San Ignacio, obispo y mártir
(✝ 110)
En tiempo que imperaba Trajano, era obispo de Antioquia San Ignacio, que sucedió en aquella silla a Evodio, y Evodio a San Pedro. Tuvo Ignacio estrecha familiaridad con San Juan Evangelista y con San Policarpo, obispo de Esmirna, su condiscípulo y compañero, lo cual es grande argumento de su admirable santidad. Hacía en todo, oficio de vigilante pastor y habiendo oído en una maravillosa visión que tuvo, multitud de ángeles que cantaban a coros himnos y alabanzas a la Santísima Trinidad, ordenó en su iglesia de Antioquia que se cantase a coros; lo cual siguieron e imitaron después las otras iglesias. Vino en esta sazón a Antioquia el emperador Trajano, y mandando llamar al santísimo Obispo, le dijo:
- ¿Eres tú aquel Ignacio que te haces llamar Deífero y eres cabeza de los que hacen burla de los dioses?
- Yo -respondió el santo- soy Ignacio, y me llaman Deífero, porque traigo esculpido en mi alma a Cristo que es mi Dios.
- Yo te prometo -le dijo Trajano- hacerte sacerdote del gran Júpiter, si sacrificas a los dioses inmortales.
A lo cual contestó el Santo Pontífice:
- Soy sacerdote de Cristo al cual ofrezco cada día sacrificio, y ahora deseo sacrificármele a mí mismo, muriendo por él, así como él murió por mí.
Finalmente, después de largas razones, no teniendo el emperador esperanza de hacer mella en aquel pecho armado de Dios, sentenció contra él que fuese llevado a Roma, y allí, en el teatro, echado vivo a los leones.
Lloraban todos los fieles de Antioquía, y habiendo el santo mártir encomendado al Eterno Pastor aquella iglesia que había gobernado por espacio de cuarenta años, él mismo, con grande gozo se puso las cadenas y se entregó a los soldados y sayones que habían de conducirle a Roma. Al pasar por Esmirna halló a su queridísimo amigo Policarpo porque Ignacio le había ganado de mano, e iba antes que él a gozar de Dios con la corona del martirio.
Entró el fervoroso Mártir de Cristo en el teatro de las fieras, y viendo que toda la ciudad le miraba y tenía puesto los ojos en él, les dijo estas palabras:
- No penséis, oh romanos, que soy condenado a las bestias por algún maleficio o delito indigno de mi persona, sino porque deseo unirme con Dios, del cual tengo una sed insaciable.
Y oyendo los bramidos de los leones que ya venían, clamó:
- Trigo soy de Cristo, voy a hacer molido por los dientes de los leones para hacerme sabroso pan de mi Señor Jesucristo.
Y diciendo estas palabras los leones hicieron presa en el santo, y le devoraron.
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