó de la tierra más de un palmo en presencia de un numerosísimo grupo de personas. 

Visitaba en Valencia con singular a ficción el hospital de San Lázaro; y allí limpiaba a los leprosos y los lavaba con aguas odoríferas, les daba de comer, les hacía las camas, los desnudaba y los ponía en ellas, y con gran devoción se arrodillaba y les besaba las llagas.

Finalmente, después de una vida llena de maravillas y prodigios de caridad y penitencia, expiró pronunciando el dulcísimo nombre de Jesús, a la edad de sesenta y tres años. Quedó su sagrado cadáver flexible y exhalando suavísima fragancia durante los nueve días que estuvo expuesto para satisfacer a la devoción de los fieles, como consta por el testimonio de un jurídico reconocimiento. 

Le dieron sepultura en un lugar señalado, y en vista de los continuos prodigios que dispensaba Dios a los que imploraban su patrocinio, el sumo pontífice Pío VI le declaró beato en el año 1786.


martes, 4 de marzo de 2025

¿ES MORALMENTE PERMISIBLE DESEAR LA MUERTE DE ALGUIEN?

¿Es moralmente permisible (es decir, no pecaminoso) desear (esperar, rezar por) que una persona en particular muera? ¿O es siempre y necesariamente pecaminoso hacerlo?



La continua hospitalización del apóstata argentino Jorge Bergoglio ('papa Francisco') ha puesto de relieve una delicada cuestión moral que mucha gente puede estar planteándose pero que no sabe muy bien cómo resolver y quizá se resiste a preguntar:

¿Es alguna vez moralmente permisible (es decir, no pecaminoso) desear (desear, esperar, rezar por) que una persona en particular muera? ¿O es siempre y necesariamente pecaminoso hacerlo?

El objetivo de este artículo es simplemente ayudar a formar conciencias correctamente sobre este tema, proporcionando información católica fiable y auténtica. Como siempre, nos ocuparemos únicamente de lo que está “en los libros”, por así decirlo, desde antes del Vaticano II; es decir, buscaremos nuestras respuestas únicamente en la teología moral católica romana aprobada tal como era conocida, aceptada y enseñada en la Iglesia Católica hasta la muerte del último Papa verdadero, Pío XII (fallecido en 1958).

Por lo tanto, no podemos hacer nada mejor que citar directamente textos de teología moral que se publicaron con la aprobación de la jerarquía católica mucho antes de que alguien tuviera la menor idea de un “papa Juan XXIII” o de un concilio Vaticano II.

Una de estas obras es el manual de teología moral y pastoral del sacerdote y profesor británico padre Henry Davis (1866-1952) .

Para comprender adecuadamente las cosas, volvamos primero al tratamiento de los pecados internos en general:

Los pecados internos se consuman por un acto de la voluntad sin ninguna expresión externa. El pecado no está en la mente sino en la voluntad. Por lo tanto, cuando hablamos en este contexto de pensamientos pecaminosos en general, nos referimos a pensamientos sobre algún objeto prohibido que la voluntad aprueba, acepta y disfruta, provocando en su consideración aprobación, deseo o deleite. Los pecados internos se enumeran comúnmente como tres: deseo, alegría y complacencia, siendo esta última también llamada complacencia deliberada o placer moroso. Sin embargo, la palabra moroso tiene un significado en inglés muy distinto de morosa en latín, y por lo tanto aquí hablaremos de placer deliberado en lugar de placer moroso. La alegría y el placer deliberado en la voluntad no difieren; la única diferencia es accidental, a saber, que la alegría concierne a un objeto pasado, pero el placer concierne a uno presente. Sin embargo, el placer y el deseo difieren, y eso esencialmente, porque disfrutar del pensamiento presente de la desgracia de otro es muy diferente de desear esa desgracia; podemos distinguir los dos tanto moral como psíquicamente.

(Rev. Henry Davis, SJ, Moral and Pastoral Theology, vol. 1, cuarta ed. [Nueva York, NY: Sheed and Ward, 1943], págs. 229-230; subrayado añadido. Una edición anterior está disponible para su compra en Amazon aquí [#CommissionLink]).

El padre Davis examina primero la moralidad del deseo, luego la del gozo y después la del placer. Para nuestros propósitos, bastará examinar únicamente la cuestión del deseo, ya que lo que es lícito desear también será lícito gozar y disfrutar de ello.

Para evitar malentendidos innecesarios, será importante comprender primero la diferencia entre un deseo eficaz y uno ineficaz:

1. El deseo malo es un acto de la voluntad, un deseo de hacer algo prohibido. Es eficaz y absoluto si incluye la intención de tomar los medios necesarios para realizarlo; es ineficaz si es condicional, como: “Haría esto si tuviera el poder”. El deseo eficaz de hacer el mal es un pecado de la misma especie y gravedad que el acto externo deseado con todas sus circunstancias, porque el deseo se dirige a un objeto tal como existe, y el acto interior deriva su carácter moral o especie moral de su objeto, es decir, el externo. Así, el deseo de robar una cosa sagrada es un deseo sacrílego; el deseo de herir a un padre es un pecado contra el deber; el deseo de decir una mentira es un pecado contra la veracidad; todos son internos, en verdad, pero de la misma especie moral que serían los actos externos correspondientes si se llevaran a cabo. Un deseo malo ineficaz es igualmente malo, porque no es menos un acto de la voluntad dirigido hacia un objeto malo, y, por lo tanto, no hay diferencia moral entre el deseo eficaz y el ineficaz.

2. El deseo malo es, pues, de la misma especie moral y gravedad que el objeto malo externo con todas las circunstancias a las que se dirige el deseo. Si el objeto deseado es gravemente malo, también lo es el deseo, como el deseo de cometer una injusticia grave; y si el objeto tiene una doble malicia, como el adulterio, el deseo también tiene una doble malicia, es decir, contra la castidad y la justicia; por lo tanto, en el sacramento de la penitencia debe explicarse la naturaleza distinta del deseo malo, si es grave. Sin embargo, esta doctrina no la comprenden muchos penitentes, y el confesor debe instruirlos, pero con gran prudencia.

3. Pero los deseos ineficaces y condicionales a veces no son pecaminosos y es necesario explicar los principios que nos guían a la hora de determinar cuándo son pecaminosos y cuándo no:

(a) Un deseo condicional no es pecaminoso si la condición quita todo el mal del objeto externo. Tal sería el caso en materia de alguna ley positiva. Así, comer carne en un día de abstinencia es pecaminoso, sólo en razón de la ley eclesiástica; tomar lo que pertenece a otro no siempre es pecaminoso, y por lo tanto, los deseos condicionales de hacer tales cosas si estuvieran permitidas no serían pecaminosos, pero los deseos de esta naturaleza son tontos y podrían ser peligrosos.

(b) Un deseo condicional de hacer lo que nunca podría ser lícito es pecaminoso. Así, la blasfemia nunca es lícita, y desear tal pecado condicionalmente sería una gran deshonra para Dios. De manera similar, sería pecaminoso provocar un deseo condicional cuando la condición no pudiera, de hecho, hacer que el acto fuera lícito; así: “Robaría si pudiera hacerlo en secreto”, sería un deseo pecaminoso.

(c) La mera declaración de un hecho, como: “Si la ley de Dios me lo permitiera, exigiría venganza”, puede simplemente expresar una disposición temperamental y no necesita ser pecaminosa, ciertamente no sería gravemente pecaminosa; pero tales declaraciones pueden ser escandalosas.

¿Es lícito desear el mal a los demás? Para responder a esta pregunta, debemos excluir, en primer lugar, los deseos realmente eficaces, como el de tomar algún medio para causar daño, porque esto es contrario a la caridad. En segundo lugar, debemos excluir todo deseo de daño, en cuanto tal, a los demás; es decir, no podemos desear lícitamente lo que es dañino sólo porque es dañino para los demás; no podemos desear la muerte de un enemigo sólo porque la muerte es un mal físico para él. Hablando, pues, sólo de los deseos ineficaces, el principio es que no pecamos cuando deseamos el mal a los demás para evitar un daño mayor, y esto está de acuerdo con la verdadera caridad. Que esto es lícito es obvio, porque si se observa el orden de la caridad [ordo amoris], desear tal daño es desearlo como un bien real. Por lo tanto, es incorrecto desear que alguien sufra una pérdida eterna. También es erróneo desear la muerte de otro a causa de una herencia o legado, porque es contra la ley de la caridad preferir la ventaja temporal de pequeño momento a la vida de otro [El Papa Inocencio XI condenó la afirmación contraria; ver Denz. 1163-1165].

Por otra parte, es lícito desear que le suceda a otro alguna desgracia, no como desgracia suya, sino para que se corrija o se convierta a Dios; o desear la muerte de otro en la inocencia, en lugar de que viva mal o muera en pecado; o desear la muerte de alguien que está haciendo un gran daño público, pero no para que muera como un mal para él, sino para que cese el daño. De manera similar, es lícito desear la muerte, pero no como un mal para otro, de alguien que es probable que provoque mi muerte o la de otra persona inocente o lo que es equivalente a la muerte, como la deshonra y la injuria grave persistente; o desear que se inflija la retribución de la muerte como un castigo justo a un criminal. En todos estos ejemplos se mantiene el orden de la caridad, porque el bien superior siempre puede preferirse al inferior, y desear el bien superior no es necesariamente desear el mal; pero es mejor abstenerse de tales deseos, incluso los lícitos, ya que la naturaleza humana se desvía fácilmente por la pasión de la guía de la razón correcta.

(Moral and Pastoral Theology, vol. 1, pp. 230-232; subrayado añadido)

Puede parecer un poco abrumador, pero la teología moral católica es complicada y es importante hacer las distinciones necesarias y comprender todos los matices.

En resumen, sí, es permisible albergar el deseo ineficaz de que alguien que causa un gran daño público muera, no porque queramos que esa persona sufra la pérdida de su vida, sino porque eso pondrá fin a su capacidad de seguir dañando al público. De esta manera, es realmente el bien público lo que buscamos y no el fin de la vida del individuo per se.

De manera similar, los teólogos morales dominicos, los padres John McHugh y Charles Callan, escriben que “el deseo de lo que es físicamente malo es bueno, si el mal se desea, no por sí mismo, sino por el bien de un bien mayor. Ejemplo: desear por odio que un vecino pierda su brazo es un deseo malo y pecaminoso; pero si uno desea esto como un medio para salvar la vida del vecino, mientras todavía desea algo malo, no es el mal sino el beneficio lo que se pretende, y por lo tanto, el deseo en sí no es malo” (Moral Theology [1958], n. 245).

No sorprende que el gran san Alfonso María de Ligorio (1696-1787), que es el Doctor de Teología Moral de la Iglesia, enseñe lo mismo, aunque no es tan fácil de entender como los otros:

… Es lícito gozarse del mal del prójimo, a causa de su mayor bien o inocencia, es decir, si el que se goza en la enfermedad e incluso en la muerte del prójimo lo hace para que éste deje de pecar o de causar escándalo, etc., como dicen los autores. … Santo Tomás (3. Sent. dist. 30, q. 1, art. 1, ad 4) enseña expresamente que: “Por eso, porque la caridad tiene un orden, y cada uno debe amarse más a sí mismo que a los demás, y a sus prójimos más que a los extraños. … Alguien puede, salvo por caridad, desear un mal temporal para alguien y gozarse de él si sucede, no en cuanto es malo para él, sino en cuanto es un impedimento para los males del otro, a quien está obligado a amar más, ya sea de la comunidad o de la Iglesia”. San Gregorio escribe también: “Pueden suceder muchas cosas, que, cuando no se ha perdido la caridad y la ruina de nuestros enemigos nos trae alegría, y de nuevo su gloria sin pecado de envidia nos entristece, en esa ruina, creemos que se han levantado algunas cosas, y en su provecho, tememos que muchos sean oprimidos injustamente” (Mor. l. 22, c. 22). Sin embargo, esto debe entenderse siempre conservando el orden de la caridad, es decir, cuando el mal que se evita supera o es igual al mal deseado para el prójimo.

(St. Alphonsus Liguori, Moral Theology, Vol. I, Book II, Dubium II, Article II, Question 21; Subrayado añadido. [Post Falls, ID: Mediatrix Press, 2016].)

Como siempre en el verdadero catolicismo, el bien temporal del hombre está subordinado a su bien eterno, espiritual. La vida humana temporal es un gran bien, pero no es el mayor; todos moriremos en algún momento, y nuestro Bendito Señor mismo dejó en claro que la vida sobrenatural es preferible a la vida natural: “Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mc 8,36); “Y si tu mano derecha te es ocasión de escándalo, córtala y échala de ti; pues te conviene que se pierda uno de tus miembros, antes que que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno” (Mt 5,30).

Debería ser evidente –y el padre Davis lo confirma en lo citado anteriormente– que nunca está permitido desear la condenación eterna de alguien. La razón es que es contrario al mandato de Dios de “amar a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22:39) por amor a Él, y Él nos ha dicho que Él “quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2:4) y que “no quiero la muerte del impío, sino que se convierta de su camino y viva” (Ezequiel 33:11).

Las noticias que llegan del Vaticano son un poco contradictorias. Un día informan que esta lúcido y ha mejorado, y al día siguiente, que ha tenido otra crisis. Y así pasan los días.

Con espíritu de auténtica caridad sobrenatural, recemos para que se arrepienta de todo el gran mal que ha cometido y reciba una absolución válida en el Sacramento de la Penitencia, para morir en estado de gracia santificante. Y que esto suceda pronto, para que haya menos daño a las almas.

“¿UNA VEZ CATÓLICO, SIEMPRE CATÓLICO?” NO NECESARIAMENTE

Muchos católicos dicen casualmente a ex católicos la siguiente frase para que regresen a la Iglesia: “Una vez católico, siempre católico”. Suena acogedor, pero es teológicamente incorrecto.

Por el Padre David Nix


Esto se debe a que el Magisterio de la Iglesia Católica y los Padres de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino y los Papas enseñaron: Un mal católico nunca deja de ser católico, siempre que su fracaso no se base en la fe sino en la moral (y también siempre que esos fracasos morales no sean causa de excomunión). Por otro lado, una persona bautizada que ha rechazado deliberadamente incluso un solo principio de la fe católica tradicional es un hereje que ya no es católico. Además, una persona bautizada que ha rechazado deliberadamente a Jesucristo como el único Salvador del mundo ahora es un apóstata y está aún más fuera de la Iglesia.

El hereje conserva el carácter del bautismo, pero no la gracia del bautismo. Ésta es la distinción clave.

Por supuesto, esto no quiere decir que los ex católicos estén predestinados al infierno. Más bien, hay que orar, ayunar y compartir la fe con ellos para ayudarlos a trazar un plan de retorno a la Iglesia Católica. De hecho, pueden recuperar la gracia del bautismo con una sola confesión. En ese momento, el carácter del bautismo se une inmediatamente a la gracia del bautismo y vuelven a estar en la Iglesia Católica.

Sin embargo, las reglas de la Iglesia antes del Vaticano II establecían que los herejes o apóstatas públicos tenían que renunciar públicamente a sus errores además de hacer una buena confesión para poder regresar a la Iglesia. Aunque usted ya no crea esto, debería estar de acuerdo en que una declaración de retorno al menos a sus amigos y familiares es una buena idea, especialmente si la herejía o apostasía inicial causó escándalo. Su declaración de retorno a la Iglesia Católica probablemente debería preceder a su confesión, a menos que se trate de una emergencia.

Si un católico abandona la Iglesia para unirse a una comunidad protestante (o adora una estatua de la pachamama), ya no es católico


Esa es la enseñanza de los Apóstoles, de los Padres de la Iglesia, de Santo Tomás de Aquino y de todos los Papas de la vieja escuela. Puesto que un hereje o un apóstata renuncia (por voluntad propia) a su membresía en la Iglesia Católica, obviamente también renuncia a cualquier rol jerárquico que haya tenido hasta ese momento.  Esto es válido para cualquiera que propugne una herejía manifiesta y obstinada, pero no una herejía oculta.

¿Cuál es la diferencia? La herejía oculta significa que usted duda en privado sobre un principio de la fe, pero no lo divulga. En este caso, la duda puede ser un pecado, pero no lo deja fuera de la Iglesia. Además, tenga en cuenta que el cardenal Newman escribió: “Mil dificultades no equivalen a una duda”.

En otras palabras, lo que se siente como duda en estos tiempos oscuros puede no ser que usted dude de Jesucristo y de la fe católica con pleno consentimiento, sino que simplemente sea una tentación. Si tal es el caso, no se castigue. Muchos grandes santos como Santa Teresita de Lisieux y el Padre Pío tuvieron que hacer constantemente actos de fe para evitar la gran oscuridad de su tiempo (que es una oscuridad aún mayor en nuestro tiempo). Si usted está haciendo todo lo posible por ser un católico tradicional, le garantizo que no es ni hereje ni apóstata. Incluso si tiene una herejía secreta accidental (herejía oculta), tenga la seguridad de que usted sigue siendo parte de la Iglesia Católica.

Verá, si no está enseñando deliberadamente en contra de la fe tradicional, probablemente no está cometiendo ningún pecado de duda, herejía o apostasía. Esto es cierto, incluso si sus sentimientos o tentaciones se sienten fuera de control en un momento u otro durante la semana o el mes o lo que sea. Simplemente haga actos de fe si siente tentaciones en contra de la fe. Las tentaciones no son consentimiento. Y sin consentimiento no hay pecado.

Pero hoy en día hay verdaderos enemigos de la Iglesia dentro de nuestros propios edificios eclesiásticos (la palabra clave aquí es edificios, no Iglesia) que niegan la fe católica a diestra y siniestra casi todas las semanas. San Alfonso María de Ligorio, San Francisco de Sales y San Roberto Belarmino enseñan que un hereje deja por completo de ser miembro de la jerarquía y de la Iglesia católica. Esto incluye a ya-saben-quién, porque “el amigo” no es católico.

En este punto, muchas personas en Trad S.A. dirán: “Ah, sí, Padre Nix, es cierto que los herejes se retiran de la Iglesia Católica. Pero usted y su banda de fanáticos extremistas que leen su sitio web no tienen la autoridad para declarar a alguien hereje sin un juicio canónico formal”.

En esto se equivocan según muchos santos. Si bien es cierto que no podemos remover físicamente a alguien de un importante puesto de enseñanza, un católico ortodoxo ciertamente puede reconocer que un hereje manifiesto y obstinado ya se ha retirado de la Iglesia Católica. Más aún si se trata de un apóstata adorador de la pachamama, independientemente del cargo que pretenda ocupar.

Lo demostré citando a muchos santos de la vieja escuela en probablemente el menos leído de todos mis artículos sobre este tema, titulado Él debe ser acusado por sus súbditos. Admito que tomé gran parte de ese artículo del padre Paul Kramer, quien muestra brillantemente a partir de los santos que cualquier católico promedio puede reconocer que un hereje o apóstata ha abandonado oficialmente la Iglesia incluso sin un decreto oficial de un grupo de hombres de rojo. Ese artículo demuestra que, de hecho, se puede reconocer a un hereje o apóstata que ya se ha retirado de la Iglesia por sus propias acciones.

Así que, aunque muchas personas en la “Nueva Evangelización” explicarán (y muchas de ellas mantienen un corazón en un muy buen lugar, dicho sea de paso) a los católicos que alguna vez fueron bautizados (que pueden afirmar ser budistas, mormones o ateos ahora) que él o ella “siguen siendo católicos porque fueron bautizados como católicos…”, pues les digo que están muy equivocados según la enseñanza clásica de la Iglesia Católica. De hecho, ni siquiera es necesario conocer la teología para saber esto. El simple hecho de que Dios respete el libre albedrío debería llevarlo a ver que un “ex católico” es simplemente eso por su propia voluntad: un ex católico.

En resumen, si alguien dice con sus palabras o incluso con su doctrina: “Ya no soy católico”, Dios le cree. Y yo también.

Por supuesto, no condenamos a aquellas personas que abandonaron la Iglesia Católica. Debemos evangelizarlas y sacrificarnos por ellas con todo nuestro corazón. Jesucristo quiere que todos esos budistas, mormones, ateos, herejes y apóstatas regresen a Su Iglesia Católica. Esto se debe a que Dios verdaderamente quiere que todos se salven. Pero a veces ayudar a las personas a ver la verdad de que ya han abandonado la Iglesia Católica es exactamente el fuego que necesitan para volver a la Verdadera Iglesia Católica.

4 DE MARZO: SAN CASIMIRO, PRINCIPE


4 de Marzo: San Casimiro, Príncipe

(✞1484)

Fue el purísimo joven San Casimiro hijo del rey Casimiro de Polonia y de Isabel de Austria, hija del emperador Alberto. Se crió muy temeroso de Dios y devoto, y no gustando de ricos vestidos ni de los regalos del palacio, dormía en la tierra desnuda y afligía su inocente cuerpo por imitar a nuestro Redentor Jesús en sus dolores.

Muchas veces estaba en larga oración, enajenado de los sentidos del cuerpo y con el alma unida a Dios. De noche se levantaba a escondidas y con los pies descalzos se iba a orar en alguna iglesia, postrándose a los umbrales de ella, los cuales regaba con muchas lágrimas perseverando de este modo toda la noche, hasta que le encontraban así por la mañana.

Era notablemente devoto a la Virgen María y tiernísimo hijo suyo, y la saludaba cada día de rodillas con unos versos latinos que él mismo había compuesto con grande artificio y elegancia.

Fue modestísimo en el hablar, y jamás permitió hablar delante de sí cosa que pudiera mancillar la reputación de un tercero.

Tenía gran celo de la fe y la santa Iglesia, y para esto hizo que el rey mandase por un riguroso decreto que ninguna iglesia de los que no eran católicos y obedientes al pontífice romano, se edificase de nuevo, ni reparasen las suyas los herejes, los cuales en su tiempo anduvieron muy oprimidos, y en gran disminución, no atreviéndose ninguno a levantar la cabeza.

Coronaba estas y otras virtudes con la caridad, que es la reina de todas ellas. Daba a los pobres grandes limosnas, consolaba a los afligidos, era el amparo de las viudas, padre de los huérfanos y él mismo mandaba a buscar a los necesitados, y se informaba de los más desvalidos para ayudar a todos; y así era muy querido en el reino, y aunque tenía otro hermano mayor, le quisieron señalar como rey, más no se pudo contar con él, por más que su padre deseó fuese elegido. 

Su padre, el rey, quiso hacerlo casar, tanto por la sucesión que esperaba, como por el evidente peligro que corría su vida, a juicio de los médicos, pero el santo y angelical mancebo quiso antes perder la vida que violar la flor de su virginidad, diciendo que no conocía la vida eterna, quien con algún menoscabo de ella, quiere alargar la vida temporal.

Finalmente, habiendo tenido revelación del día de su muerte, a la edad de veinticuatro años y 5 meses, entregó su purísimo espíritu al Señor y fue recibido entre los coros de los ángeles.

Fueron innumerables los milagros que hizo Nuestro Señor para honrarle y dar a conocer cada día más, su santidad.


lunes, 3 de marzo de 2025

¿QUIEN LE PONE EL CASCABEL AL GATO?

Rupnik, líder del "Centro Aletti", se ha instalado con sus adeptos en un antiguo convento en una paradisíaca región de Italia.


Según informó La Nuova Bussola Quotidiana, el convento de Montefiolo, en Sabina, ha pasado a convertirse en la nueva sede de la secta de ex jesuitas liderada por el depravado Marko Ivan Rupnik

Esta situación ha derivado en la salida de las monjas que allí residían, en lo que parece una maniobra encubierta promovida por el "cardenal" Angelo De Donatis.

El convento, ubicado en una cima rodeada por altos muros y bosques, ha sido desde hace años un lugar frecuentado por miembros del "Centro Aletti" para la organización de "ejercicios espirituales". Sin embargo, ahora ha sido ocupado por Rupnik y otros ex jesuitas expulsados de la Compañía de Jesús, generando incertidumbre y alarma en la Orden de las monjas Benedictinas de Priscila, quienes poco a poco, han sido desplazadas del lugar.

El 27 de febrero, La Nuova Bussola Quotidiana intentó visitar el convento, pero la respuesta obtenida fue evasiva. "Las monjas se han ido, no hay nadie", afirmó una voz femenina desde el intercomunicador. Sin embargo, poco después, un vehículo salió del convento y un hombre que se identificó como "sacerdote"Milan Žust, antiguo superior de Rupnik en la comunidad del Centro Aletti pudo ser brevemente preguntado sobre la situación. 

Milan Žust

Ante el requerimiento de información sobre el convento, Žust se mostró esquivo y argumentó que las monjas "estaban en proceso de mudanza" y que "el lugar estaba en remodelación".

El "cardenal" De Donatis, ex "Vicario General" de Roma y ahora "Penitenciario Mayor", ha jugado un papel clave en esta extraña "reubicación". Se ha reportado que el De Donatis
 ha construido un lujoso apartamento en el convento, mientras que en la cercana localidad de Poggio Catino posee una casa de campo con piscina, donde habría hospedado a Rupnik y sus adeptos antes de trasladarlos a Montefiolo. 

El "cardenal" De Donatis

A pesar de la gravedad de las acusaciones que rodean a Rupnik, De Donatis ha sido uno de sus principales protectores, minimizando las denuncias en su contra y facilitando su "reinserción" en la "vida religiosa".

Testimonios recogidos por La Nuova Bussola Quotidiana indican que en la iglesia del convento se están realizando modificaciones significativas sin los permisos correspondientes, alterando la estructura original protegida por Patrimonio Cultural. "Han levantado un muro en el altar y están cubriendo la iglesia con nuevas pinturas", señala un informante. Ya podemos imaginar a quien pertenecen las "nuevas pinturas" (o hablando con propiedad, los adefesios) que se están colocando en el antiguo convento.

La falsa iglesia, dueña de los edificios 

Las monjas desplazadas han evitado hacer declaraciones públicas, aunque una de ellas, contactada telefónicamente, expresó con temor que "no les está permitido abrir el convento". La situación apunta a que De Donatis mantiene un control absoluto sobre la administración de los bienes de la Orden Religiosa, dejando a las monjas en una posición vulnerable.

Intentos por obtener declaraciones del "cardenal" De Donatis y del obispo de la diócesis de Sabina-Poggio Mirteto, Ernesto Mandara, han resultado infructuosos. Mientras tanto, el escándalo en torno a Rupnik sigue creciendo, con más encubrimiento y silenciamiento de las víctimas dentro de las altas esferas de la falsa iglesia conciliar.

MONSEÑOR AGUER: LA HEREJÍA ARRIANA NO HA DESAPARECIDO DE LA IGLESIA

En la Iglesia actual la centralidad del hombre y de los derechos humanos tiene un carácter semiarriano o neoarriano. Es necesario predicar a Jesucristo, verdadero Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios.


El año 2025 marca el 1.700 aniversario del Concilio de Nicea, celebrado en el año 325 y completado posteriormente por el Concilio de Calcedonia y el Primer Concilio de Constantinopla. En ese primer y gran Concilio de la Iglesia se proclamó el misterio de la Santísima Trinidad, declarando que el Hijo, Jesucristo, es homoúsios tô Patrí, consustancial con el Padre, y por lo tanto es Dios, como el Padre.

El Concilio, presidido por el Obispo Osio de Córdoba, reconoció la verdad proclamada por Atanasio de Alejandría contra Arrio (256-336). El arrianismo es una doctrina unitaria que sostiene que Jesucristo es Hijo de Dios del Padre pero que no es eterno, o mejor dicho, no es coeterno con el Padre. Arrio y su discípulo Eunomio sostenían la total desemejanza entre el Hijo y el Padre. Protegido por los emperadores, el arrianismo se extendió por todo el Imperio romano de Occidente, se impuso también en varios pueblos germánicos y más tarde se integró en numerosas corrientes heréticas. Reconocía la unicidad de Jesucristo, incluso su Resurrección, pero negaba su divinidad.

En la Iglesia actual la centralidad del hombre y de los derechos humanos tiene un carácter semiarriano o neoarriano. Es necesario predicar a Jesucristo, verdadero Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios. Una cristología auténtica es la trinitaria. La Misa Tradicional conserva una profesión exclusiva del Credo niceno, lo que disipa cualquier posible confusión, pero el rito romano actual da también la opción del Credo de los Apóstoles, lo que podría dar lugar a la difusión del neoarrianismo. Un antecedente notable se puede discernir en la tradición jesuita. Los famosos Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola comienzan diciendo: “El hombre… fue creado”. No dice: “Dios creó al hombre”, como debería. Éste es el origen del antropocentrismo moderno y de una concepción ultrahumanista reforzada por la ideología de la Revolución Francesa. Esta orientación se refleja en la cristología como neoarrianismo.

De hecho, el llamado “diálogo interreligioso” postula que todas las religiones son la verdad, devaluando así el mandato del Evangelio. Esta es la realidad admitida en todo el mundo. El ex presidente de los Estados Unidos ha elogiado al “papa Francisco” por “tender la mano a todas las religiones”, a diferencia de lo que solían hacer los papas. El verdadero “diálogo interreligioso” se puede lograr afirmando la Verdad Católica con respeto por todos. La Tradición de la Iglesia nos permite orar por la conversión del mundo a Jesucristo.

Héctor Agüer
Arzobispo Emérito de La Plata


3 DE MARZO: SANTA CUNEGUNDA, EMPERATRIZ Y VIRGEN


3 de Marzo: Santa Cunegunda, Emperatriz y virgen

(✞ 1033)

Santa Cunegunda era princesa de muy alto linaje, hija de Sigfrido de Luxemburgo y de su santa esposa, Eduviges, los condes palatinos del Rhin, y dotada de extremada hermosura y de todas las gracias que se estiman en las mujeres. La tomó por esposa el emperador Enrique de Baviera, príncipe no menos poderoso que honestísimo, en tan alto grado, qué concertó con ella el guardar perpetua castidad y amarse como hermano y hermana y no como marido y mujer.

¡Gloria a Dios que a príncipes tan poderosos y magníficos dio aliento para aspirar a tan ilustre victoria en la flor de su edad, emulando la limpieza de los ángeles en medio de las grandezas de la corte, sin quemarse en tantos años estando tan cerca del fuego!

Viviendo, pues, estos santos casados en tan gran pureza y conformidad, como eran tan piadosos como castos, se dieron completamente a la devoción y a amplificar el culto de Dios y edificar muchas Iglesias y monasterios con imperial magnificencia.

Más el demonio envidioso quiso sembrar discordia donde había tanta unión; y engendró en el ánimo del emperador algunas falsas sospechas sobre la emperatriz, pareciéndole que estaba aficionada a cierto hombre y no guardaba la fe prometida.

Pero ella confirmó con un testimonio del cielo su castidad, porque en prueba de su inocencia, con los pies descalzos anduvo quince pasos sobre una barra de hierro ardiendo sin quemarse, y oyó una voz que le dijo: Oh, virgen pura, no temas, que la Virgen María te librará! 

Con esto quedó la santa casada y doncella victoriosa, y el emperador, su marido, arrepentido y confuso, y de allí en adelante vivió en paz y admirable honestidad con ella, hasta que el señor le llevó a gozar de sí y acreditó su santidad con muchos milagros.

Cunegunda dio entonces pruebas de repudio al mundo y determinó pasar el resto de su vida en el monasterio de monjas de San Benito, que había edificado, en el cual, habiendo vivido quince años con las monjas, entregó su alma inocentísima y santísima al Señor; y fueron tantos los que concurrieron a venerar su cadáver, que en tres días con grandes y estupendas maravillas acreditó la admirable santidad de su sierva.


domingo, 2 de marzo de 2025

EXINTEGRANTE DE ORGANIZACIÓN ULTRA FEMINISTA PIDE PERDÓN A LOS CATÓLICOS

“Profundicé en el tema y me di cuenta de que, más allá del peligro para las mujeres y los niños, el transgenerismo representa una amenaza para la civilización”.


Marguerite Stern, ex activista de Femen, perteneció a este movimiento de izquierda fundado en Kiev (Ucrania) en 2008, y es conocido por sus escandalosas acciones llevadas a cabo con eslóganes escritos sobre sus pechos desnudos, ha concedido una entrevista al semanario Famille chrétienne:

“Fui activista de Femen de 2012 a 2015. Durante esos años, dirigí varias acciones contra la Iglesia católica, en particular durante una campaña a favor del ‘matrimonio’ homosexual. Eso fue hace once años. Hoy, mis convicciones y sensibilidades han cambiado. Quiero explicar por qué, y quiero pedir disculpas a los católicos”.

“Hoy en día está de moda denigrar a los católicos, y hacerles pasar por idiotas anticuados en Francia, que no están a la moda como para merecer la condición de seres humanos. En el pasado, he aprovechado esto para actuar de forma inmoral, al tiempo que contribuía a reforzarlo. Me disculpo sinceramente por ello”.

Marguerite Stern se disculpó, en particular, por una acción que llevó a cabo en la catedral de París en 2013, a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo. “Llevo casi cinco años expresando mi oposición a la ideología transexual. Al principio, hacía campaña contra cosas básicas, como la presencia de hombres en el deporte femenino”.

“Pero luego profundicé en el tema y me di cuenta de que, más allá del peligro para las mujeres y los niños, el transgenerismo representa una amenaza para la civilización. El transgenerismo no crea, destruye. Propugna la destrucción de los cuerpos, la falta de respeto por los vivos, la abolición de las diferencias entre mujeres y hombres, la destrucción de nuestra naturaleza innata y de la cultura que nos une. Se trata de la pulsión de muerte y del odio a uno mismo”.

“Cuando atacaba la religión católica, me pregunté si yo también formaba parte de una lógica de destrucción y de odio a uno mismo. Aunque no soy creyente, fui bautizada, hice la Primera Comunión y, sobre todo, crecí en un país cuya historia, arquitectura y moral fueron modeladas por la Iglesia”.

“Rechazar eso, entrar a gritos en Notre-Dame de París, era una forma de dañar una parte de Francia, es decir, una parte de mí misma. A los 22 años, no me daba cuenta. Y sin embargo, amaba esta catedral; recuerdo que al día siguiente de su incendio, fui a llorar a una iglesia”.


Ella continúa: “Hay algo más: está lo que hay más allá de nosotros. Los campanarios que se elevan sobre nosotros y adornan nuestros paisajes sonoros. La grandeza de los edificios. La maravilla de entrar en una iglesia. La belleza. Y la fe de los creyentes. Siento haber pisoteado todo eso”.

“Al profundizar en el tema trans, me di cuenta de que la transexualidad es un proyecto transhumanista, en el que los seres humanos se comportan como sus propios creadores. Esto me asusta, porque ¿qué hacemos con lo desconocido, lo misterioso, lo encantador, lo que está más allá de nosotros? Me asusta porque creo que el ser humano debe permanecer en su lugar de criatura, no de creador. Sin creer en Dios, en ciertos puntos acabo llegando a las mismas conclusiones que los católicos”.

Marguerite Stern es coautora con Dora Moutot de Transmania, enquête sur les dérives de l'idéologie transgenre (Transmanía, descubra los avances en la ideología transgénero) (Editions Magnus, 2024), y ahora es una luchadora contra el “transgenerismo”. 


DOM GUERANGER PROFETIZÓ SOBRE LA APOSTASÍA EN LA IGLESIA

Dom Prosper Guéranger, en un comentario sobre la Epístola del  Domingo 20º después de Pentecostés, ofreció una descripción profunda de estos tiempos

En los últimos días, más que en ningún otro tiempo, los fieles tendrán que recordar el mandato que nos da el Apóstol en la epístola de hoy, es decir, tendrán que comportarse con esa circunspección que él ordena, teniendo todo el cuidado posible para mantener puro su entendimiento, no menos que su corazón, en esos días malos.

La luz sobrenatural, en esos días, no sólo tendrá que soportar los ataques de los hijos de las tinieblas, que presentarán sus falsas doctrinas; además, será minimizada y falsificada por los mismos hijos de la luz que cedan en la cuestión de los principios; se verá en peligro por las vacilaciones, los recortes y la prudencia humana de los que se llaman “hombres de visión amplia”.

Muchos prácticamente ignorarán la verdad maestra de que la Iglesia nunca puede ser abrumada por ningún poder creado. Si recuerdan que Nuestro Señor prometió defender a Su Iglesia hasta el fin del mundo, todavía tendrán la impertinencia de creer que hacen “un gran servicio” a la buena causa al hacer ciertas concesiones políticamente inteligentes que, si se probaran en la balanza del santuario, ¡se encontrarían en desventaja!

Esos futuros sabios del mundo olvidarán por completo que Nuestro Señor no tendrá necesidad de que lo ayuden a cumplir Su promesa con planes torcidos, por astutos que sean; pasarán por alto por completo esta consideración más elemental: que la cooperación que Jesús se digna aceptar de manos de Sus siervos en la defensa de los derechos de Su Iglesia nunca podría consistir en la distorsión o el disfraz de esas verdades concedidas que constituyen el poder y la belleza de la Esposa.

¿Es posible que olviden la máxima del Apóstol, que se encuentra en su Epístola a los Romanos, según la cual conformarse a este mundo, intentar una adaptación imposible del Evangelio a un mundo no cristianizado, no es el medio para probar cuál es la buena, aceptable y perfecta voluntad de Dios? De modo que será un mérito grande y raro, en muchos casos de estos tiempos desdichados, el simplemente entender cuál es la voluntad de Dios, tal como la expresa nuestra Epístola.
¡Cuídense a ustedes mismos -diría San Juan a aquellos hombres- para que no pierdan las cosas que han hecho; asegúrense de obtener la recompensa completa, que sólo se da con la perseverante minuciosidad de la doctrina y de la fe!

2 DE MARZO: SAN SIMPLICIO, PAPA



2 de Marzo: San Simplicio, Papa

(✞ 483)

El celosísimo pontífice de la Iglesia san Simplicio, fue natural de Tibur (que hoy se llama Tívoli), en la campaña de Roma.

Resplandecía ya a los ojos de todos por su virtud y sabiduría y era decoroso ornamento del clero romano, cuando por la muerte del gloriosísimo Papa San Hilario, fue elevado con gran aplauso y consentimiento de todos a la dignidad de Vicario de Jesucristo, para que como hombre enviado de Dios gobernase la nave de la Iglesia, que por aquellos años era azotada por grandes olas de persecuciones y herejías.

San Simplicio fue el cuadragésimo séptimo Papa de la Iglesia Católica, ejerciendo su pontificado entre los años 468 y 483, siendo particularmente importante su papado, por haber sido ejercido durante el último año y caída del Imperio Romano, cuyas políticas anticristianas fueron especialmente crueles, así como por los importantes cambios realizados en la institución de la Iglesia.

Odoacro, que era arriano, se había adueñado de Italia; los vándalos reinaban en África, y los godos habían invadido las tierras de España y de las Galias, y eran aún idólatras; el emperador Zenón, y el tirano del oriente Basílico favorecían a los herejes eutiquinos, y a la ambición de los patriarcas causaba mayores estragos que las herejías en la Iglesia de Dios. 

No se puede decir todo lo que trabajó el santo Pontífice para remediar tan grandes males. Escribió cartas al emperador obligándole a anular los edictos que Basílico había promulgado contra la Religión Católica, y a que echarse de Antioquía a ocho obispos eutiquianos. 

Convocó luego un concilio en Roma en el cual excomulgó a Eudiques, a Dióscoro de Alejandría y a Timoteo Eluro. Exhortó a defender la autoridad del concilio de Calcedonia. Resistió a la ambición de Acario, que pretendía elevar su Silla de Constantinopla sobre las de Antioquía y Alejandría; extendió su solicitud sobre todas las iglesias, consolando a los católicos con sus cartas y limosnas, y como Pastor universal y verdadero padre de los pobres, ordenó que los bienes de la iglesia se distribuyesen en cuatro partes: la primera para el obispo, la segunda para los clérigos, la tercera para la fábrica y reparación de los templos, y la cuarta para los pobres.

Finalmente, después de haber gobernado la Grey de Cristo por espacio de doce años, consumido por sus trabajos, el 2 de marzo del año 483, descansó en la paz del Señor y recibió en el cielo la recompensa por sus grandes virtudes y merecimientos.


sábado, 1 de marzo de 2025

DE VUELTA AL ARMARIO

Bueno, ¿qué debería decir? Nunca pensé que vería este día, eso es todo.


La decisión de Hungría, miembro de la UE, de prohibir la exhibición pública de la perversión y confinarla a un espacio cerrado es un hito cultural. No porque sea correcto permitir tales actos en primer lugar (simplemente deberían prohibirse de plano por ser contrarios a la moral pública), sino porque es la primera vez que un gobierno de la UE vuelve a empujar a esas personas, en cierto modo, al armario.

El mensaje es claro: no se puede hacer alarde de la perversión sexual cuando los niños pueden verse expuestos a ella. Esto no sólo es conforme al sentido común, sino que también demuestra que el Gobierno húngaro no pretende ignorar que estas personas intentan seducir a los jóvenes.

Resulta absolutamente reconfortante que ahora se adopten medidas que hace apenas unos meses no se habrían considerado posibles. Todos sabemos por qué sucede esto: la victoria de Trump marcó un punto de inflexión cultural y señaló un envalentonamiento político de las fuerzas conservadoras.

Dios obra de maneras misteriosas. Escoge a un pecador y lo convierte en patriota, héroe, icono cultural y modelo de la restauración de la cordura. Esto va incluso más allá de lo que haría el propio Trump. Es un cambio cultural que cobra su propio impulso y que continúa -y amplifica- la obra que él ha iniciado y que aún está llevando a cabo.

Habrá contratiempos, por supuesto, y las fuerzas de la oscuridad no están durmiendo, aunque están claramente desorientadas. Pero vemos que la tendencia se hace más clara con cada mes que pasa.

Gracias, señor Orban.

Eres nuestro propio Trump.

Señorita Meloni, tome esto como ejemplo.


Mundabor


CARTA DE UN SACERDOTE MISERICORDIADO POR EL “CARDENAL” GREGORY

¿Por qué, Dios mío, hombres ordenados por Dios buscan destruir tantas vidas; vidas preciosas, vidas sagradas y vidas santas? 

Por el padre Michael Briese


Estas palabras salen de lo más profundo de mi corazón. Conozco al padre Gene y el padre Gene me conoce. Ambos somos sacerdotes que amamos a nuestro Señor con un amor tan profundo y duradero que estuvimos dispuestos a renunciar a nuestras vocaciones profundamente inspiradas por Dios como sacerdotes católicos romanos; y precisamente porque cada uno de nosotros comprendió y comprende plenamente ahora que nuestro Señor nos llamó al sacerdocio. Esta es una genuina expresión del amor de Dios hacia el padre Gene y hacia mí.

Extraño celebrar la Misa. Mi poderoso, influyente, bien versado y hábil político, el arzobispo Gregory me apartó de mi sacerdocio y de mi relación con los pobres a quienes verdaderamente servía con amor. Durante décadas me sentí humilde ante algunas de las personas más pobres que he conocido.

Cuando enfermé, unos vagabundos me recogieron como si fueran alas de ángeles y me acompañaron. Ellos me protegieron. Me amaban. Aprendieron a través de mis enfermedades que ellos también poseían ese amor. Estos alcohólicos sin hogar me enseñaron que yo también podía volver a vivir. Estos pobres hombres caminaban entre nosotros, ¡Eran hombres santos! Eran los más pequeños entre nosotros.

¡Ellos todavía sufren! ¡Ellos todavía lloran! Son adictos, alcohólicos, apenas saben leer, ¡pero pueden amar! Mi propio arzobispo no me llamó cuando me llevaban en ambulancia al hospital. Fueron los pobres y los que sufren los que vinieron a mi lado.

Después de que me dieron de alta de urgencias, fue una viuda la que me llevó a un viejo motel cercano. Costaba 70 dólares la noche. Yo sólo tenía 51 dólares. No podía alquilar mi propia habitación. Ese dinero era todo lo que tenía esa noche. No podía alquilar mi propia habitación. Esta bondadosa mujer católica tuvo la voluntad, la habilidad y el amor de alquilarme una habitación y acompañarme a mi habitación en el piso de arriba. Una vez dentro, podría dormir. Estaba muy cansado, dolorido y avergonzado.

Yo era un hombre enfermo, un hombre de Dios enfermo, un hombre cuyo ser más profundo estaba envuelto por el Espíritu Santo. No había ningún compañero sacerdote que se preocupara por mi; ni siquiera mi arzobispo, el cardenal Wilton Gregory, ni sus tres obispos auxiliares. ¡No les importaba en absoluto! 

¿Qué clase de Iglesia es ésta, cuando hombres buenos cuyos corazones están encendidos por el amor de nuestro Santo Redentor Jesucristo, y otros, como yo, son sacerdotes sin poder? No tengo poder. No tengo riqueza. No tengo fama ni fortuna. Pero en mi pobreza, tengo el don de la Fe... un don tan abundante, tan amoroso, tan dulce, tan valiente y tan decidido, que escribo estas palabras con lágrimas brotando de mis ojos doloridos. 

Sólo pregunto a mi Iglesia, a mis compañeros sacerdotes, obispos, monjes, frailes, hermanos y hermanas religiosos, a los que viven la Vida Devota, a los laicos, a los extraños, y a los débiles e impotentes en medio de nosotros, ¿por qué son tantos los pobres y vulnerables que me han amado mucho más que los obispos y los sacerdotes?

¡Dios mío! Dios mío, siento el dolor en mis entrañas, las lágrimas que me impiden ver, y los miedos que resuenan adentro de mi ser. ¿POR QUÉ, Dios mío, hombres ordenados por Dios buscan destruir tantas vidas; vidas preciosas, vidas sagradas y vidas santas? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Oh Señor, Dios mío. ¿Por qué?

Hace unos días escribí otra carta solicitando una reunión con el cardenal Gregory. He escrito solicitudes de este tipo durante estos últimos tres años -el período en que el cardenal Gregory considera oportuno castigarme- y por todas las razones equivocadas. ¡Él y yo sabemos por qué! Pero ¿qué clase de hombre valoraría y apreciaría sus habilidades para destruir a otros hombres?! ¡Este tipo de hombre no es un hombre de Dios!

Este mal que me ha sido impuesto y que todavía me apuñala el corazón, me ha provocado graves problemas de salud. A los 68 años, mi salud es una grave preocupación. He estado a punto de morir 8 veces antes. Esta es mi novena batalla con la muerte. La muerte me conoce bien y yo conozco bien a la muerte. Lucharé. Lo daré todo. La muerte no vencerá mi vida a menos que sea la Voluntad de Dios. Sólo entonces me rendiré pacíficamente. Conozco a Dios y Dios me conoce a mí.

Mis lágrimas se están acabando lentamente. Las lágrimas que caen bajo mis ojos y ruedan por mis mejillas se están secando. Estas sagradas y preciosas lágrimas de sufrimiento, dolor y pena son signos externos de una verdad interna; y es la verdad de que sigo siendo un sacerdote ordenado con un corazón roto y una Fe que ni siquiera los poderosos pueden destruir.

1 DE MARZO: SAN ROSENDO, OBISPO Y CONFESOR


1 de Marzo: San Rosendo, obispo y confesor

 (✞ 977)

El admirable Obispo San Rosendo, nació de una de las casas más ilustres de Galicia y Portugal, fue hijo de los condes don Gutiérrez de Arias y doña Aldara.

Procuró con gran cuidado su bondadosa madre inclinar al niño a las virtudes cristianas y educarle en las letras como a su calidad convenía; y adelantó tanto en la piedad y en el estudio de las ciencias humanas y sagradas, que habiendo cesado en su cargo el obispo de Dumio, todo el clero y el pueblo hicieron la elección de prelado en Rosendo que contaba a la sazón dieciocho años.

La poca edad e inexperiencia que él alegaba para huir de aquella dignidad, las suplió ventajosamente con su santidad y maravillosa prudencia. 

Todos los días predicaba al pueblo la palabra de Dios, se mostraba padre y tutor de los pobres a quienes repartía por su propia mano largas limosnas, y con su celo apostólico reformó las costumbres de toda su diócesis.

A instancias del rey don Sancho, tomó el gobierno de la iglesia de Compostela, en la cual hizo el copioso fruto que el rey deseaba. 

Invadieron en ese tiempo los normandos a Galicia, y los moros a Portugal; y estando el rey don Sancho ausente, congregó nuestro santo prelado Rosendo, un poderoso ejército, y animando a las tropas con aquellas palabras de David: Ellos en carros y caballos, y nosotros en el nombre del Señor, arrojó a los normandos de Galicia, y reprimió a los árabes alcanzando ante ellos un glorioso triunfo, por el cual fue recibido en Compostela con grandes demostraciones de júbilo, como vencedor asistido por el cielo.

Más suspirando el santo por la soledad, edificó en el pueblo de Villar el célebre monasterio de Celanova, uno de los más magníficos de la Orden Benedictina, donde sirvieron a Dios muchos monjes de sangre noble y de vida santísima.

El monasterio de Celanova, fundado por San Rosendo en 942

Les dio por padre a Franquila, abad del monasterio de San Esteban, y muerto este santo varón, todos eligieron a San Rosendo.

Algunos obispos y abades renunciaron a su dignidad, y muchos señores nobles, rechazaron las grandezas del mundo, para tomar el hábito de manos del santo y ponerse debajo de su paternal gobierno.

El Señor acreditaba su santidad con el don de los milagros, los cuales fueron tantos en número, que de ellos se compuso un códice que se conservó en el monasterio de Celanova.

Finalmente, a los setenta años de vida santísima, envuelto en su cilicio, rociado de ceniza y visitado por los ángeles, entregó su espíritu al Creador.