Por el padre Jorge González Guadalix
Cosas que sobran:
- En términos generales, la originalidad y las ocurrencias. Cuando toque preparar una celebración, no digamos si es funeral o Misa de primeras comuniones, huyan de todo aquel que comience diciendo “podíamos hacer”, “se me ocurre”, “quedaría bien”. Intenten neutralizar con agua bendita.
- Sobran la gran mayoría de las moniciones, si no todas.
- La verborrea del que preside la celebración, especialmente si es “espontánea”. Hagan oídos sordos y ofrézcanlo por las misiones.
- Las inmensas procesiones de ofrendas convertidas en escaparate de productos de la tierra, exhibición de trajes regionales, lucimiento de los niños y profusión de símbolos tan absurdos y repetidos como inútiles e ineficaces.
- El gesto de la paz. Que sea brevísimo, y si pueden suprimirlo, todavía mejor. Abominen de todo celebrante, catequista, monjita actualizada, empeñados en paseillo litúrgico - eclesial - popular para dar la paz a todo quisqui. Más agua bendita.
- Un gran porcentaje de la música y el canto de las celebraciones. Palabrita del niño Jesús que no pasa nada si la misa es rezada.
Cosas que faltan:
- Una formación litúrgica básica. Nadie opine de liturgia y mucho menos pretenda dirigir u organizar la liturgia de cualquier parroquia, comunidad o movimiento sin haberse leído, por lo menos, “Sacrosanctum concilium”, “Instrucción general del misal romano” y “Redemptionis sacramentum”.
- Las oraciones “secretas” del celebrante, que le ayudan a vivir mejor el misterio y que tantas veces, como son secretas, simplemente se omiten.
- Los signos. Una liturgia cumple mejor su función en la medida en que mengua en palabras -verborrea que yo digo- y destaca los signos. Y me da igual una genuflexión bien hecha, que una inclinación del sacerdote, que la comunidad de rodillas cuando toque, que el lavabo.
- Que la consagración quede destacada por todos los medios: gestos, forma de decir las palabras el sacerdote, genuflexiones, toque de campanilla. No puede ser que el momento clave de la Misa sea la paz. Horror, terror y pavor. Si así fuera, que la paz reciba más importancia que la consagración, consúltese con un exorcista experto.
En otras cosas no entro. Si el problema fuese ausencia de ornamentos, no respetar los textos del misal o celebrar en colchoneta playera, ya ven que la realidad supera a la ficción, entonces agua bendita, exorcista y reclusión durante un año en un monasterio de probada liturgia tradicional. Sé que me paso de cruel, pero no es para menos.
De profesión, cura
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