viernes, 14 de febrero de 2025

MONSEÑOR AGUER: LAS RELIGIOSAS NO ESTÁN LLAMADAS A DIRIGIR LAS OFICINAS DEL VATICANO

Francisco ha descubierto que en su Curia romana reinan el machismo y la misoginia, y por lo tanto, que las monjas que allí trabajan no son “debidamente valoradas”. 

Por monseñor Héctor Aguer


Cree que para elevarlas hay que convertirlas en funcionarias. En esta burocratización de las monjas ha dado ejemplo nombrando a una como “prefecto” de un dicasterio y a otra como “secretaria del gobierno” vaticano. ¡Un feminismo tardío y curioso!



Este juicio se extiende a la situación de las monjas en toda la Iglesia. Durante siglos, especialmente en el siglo XX, la situación de las mujeres consagradas ha seguido las crisis de la Iglesia. Un ejemplo notable: las monjas han sido tradicionalmente educadoras, creando sus propias escuelas.

En los años 60 se decía que había llegado “la hora de los laicos” y que las monjas debían cederles sus instituciones educativas. Al final, esas instituciones se perdieron. Una valoración adecuada de las monjas consiste en ayudarlas a vivir su propia vocación: un trabajo humilde, silencioso, pero indispensable entre los pobres, los enfermos, los ancianos. No están hechas para la burocracia. A la crisis de la Iglesia le siguió la crisis de las Ordenes Religiosas.

La experiencia de mi relación con las consagradas me ha hecho valorar el trabajo que realizan en la Iglesia. Hay que distinguir dos dimensiones: las puramente activas o contemplativas, y las que buscan tanto la contemplación como la acción. Los monasterios benedictinos cultivan especialmente la liturgia y el canto gregoriano; antaño eran abadías muy pobladas. Los monasterios carmelitas, en cambio, son pocos en número –no más de veinte–, pero se multiplican, solicitados regularmente por los obispos. Y retoman la tradición forjada por la gran santa Teresa de Ávila.

La Regla de Santa Teresa retrata perfectamente el papel que desempeñan estas carmelitas: “En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré Amor”. Mi recuerdo va a la Abadía Benedictina de Santa Escolástica en San Isidro, donde siendo joven sacerdote me pidieron que enseñara teología, y también al Carmelo platense “Reina de los Mártires y San José”, del que fui muy cercano.

Un ejemplo del compromiso por el que se crearon los institutos femeninos es el de las Hermanas de San Camilo de Lelis, que se manifiesta en su magnífico hospital de Buenos Aires, el Clínico San Camilo, con miles de asociadas. El Instituto Mater Dei, en el que el trabajo activo se apoya en la dimensión contemplativa, nació en la provincia de San Luis y se ha difundido en todo el mundo. Gracias a Dios, la tradición es acogida por muchas diócesis. Podríamos citar otros ejemplos de institutos de monjas que crecen en vocaciones precisamente porque no se han relajado ni se han rendido al espíritu del mundo.

El “crudo invierno” que siguió al concilio Vaticano II (la expresión es de Pablo VI) provocó la penuria y el cierre de numerosas congregaciones de monjas. Cuando la Iglesia conoce una verdadera primavera –no las imaginarias “primaveras” que surgen de ideologías o “nuevos paradigmas”– los conventos florecen.

En el Vaticano hay numerosas monjas que trabajan en sus oficinas, muchas de ellas al servicio humilde de cardenales y prelados. No aspiran a la dudosa promoción que ahora pretende el pontífice. Francisco debería, en cambio, preocuparse por las persistentes informaciones que afirman que el Vaticano está lleno de homosexuales.

Héctor Aguer

Arzobispo Emérito de La Plata

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