martes, 5 de julio de 2022

JUNÍPERO SERRA: UN SANTO ENTRE LOS INDIOS CALUMNIADO POR LA IZQUIERDA

Cada vez que Fray Junípero conocía a un nuevo indio, rezaba: "¡Dios, hazlo santo!" Enseñó a los indios a saludarse con esta fórmula: "¡Ama a Dios! Ama a Dios!"

Por el Dr. Bartomeu Font Obrador


Mallorca: Cuna y raíces

Los honores que con razón se rinden a Fray Junípero Serra en todos los continentes no deben eclipsar las raíces mallorquinas y el alma de este esbelto franciscano de alma gigantesca. Nació el 24 de noviembre de 1713 en la isla española de Mallorca, en el mar Mediterráneo.

La vitalidad de sus raíces proviene de la tierra bendita de la isla dorada, al igual que sus olivos milenarios besados por el sol mediterráneo. Junípero no improvisó al desarrollar su ministerio. Maduró a lo largo de toda una vida, absorbiendo lentamente las virtudes domésticas, la sabiduría campesina, la intensa religiosidad, la frugalidad, la inquebrantable paciencia en el trabajo, la honestidad de conducta, la serena tranquilidad, el sentido práctico y la confianza en la Providencia. Todos estos rasgos son características del pueblo mallorquín.

Los habitantes llaman a su isla "sa Roqueta", concepto al que se aferraron incluso después de cruzar el océano. Así es como el entonces administrador de las Misiones de Baja California y discípulo de Junípero, Fray Francisco Palou, se refería con nostalgia a Mallorca en una carta de 1773 a su maestro.

Sobre esta piedra fundacional, Junípero añadió la espiritualidad franciscana. Largos años de disciplina ascética formaron su personalidad para reflejar el espíritu del seráfico padre San Francisco. Luego vino la formación intelectual y la enseñanza universitaria. Siendo ya profesor de filosofía a los 31 años en el Real Convento de San Francisco de Palma de Mallorca, fue nombrado profesor titular de filosofía escotista en la Universidad Lulliana.

Fray Junípero alternó la docencia universitaria con la labor pastoral. Fue un predicador muy solicitado en las parroquias y conventos de Mallorca. En la catedral local pronunció dos destacados sermones con motivo de la festividad del Corpus Christi. También pronunció cuatro sermones en mallorquín, el dialecto de la lengua catalana de Mallorca, en el convento de Santa Clara. Uno de estos sermones se tituló: "Dios es bondadoso cuando perdona".


El alma de un poeta

La gracia no borra la naturaleza, sino que la perfecciona. En el apogeo de su ministerio académico y pastoral, Junípero comprendió que el amor de Cristo le impulsaba a compartir ese ardor con todos los seres humanos, especialmente con los más necesitados. Así, partió hacia América, donde se identificó cada vez más con San Francisco, abrazando la Cruz con creciente fuerza. En los restantes treinta y cinco años de su vida, el antiguo profesor enseñaría a los más desfavorecidos de los hijos de Dios: los indios.


Llevó a cabo esta misión con un alma poética franciscana ligada a la naturaleza. Ninguna preocupación pastoral le impedía exaltar las estrellas de la Sierra Gorda, admirar el paisaje agreste de la Alta California, cantar la belleza de las rosas castellanas plantadas a lo largo del Camino Real o agradecer a Dios la abundancia de frutos silvestres. Fray Junípero siempre encontraba tiempo para maravillarse ante la delicada agilidad de los ciervos, el suave vuelo de las gaviotas y los torpes andares de los terribles osos pardos. Con exquisita sensibilidad eclesial, dio nombres de santos a las misiones que fundó y a los valles, montañas y ríos. Así, la diversa geografía de la costa californiana está adornada por una encantadora letanía franciscana.

Sin embargo, lo primero que deseaba era la salvación de las almas de los indios, esos desnudos pero hermosos y bien proporcionados hijos de Dios que vagaban por las inmensas extensiones del desierto. Nacían en un agujero en la tierra, donde la madre se acostaba en un lecho de brasas cubierto de hierbas para calentarse. Contaban los días con bellotas y consideraban a los frailes jinetes hijos de sus mulas, como un cachorro llevado por su madre.

Cada vez que Fray Junípero conocía a un nuevo indio, rezaba: "¡Dios, hazlo santo!" Enseñó a los indios a saludarse con esta fórmula: "¡Ama a Dios! Ama a Dios!". Sabía cuánto habían costado estas criaturas a Jesucristo y no escatimaba esfuerzos, sudor y sufrimiento para atraerlos a Dios. Cuando pedía nuevos misioneros, no ocultaba la extrema dificultad de la tarea. Quería que estuvieran "enamorados de Cristo". Como escribió a sus superiores en México, "todo es fácil para los que aman". También era muy frugal: "Mientras tengamos buena salud y tengamos una tortilla de hierbas silvestres, ¿qué más podemos desear?"

Su tarea consistió en aprender lenguas difíciles y extrañas, amar a los indios con ternura, compartir sus sufrimientos, exponerse a mil peligros e incluso enfrentarse a flechas envenenadas. En resumen, enseñó a estas tribus a vivir civilmente, sumándolas así a los fieles de la Iglesia Católica y a los súbditos del Rey de España. Todo esto lo hizo con un espíritu franciscano, con la sencillez y la alegría del abandono total en la Providencia. Esta fue la fórmula de su éxito.


Predicador apostólico

Para llevar a cabo su misión, Fray Junípero fue nombrado Predicador Apostólico. Se embarcó en Cádiz hacia México el 20 de agosto de 1749. En una carta a su amigo el padre Francisco Serra, del convento de San Bernardino, expresaba así su alegría: "Es lo mejor que me ha podido pasar. Supera el deseo de mis padres de verme bien establecido". Explicó que el motivo de este gesto no era otro que el amor de Dios: "El amor de Dios es lo primero. Lo más importante es hacer la voluntad de Dios. Es por su amor que dejé a mis padres". Su propósito: "Sabed que me he embarcado en este viaje porque me gustaría ser un buen religioso".

Su biógrafo Francisco Palou explica que este drástico giro "se debió a una repentina y grave pena". Sobre esta tragedia, nada se sabe. Sin embargo, Dios siempre está presente en esos momentos. Así ocurrió con los santos Pablo, Francisco de Asís, Ignacio de Loyola y muchos otros. Junípero no fue una excepción.


Como buen hijo, dirigió un pensamiento a su madre, Margarita, que siempre había rezado por él: "Así que, madre mía, quizá sea precisamente por tus oraciones por lo que Dios me ha puesto en este camino. Confórmate con la voluntad de Dios y di continuamente: Bendito seas, oh Dios, y que se haga tu voluntad". Esta hermosa jaculatoria contiene toda la espiritualidad de Fray Junípero.

Dejó atrás su tierra natal, sus padres, su hermana, su cuñado, su sobrino (el futuro Miguel de Petra, celoso capuchino y distinguido arquitecto y matemático), su primo, sus tíos, sus amigos y sus conocidos. Dejó a sus hermanos religiosos, a sus superiores, a sus maestros, a sus discípulos y a su prometedora carrera docente. Doce años como profesor le habían confirmado como un destacado intelectual y un distinguido orador. Comentando su sermón del 25 de enero de 1749, un profesor no amigo exclamó "¡Este discurso merece ser impreso en letras de oro!".

Junípero se despidió de su ciudad natal, predicando los sermones de Cuaresma del 19 de marzo al 6 de abril en la Iglesia de San Pedro de Petra. El siguiente Martes Santo, predicó en el santuario de la Virgen de Bonany, patrona de la isla, a la que dedicó su último pensamiento antes de partir.


Defensa de la Inmaculada Concepción

La devoción de Fray Junípero a la Virgen tiene su origen en el Ave María que su madre le hacía rezar cada mañana y cada noche. Desarrolló esta devoción asistiendo a las fiestas marianas en la cercana iglesia de San Bernardino, donde se unió al coro. Tenía una voz agradable y melodiosa que conservó hasta la vejez.

Nuestra Señora de Bonany (imagen tallada del siglo VIII) situada en el Santuario de Nuestra Señora del Buen Año, en la isla de Mallorca

Tenía una especial devoción por la Virgen de Bonany. Cinco días antes de emprender su viaje sin retorno, pronunció en su presencia un sermón sobre el tema "Anunciad al pueblo las maravillas del Señor", una auténtica predicción de los hechos apostólicos que le esperaban en el Nuevo Mundo. La primera niña indígena que bautizó se llamaba María Bonany.

Fray Junípero tenía un extraordinario amor por la Virgen de Guadalupe. El barco que le llevó al Nuevo Mundo se llamaba Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe. A su llegada a México, el 31 de diciembre de 1749, se dirigió inmediatamente a su santuario del Tepeyac para darle las gracias. Más tarde, entronizó su imagen en la iglesia de la misión de Santiago de Jalpan e hizo que el artista indígena José Páez pintara su cuadro para la misión de San Juan Capistrano.

Predicó fervientemente la Inmaculada Concepción con el título de Purissima Prelata y le dedicó una letanía que se publicó en 1765. Nunca olvidó su promesa de defender el misterio de la Inmaculada Concepción. Incluso atrajo la atención de la Inquisición al publicar un tratado titulado Novena de alabanza para honrar a la Purísima Concepción de María Santísima. He aquí algunos pasajes que muestran la elegancia expresiva del autor:
"Sé, oh Señora, la aurora que anuncia nuestras alegrías; el ancla con la que amarramos para no ser abrumados por la vida; un arma para defendernos de nuestros enemigos; el alimento, para que no desfallezcamos en el servicio de tu Hijo; nuestra abogada para obtener la felicidad final, de modo que nuestro último aleluya en la tierra se junte con el primer aleluya en tu admirable compañía por toda la eternidad. Amén".
En 1770, Fray Junípero fundó la Misión de San Carlos Borromeo, para lo cual obtuvo del Visitador General una estatua de Nuestra Señora de Belén. La entronizó bajo un gran roble con el título de Conquistadora.


Fiesta de los Segadores

Desde la altura de su trono inmortal, Fray Junípero verá con buenos ojos la mención de algunos de sus compañeros que compartieron sus labores apostólicas en California. La luz de la fama no cayó sobre ellos como sobre su maestro. Sin embargo, también ellos son dignos de gloria como grandes misioneros que evangelizaron la costa del Pacífico en Norteamérica.

Su discípulo y biógrafo, el padre Francisco Palou, fue el cronista de la época californiana. Sus escritos dan la impresión de que los Hechos de los Apóstoles no terminaron con la narración de San Lucas, sino que continúan a lo largo de la historia con los sucesivos apóstoles que el Espíritu Santo suscita en la Iglesia y envía a predicar el Evangelio a toda criatura. El padre Palou fue el primero en recibir la confianza de Junípero sobre su decisión de partir a las misiones del Nuevo Mundo. Embarcado con él, Palou compartió todos sus esfuerzos hasta que expiró en el Carmelo.

Nada da mayor fruto para el apostolado que la sangre de los mártires. Los campos de California están regados con sangre mallorquina. El padre Luis Jaume fue el primero en pagar el precio de la vida. El 5 de noviembre de 1775, en una noche de luna, seiscientos indios atacaron la misión de San Diego, causando grandes daños, destruyendo imágenes e incendiando casas. El padre Jaume trató de calmarlos con un crucifijo en la mano, diciendo: "¡Hijos míos, amad a Dios!" Pero fue en vano. Los indios lo ataron y lo masacraron con palos y flechas, causando estragos en su cuerpo. Era el protomártir de aquellas tierras vírgenes, y su sangre alentó a Frair Junipero, que comentó al oír las ominosas noticias: "¡Esa tierra ya está regada! Ahora podemos esperar que los indios de San Diego se conviertan!". Fray Junípero ordenó que se rindieran los más altos honores al mártir y pidió a todos los misioneros que aplicaran en sufragio de su alma las veinte misas prescritas por el ritual franciscano.


Su programa de vida

La vida de Fray Junípero estuvo enteramente dedicada a sus hijos espirituales, neófitos, catecúmenos y compañeros de misión, a los que mantuvo constantemente ocupados. Por ejemplo, en la Misión de San Carlos, un fraile iba a trabajar el campo con los hombres, otro enseñaba a las mujeres, un tercero educaba a los niños y otro cuidaba la huerta. Se reunían tres veces al día para rezar juntos y dedicaban la tarde a instruir a los catecúmenos. En una carta al virrey Bucarelli en 1775, Frair Junipero escribió: "El santo propósito con el que realizamos estos trabajos manuales, a primera vista ajenos a nuestra condición de vida, los hace ciertamente agradables a Dios, a los ángeles y a los hombres."


Prestó atención a todos los aspectos de la vida de la misión: indios, soldados, colonos, cosechas, edificios, ganado, suministros, etc. Nunca dejó de fomentar las buenas relaciones con el gobernador militar, el virrey y el Colegio de San Fernando, sede de las misiones. Todas estas actividades requerían mucho tiempo. Al ser nombrado superior de las misiones, también tenía que escribir cartas e informes, lo que le consumía casi la mitad de su tiempo. Su preocupación apostólica por las iglesias también implicaba el uso frecuente de la pluma y el papel. Más de una vez se quejó en confianza de que se había convertido en un escribiente más que en un misionero. A menudo escribía en condiciones incómodas, sentado en el suelo, sin mesa ni silla, utilizando una simple pluma de gaviota. A menudo luchaba contra el tiempo porque el correo estaba a punto de zarpar. Este tipo de esfuerzo, raramente considerado en la historia oficial, no debe ser subestimado.


Vestir a los indios

La desnudez de los indios era un grave problema en las misiones de California. Fray Junípero se lo explicó al virrey:
"Cubrir la desnudez de muchas niñas y niños, hombres y mujeres, aunque sea en parte, no sólo para protegerlos del frío (que es muy severo en esta zona durante gran parte del año) sino sobre todo para fomentar la decencia y la urbanidad, especialmente entre las mujeres, es una dificultad colosal con la que tengo que lidiar diariamente".
En la misma carta, el misionero explicaba que hasta ahora había conseguido vestir a los indios consumiendo los sueldos de los frailes, recogiendo ropa vieja de aquí y de allá y reciclando cien mantas militares. Sin embargo, en el momento de escribir la carta, no le quedaba nada:
"En la iglesia, sin otra ropa, los nativos recurren a usar las pieles ásperas que abandonaron en su bautismo. Ni siquiera tenemos un rebaño de ovejas para hacer lana. . . . Tal vez estas lamentaciones lleguen a alguna reunión de gente rica y devota en contacto con Su Excelencia. Espero que puedan abrir sus almas a esta obra de misericordia de vestir al desnudo, tan importante como alimentar al hambriento. Por Dios, perdóneme si me he atrevido a molestar a Su Excelencia".
La carta tuvo el efecto deseado y muchas limosnas, tanto en dinero como en especie, llegaron a las misiones desde Ciudad de México.


Charlas en los albores de los nuevos tiempos

No todo eran sufrimientos en las misiones de Fray Junípero. También hubo muchos consuelos. Por ejemplo, hizo un viaje a la capital en 1773 acompañado del indio Juan Evangelista, a quien había bautizado y confirmado. Fue una excelente oportunidad para conversar largamente con el neófito, penetrando en su alma y comprendiendo cómo podía abrirse tanto a la fe católica como a la civilización europea. Por primera vez, Fray Junípero pudo analizar en profundidad tanto el mundo español como el indígena.


Fray Junípero le preguntó a Juan Evangelista si, al ver a los monjes y soldados españoles, los indígenas habían llegado a la conclusión de que existía una tierra lejana donde todos eran como ellos. Respondió que no. Los nativos, dijo, pensaban que todos los hombres eran como ellos. Al ver a estas personas extrañas, imaginaron que habían surgido del vientre de la tierra.

Juan Evangelista se quedó atónito cuando llegaron a Ciudad de México, que era tan rica que merecía el título de "la Roma de América". Se maravilló con sus palacios, carruajes, iglesias y damas elegantemente vestidas. Su creencia de que los españoles eran hijos de las mulas o un degüello del abismo se desvaneció con el tiempo, y reconoció que había otro mundo mucho más hermoso. Dijo que trataría de convencer a su pueblo de que se convirtiera cuando regresara a su tierra.


Una descripción de Fray Serra

En un momento dado, Fray Junípero, de 60 años de edad, permaneció en el Colegio de San Fernando de la Ciudad de México durante seis meses. Un joven fraile escribió a un cofrade en Cataluña una carta que bien podría ser el retrato más auténtico del misionero mallorquín:
"Es el Padre Presidente [de las misiones], hombre de venerable antigüedad, antiguo catedrático de la Universidad de Palma. En veinticuatro años de trabajo misionero, nunca escatimó esfuerzos para convertir a los infieles. En su atribulada vejez, conserva la fuerza de un león, rindiéndose sólo a la fiebre alta. Ninguna dolencia, especialmente las dificultades respiratorias sofocantes, ni las llagas en los pies y las piernas logran frenar su ímpetu apostólico.

"Nos sorprendió durante su estancia entre nosotros. Cuando estaba gravemente enfermo, nunca dejó de venir al coro de día y de noche, salvo cuando la fiebre era demasiado alta. Muchas veces lo dimos por muerto, y siempre resucitó. Sólo por obediencia acudía a la enfermería. Durante sus viajes entre los infieles, a menudo se encontraba tan enfermo por las heridas y otras dolencias que había que llevarlo en una litera antes que detenerse a curar su cuerpo medio muerto. Para asombro de todos, siempre se recuperaba gracias a la Divina Providencia. Por todo ello, por su austeridad de vida, por su humildad, por su caridad y por otras virtudes, merece ser contado entre los imitadores de los Apóstoles.

"Pronto estará de vuelta en Monterrey, a mil millas de distancia por tierra y mar, como si nada hubiera pasado. Visitará las misiones, las alegrará con su presencia y establecerá otras nuevas hasta su muerte. ¡Que Dios le conceda muchos años de vida! Podría decir muchas cosas sobre este santo hombre".


Un rosario de misiones

Según se desprende de su correspondencia, Serra trató de erigir todas las misiones necesarias para convertir a los indios. Fundó cuatro misiones a lo largo del Camino Real entre la bahía del Carmelo y el puerto de San Diego. Las misiones de San Francisco, San Juan Capistrano y Santa Clara siguieron en orden cronológico. Más al sur estaban las misiones de San Antonio, San Luis Obispo y San Gabriel. Formaban una cadena de misiones a no más de cuarenta y cinco millas de distancia unas de otras.


Sin embargo, la palabra "cadena" es un término demasiado frío, quizá adecuado para los coches y las autopistas, pero no para designar las misiones. Quizá sea mejor hablar de un "rosario", cuyas cuentas serían las misiones, y la cadena, el camino que las une. Fray Junípero hablaba de sus fundaciones como de una "escalera" que subía y bajaba por la costa norte del Pacífico.

Quería fundar once misiones, quizá para emular los once monasterios franciscanos de la Provincia Seráfica de Mallorca.


La muerte del beato

Como San Francisco, Junípero había mortificado demasiado su cuerpo. Al cumplir los setenta años estaba agotado. En 1784, se encontró débil y con la respiración agitada. Ya ni siquiera notaba el dolor en la pierna, que le atormentaba desde hacía tiempo. A mediados de agosto, un médico le examinó y le propuso una cauterización para liberar sus pulmones. Por desgracia, fue inútil. El siervo de Dios comprendió que había llegado el momento de ponerse en manos del Padre.

El 27 de agosto, sus fuerzas empezaron a flaquear. Inmediatamente le dijo al padre Palou, su confesor, que quería ir a la capilla para comulgar y prepararse para su fallecimiento. Fue valientemente a pie, acompañado por una procesión de frailes, oficiales reales, soldados e indios. Cantó por última vez el Tantum ergo de rodillas y en voz alta. Con lágrimas en los ojos, recibió la absolución y luego la Santa Comunión. Al volver a su celda, sintió que le fallaban las fuerzas, pidió la extremaunción y después recitó las letanías de los santos y los salmos penitenciales.

Mejoró ligeramente al día siguiente, fiesta de San Agustín. Sentado en una austera silla de bambú, sintió que la muerte era como una compañera. Pidió a su confesor ser enterrado junto al difunto hermano, Fray Juan Crespi. Todavía pudo rezar el Breviario y tomar una taza de caldo. Tumbado en una tosca cama de madera, se quedó dormido, para no volver a despertar. Su discípulo y biógrafo, el padre Palou, lo encontró abrazado a un gran crucifijo que siempre le había acompañado en sus labores apostólicas. Conscientes de la pérdida de un padre benigno, los indios le ofrecieron hermosas flores silvestres. Mientras todos lloraban, algunos pensaron que lo mejor era tallar trozos de su vestimenta para conservarlos como preciosas y veneradas reliquias.


Beatificación

En la misa solemne del 25 de septiembre de 1988, Mons. Thaddeus Shubsda, obispo de Monterey-Fresno, presentó al Papa un relato de la vida del misionero acompañado de abundante documentación y pidió oficialmente la beatificación de Fray Junípero. Entre esos documentos destacaba la Representación, también conocida como Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas.

La hermana Bonifacia Dyrda, de Saint Louis, Missouri, curada de una enfermedad por la intercesión del Venerable, estuvo presente en la misa, y su testimonio despertó gran entusiasmo entre los fieles.

Juan Pablo II proclamó beato al padre Serra el 25 de septiembre de 1988. El 23 de septiembre de 2015 fue canonizado en la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington, D.C. En California, su fiesta se celebra el 1 de julio en recuerdo de su llegada a San Diego; en Mallorca, se celebra el 26 de agosto.


El Dr. Font Obrador está considerado como uno de los mayores expertos en San Junípero Serra. Este artículo es un resumen y una adaptación de su intervención en el Congreso Internacional de Serrano del 5 de junio de 2004. Extractos de su conferencia en Génova el 5 de junio de 2004, en la Conferencia Internacional de Serrano. Reproducido con autorización. Ver "Atti del Convegno 'Il Beato Junípero Serra e l'Evangelizzazione delle Americhe'", Génova, Serra Internacional, 2005. El Dr. Font Obrador (1932-2005) fue presidente de la Asociación de Amigos del Hermano Junípero Serra de Palma de Mallorca.


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