Por el padre Jorge González Guadalix
Estoy muy agradecido por sus palabras de ánimo. Cuántos son los que me dicen que voces o escritos como los míos hacen falta en la Iglesia. Quizás no.
Las cosas en la Iglesia parece que van bien. Muy bien. Tan bien que los obispos, incluyendo cardenales por supuesto, no tienen nada que decir. Apenas alguna voz disonante que por ser aislada es ahogada rápidamente. Algunos me dicen que agradecen mi libertad y mi testimonio. En privado, claro. Si los señores obispos no tienen nada que decir, ni sobre la situación actual de la Iglesia ni en apoyo a sus hermanos que sí se atreven, yo menos.
Tampoco se escuchan voces suficientemente fuertes entre los sacerdotes. Ni individuales ni como grupos sacerdotales. Todo debe estar bien o, al menos, no excesivamente mal. También, como en el caso de los obispos, algunos me hacen llegar sus palabras de aliento. Pero digo yo, si la inmensa mayoría no tienen nada que objetar, me sumaré a ella. No voy a ser el Pepito Grillo de la cuestión.
“Los laicos le necesitamos”. Tampoco veo por qué. Ustedes son adultos en la fe y en la vida de la Iglesia y si algo no les cuadra, en caso de que no les cuadre, en lugar de decirme que siga escribiendo, lo que tienen que hacer es presentarse en su parroquia, movimiento, curia diocesana o en la misma curia vaticana y cantar las cuarenta en oros y las veinte en bastos a quien y donde haga falta.
Si los obispos no tienen nada que decir, los sacerdotes parece que no mucho y los laicos más de lo mismo, será que todo está bien. No se hable más. Y si no está tan bien como desearíamos, no me pidan que escriba, discuta, denuncie o sugiera. Es muy cómodo vivir tan tranquilos sin dar la cara mientras pedimos a otro que lo haga sabiendo que se la pueden partir de muchas maneras, no siendo la mejor el ostracismo práctico.
Me siento cansado. A veces con la sensación de ser utilizado. Y todo esto agota. De verdad, si todo está bien, buena gana de dar la batalla. Y si no está bien, cedo las armas. Obispos, sacerdotes y laicos sabrán combatir como valientes defensores de la fe.
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