jueves, 20 de febrero de 2025

EL SAGRADO CORAZON DE JESUS (17)

Que el Corazón adorable de Jesús es una hoguera de amor a las tres iglesias, triunfante, militante y purgante.

Por Monseñor de Segur (1888)


El Sagrado Corazón de Jesús es el foco de donde parten todos los rayos y todos los ardores que llenan de pureza, de hermosura, de beatitud y de amor a la Iglesia del cielo, a la de la tierra y a la del purgatorio. Las llamas omnipotentes de este divino Corazón abrasan también el infierno, con los demonios y los réprobos; pero no son sino las llamas vengadoras de su amor despreciado, “los ardores eternos”, del eterno amor, que envuelven en la tremenda santidad de la justicia a todos los que han rechazado la suave santidad del amor.

El Sagrado Corazón penetra, ilumina y beatifica la Iglesia del Cielo. Remontémonos con el pensamiento a las bienaventuradas mansiones donde Jesús nos prepara un lugar. ¿Qué son ese número infinito de Ángeles, de Santos, de Patriarcas, de Profetas, de Apóstoles, de Mártires, de Confesores, de Vírgenes de Bienaventurados de toda edad y condición; qué son sino otras tantas llamas de la inmensa hoguera del Corazón del Santo de los Santos?

¿No es la bondad y el amor, no es la gracia de este divino Corazón quien les ha creado a todos, quien les ha iluminado con la luz de la fe, quien les ha hecho cristianos, quien les ha dado fortaleza para vencer al demonio, al mundo y a la carne, quien les ha adornado con todas las virtudes, quien les ha santificado en este mundo y glorificado en el otro, quien ha encendido en sus corazones fieles el amor que tienen a Dios, quien ha llenado sus bocas de sus divinas alabanzas, Él que es la fuente de todo lo que hay en ellos de grande, de santo y de admirable? Si, pues, en el decurso del año celebramos tan magnificas fiestas en honor de estos mismos Santos, si les tributamos un culto tan solemne y legítimo, ¡qué no debemos hacer para honrar, celebrar y glorificar al divino Corazón, principio de la santidad de todos los Santos, de la beatitud de todos los Bienaventurados!

El Corazón de Jesús es el Corazón del Paraíso y el sol de la gloria de ese hermoso cielo viviente a donde, por su misericordia, esperamos llegar un día.

Si de la Iglesia del Cielo descendemos a la de la tierra, vemos también en ella las maravillas del Corazón y del amor de Jesucristo, corazón y vida del mundo de la gracia, como es el corazón y la vida del mundo de la gloria.

¿No es el amor de Jesús quien, al constituir su Iglesia militante, ha puesto a cubierto la fe de los cristianos por medio del infalible Papado y de la santa jerarquía de los Pastores? ¿No es Él quien ha fundado el sacerdocio y quien nos envía nuestros sacerdotes, es decir, nuestros salvadores, nuestros directores, nuestros guardianes, nuestros padres espirituales, nuestros verdaderos consoladores? Si poseemos la verdadera fe, si somos cristianos, ¿a quién lo debemos sino al amor divino, al Sagrado Corazón de Jesucristo?

Nadie más que Él ha agotado, por decirlo así, en los Sacramentos de la Iglesia todas las maravillas, todas las invenciones de su infinita misericordia. ¡Qué tesoro de amor el Bautismo, donde Jesús, aplicándonos la plenitud de los méritos de su sacrificio, nos purifica y santifica tan gratuitamente, que al recibir este gran Sacramento ni siquiera hemos sabido que le recibíamos! ¿Qué hombre hubiera sido capaz de encontrar en su corazón semejante pensamiento?

¡Qué tesoro de misericordia el inefable Sacramento de la Penitencia, donde el amor divino, sin sacrificar nada de su infinita santidad, va todavía mucho más lejos que en el Bautismo, pues derrama el perdón con profusión admirable, y lo perdona todo, y perdona siempre al que de veras se arrepiente! ¡Oh Corazón adorablemente bueno de mi Salvador! ¡oh misericordia verdaderamente divina!

Y ¡qué tesoro de amor puede compararse a la Eucaristía, llamada por esta razón “el Sacramento de amor”! En Él se une el cielo a la tierra; y bajo aquel blanco velo reside real y corporalmente en nuestros altares el Rey de los Ángeles y de los Santos, el buen Jesús, el Corazón de Jesús. Está en medio de nosotros, de día y de noche, sin cuidarse de su propia gloria, sin buscar otra cosa que nuestro corazón y nuestra felicidad. No hay madre que pueda olvidarse tanto de sí misma por amor de su hijo. Y sin embargo ¿qué es el corazón de una madre sino el sinónimo de la ternura, del amor, de la abnegación? Pues mucho más que esto es para su querida Iglesia el Corazón de Jesús.

¿Y qué diremos de los demás Sacramentos? ¿Qué del Evangelio, de la Escritura, de las mil instituciones de caridad y misericordia, corona de la santa Iglesia en toda la tierra? ¿Qué de las santas indulgencias y de todos los demás tesoros de la gracia?

Todo esto, sí, todo esto no es más que la radiación del amor del Sagrado Corazón de Jesús. ¡Oh Señor! qué inestimable gracia la de haber nacido y de vivir en el seno de vuestra Iglesia! Esto es verdaderamente haber nacido y vivir en vuestro divino Corazón, en el seno de vuestro amor.

Por último, también la Iglesia purgante está llena de las sagradas llamas del Corazón de Jesús. Verdad es que en el purgatorio domina la santidad de la justicia; pero también tiene allí el amor su gran parte: pues si no hubiese purgatorio, el paraíso permanecería cerrado para la mayor parte de los hombres. ¿No es en efecto una verdad de fe que en el reino de los cielos no puede entrar nada manchado? ¿No es igualmente cierto que, aun entre los fieles habidos por más perfectos, apenas hay quien lleve una vida tan pura, y haga una penitencia tan perfecta, para que después de muerto pueda inmediatamente y a pie llano entrar en el cielo? La Iglesia del purgatorio debe, pues, enteramente su existencia y su salvación, así como sus inquebrantables y eternas esperanzas, al misericordioso Corazón de Jesús.

De este Corazón de bondad parten además todos los consuelos que mitigan las expiaciones de los fieles en el purgatorio. Jesús les envía para consolarles su santa Madre, y excita incesantemente en los corazones de los fieles de la tierra ese celo tan caritativo y ardiente para aliviar primero y libertar después a esas pobres almas, por medio de la Santa Misa, de la Sagrada Comunión, de las indulgencias, limosnas y demás obras buenas que aconseja la Iglesia.

Tan grande es, pues, el amor infinito de Dios a su Iglesia, en Cielo, tierra y purgatorio. Tal es su adorable Corazón, del que salen y al que vuelven, para descansar en Él eternamente, todos los que tienen la dicha de conocer al verdadero Dios, de adorarle, de amarle y de servirle.

Alaben sin fin vuestras bondades todas las criaturas, Corazón amabilísimo de Jesús, y canten incesantemente a vuestra gloria un himno de amor y adoración. Conservad vuestra gracia a los justos, purificad a los pecadores, iluminad a los ciegos, tened misericordia de todos los fieles difuntos. Sednos siempre consuelo en nuestras penas, remedio en nuestros males, fuerza y refugio en las tentaciones, nuestra esperanza durante la vida, nuestro asilo en la muerte. Así sea.

Continúa...

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