En nuestros días hay muchas personas que se llaman a sí mismas y pretenden ser católicos romanos tradicionales. Sin embargo, muchos de ellos no se aferran a la comprensión católica tradicional del papado, ya sea porque no lo saben o porque lamentablemente aceptan a los “Papas” posteriores a Pío XII como válidos y legítimos, pero saben que no pueden someterse a ellos sin abandonar la fe católica tradicional. La trágica ironía en el último caso es que al negar la enseñanza católica sobre el papado, están abandonando la fe en la misma medida.
El propósito de esta página es presentar la doctrina católica verdadera y tradicional sobre el Papado y hacer que la gente se dé cuenta de que la única forma en que esta enseñanza puede ser mantenida en nuestros días es rechazar como ilegítimos los reclamos papales que siguieron a la muerte del Papa Pío XII en 1958. Esta posición, típicamente conocida como sedevacantismo, no es popular pero es la única que puede defender la posición católica sobre el papado sin caer en la contradicción.
La siguiente es una lista de citas de varios documentos magisteriales que enuncian lo que la Iglesia Católica ha enseñado tradicionalmente sobre la naturaleza, el propósito y los efectos del Papado. Es importante conocer y comprender esta enseñanza porque demuestra que afirmar que cierto hombre es el Papa verdadero y legítimo tiene consecuencias: un católico debe entonces afirmar de él todo lo que la Iglesia Católica afirma del Papa, como lo que se presenta a continuación.
Papa Pelagio II
Papa San León IX(Porque) sabéis que el Señor proclama en el Evangelio: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo: pero yo he pedido por vosotros al Padre, para que vuestra fe no falte; y tú, una vez convertido, confirméis a vuestros hermanos [Lc 22, 31-32].
Considerad, amados, que la Verdad no pudo haber mentido, ni la fe de PEDRO podrá ser sacudida o cambiada para siempre. Porque aunque el diablo quiso zarandear a todos los discípulos, el Señor testifica que Él mismo pidió sólo a PEDRO y quiso que los demás fueran confirmados por él; y a él también, en consideración de un mayor amor que mostró al Señor antes que a los demás, se le encomendó el cuidado de apacentar las ovejas [cf. Jn 21,15ss.]; y a él también le entregó las llaves del reino de los cielos, y sobre él prometió edificar su Iglesia, y testificó que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella [cf. Mt 16, 16 ss.]. Pero, porque el enemigo del género humano, aun hasta el fin del mundo, no se abstiene de sembrar berberechos [Mt 13,25] sobre la buena semilla en la Iglesia del Señor, y por lo tanto, no sea que alguien con celo maligno, por instigación del diablo, se atreva a hacer algunas alteraciones y a sacar conclusiones sobre la integridad de la fe - y (no sea) que a causa de esto vuestras mentes puedan parecer perturbadas, hemos juzgado necesario a través de nuestra presente epístola exhortar con lágrimas que volváis al corazón de vuestra madre la Iglesia, y enviaros satisfacción con respecto a la integridad de la fe....
(Carta Apostólica Quod ad Dilectionem; Denz. 246)
Papa Bonifacio VIIILa Santa Iglesia edificada sobre una roca, que es Cristo, y sobre Pedro o Cefas, hijo de Juan, que primero fue llamado Simón, porque por las puertas del Infierno, es decir, por las disputas de los herejes que llevan a los vanidosos a la destrucción, nunca sería superado; así la Verdad misma promete, por quien es verdad, todo lo que es verdadero: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” [Mt 16,18]. El mismo Hijo declara que obtuvo el efecto de esta promesa del Padre por medio de las oraciones, diciendo a Pedro: “Simón, he aquí Satanás, etc.” [Lc 22,31]. Por lo tanto, ¿habrá alguien tan necio que se atreva a considerar vana su oración de alguna manera, cuyo querer es poder? Por la Sede del principal de los Apóstoles, es decir, por la Iglesia Romana, por el mismo Pedro, así como por sus sucesores, ¿no han sido desaprobados, rechazados y vencidos los comentarios de todos los herejes, y los corazones de los hermanos en la fe de Pedro, que hasta ahora ni ha fallado ni fallará hasta el fin, ha sido fortalecida?
(Carta Apostólica In Terra Pax; Denz. 351)
Papa León XAdemás, declaramos, proclamamos, definimos que es absolutamente necesario para la salvación que toda criatura humana esté sujeta al Romano Pontífice.
(Bula Unam Sanctam)
Papa Clemente XIOs atendréis firmemente a la verdadera decisión de la Santa Iglesia Romana ya esta Santa Sede, que no permite errores.
(Bula Cum Postquam; Denz. 740b)
Papa Benedicto XIVPara que, en el futuro, se prevenga toda ocasión de error, y que todos los hijos de la Iglesia Católica aprendan a escuchar a la Iglesia misma, no sólo en el silencio (pues, “incluso los impíos callan en la oscuridad” [1 Samuel 2:9]), pero con una obediencia interior, que es la verdadera obediencia de un hombre ortodoxo, sea sabido que por esta nuestra constitución, para ser válida para siempre, la obediencia que se debe a las antedichas constituciones apostólicas no se satisface con ningún silencio obsequioso….
(Constitución Apostólica Vineam Domini Sabaoth; Denz. 1350)
Papa Pío VILa carga muy pesada del apostolado supremo que Nos ha sido confiado sin ningún mérito de Nuestra parte, impone sobre todo dos deberes: el primero es llevar a la aceptación de la santa religión a los pueblos que nunca la han recibido, o que, después de haberla recibido, la hayan abandonado como resultado de algún destino infeliz y peligroso; el segundo es mantener diligentemente la religión sana y salva en aquellos lugares donde, por efecto de la gracia divina, ha permanecido intacta.
(Carta Apostólica Gravissimum Supremi)
Papa Pío VIIQue la Iglesia fue establecida por Jesucristo sobre el sólido cimiento de la roca (cf. Mt 16,18); que Pedro, sobre todos los demás, fue elegido por el singular favor de Jesucristo, para que, teniendo el poder de su Vicario en la tierra, llegó a ser Príncipe del Colegio Apostólico y recibió, en consecuencia, para sí y para sus sucesores hasta el final de los tiempos, el cargo y la autoridad suprema para apacentar el rebaño (cf. Jn 21,17), para confirmar a sus hermanos (cf. Lc 22,32), para atar y desatar en todo el mundo (cf. Mt 16,19) : estos son los dogmas de fe recibidos de labios del mismo Jesucristo, transmitidos y defendidos por la enseñanza constante de los Padres, que la Iglesia universal ha guardado en todos los tiempos con religioso cuidado, y que ha confirmado muy a menudo por la decretos de los Soberanos Pontífices y de los Concilios contra los errores de los innovadores.
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Por lo tanto, no es de extrañar que en épocas pasadas aquellos a quienes el viejo enemigo de la raza humana ha llenado con su propio odio a la Iglesia, hayan tenido la costumbre de atacar en primer lugar a esta Sede que mantiene la unidad en todo su vigor: de modo que destruyendo, si fuere posible, el fundamento, y rompiendo el vínculo entre las iglesias y la Cabeza, vínculo que es la fuente principal de su sostén, de su fuerza y de su hermosura, después de haber reducido por este medio a la Iglesia a la desolación y ruina, aplastando sus fuerzas, podría al final despojarla de la libertad que Jesucristo le dio, y reducirla a un estado de servidumbre indigna.
Mientras San Agustín nos dice que “es en la silla de la unidad que Dios ha puesto la doctrina de la verdad” (Epístola 105), no hay nada, por el contrario, que el desafortunado escritor [Johann Valentin Eybel] no utilice para atacar y ultrajar de todas las formas posibles esta Sede de Pedro donde los Padres unánimemente han reconocido y venerado aquella Cátedra “en la cual se debía conservar la unidad de todos los cristianos, y de la cual emanan para todas las iglesias y los derechos de comunión que debemos venerar” (Optatus of Mila, Bk. II, contr. Parm.; St. Ambrose, Epistle XI, 1); “con lo cual es necesario que toda iglesia esté de acuerdo, es decir, los fieles de cualquier lugar de donde provengan” (San Ireneo, Adv. Haer., III, 3).
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Es San Agustín quien testifica, después de haberlo aprendido en las Escrituras, “que el primado de los Apóstoles es preeminente en Pedro en virtud de una gracia más excelente; que esta primacía del apostolado debe preferirse a toda dignidad episcopal; que la Iglesia Romana, la Sede de Pedro, es esa roca que las soberbias puertas del infierno no pueden vencer” (De bautismo, II, 1; Cont. Petil, II, 51; Salmo. cont. Don.). Este es el lenguaje que refuta otra de las calumnias del escritor: la que pretende que al designar la roca sobre la que edificó su Iglesia, Jesucristo quiso que los hombres comprendieran, no la persona, sino la fe y la confesión de Pedro: como si los Padres que, a causa de la maravillosa fecundidad de las Escrituras, han dado también este último sentido a la palabra de Pedro, han abandonado por ello el sentido literal que atañe directamente a san Pedro, y no lo han conservado en sentido literal. Es así que San Ambrosio, el maestro de San Agustín, dice: “A Pedro mismo se le dijo: 'Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia'. Por tanto, donde está Pedro, allí está la Iglesia” (In salm., XL, 30).
…En todas las épocas se ha predicado como enseñanza del Evangelio que las ovejas fueron encomendadas a Pedro, por Cristo, para que él proveyera su alimento, no Pedro, quien fue encomendado a las ovejas para recibir su alimento espiritual de ellas.
(Bula Super Soliditate)
¿Cómo, en efecto, puede decirse que se mantiene la comunión con la cabeza visible de la Iglesia, cuando ésta se limita a anunciar meramente el hecho de la elección, y al mismo tiempo se presta un juramento que niega la autoridad de su primado? En su calidad de cabeza, ¿no le deben todos sus miembros la solemne promesa de la obediencia canónica, la única que puede mantener la unidad en la Iglesia y evitar los cismas en este cuerpo místico fundado por Cristo nuestro Señor?
(Carta Apostólica Quod Aliquantum)
Papa León XIIA partir de estos eventos, los hombres deben darse cuenta de que todos los intentos de derribar la "Casa de Dios" son en vano. Porque esta es la Iglesia fundada sobre Pedro, “Piedra”, no sólo en nombre sino en verdad. Contra esto “las puertas del infierno no prevalecerán” [Mt 16,18] “porque está fundada sobre una roca” [Mt 7,25; Lc 6,48]. Nunca ha habido un enemigo de la religión cristiana que no estuviera simultáneamente en una guerra perversa con la Sede de Pedro, ya que mientras esta Sede permaneciera fuerte, la supervivencia de la religión cristiana estaba asegurada. Como San Ireneo proclama abiertamente a todos, “por orden y sucesión de los Romanos Pontífices ha llegado hasta nosotros la tradición de los Apóstoles en la Iglesia y el anuncio de la verdad. Y esta es la demostración más completa de que es la misma y única fe vivificante que se ha conservado en la Iglesia hasta ahora desde la época de los Apóstoles y se ha transmitido en la verdad” [Adversus haereses , lib. 3, cap. 3].
(Encíclica Diu Satis, n. 6)
Papa Gregorio XVIPero si se quiere buscar el verdadero origen de todos los males que ya hemos lamentado, así como de los que pasamos por alto en aras de la brevedad, seguramente se encontrará que desde el principio siempre ha sido un obstinado desprecio por la autoridad de la Iglesia. La Iglesia, como enseña San León Magno, en amor ordenado acepta a Pedro en la Sede de Pedro, y ve y honra a Pedro en la persona de su sucesor, el Romano Pontífice. Pedro todavía mantiene la preocupación de todos los pastores por cuidar sus rebaños, y su alto rango no falla ni siquiera en un heredero indigno. En Pedro, pues, como acertadamente observa el mismo santo Doctor, se fortalece el valor de todos y se ordena de tal modo la ayuda de la gracia divina, que la constancia conferida a Pedro por medio de Cristo se confiera a los apóstoles por medio de Pedro. Es claro que el desprecio de la autoridad de la Iglesia se opone al mandato de Cristo y, por consiguiente, se opone a los apóstoles y sus sucesores, a los ministros de la Iglesia que hablan como sus representantes. El que os oye, me oye a mí; y el que os desprecia, me desprecia a mí [Lc 10,16]; y la Iglesia es columna y firmamento de la verdad, como enseña el apóstol Pablo [1 Tim 3,15]. Refiriéndose a estas palabras San Agustín dice: “Quien esté sin Iglesia no será contado entre los hijos, y quien no quiera tener a la Iglesia por madre no tendrá a Dios por padre”.
Por eso, venerables hermanos, tened presente todas estas palabras y reflexionad sobre ellas con frecuencia. Enseñad a vuestro pueblo una gran reverencia por la autoridad de la Iglesia que ha sido establecida directamente por Dios. No perdáis el corazón. Con San Agustín Decimos que “a nuestro alrededor rugen las aguas del diluvio, es decir, la multiplicidad de enseñanzas contradictorias. No estamos en la inundación pero nos rodea. Estamos en apuros pero no abrumados, golpeados pero no sumergidos”.
(Encíclica Ubi Primum, nn. 22-23)
Si cada uno de vosotros, a la luz de la fe, medita dentro de sí mismo estas verdades con tranquilidad de espíritu ante su crucifijo, os será fácil ver que el resultado de consignas como las que habéis oído no puede ser otra cosa que, separaros del Romano Pontífice y de los Obispos en comunión con él, para separaros de la Iglesia Católica en su totalidad, y en consecuencia dejaréis de tenerla por Madre. Porque ¿cómo podría ser la Iglesia vuestra Madre, si vuestros padres no son los pastores de la Iglesia, es decir, los Obispos? ¿Y cómo podréis jactaros del título de católicos, si, separados del centro de la catolicidad, es decir, de esta Santa Sede Apostólica y del Soberano Pontífice en quien Dios ha puesto la fuente de la unidad, rompéis con la unidad católica? La Iglesia Católica es una, no está rota ni dividida: por lo tanto, vuestra [secta llamada] “petite eglise” no puede en ningún sentido pertenecer a la Iglesia Católica.
(Exhortación Apostólica Pastoris Aeterni, 4)
Papa Pío IXLa Iglesia es la columna y el fundamento de la verdad, toda la cual es enseñada por el Espíritu Santo. ¿Debe la iglesia poder ordenar, ceder o permitir aquellas cosas que tienden a la destrucción de las almas y a la deshonra y detrimento del sacramento instituido por Cristo?
(Encíclica Quo Graviora, n. 10)
Jesucristo confirió a Su Iglesia el poder supremo de administrar la religión y gobernar la sociedad cristiana. Esto no está sujeto a la autoridad civil. En su carta a los Efesios el apóstol enseña que Cristo estableció este poder eclesiástico en beneficio de la unidad. ¿ Y qué es esta unidad si no se pone a cargo de toda la Iglesia una sola persona que la protege y une a todos sus miembros en la única profesión de fe y los une en el único vínculo de amor y comunión? La sabiduría del Legislador Divino ordenó que se colocara una cabeza visible sobre un cuerpo visible para que “una vez establecida, se elimine la oportunidad de división”. Por lo cual, aunque para todos los obispos a quienes el Espíritu Santo ha puesto por gobernadores de la Iglesia de Dios hay una dignidad común y en materia de rango hay sin embargo igual poder, no hay el mismo rango en la jerarquía para todos y no todos tienen el mismo grado de jurisdicción.
Usando las palabras de San León Magno: “Entre los santos apóstoles había semejanza de honor pero distinción de poder: siendo la elección de todos igual, se daba a uno solo la preeminencia entre los demás… porque el Señor quiso que el sacramento del deber evangélico perteneciera a el oficio de los apóstoles; así lo colocó principalmente en San Pedro, la cabeza de todos los apóstoles”. Sólo a Pedro le concedió esto entre todos los apóstoles cuando le prometió las llaves del reino de los cielos y le encomendó la obligación de apacentar las ovejas y los corderos del Señor y el deber de fortalecer a sus hermanos. Él quería que esto se extendiera a los sucesores de Pedro a quienes Él colocó sobre la Iglesia con igual derecho. Esta ha sido siempre la opinión firme y unida de todos los católicos. Es dogma de la Iglesia que el Papa, el sucesor de San Pedro, posee no sólo primacía de honor sino también primacía de autoridad y jurisdicción sobre toda la Iglesia. En consecuencia, los obispos están sujetos a él.
(Encíclica Commissum Divinitus, n. 10)
Papa León XIIIEsta consideración aclara también el gran error de aquellos otros que se atreven a explicar e interpretar las palabras de Dios con su propio juicio, abusando de la razón y opinando que estas palabras son como una obra humana. Dios mismo ha establecido una autoridad viva para establecer y enseñar el verdadero y legítimo significado de Su revelación celestial. Esta autoridad juzga infaliblemente todas las disputas que conciernen a cuestiones de fe y moral, para que los fieles no sean arremolinados por todo viento de doctrina que brota de la maldad de los hombres al abarcar el error. Y esta autoridad viviente e infalible está activa solo en aquella Iglesia que fue edificada por Cristo el Señor sobre Pedro, la cabeza de toda la Iglesia, líder y pastor, cuya fe Él prometió que nunca fallaría. Esta Iglesia ha tenido una línea ininterrumpida de sucesión desde el mismo Pedro; estos legítimos pontífices son los herederos y defensores de la misma enseñanza, rango, oficio y potestad. Y la Iglesia es donde está Pedro, y Pedro habla en el Romano Pontífice, viviendo en todo momento en sus sucesores y haciendo juicio, proporcionando la verdad de la fe a quienes la buscan. Las palabras divinas significan, pues, lo que tiene y ha tenido esta sede romana del bienaventurado Pedro.
Porque esta madre y maestra de todas las iglesias siempre ha conservado íntegra e incólume la fe que le fue encomendada por Cristo el Señor. Además, la ha enseñado a los fieles, mostrando a todos los hombres la verdad y el camino de la salvación. Dado que todo el sacerdocio se origina en esta iglesia, toda la sustancia de la religión cristiana reside también allí. La dirección de la Sede Apostólica siempre ha sido activa y, por lo tanto, debido a su autoridad preeminente, toda la Iglesia debe estar de acuerdo con ella. Los fieles que viven en cada lugar constituyen la Iglesia entera. Quien no se reúne con esta Iglesia, desparrama.
(Encíclica Qui Pluribus, n. 10-11)
Todos los que defendáis la fe procurad inculcar profundamente en vuestro pueblo fiel las virtudes de la piedad, la veneración y el respeto a esta suprema Sede de Pedro. Recuerden los fieles el hecho de que Pedro, Príncipe de los Apóstoles, vive aquí y gobierna en sus sucesores, y que su oficio no falla ni siquiera en un heredero indigno. Recuerden que Cristo el Señor puso el fundamento inexpugnable de su Iglesia sobre esta Sede de Pedro [Mt 16,18] y le dio al mismo Pedro las llaves del reino de los cielos [Mt 16,19]. Cristo entonces oró para que su fe no decayera, y mandó a Pedro que fortaleciera a sus hermanos en la fe [Lc 22,32]. En consecuencia, el sucesor de Pedro, el Romano Pontífice, tiene un primado sobre todo el mundo y es el verdadero Vicario de Cristo, cabeza de toda la Iglesia y padre y maestro de todos los cristianos.
De hecho, una manera simple de mantener a los hombres profesando la verdad católica es mantener su comunión y obediencia al Romano Pontífice. Porque es imposible que un hombre rechace alguna porción de la fe católica sin abandonar la autoridad de la Iglesia Romana. En esta autoridad vive el inalterable oficio de enseñar de esta fe. Fue instituida por el divino Redentor y, en consecuencia, se ha conservado siempre la tradición de los Apóstoles. Así que ha sido una característica común tanto de los herejes antiguos como de los protestantes más recientes, cuya desunión en todos sus otros principios es tan grande, atacar la autoridad de la Sede Apostólica. Pero nunca en ningún momento pudieron por ningún artificio o esfuerzo hacer tolerar a esta Sede ni uno solo de sus errores.
(Encíclica Nostis et Nobiscum, n. 16-17)
Esta cátedra [de Pedro] es el centro de la verdad y de la unidad católicas, es decir, la cabeza, madre y maestra de todas las Iglesias a las que se debe ofrecer todo honor y obediencia. Cada iglesia debe estar de acuerdo con él debido a su mayor preeminencia, es decir, aquellas personas que son fieles en todos los aspectos...
Ahora bien sabéis que los enemigos más mortíferos de la religión católica han hecho siempre una guerra feroz, pero sin éxito, contra esta Cátedra; no ignoran en modo alguno que la religión misma nunca puede tambalearse y caer mientras esta Cátedra permanezca intacta, la Cátedra que descansa sobre la roca que las puertas del infierno no pueden derribar y en la que está toda y perfecta la solidez de la religión cristiana. Por lo tanto, por vuestra especial fe en la Iglesia y especial piedad hacia la misma Cátedra de Pedro, os exhortamos a dirigir vuestros constantes esfuerzos para que el pueblo fiel de Francia evite los engaños y errores astutos de estos conspiradores y desarrolle una relación más filial de afecto y obediencia con esta Sede Apostólica. Vigilad en obra y palabra, para que los fieles puedan crecer en el amor por esta Santa Sede, venerarla y aceptarla con completa obediencia; deben ejecutar lo que la Sede misma enseñe, determine y decrete.
(Encíclica Inter Multiplices, n. 1,7)
Tampoco permitiremos nada en contra de la santidad del juramento por el que nos obligamos cuando, aunque inmerecidamente, ascendimos a la sede suprema del príncipe de los apóstoles, ciudadela y baluarte de la fe católica.
(Encíclica Qui Nuper, n. 3)
Para conservar para siempre en su Iglesia la unidad y la doctrina de esta fe, Cristo escogió a uno de sus apóstoles, Pedro, a quien nombró Príncipe de sus Apóstoles, su Vicario en la tierra, y fundamento inexpugnable y cabeza de su Iglesia. Superando a todos los demás con toda dignidad de autoridad, poder y jurisdicción extraordinarios, debía apacentar el rebaño del Señor, fortalecer a sus hermanos, regir y gobernar la Iglesia universal. Cristo no sólo deseó que su Iglesia permaneciera una e inmaculada hasta el fin del mundo, y que su unidad en la fe, doctrina y forma de gobierno permaneciera inviolable. También quiso que la plenitud de la dignidad, potestad y jurisdicción, integridad y estabilidad de la fe dada a Pedro, sea transmitida íntegramente a los Romanos Pontífices, sucesores de este mismo Pedro, que han sido puestos en esta Cátedra de Pedro en Roma, y a quien ha sido divinamente encomendado el supremo cuidado de todo el rebaño del Señor y el supremo gobierno de la Iglesia Universal.
…Hay otras, casi innumerables, pruebas extraídas de los más fidedignos testigos que clara y abiertamente atestiguan con gran fe, exactitud, respeto y obediencia que todo el que quiera pertenecer a la verdadera y única Iglesia de Cristo debe honrar y obedecer a esta Sede Apostólica y al Romano Pontífice.
(Encíclica Amantissimus, nn. 2-3)
…No basta que los eruditos católicos acepten y reverencien los dichos dogmas de la Iglesia, sino que también es necesario sujetarse a las decisiones relativas a la doctrina que emiten las Congregaciones Pontificias, y también a aquellas formas de doctrina que son sostenidas por el común y constante consentimiento de los católicos como verdades y conclusiones teológicas, tan ciertas que las opiniones opuestas a estas mismas formas de doctrina, aunque no pueden llamarse heréticas, sin embargo merecen alguna censura teológica.
(Carta Apostólica Tuas Libenter)
Tampoco podemos pasar por alto la audacia de los que no soportando la sana doctrina, sostienen que “a aquellos juicios y decretos de la Silla Apostólica, cuyo objeto se declara pertenecer al bien general de la Iglesia y a sus derechos y disciplina, con tal empero que no toque a los dogmas de la fe y de la moral”, puede negarseles el asenso y obediencia sin cometer pecado, y sin detrimento alguno de la profesión católica. Lo cual nadie deja de conocer y entender clara y distintamente, cuán contrario sea al dogma católico acerca de la plena potestad conferida divinamente al Romano Pontífice por el mismo Cristo Nuestro Señor de apacentar, regir y gobernar la Iglesia Universal.
(Encíclica Quanta Cura, n. 5)
Ya que el Romano Pontífice, por el derecho divino del primado apostólico, presida toda la Iglesia, de la misma manera enseñamos y declaramos que él es el juez supremo de los fieles, y que en todos los casos que caen bajo la jurisdicción eclesiástica se puede recurrir a su juicio. El juicio de la sede apostólica (sobre la cual no hay autoridad superior) no está sujeto a revisión por nadie, ni a nadie le es lícito juzgar acerca de su juicio. Y así se desvían del camino genuino de la verdad quienes sostienen que es lícito apelar sobre los juicios de los pontífices romanos a un concilio ecuménico como si éste fuese una autoridad superior al pontífice romano.
Así pues, si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene meramente un oficio de vigilancia y dirección, y no el pleno y supremo poder de jurisdicción sobre toda la iglesia, y esto no sólo en materia de fe y moral, sino también en lo que concierne a la disciplina y gobierno de la iglesia dispersa por todo el mundo; o que tiene sólo la parte principal, pero no la plenitud absoluta de este poder supremo; o que este poder suyo no sea ordinario e inmediato sobre todas y cada una de las iglesias y sobre todos y cada uno de los pastores y fieles: sea anatema.
(Concilio Vaticano I, Constitución Dogmática Pastor Aeternus, Cap. 3)
Así los padres del cuarto concilio de Constantinopla, siguiendo los pasos de sus predecesores, publicaron esta solemne profesión de fe: 'La primera condición para la salvación es mantener la regla de la verdadera fe. Y puesto que aquel dicho de nuestro señor Jesucristo: Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia [Mt 16,18], no puede dejar de tener efecto, las palabras dichas son confirmadas por sus consecuencias. Porque en la sede apostólica se ha conservado siempre inmaculada la religión católica, y se ha tenido en honor la sagrada doctrina. Puesto que es nuestro ferviente deseo no separarnos de ninguna manera de esta fe y doctrina, esperamos que podamos merecer permanecer en esa única comunión que predica la Sede Apostólica, porque en ella está toda y la verdadera fuerza de la religión cristiana'…
Para satisfacer este oficio pastoral, nuestros predecesores se esforzaron incansablemente para que la enseñanza salvadora de Cristo se difundiera entre todos los pueblos del mundo; y con igual cuidado se aseguraron de que se mantuviera pura e incontaminada dondequiera que se recibiera. Fue por esta razón que los obispos de todo el mundo... se refirieron a esta sede apostólica especialmente aquellos peligros que surgieron en asuntos relacionados con la fe. Esto fue para asegurar que cualquier daño sufrido por la fe debería ser reparado en ese lugar sobre todo donde la fe no puede conocer fallas….
Porque el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro no para que, por su revelación, dieran a conocer alguna nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, guardaran religiosamente y expusieran fielmente la revelación o depósito de la fe transmitido por sus apóstoles. En efecto, su enseñanza apostólica fue abrazada por todos los venerables padres y reverenciada y seguida por todos los santos doctores ortodoxos, porque sabían muy bien que esta sede de San Pedro permanece siempre intachable de todo error, conforme a la divina promesa de nuestro Señor y Salvador, príncipe de sus discípulos: He rogado por ti para que tu fe no falle; y cuando te hayas vuelto, fortalece a tus hermanos [Lc 22:32].
Este don de la verdad y de la fe inquebrantable fue divinamente conferido a Pedro y a sus sucesores en esta sede, para que desempeñaran su excelso oficio para la salvación de todos, y para que todo el rebaño de Cristo fuera apartado del alimento venenoso del error y sea alimentados con el sustento de la doctrina celestial. Así se elimina la tendencia al cisma y toda la iglesia se conserva en unidad y, descansando sobre su fundamento, puede permanecer firme contra las puertas del infierno.
(Concilio Vaticano I, Constitución Dogmática Pastor Aeternus, Cap. 4)
El principal engaño utilizado para ocultar el nuevo cisma es el nombre de “católico”. Los originadores y seguidores del cisma presuntuosamente reclaman este nombre a pesar de su condena por Nuestra autoridad y juicio. Siempre ha sido costumbre de herejes y cismáticos llamarse católicos y proclamar sus muchas excelencias para inducir en el error a los pueblos y a los príncipes...
Pero para probar que son católicos, los neocismáticos apelan a lo que llaman una declaración de fe, publicada por ellos el 6 de febrero de 1870, que insisten en que no está en desacuerdo en nada con la fe católica. Sin embargo , nunca ha sido posible probarse a sí mismo como católico afirmando aquellas declaraciones de fe que uno acepta y guardando silencio sobre aquellas doctrinas que uno decide no profesar. Pero sin excepción, todas las doctrinas que propone la Iglesia deben ser aceptadas, como atestigua la historia de la Iglesia en todo momento.
Que la declaración de fe que publicaron fue engañosa y sofística se prueba también por el hecho de que rechazaron la declaración de fe o profesión de fe que les fue propuesta por Nuestra autoridad de acuerdo con la costumbre. … Para que cualquier hombre pueda probar su fe católica y afirmar que es verdaderamente católico, debe poder convencer a la Sede Apostólica de ello. Porque esta Sede es predominante y con ella deben estar de acuerdo los fieles de toda la Iglesia. Y el hombre que abandona la Sede de Pedro sólo puede estar falsamente seguro de que está en la Iglesia. En consecuencia, ese hombre ya es un cismático y pecador que establece una sede en oposición a la sede única del bienaventurado Pedro, de la que derivan los derechos de la sagrada comunión para todos los hombres.
Este hecho era bien conocido por los ilustres obispos de las Iglesias orientales. De ahí que en el Concilio de Constantinopla celebrado en el año 536, Mennas, obispo de esa ciudad, afirmó abiertamente con la aprobación de los padres: “Seguimos y obedecemos a la Sede Apostólica, como Vuestra Caridad advierte y consideramos que los que están en comunión con ella, en comunión con nosotros, y nosotros también condenamos a los hombres condenados por ella”. Aún más clara y enfáticamente San Máximo, abad de Crisópolis y confesor de la fe, refiriéndose a Pirro el Monotelita, declaró: “Si no quiere ser ni ser llamado hereje, no tiene porque satisfacer a individuos aleatorios de su ortodoxia, porque esto es excesivo e irrazonable. Pero así como todos los hombres se han escandalizado con él desde que el jefe se escandalizó, así también cuando éste ha quedado satisfecho, todos los hombres sin duda quedarán satisfechos. Debe apresurarse a satisfacer a la Sede Romana antes que a todos los demás. Debería apresurarse a satisfacer a la sede romana antes que a todos los demás. Porque cuando esta Sede haya sido satisfecha, todos los hombres de todas partes se unirán para declararlo piadoso y ortodoxo. Porque desperdicia sus palabras aquel hombre que piensa que hombres como yo deben ser persuadidos y engañados cuando aún no ha satisfecho y suplicado al bendito Papa de la Santa Iglesia Romana. De la Palabra encarnada de Dios mismo, así como de las conclusiones y cánones sagrados de todos los santos concilios, se ha concedido a la Sede Apostólica el mandato, la autoridad y el poder de atar y desatar a todas las santas iglesias de Dios en el mundo entero”. Por esta razón Juan, obispo de Constantinopla, declaró solemnemente -y todo el Octavo Concilio Ecuménico lo hizo más tarde- “que los nombres de aquellos que fueron separados de la comunión con la Iglesia Católica, es decir, de aquellos que no estuvieron de acuerdo en todos los asuntos con la Sede Apostólica, no deben ser leídos durante los sagrados misterios”. Esto claramente significaba que no reconocían a esos hombres como verdaderos católicos. Todas estas tradiciones dictan que quien el Romano Pontífice juzgue cismático por no admitir y reverenciar expresamente su poder, debe dejar de llamarse católico.
Como esto no agrada a los neocismáticos, siguen el ejemplo de los herejes de tiempos más recientes. Argumentan que la sentencia de cisma y excomunión pronunciada contra ellos por el arzobispo de Tyana, Delegado Apostólico en Constantinopla, fue injusta y, en consecuencia, carente de fuerza e influencia. También han afirmado que no pueden aceptar la sentencia porque los fieles podrían desertar y pasarse a los herejes si fueran privados de su ministerio. Estos nuevos argumentos eran totalmente desconocidos e inauditos para los antiguos Padres de la Iglesia. Porque “toda la Iglesia en todo el mundo sabe que la Sede del bienaventurado Apóstol Pedro tiene el derecho de desatar de nuevo lo que algunos pontífices han atado, ya que esta Sede tiene el derecho de juzgar a toda la Iglesia, y nadie puede juzgar su juicio”. Los herejes jansenistas se atrevieron a enseñar doctrinas tales como que una excomunión pronunciada por un prelado legítimo podía ser ignorada bajo pretexto de injusticia. Cada persona debe cumplir, como dijeron, su deber particular a pesar de una excomunión. Nuestro antecesor de feliz memoria Clemente XI en su constitución Unigenitus contra los errores de Quesnell prohibió y condenó declaraciones de este tipo. Estas declaraciones no diferían en nada de algunas de las de John Wyclif, que anteriormente habían sido condenadas por el Concilio de Constanza y Martín V. Por debilidad humana, una persona podía ser castigada injustamente con censura por parte de su prelado. Pero todavía es necesario, como advirtió nuestro predecesor San Gregorio Magno, "que los subordinados de un obispo teman incluso una condena injusta y no culpen precipitadamente el juicio del obispo en caso de que la falta que no existía, ya que la condena era injusta, se desarrolle por el orgullo de la reprensión acalorada". Pero si hay que temer incluso una condena injusta por parte de su obispo, ¿qué hay que decir de aquellos hombres que han sido condenados por rebelarse contra su obispo y esta Sede Apostólica y despedazar como ahora lo están haciendo por un nuevo cisma el vestido sin costura de Cristo, que es la Iglesia?
…
Pero los neocismáticos dicen que no se trata de doctrina sino de disciplina, por lo que el nombre y las prerrogativas de católicos no pueden negarse a quienes se oponen. Nuestra Constitución Reversurus, publicada el 12 de julio de 1867, responde a esta objeción. No dudamos que sabéis bien lo vana e inútil que es esta evasión. Porque la Iglesia Católica siempre ha considerado como cismáticos a aquellos que se oponen obstinadamente a los legítimos prelados de la Iglesia y en particular al supremo pastor de todos. Los cismáticos evitan cumplir sus órdenes e incluso niegan su mismo rango. Como la facción de Armenia es así, son cismáticos aunque todavía no hayan sido condenados como tales por la autoridad apostólica. Porque la Iglesia consiste en el pueblo en unión con el sacerdote, y el rebaño siguiendo a su pastor. Luego el obispo está en la Iglesia y la Iglesia en el obispo, y quien no está con el obispo no está en la Iglesia. Además, como advirtió nuestro predecesor Pío VI en su carta apostólica condenando la constitución civil del clero en Francia, la disciplina está a menudo estrechamente relacionada con la doctrina y tiene una gran influencia en la conservación de su pureza. De hecho, en muchos casos, los santos Concilios sin vacilar han apartado de la Iglesia por su anatema a los que han infringido su disciplina.
Pero los neocismáticos han ido más allá, ya que “cada cisma se fabrica una herejía para justificar su alejamiento de la Iglesia”. De hecho, incluso han acusado también a esta Sede Apostólica, como si hubiéramos excedido los límites de Nuestro poder al ordenar que se observaran ciertos puntos de disciplina en el Patriarcado de Armenia. Las Iglesias orientales tampoco pueden conservar la comunión y la unidad de fe con Nosotros sin someterse al poder apostólico en materia de disciplina. Una enseñanza de este tipo es herética, y no sólo desde que la definición del poder y la naturaleza de la primacía papal fue determinada por el Concilio ecuménico Vaticano: la Iglesia Católica siempre la ha considerado como tal y la ha aborrecido. Así los obispos en el Concilio ecuménico de Calcedonia declararon claramente la autoridad suprema de la Sede Apostólica en sus procedimientos; luego pidieron humildemente a Nuestro predecesor San León la confirmación y el apoyo de sus decretos, incluso los que se referían a la disciplina.
…
En consecuencia, entonces, a menos que abandonen la tradición inmutable e ininterrumpida de la Iglesia, que está tan claramente confirmada por los testimonios de los Padres, los neocismáticos de ninguna manera pueden convencerse de que son católicos, incluso si se declaran tales. Si no conociéramos a fondo los ingeniosos y sutiles engaños de los herejes, sería incomprensible que el régimen otomano todavía considere católicos a personas que sabe que están separadas de la Iglesia católica por Nuestro juicio y autoridad. Porque si la religión católica ha de continuar segura y libre en el dominio otomano como lo ha decretado el Emperador, entonces también debería permitirse la esencia de esta religión, por ejemplo, la primacía de jurisdicción del Romano Pontífice. La mayoría de los hombres sienten que el jefe supremo y pastor de la Iglesia debe decidir quiénes son católicos y quiénes no lo son.
Pero los neocismáticos declaran que no se oponen en lo más mínimo a los principios de la Iglesia Católica. Su único objetivo es proteger los derechos de sus iglesias y su nación e incluso los derechos de su emperador supremo; alegan falsamente que hemos infringido estos derechos. Por este medio, sin temor alguno nos hacen responsables del presente desorden. Exactamente de esta manera actuaron los cismáticos acacios con nuestro predecesor San Gelasio. Y anteriormente los arrianos acusaron falsamente a Liberio [!], también Nuestro predecesor, ante el emperador Constantino, porque Liberio se negó a condenar a San Atanasio, obispo de Alejandría, y se negó a apoyar su herejía. Porque como escribió el mismo santo Pontífice Gelasio al emperador Anastasio sobre este asunto, “una característica frecuente de los enfermos es reprochar a los médicos que los devuelven a la salud con las medidas apropiadas en lugar de aceptar desistir y condenar sus propios deseos nocivos”. Estos parecen ser los principales motivos por los que los neocismáticos obtienen su apoyo y solicitan el patrocinio de hombres poderosos para su causa, por más perversa que sea. Para que los fieles no sean inducidos a error, debemos tratar estos motivos con más detalle que si simplemente tuviéramos que refutar acusaciones injustas.
( Encíclica Quartus Supra, nn. 6-10, 12-13, 15-16)
Pero vosotros, amadísimos hijos, recordad que en todo lo que se refiere a la fe, a la moral y al gobierno de la Iglesia, las palabras que Cristo dijo de sí mismo: “El que conmigo no recoge, desparrama” [Mt 12,30], puede ser aplicado al Romano Pontífice que ocupa el lugar de Dios en la tierra. Fundamentad, pues, toda vuestra sabiduría en una obediencia absoluta y en una adhesión gozosa y constante a esta Cátedra de Pedro. Así, animados por el mismo espíritu de fe, seréis todos perfectos en un mismo modo de pensar y de juzgar, fortaleceréis esta unidad que debemos oponer a los enemigos de la Iglesia...
(Carta Apostólica Per Tristissima; extracto de Papal Teachings: The Church , n. 419)
Pero, podéis decir, puede suceder que alguno de estos guías [los pastores de la Iglesia] no señale el verdadero camino. Sí, puede ser, porque la Iglesia Católica está repartida por toda la superficie del globo, y como ocupa una extensión que sólo puedo llamar inmensa, puede suceder que alguien olvide la verdad, y habiéndola olvidado, ser incapaz de enseñársela a otros. En ese caso como en cualquier otro, tenéis a la Santa Sede, tenéis al Supremo Pastor, que recordará la verdad al que se extravía y quién dirá a los llamados “católicos viejos”, como también a los católicos “deformados” y “vacilantes”, a los que quieren someter las leyes inalienables de la religión a las exigencias de la política, y a los que, sin ser los racionalistas en sentido estricto, sin embargo, se niegan a someterse a la autoridad; a todos les dirá, con las mismas palabras de Cristo: Qui non colligit mecum dispergit. “El que conmigo no recoge, desparrama” (Lc 11,23). Les dirá a todos que el que no está unido al Papa no puede esperar cosechar: está sembrando viento y nunca dará fruto, a menos que sea el fruto de la iniquidad.
(Alocución a los peregrinos alemanes, 13 de mayo de 1875; extracto de Papal Teachings: The Church , n. 430).
¿De qué sirve proclamar en voz alta el dogma de la supremacía de San Pedro y sus sucesores? ¿De qué sirve repetir una y otra vez declaraciones de fe en la Iglesia Católica y de obediencia a la Sede Apostólica cuando los hechos desmienten estas bellas palabras? Además, ¿no se hace la rebelión tanto más inexcusable por el hecho de que la obediencia se reconoce como un deber? Además, la autoridad de la Santa Sede no se extiende, como sanción, a las medidas que Nos hemos visto obligados a tomar, o basta estar en comunión de fe con esta Sede sin añadir la sumisión de la obediencia, cosa que que no se puede mantener sin dañar la fe católica?
…En efecto, Venerables Hermanos y amados Hijos, se trata de reconocer el poder (de esta Sede), también sobre vuestras iglesias, no sólo en lo que se refiere a la fe, sino también en lo que se refiere a la disciplina. El que niegue esto es un hereje; el que reconoce esto y se niega obstinadamente a obedecer es digno de anatema.
(Encíclica Quae in Patriarchatu [1 de septiembre de 1876, nn. 23-24]
Os felicitamos, pues, de que aunque sufráis, sin duda, por la deserción de vuestros hermanos, separados de vosotros por el soplo de la pérfida enseñanza, no os turbéis por ello, y aun os incitéis por su error a recibir con mayor disposición y seguir con más celo no sólo las órdenes, sino también todas las directivas de la Sede Apostólica; y al hacerlo estaréis seguros de que no podéis ser engañados o traicionados.
(Carta Apostólica Didicimus Non Sine ; extracto de Enseñanzas Papales: La Iglesia, n. 439.)
Papa San Pío XSólo a los pastores se les dio todo el poder de enseñar, de juzgar, de dirigir; a los fieles se les impuso el deber de seguir su enseñanza, de someterse con docilidad a su juicio y de dejarse gobernar, corregir y guiar por ellos en el camino de la salvación. Por lo tanto, es una necesidad absoluta para los fieles simples someterse en mente y corazón a sus propios pastores, y que éstos se sometan con ellos al Pastor Principal y Supremo.
…Denota igualmente cierta insinceridad en la obediencia comparar a un Pontífice con otro. Los que ante dos directivas diferentes rechazan la presente para aferrarse a las pasadas, no dan prueba de obediencia a la autoridad que tiene el derecho y el deber de guiarlos; y en cierto modo se asemejan a aquellos que, al recibir una condena, querrían apelar a un futuro concilio, o a un Papa para que examinen de nuevo su causa.
(Carta Apostólica Epistola Tua)
Si en los tiempos difíciles en que está echada nuestra suerte, los católicos nos escuchan, como les corresponde, verán pronto cuáles son los deberes de cada uno, tanto de opinión como de acción. En cuanto a la opinión, todo lo que los Romanos Pontífices han enseñado hasta ahora, o enseñarán en el futuro, debe ser sostenido con firmeza mental y, siempre que la ocasión lo requiera, debe ser profesado abiertamente.
(Encíclica Immortale Dei, n. 41)
Sucede muy diferente con los cristianos; reciben su regla de fe de la Iglesia, por cuya autoridad y bajo cuya guía son conscientes de que han alcanzado sin duda alguna, la verdad. Por consiguiente, así como la Iglesia es una, porque Jesucristo es uno, así en todo el mundo cristiano hay, y debe haber, una sola doctrina: "Un Señor, una fe"; “pero teniendo el mismo espíritu de fe”, poseen el principio salvador de donde proceden espontáneamente una y la misma voluntad en todos, y un mismo tenor de acción.
... Sin embargo, determinar cuáles son las doctrinas divinamente reveladas pertenece a la Iglesia docente, a quien Dios ha confiado la custodia e interpretación de sus declaraciones. Pero el maestro supremo en la Iglesia es el Romano Pontífice. La unión de las mentes, por lo tanto, requiere, junto con un acuerdo perfecto en la única fe, completa sumisión y obediencia de voluntad a la Iglesia y al Romano Pontífice, como a Dios mismo. Esta obediencia debe, sin embargo, ser perfecta, porque es ordenada por la fe misma, y tiene esto en común con la fe, que no se puede dar en pedazos; es más, si no fuera absoluta y perfecta en cada particular, podría llevar el nombre de obediencia, pero su esencia desaparecería...
Al definir los límites de la obediencia debida a los pastores de almas, pero sobre todo a la autoridad del Romano Pontífice, no se debe suponer que sólo se debe ceder en relación con dogmas cuya negación obstinada no puede ser separada del delito de herejía. Más aún, no es suficiente asentir con sinceridad y firmeza a las doctrinas que, aunque no están definidas por ningún pronunciamiento solemne de la Iglesia, son propuestas por ella para creer, como divinamente reveladas, en su enseñanza común y universal, y que el Concilio Vaticano [Primero] declaró que se debe creer “con fe católica y divina”. Pero también debe contarse entre los deberes de los cristianos el dejarse gobernar y dirigir por la autoridad y dirección de los obispos y, sobre todo, de la Sede Apostólica.
Y qué apropiado es que esto sea así para que cualquiera pueda percibirlo fácilmente. Porque las cosas contenidas en los oráculos divinos se refieren en parte a Dios, y en parte al hombre, y a todo lo que es necesario para alcanzar su salvación eterna. Ahora bien, ambas cosas, es decir, lo que estamos obligados a creer y lo que estamos obligados a hacer, son establecidos, como hemos dicho, por la Iglesia en uso de su derecho divino, y en la Iglesia por el Sumo Pontífice.
Por lo tanto, corresponde al Papa juzgar con autoridad qué cosas contienen los sagrados oráculos, así como qué doctrinas están en armonía y cuáles en desacuerdo con ellos; y también, por la misma razón, para mostrar qué cosas deben ser aceptadas como correctas, y qué deben ser rechazadas como sin valor; qué es necesario hacer y qué evitar hacer, para alcanzar la salvación eterna. Porque, de lo contrario, no habría intérprete seguro de los mandamientos de Dios, ni guía segura que mostrara al hombre la forma en que debe vivir.
( Encíclica Sapientiae Christianae, nn. 21-22, 24)
Por lo cual, como se desprende de lo dicho, Cristo instituyó en la Iglesia un Magisterio vivo, autorizado y permanente, que fortaleció con su propio poder, enseñó con el Espíritu de la verdad y confirmó con milagros. Él quiso y ordenó, bajo las penas más graves, que sus enseñanzas fueran recibidas como si fueran suyas.
(Encíclica Satis Cognitum, n. 9)
De este texto [Mt 16,18] se desprende que por voluntad y mandato de Dios la Iglesia descansa sobre San Pedro, como un edificio descansa sobre sus cimientos. Ahora bien, la naturaleza propia de un cimiento es ser un principio de cohesión para las diversas partes del edificio. Debe ser la condición necesaria de estabilidad y fuerza. Quítalo y todo el edificio se derrumba. Por consiguiente, es oficio de San Pedro sostener a la Iglesia y protegerla en toda su fuerza y unidad indestructible. Pero ¿cómo podría desempeñar ese papel si no tuviera el poder de mandar, defender y juzgar; en una palabra: un poder de jurisdicción propio y verdadero? Es evidente que los Estados y las sociedades no pueden subsistir sin un poder de jurisdicción. Una primacía de honor, o el poder tan modesto de aconsejar y advertir que se llama poder de dirección, son incapaces de prestar a ninguna sociedad humana un elemento eficaz de unidad y de solidez. Las palabras, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella, proclaman y establecen la autoridad de la que hablamos. "¿Qué es decir contra ella?" (escribe Orígenes), “¿Es contra la piedra sobre la que Jesucristo edificó su Iglesia? ¿Es contra la Iglesia? La frase resulta ambigua. ¿Será para significar que la piedra y la Iglesia no son sino una misma cosa? Sí; eso es lo que creo, la verdad; pues las puertas del infierno no prevalecerán ni contra la piedra sobre la que Jesucristo fundó la Iglesia, ni contra la Iglesia misma” (Orígenes, Comment. in Matt., tom. xii., n. ii). El significado de esta declaración divina es que, a pesar de las artimañas e intrigas que se emplean contra la Iglesia, nunca puede ser que la iglesia encomendada al cuidado de Pedro sucumba o fracase de alguna manera. “Porque la Iglesia, como edificio de Cristo que sabiamente edificó 'Su casa sobre la roca', no puede ser conquistada por las puertas del Infierno, las cuales pueden prevalecer sobre cualquier hombre que esté fuera de la roca y fuera de la Iglesia, pero será impotente contra ella” (Ibíd.). Por lo tanto, Dios confió Su Iglesia a Pedro para que la protegiera con seguridad con su poder invencible. Lo invistió, por lo tanto, con la autoridad necesaria; ya que el derecho de gobernar es absolutamente exigido por quien ha de custodiar real y eficazmente la sociedad humana….
La unión con la Sede Romana de Pedro es… siempre el criterio público de un católico…. “No se te debe considerar como poseedor de la verdadera fe católica si no enseñas que se debe mantener la fe de Roma”.
(Encíclica Satis Cognitum, nn. 12-13)
El Espíritu Santo, que es espíritu de verdad, pues procede del Padre, Verdad eterna, y del Hijo, Verdad sustancial, recibe de uno y otro, juntamente con la esencia, toda la verdad que luego comunica a la Iglesia, asistiéndola para que no yerre jamás, y fecundando los gérmenes de la revelación hasta que, en el momento oportuno, lleguen a madurez para la salud de los pueblos. Y puesto que el bien de los pueblos, para lo cual fue establecida la Iglesia, requiere absolutamente que este oficio se mantenga para siempre, el Espíritu Santo da perpetuamente vida y fuerza para conservar y aumentar la Iglesia. “Pediré al Padre, y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la Verdad” (Juan xiv., 16, 17).
(Encíclica Divinum Illud, n. 5)
… la Iglesia ha recibido de lo alto una promesa que la protege contra toda debilidad humana. ¿Qué importa que el timón de la barca simbólica haya sido encomendado a manos débiles, cuando el Piloto Divino se encuentra en el puente, donde, aunque invisible, vela y gobierna? ¡Bendita sea la fuerza de su brazo y la multitud de sus misericordias!
(Alocución a los Cardenales, 20 de marzo de 1900; extracto de Papal Teachings: The Church, p. 349.)
En la Iglesia Católica se encarna el cristianismo. Se identifica con aquella sociedad perfecta, espiritual y, en su orden, soberana, que es el cuerpo místico de Jesucristo y que tiene por cabeza visible al Romano Pontífice, sucesor del Príncipe de los Apóstoles. Es la continuación de la misión del Salvador, hija y heredera de su redención. Ha predicado el Evangelio, y lo ha defendido al precio de su sangre, y fuerte en la asistencia divina, y de aquella inmortalidad que le ha sido prometida, no se concilia con el error, sino que permanece fiel a los mandamientos que ha recibido para llevar la doctrina de Jesucristo hasta los confines del mundo y hasta el fin de los tiempos y para protegerla en su integridad inviolable.
(Carta Apostólica Annum Ingressi)
Esta es Nuestra última lección para vosotros: recibidla, grabadla en vuestra mente, todos vosotros: por mandato de Dios, la salvación no se encuentra en ninguna parte sino en la Iglesia; el instrumento fuerte y eficaz de salvación no es otro que el Pontificado Romano.
(Alocución por el 25 Aniversario de su Elección, 20 de febrero de 1903; extracto de Enseñanzas Papales: La Iglesia, n. 653)
Papa Benedicto XVEn efecto, sólo un milagro de ese poder divino podría preservar a la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, de mancha en la santidad de su doctrina, ley, y fin en medio del diluvio de corrupción y desfallecimiento de sus miembros. Su doctrina, ley y fin han producido abundante cosecha. La fe y la santidad de sus hijos han dado los frutos más saludables. He aquí otra prueba de su vida divina: a pesar de un gran número de opiniones perniciosas y de una gran variedad de errores (así como del vasto ejército de rebeldes), la Iglesia permanece inmutable y constante, “como columna y fundamento de la verdad”, profesando una doctrina identica, en recibir los mismos Sacramentos, en su divina constitución, gobierno y moralidad….
(Encíclica Editae Saepe, n. 8)
Ellos [los modernistas] aprenderán muchas cosas excelentes de tan gran maestro [como el cardenal John Henry Newman]: en primer lugar, a considerar sagrado el Magisterio de la Iglesia, a defender la doctrina inviolablemente transmitida por los Padres y, lo que es de suma importancia para la salvaguardia de la verdad católica, seguir y obedecer al Sucesor de San Pedro con la mayor fe.
(Carta Apostólica Tuum Illud )
… El primer y más grande criterio de la fe, la prueba última e inexpugnable de la ortodoxia es la obediencia a la autoridad docente de la Iglesia, que es siempre viva e infalible, ya que ella fue establecida por Cristo para ser la columna et firmamentum veritatis, “columna y baluarte de la verdad” (1 Tm 3,15).
Jesucristo, que conocía nuestra debilidad, que vino al mundo a predicar el evangelio sobre todo a los pobres, escogió para la difusión del cristianismo un medio muy sencillo, adaptado a la capacidad de todos los hombres y adecuado a cada época: un medio que requería ni aprendizaje, ni investigación, ni cultura, ni racionalización, sino sólo oídos dispuestos a oír, y sencillez de corazón para obedecer. Por eso dice san Pablo: fides ex auditu (Rm 10, 17), la fe no viene por la vista, sino por el oído, de la autoridad viva de la Iglesia, sociedad visible compuesta de maestros y discípulos, de gobernantes y de gobernados, de pastores y ovejas. Jesucristo mismo ha impuesto a sus discípulos el deber de escuchar las instrucciones de sus amos, en materia de vivir en sumisión a los dictados de los gobernantes, a las ovejas y corderos de seguir con docilidad las huellas de sus pastores. Y a los pastores, a los gobernantes y a los maestros ha dicho: Docete omnes gentes. Spiritus veritatis docebit vos omnem veritatem. Ecce ego vobiscum sum usque ad consumationem sæculi (Mt 28, 19-20): “Id, enseñad a todas las naciones. El Espíritu de verdad os enseñará toda la verdad. Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del mundo”.
De estos hechos podéis ver cuán extraviados están aquellos católicos que, en nombre de la crítica histórica y filosófica y de ese espíritu tendencioso que ha invadido todos los campos, ponen en primer plano la cuestión religiosa misma, insinuando que mediante el estudio y la investigación se debe formar una conciencia religiosa acorde con nuestro tiempo, o, como se dice, “moderna”. Y así, con un sistema de sofismas y errores falsean el concepto de obediencia inculcado por la Iglesia; se arrogan el derecho de juzgar las acciones de la autoridad hasta el punto de ridiculizarlas; se atribuyen la misión de imponer una reforma, misión que no han recibido ni de Dios ni de ninguna autoridad. Limitan la obediencia a las acciones puramente exteriores, aunque no se resistan a la autoridad ni se rebelen contra ella, oponiendo el juicio erróneo de algún individuo sin ninguna competencia real, o de su propia conciencia interior engañada por vanas sutilezas, al juicio y mandamiento del quien por mandato divino es su legítimo juez, amo y pastor.
…
No os dejéis engañar por las sutiles declaraciones de otros que no cesan de pretender que quieren estar con la Iglesia, amarla, luchar por ella para que no pierda las masas, trabajar por la Iglesia para que ella llegue a comprender los tiempos y así reconquistar a la gente y vincularla a sí misma. Juzgad a estos hombres según sus obras. Si maltratan y desprecian a los ministros de la Iglesia e incluso al Papa; si intentan por todos los medios minimizar su autoridad, eludir su dirección y desconocer sus consejos; si no temen levantar el estandarte de la rebelión, ¿de qué Iglesia hablan estos hombres? No, ciertamente, de esa Iglesia establecida super fundamentum Apostolorum et Prophetarum, ipso summo angulari lapide, Christo Jesús: “sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas, siendo la piedra angular Jesucristo mismo” (Ef 2,20). Por eso debemos tener siempre presente aquel consejo de san Pablo a los gálatas: “Si nosotros mismos o un ángel os enseñare otro evangelio diferente del que os hemos enseñado, sea anatema” (Gal 1: 8).
(Alocución Con Vera Soddisfazione)
Y por eso, cuando amamos al Papa, no discutimos si manda o exige una cosa, ni buscamos saber dónde está la estricta obligación de la obediencia, o en qué cosa debemos obedecer; cuando amamos al Papa no decimos que todavía no ha hablado con claridad, como si se le exigiera que expresara su voluntad al oído de todos, y que la expresara no solo de boca en boca sino también en cartas y otros documentos públicos. Tampoco ponemos en duda sus órdenes, alegando el pretexto que se le presenta fácilmente al hombre que no quiere obedecer, que no es el Papa quien manda, sino alguien de su entorno. No limitamos el campo en el que puede y debe ejercer su autoridad; no oponemos a la autoridad del Papa la de otras personas, por cultas que sean, que difieren del Papa. Porque cualquiera que sea su saber, no son santos, porque donde hay santidad no puede haber desacuerdo con el Papa.
(Discurso a los Sacerdotes de la Unión Apostólica, 18 de noviembre de 1912; en Acta Apostolicae Sedis 4 [1912], p. 695; extracto de Papal Teachings: The Church, n. 752)
Papa Pío XI…Cuando la autoridad legítima ha dado una vez una orden clara, que nadie transgreda esa orden, porque no le sucede a él encomendarse; pero que cada uno someta su propia opinión a la autoridad de aquel que es su superior, y obedézcale como un asunto de conciencia. De nuevo, que ningún individuo privado, ya sea en libros o en la prensa, o en discursos públicos, asuma la posición de un maestro autorizado en la Iglesia. Todos saben a quién ha sido dado por Dios el magisterio de la Iglesia: él, pues, tiene perfecto derecho a hablar como quiera y cuando lo crea oportuno. El deber de los demás es escucharlo con reverencia cuando habla y llevar a cabo lo que dice.
(Encíclica Ad Beatissimi, n. 22)
Papa Pío XIIPor el magisterio de la Iglesia, que en la sabiduría divina se constituyó en la tierra para que las doctrinas reveladas permanezcan intactas para siempre, y sean llevadas con facilidad y seguridad al conocimiento de los hombres, y que se ejerce diariamente a través de el Romano Pontífice y los Obispos que están en comunión con él, tiene también el oficio de definir, cuando lo crea conveniente, cualquier verdad con ritos y decretos solemnes, siempre que sea necesario para oponerse a los errores o ataques de los herejes, o más claramente y con mayor detalle para sellar en la mente de los fieles los artículos de la sagrada doctrina que se han explicado.
(Encíclica Mortalium Animos, n. 9)
…A fin de que ninguna falsificación o corrupción de la ley divina, sino un conocimiento verdadero y genuino de ella, ilumine la mente de los hombres y guíe su conducta, es necesario que una obediencia filial y humilde hacia la Iglesia se combine con la devoción a Dios y el deseo de someterse a Él. Porque Cristo mismo hizo a la Iglesia maestra de la verdad también en lo que concierne a la recta regulación de la conducta moral, aunque algún conocimiento de la misma no esté fuera del alcance de la razón humana … [Dios] ha constituido a la Iglesia en guardiana y maestra de toda la verdad acerca de la religión y la conducta moral; a ella, por lo tanto, si los fieles obedecieran y sometieran su mente y su corazón para mantenerse ilesos y libres de error y corrupción moral, y para no privarse de la ayuda que Dios les da con tanta generosidad, deben mostrad esta obediencia debida no sólo cuando la Iglesia define algo con juicio solemne, sino también, en la debida proporción, cuando por las constituciones y decretos de la Santa Sede se prescriben y condenan opiniones como peligrosas o tergiversadas.
Por lo tanto, estén también los fieles en guardia contra la sobrevalorada independencia del juicio privado y esa falsa autonomía de la razón humana. Porque es completamente extraño a cualquiera que lleve el nombre de cristiano confiar en sus propios poderes mentales con tal orgullo como para estar de acuerdo solo con aquellas cosas que puede examinar desde su naturaleza interna, e imaginar que la Iglesia, enviada por Dios para enseñar y guiar a todas las naciones, no está versada en los asuntos y circunstancias actuales; o incluso que deben obedecer sólo en aquellos asuntos que ella ha decretado por definición solemne como si sus otras decisiones pudieran presumirse falsas o presentando motivo insuficiente para la verdad y la honestidad. Muy al contrario, una característica de todos los verdaderos seguidores de Cristo, letrados o iletrados, es dejarse guiar y conducir en todo lo que toca a la fe o la moral por la Santa Iglesia de Dios a través de su Supremo Pastor el Romano Pontífice, quien es él mismo guiado por Jesucristo Nuestro Señor.
(Encíclica Casti Connubii, nn. 103-104)
Esta es la hermosa enseñanza católica sobre el papado. No puede ser rechazada sin abandonar la Fe y por lo tanto, la Iglesia.La “Iglesia Católica, Ciudad de Dios, cuyo Rey es la Verdad, cuya ley el amor y cuya medida la eternidad” (San Agustín, Ep. CXXXVIII. Ad Marcellinum, C. 3, N. 17), predicando sin temor toda la verdad de Cristo y trabajando como el amor de Cristo exige con el celo de una madre, se erige como una bendita visión de paz por encima de la tormenta del error y la pasión esperando el momento en que la Mano todopoderosa de Cristo Rey aquiete la tempestad y destierre los espíritus de discordia que la han provocado.
(Encíclica Summi Pontificatus, n. 110)
Puesto que la llamada misión jurídica de la Iglesia y la potestad de enseñar, gobernar y administrar los Sacramentos, deben el vigor y la fuerza sobrenatural, que para la edificación del cuerpo de Cristo poseen, al hecho de que Jesucristo, colgado en la Cruz, abrió a su Iglesia la fuente de esos dones divinos, con los cuales pudiera enseñar a los hombres una doctrina infalible y los pudiese gobernar por medio de pastores ilustrados y rociarlos con la lluvia de las gracias celestiales.
…
Hállanse pues, en un peligroso error quienes piensan que pueden abrazar a Cristo, Cabeza de la Iglesia, sin adherirse fielmente a su Vicario en la tierra. Porque al quitar esta cabeza visible, y romper los vínculos visibles de unidad, oscurecen y deforman el Cuerpo Místico del Redentor, de tal manera que los que andan en busca del puerto de salvación no pueden verlo ni encontrarlo.
…
Él infunde en los fieles la luz de la fe; Él enriquece con los dones sobrenaturales del conocimiento, el entendimiento y la sabiduría a los pastores y a los doctores y sobre todo a su Vicario en la tierra, para que conserven fielmente el tesoro de la fe, la defiendan con valentía, lo expliquen y confirmen piadosa y diligentemente. Él, por fin, aunque invisible, preside e ilumina los Concilios de la Iglesia.
(Encíclica Mystici Corporis, nn. 31,41,50)
La Madre Iglesia, católica, romana, que ha permanecido fiel a la constitución recibida de su Divino Fundador, que aún hoy se mantiene firme sobre la solidez de la roca sobre la que su voluntad la erigió, posee en el primado de Pedro y de sus legítimos [nota ¡bien! —AHORA ] sucesores la seguridad, garantizada por las promesas divinas, de conservar y transmitir inviolable y en toda su integridad a través de los siglos y milenios hasta el mismo fin de los tiempos, la suma total de verdad y gracia contenida en la misión redentora de Cristo.
(Alocución al Consistorio, 2 de junio de 1944, en italiano aquí)
En medio de la tempestad de los acontecimientos terrenales, y a pesar de la deficiencia y la debilidad que pueden empañar el brillo de nuestros ojos, [la Iglesia] tiene la seguridad de permanecer imperturbable y fiel a su misión hasta el fin de los tiempos.
(Alocución a los cardenales, 24 de diciembre de 1944; extracto de Papal Teachings: The Church, n. 1142.)
El Papa tiene las promesas divinas; incluso en sus debilidades humanas, es invencible e inquebrantable; es el mensajero de la verdad y de la justicia, el principio de la unidad de la Iglesia; su voz denuncia errores, idolatrías, supersticiones; condena las iniquidades; hace amar la caridad y la virtud.
(Discurso Ancora Una Volta, 20 de febrero de 1949, en inglés aquí)
… Este sagrado Magisterio en materia de fe y costumbres debe ser para todos los teólogos la norma próxima y universal de la verdad, (ya que a él ha confiado Nuestro Señor Jesucristo la custodia, la defensa y la interpretación del todo el depósito de la fe, o sea, las Sagradas Escrituras y la Tradición divina)…. Tampoco puede afirmarse que las enseñanzas de las encíclicas no exijan de por sí nuestro asentimiento, pretextando que los Romanos Pontífices no ejercen en ellas la suprema majestad de su Magisterio. Porque estas materias se enseñan con el magisterio ordinario, del cual es cierto decir: “El que a vosotros oye, a mí me oye” [Lc 10,16]; y generalmente lo que se expone e inculca en las cartas encíclicas ya por otras razones pertenece a la doctrina católica.
(Encíclica Humani Generis, nn. 18, 20)
Además de los legítimos sucesores de los Apóstoles, es decir, el Romano Pontífice para la Iglesia universal y los Obispos para los fieles que les han sido confiados (cf. can. 1326), no hay otros maestros divinamente constituidos en la Iglesia de Cristo. Pero tanto los Obispos como, en primer lugar, el Supremo Maestro y Vicario de Cristo en la tierra, pueden asociar a otros a su labor de maestros, y valerse de su consejo; les delegan la facultad de enseñar, bien por concesión especial, bien confiriendo un oficio al que va unida la facultad (cf. can. 1328). Los así llamados no enseñan en nombre propio, ni en razón de sus conocimientos teológicos, sino en virtud del mandato que han recibido de la Legítima Autoridad Docente. Su facultad queda siempre sujeta a esa Autoridad, y nunca se ejerce por derecho propio o de forma independiente.
…
En cuanto a los laicos, está claro que pueden ser invitados por legítimos maestros y aceptados como ayudantes en la defensa de la fe. … Pero todos estos apóstoles laicos deben estar y permanecer bajo la autoridad, el liderazgo y la vigilancia de aquellos que por institución divina son constituidos como maestros de la Iglesia de Cristo. En asuntos que implican la salvación de las almas, no hay autoridad docente en la Iglesia que no esté sujeta a esta autoridad y vigilancia.
… Nunca ha habido, no hay ahora, y nunca habrá en la Iglesia una legítima autoridad de enseñanza de los laicos sustraída por Dios de la autoridad, guía y vigilancia de la sagrada Autoridad Docente; de hecho, la misma negación de la sumisión ofrece una prueba y un criterio convincentes de que los laicos que así hablan y actúan no están guiados por el Espíritu de Dios y de Cristo. Además, todo el mundo puede ver el gran peligro de confusión y error que hay en esta “teología laica”; un peligro también de que otros comiencen a ser enseñados por hombres claramente ineptos para la tarea, o incluso por hombres engañosos y fraudulentos, a quienes San Pablo describió: “Llegará el tiempo en que los hombres, siempre deseosos de oír algo nuevo, se proveerán de una sucesión continua de nuevos maestros, según les lleve el capricho, haciendo oídos sordos a la verdad y prestando su atención a las fábulas en su lugar” (cf. 2 Tm 4, 3ss).
(Alocución Si Diligis sobre la Canonización de San Pío X, 31 de mayo de 1954)
Por lo demás, en este como en otros puntos de la doctrina católica, “la norma próxima y universal de la verdad” es para todos el Magisterio vivo que Cristo ha constituido “también para declarar lo que en el depósito de la fe no se contiene sino oscura y como implícitamente”.
(Encíclica Ad Caeli Reginam, n. 45)
Que nadie os quite la gloria de aquella rectitud en la doctrina y fidelidad en la obediencia debida al Vicario de Cristo; entre vuestras filas no haya lugar para ese “libre examen” más propio de la mentalidad heterodoxa que del orgullo del cristiano, y según el cual nadie vacila en convocar ante el tribunal de su propio juicio incluso aquellas cosas que tienen su origen en la Sede Apostólica.
(Alocución a la Congregación General de la Compañía de Jesús, 10 de septiembre de 1957; extracto de Papal Teachings: The Church, n. 1483)
Como enseñó el Papa Benedicto XV (1914-1922): “Tal es la naturaleza del catolicismo que no admite más o menos, sino que debe ser tenido en su totalidad o en su totalidad rechazado: 'Esta es la fe católica, que a menos que un hombre crea fiel y firmemente; no puede salvarse' (Credo de San Atanasio)” (Encíclica Ad Beatissimi, n. 24).
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