viernes, 21 de febrero de 2025

UNA PALABRA SOBRE LOS FOLLETOS Y HOJAS SUELTAS DE LOS PROTESTANTES (44)

Este género de Apostolado no es nuevo; Lutero no lo despreciaba.

Por Monseñor De Segur (1862)


Los folletos con que las sociedades bíblicas inundan los países católicos, son de dos clases. Los unos, cuyo número es el mayor, son historietas insignificantes, de una religiosidad insulsa y mal cocida; en las cuales se presentan siempre algunas gentes que se convierten a la sola vista de la Biblia, buenas mujeres que mueren santamente sin sacramentos y sin sacerdote que las asista; o algún pastor protestante virtuoso y tolerante, de lenguaje almibarado y bíblico; o alguna piadosa dama, ardiendo en celo evangélico, que recorre las cabañas para consolar a los pobres con leerles la Biblia. 

En los opúsculos cuyo argumento es alguno de los citados, no se ataca de frente a la Iglesia Católica. El peligro de esta clase de folletos es todo negativo, pues consiste en falsificar las ideas de los lectores, representándoles como objeto de admiración e imitación, los ejemplos de una pretendida religión, opuesta al verdadero cristianismo. 

El silencio mismo que se guarda en esos opúsculos acerca de la Iglesia Católica, es un ataque pérfido. Ese silencio calculado, que se quiere calificar de moderación, es hostil y no pacífico. Con él se procura enseñar al pueblo a ver con indiferencia a la Iglesia, dejándola fuera de la vida común. Felizmente esas historietas están tan mal escritas, que son mortalmente fastidiosas, de lo cual es necesario dar gracias a Dios.

Los folletos de la segunda clase, cuya distribución se hace con precauciones, atacan de frente a la Iglesia; y su contenido, la mayor parte de las veces, son diatribas violentas contra lo más venerable y sagrado de la religión. 

Calumnias impudentes contra el clero católico, blasfemias contra la Santísima Madre de Dios y mentiras tan groseras y tan odiosas, que es imposible atribuirlas a sola la ignorancia; he aquí el contenido de esta segunda clase de folletos protestantes, que algunas veces, para mejor engañar a los simples, llevan un título católico y aún tienen en la portada alguna imagen de la Bienaventurada Virgen, como lo advertía en una pastoral reciente el señor Obispo de Strasburgo.

Tienen los protestantes por obra pía la distribución de estos folletos; y las sectas, entre sí divididas, la hacen, en común. Cada año toma esta propaganda mayores incrementos. 

En 1856 una sociedad protestante llamada de los Tratados religiosos de París, hizo imprimir un millón veintiocho mil ejemplares de folletos; y en 1857 la misma sociedad aumentó el número de estos, dando a luz un millón quinientos mil ejemplares. Otra sociedad establecida en Tolosa, se jactaba en 1856 de haber esparcido veintidós millones de libros de esta clase, desde su fundación. 

Los propagandistas que antes iban a pasos lentos, ahora se dan priesa, multiplicándose y transformándose. El bello sexo protestante toma una parte cada día más activa en esta propaganda; y los wagones se llenan de esta especie de Evangelistas con miriñaques, que llevan las bolsas, los sacos de noche y hasta las cajas de sus sombreros llenos de esos folletos, compuestos por sus ministros respectivos. Esas damas parten para la Cruzada, resueltas a destruir el imperio de la superstición; y para conseguir su objeto ofrecen sus papeluchos, los distribuyen, los lanzan, los imponen, los deponen, los meten entre las persianas, los deslizan por las rendijas de las puertas, los fijan con alfileres en las cercas de los caminos y en el tronco de los árboles.

Este género de Apostolado no es nuevo; Lutero no lo despreciaba. Su genio no menos astuto que brutal, fabricaba el libelo difamatorio, para el cual era maestro, añadiéndole la caricatura. Su querido discípulo, el evangélico Melanchthon, le ayudaba en este trabajo vergonzoso, en el cual se ocupaban los dos con esmero. 

Aquellos libelos y aquellas caricaturas, de tan santo origen, eran obscenos hasta causar náusea. En la actualidad se procura encubrir un poco en los folletos de los protestantes, ciertos objetos escabrosos en que se entretenía Lutero, porque hacia allá le arrastraba su natural; pero con todo, no son tan limpios que digamos los papeluchos que las piadosas viajeras, agentes de las sectas, se encarnizan en distribuir. Creemos, sin embargo, por caridad, que ellas no los leen todos.

A nosotros, los católicos, nos corresponde oponer a esa propaganda las buenas lecturas. ¡Quiera el cielo que el ardor de los protestantes, reanimando nuestro celo por la difusión de los buenos libros católicos, ceda en mayor gloria de Dios!

Continúa...

Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.


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