lunes, 25 de julio de 2022

UN DEVALUADO SACRO COLEGIO

Una de las consecuencias más graves que dejará el pontificado del papa Francisco será un Sacro Colegio de cardenales, moldeado a su imagen y semejanza, la que bien puede sintetizarse con una sola palabra: mediocridad. 


Hizo con él lo mismo que con el episcopado argentino y con el episcopado italiano: colonizarlo de personajes oscuros y orilleros, escasamente formados y exudantes de olor a oveja. El agravante en el caso del Sacro Colegio es que de allí surgirá el futuro pontífice romano. Más allá de las simpatías teológicas y el grado de fe católica que pueda detentar el futuro papa, lo que está en juego es la capacidad de gobierno de una institución bimilenaria y planetaria como es la Iglesia católica.

La Iglesia, a lo largo de su historia, ha tenido papas mediocres e incapaces, pero tenían siempre el buen tino y humildad suficiente como para rodearse de colaboradores capaces. Igualmente, han existido cardenales de todos los colores y de todos los vicios, pero el gobierno y las decisiones estaban en manos de aquellos que, más allá de la intensidad de su fe, eran capaces. No ocurre lo mismo en los últimos tiempos.

Comentaba el padre Louis Bouyer en sus memorias que si la KGB hubiese querido minar la Iglesia desde dentro, difícilmente hubiese encontrado modo mejor que nombrar al cardenal Giuseppe Pizzardo como prefecto de la Congregación de Seminarios. La cosa viene de lejos. ¡Qué diría el notable teólogo francés si viera la situación actual, en la que el nivel de degradación es tan pavoroso!

Si hacemos un poco de historia reciente, podremos comprobar el proceso de decadencia. Pío IX comenzó siendo un joven tarambana sin objetivos claros en la vida, hasta que un tío monsignorino en la Curia romana lo encarriló en la carrera —y nunca mejor utilizado el término— eclesiástica, y pronto fue obispo liberal y simpatizante de Garibaldi, para finalmente convertirse en papa ultramontano. 

Los pontificados posteriores vieron una sucesión de brillantes cardenales secretarios de Estado. No se trata aquí de que nos gusten más o menos sus ideas; lo que quiero señalar es su capacidad de gobierno y gestión de una institución como la Iglesia. El cardenal Mariano Rampolla del Tindaro, acusado de masón quince años después de su muerte y sin ninguna prueba cierta, fue un habilísimo ministro de León XIII, en momentos en que la Iglesia corría el riesgo de desmoronarse a la par de los Estados Pontificios. 

San Pío X, que no eran un intelectual y, más bien, era un un hombre rústico y sin roce con el mundo, tuvo la intuición de elegir al genial Rafael Merry del Val, joven obispo de menos de cuarenta años, como secretario de Estado, y entre ambos pudieron sortear con éxito la crisis del modernismo. 

Benedicto XV era, a mi entender, un hombre bastante limitado y por eso mismo fue elegido papa, como una vía del medio entre Escila —el ultramontano Merry del Val— y Caribdis —el modernista Pietro Maffi, arzobispo de Pisa—. Sin embargo, formado en la escuela de Rampolla, el nuevo papa se agenció al cardenal Pietro Gasparri que fue quien condujo a la Iglesia durante ese pontificado y, también, durante buena parte del de Pío XI: no solamente fue capaz de hacer un papel más que aceptable durante la Primera Guerra Mundial, sino que también logró la firma de los Pactos Lateranenses.

Insisto en que podremos tener opiniones divididas sobre algunos de los personajes mencionados; sin embargo, creo que todos coincidiremos en que se trataba de personajes superiores, capaces de cargar sobre sus espaldas con competencia el gobierno de la Iglesia. En los últimos años, tenemos que conformarnos con irresponsables como Bertone o con nulidades como Parolin.

El papa Francisco repele a la gente capaz; la aleja y arrincona. Si ponemos el foco en uno de los cambios más rutilantes que prometió hacer en su gestión —el saneamiento de las finanzas vaticanas—, vemos que sistemáticamente expulsó a todos aquellos que tenían la capacidad y fortaleza de poner orden en esos marjales, como el cardenal George Pell o el padre Ángel Vallejo Balda. Ninguno de ellos se avino a las opacidades que los círculos más altos, incluido el mismo pontífice romano, les exigían. Y fueron expulsados de Roma, y en ambos casos de un modo cruel y despiadado. Experimentaron de cerca la misericordia pontificia.

Bergoglio prefiere más bien rodearse de mediocres a los que puede manejar fácilmente porque éstos saben que le deben todo, y entonces crean lazos de fidelidad difíciles de romper. Es el caso de Mons. Víctor “Tucho” Fernández, una solemne nulidad que fue alzado a rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina, a arzobispo de La Plata y a redactor de encíclicas pontificias. 

O bien, personajes fácilmente chantajeables, como es el caso del incompetente Edgar Peña Parra, sustituto de la Secretaría de Estado, cuyo escabroso pasado lo persigue desde su época de seminarista. ¿Por qué, podemos preguntarnos, eligió como colaboradores cercanos a Monseñor Gustavo Zanchetta, Monseñor Giovanni Ricca o al padre Fabián Pedacchio? ¿Por su competencia en los cargos o su sabiduría como consejeros? ¿O más bien, por la colección de cadáveres que guardan en sus armarios?

Es verdad que más pronto que tarde esta situación pasará porque el papa morirá. Pero, ¿qué nos espera? ¿Alguien puede imaginar lo que sería un pontificado bajo Luis Tagle, el simpático filipino, o bajo el oscuro Oscar Cantoni, neo-cardenal de Como?

El Sacro Colegio está tan devaluado como el peso argentino. En este último caso, se recurrirá para solucionarlo a las dolorosas recetas ya conocidas; en el otro, no sé cómo se las arreglará el Espíritu Santo para poner orden.


Wanderer


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