lunes, 12 de febrero de 2001

PASTORIS AETERNI (2 DE JULIO DE 1826)


EXHORTACIÓN

PASTORIS AETERNI 

DEL SUMO PONTÍFICE

LEÓN XII

El Papa León XII.

1. Inflamados por el amor, e instruidos por el ejemplo del Pastor eterno que busca a la oveja descarriada y perdida, comprendemos bien lo propio de Nuestro oficio pastoral que, así como, habiendo proclamado el Jubileo universal del Año Santo abrimos los sagrados tesoros de las indulgencias para todos los fieles cristianos de la Iglesia católica que viven en comunión con esta Santa Sede, igualmente prodigamos toda la solicitud a aquellos a quienes, no por una desvergonzada obstinación de la voluntad en contrario, sino por las herejías y el poder de los falsos maestros (que se proclaman católicos ortodoxos) mantienen excluidos de la comunión. Esto hasta que, amonestados por Nuestras exhortaciones, abandonen el campo de aquellos, vuelvan a la debida obediencia a Nosotros y a la Santa Sede, y así, cuando llegue el ansiado y aceptable tiempo de la expiación, del perdón, de la reconciliación y de la gracia, se hagan dignos de recibir los grandes dones de la misericordia divina y puedan salvarse.

2. Por estas razones Nuestro discurso se dirige particularmente a vosotros que os creéis en comunión con la Iglesia Católica, pero que, engañados fraudulentamente por los autores del nefasto cisma conocido con el nombre de "Pequeña Iglesia", bajo el pretexto de las convenciones concluidas entre Pío VII, Nuestro Predecesor, y el Gobierno francés en 1801 y 1817, rechazáis la comunión con Nosotros y con la Santa Iglesia Romana. A vosotros, por lo tanto, os dirigimos ahora palabras de paz; a vosotros, a quienes ya celebró casi toda la cristiandad, cuando en un tiempo fuisteis fuertes en la lucha de las batallas del Señor contra los furiosos destructores del altar y del trono, y que ahora, asombrados e indignados, veis luchar, en una situación tan cambiada, contra la propia Iglesia; a vosotros creemos que debemos abrir con todo el afecto del corazón la plenitud de Nuestra paternal benevolencia. Porque, por muy desobedientes y desviados que seáis, os seguimos teniendo como hijos queridos en el Señor y os tenemos cerca de Nosotros; ciertamente sabemos que sois rebeldes, no por maldad de mente, sino porque habéis sido engañados por los argumentos perversos y mentirosos de vuestros falsos maestros, que abusan del nombre y de la autoridad de la misma Iglesia católica; y esto Nos apena.

3. Cuidaos pues, oh amadísimos, de tales líderes nefastos; rechazad sus designios; resistid sus instigaciones pestíferas. Su intención es secuestraros del seno de la Iglesia Católica, perderos ahora y para siempre, ya que pretenden apartaros de la comunión con Nosotros, con la Santa Sede y con los Obispos unidos a ella. Porque se engañan a sí mismos manteniendo una comunión ficticia con la Sede Apostólica, cuando rechazan la comunión con el Romano Pontífice y con los Obispos en comunión con él. Por lo tanto, no os dejéis engañar en este punto. Escuchad con atención y recordad: "La Iglesia está donde está Pedro" [S. Ambr., In ps. XL, n. 30]; "No poseen la herencia de Pedro quienes no poseen la Sede de Pedro, y la destrozan con divisiones impías" [S. Ambr., De poenit, lib. I, cap. VII]; "Pertenece al Anticristo, y no a Cristo, quien se niega a estar unido en comunión con la Cátedra de Pedro" [S. Hier., Epist. XV ad Damasum]; ni olvidar la sentencia de Cipriano: "El Obispo está en la Iglesia, y la Iglesia en el Obispo" [Lib.] Si cada uno de vosotros, a los pies del Crucifijo y a la luz de la fe, pondera estas verdades con mente serena, admitirá fácilmente que éste es el objetivo de las incitaciones de estos predicadores: que separándose del Romano Pontífice y de los Obispos unidos a él en comunión, se separen de toda la Iglesia católica, y así dejen de tenerla por madre.

4. Porque, ¿cómo puede la Iglesia ser una madre para vosotros, si no tenéis como padres a los pastores de la Iglesia, es decir, a los obispos? ¿Y cómo podríais gloriaros en nombre de los católicos si, separados del centro de la catolicidad, es decir, precisamente de esta Santa Sede Apostólica y del Sumo Pontífice, en quien Dios fijó el origen de la unidad, rompéis la unidad católica? La Iglesia católica es una, no está desgarrada ni dividida; por lo tanto, vuestra "Pequeña Iglesia" no puede tener ninguna relación con la católica. A sus supuestos amos, o más bien a sus engañadores, no les queda ninguno de los obispos galicanos, que les defiendan y se pongan de su parte; es más, es bien sabido que todos los obispos del mundo católico, a los que apelaron, y para los que escribieron e imprimieron sus protestas cismáticas, aprueban las citadas convenciones y las posteriores actas de Pío VII, a las que toda la Iglesia católica está a favor. ¿Y entonces qué? ¿Acaso no hacen una guerra abierta contra la Iglesia católica, y declaran que ya la han ganado, los que se atreven a acusarla ya sea de simulación, ya sea de ignorancia, ya sea de error? Sin embargo, los autores de la rebelión son lo suficientemente insensatos como para atreverse a hacer acusaciones tan impúdicas contra ella. Proclaman que la Iglesia, que está en contra de ellos y se mantiene en comunión con esta Santa Sede, debe ser señalada como simuladora, o engañadora, o errante; se enfurecen contra ella como cismática. Como los donatistas afirmaban de su propia facción, así también afirmarían de la suya, que sólo en ella consiste la verdadera Iglesia. Dado que, por otra parte, su ficticia "Pequeña Iglesia" no sólo no tiene ningún carácter distintivo de la Iglesia católica, sino que, por el contrario, manifiesta todas las características de la secta cismática, sólo les queda afirmar lo que se seguiría como en un plano inclinado, es decir, que la Iglesia católica ya ha dejado de existir. Y en efecto, quien afirma esto, al hacerlo demuestra que no está en la Iglesia católica.

He aquí, pues, la religión que os entregan; o más bien, el abismo en el que os sumergen los que están a la cabeza de vuestra religión, y a los que tan imprudentemente confiáis vuestras almas. Puesto que os alejan de la Madre Iglesia, de alguna manera os alejan de Dios Padre; 'porque no puede tener a Dios por Padre', dice Cipriano, 'quien no tiene a la Iglesia por madre'.

5. Verdaderamente una gran angustia Nos aflige, y no podemos sino reverenciar silenciosamente en la humildad de Nuestro corazón los inescrutables designios de Dios, mientras en la mente surge el pensamiento de que aquellos que ahora inventan para vosotros tales falsedades son ellos mismos sacerdotes, que una vez se consagraron a sí mismos y a sus vidas a la defensa de la Iglesia Católica. Además, ya dispuestos al perdón -recordando una frase de Agustín dirigida a los perseguidores de la túnica de Cristo [En el salmo CXIV, n. 16]-, tenemos presente que los que ahora desgarran la Iglesia de Cristo son los mismos que, cuando los perseguidores se ensañaron, se ofrecieron como los hombres fuertes de Israel por la túnica de Cristo, es decir, para preservar la unidad de la Iglesia de Cristo. Su destino es, en efecto, digno de amargo luto; pero también hay que decir que aquellos a quienes un enemigo declarado no podía doblegar ni atraer a su cisma, esos mismos, orgullosos de su propia fuerza, fueron finalmente tan vencidos por la presunción, que ellos mismos se convirtieron en promotores de un cisma.

6. Y, en efecto, ¿quién podría tolerar su temeraria y detestable audacia, que les lleva a proclamarse los únicos ilustrados, los únicos ortodoxos entre los sacerdotes galicanos, los únicos de la Iglesia, los defensores de la Iglesia, a presumir el derecho de erigirse en tribunal, desde el que juzgan sobre todo, sobre toda la tierra, y condenar a la Iglesia Católica que está en comunión con la Sede Apostólica, es decir, con el Romano Pontífice? Por otra parte, ¿quién de los católicos puede dejar de ver y detestar su arrogancia cismática con la que -después de la solemne condena y la postulación del 6 de septiembre de 1822 contra sus panfletos tendenciosos impresos en Londres; después de tantas oraciones y amonestaciones paternales de sus obispos después de la interdicción de los sacramentos, infligida por el Vicario Apostólico del distrito de Londres a los que viven en estas regiones - después de todo esto, todavía se atreven a pronunciarse insolentemente contra el pensamiento de la Iglesia, es más, con más vehemencia defienden su error y su cisma, y con más ardor, una vez divulgados sus escritos, se ensañan contra sus adversarios, y especialmente contra sus Obispos, de forma cada vez más escandalosa y sacrílega, desafiando toda autoridad de la Sede Apostólica y de sus Obispos; incitando a la revuelta contra la Iglesia, y sin mandato, pisoteando todos los sagrados cánones de la Iglesia, ejerciendo vanamente un ministerio que les ha sido interdicto, con la consiguiente ruina de tantos miles de almas? ¿Y quién, entre los orgullosos herejes y cismáticos, ha tenido un orgullo más arrogante y un concepto más elevado de sí mismo y de su propia secta, y ha vomitado y actuado más inicuamente contra los Pontífices romanos y los obispos en comunión con ellos, es decir, contra la Iglesia Católica Romana? Ciertamente, los oídos de los católicos se horrorizan al escuchar lo que enseñan estos sacerdotes, es decir, que "a los católicos no les debe importar que el jefe de la Iglesia católica sea católico". Sólo esto, oh amadísimos, debería bastar para que reconozcáis las asechanzas y locuras de vuestros falsos maestros, y para que os sintáis impulsados a execrar sus máximas y sus deliberaciones, a rechazar su sacrílego ministerio, a abandonar el cisma, a desprenderos totalmente de esto y de aquello, y a volver a la unidad de la Iglesia.

7. Pero más bien, dejad que el noble ejemplo y la autoridad de los obispos, a los que estos sacerdotes errantes consideraban y veneraban como sus protectores, y a los que ahora insultan desesperadamente como enemigos, justo cuando más deberían venerarlos, os haga reflexionar. En efecto, estos obispos han meditado profundamente la advertencia de Agustín, a saber: "Los obispos han de ser ordenados para los pueblos cristianos, y han de obrar, por medio de su episcopado, lo que beneficia a la paz cristiana de los pueblos cristianos; la dignidad episcopal será más fructífera para ellos si, al renunciar a ella, han reunido el rebaño de Cristo, que si, al conservarla, lo han dispersado; ni han de esperar el honor prometido por Cristo en la vida futura, si su cargo es un obstáculo, en este mundo, para la unidad de los cristianos". Reconociendo que se encontraban exactamente en esas circunstancias, ellos mismos tomaron -y mantuvieron santamente- esa decisión que Agustín advirtió que debían tomar, y que él mismo había tomado.

8. Con el ejemplo y la autoridad de estos obispos, como ya sabéis, muchos sacerdotes cismáticos, es decir, una parte no despreciable de vuestra secta, abandonaron el cisma y volvieron a la unidad de la Iglesia. ¿A qué esperáis, entonces, para hacer lo mismo? A no ser que vuestra valoración de los hechos haya llegado al punto de pretender, como los donatistas, que el caso de los que se han separado de vuestro cisma no tiene ningún valor ante vosotros, porque comparados con vosotros (opinión muy falsa) valen poco, mientras que, por el contrario, vuestra secta debe valer en comparación con la Iglesia Católica, como herencia de Cristo a los paganos y posesión de la misma como límite supremo de la tierra? "Me pregunto", dijo Agustín a propósito de los donatistas, "si tienen sangre en el cuerpo quienes no se ruborizan ante ella" [Epist. LXXXVII ad Emeritum, n. 6].

9. ¿Atribuis la responsabilidad del cambio en los asuntos eclesiásticos a los convenios celebrados y a las concesiones firmadas por Pío VII, como si la religión católica hubiera cambiado sus principios fundamentales? Seguramente esto es lo que desvirtúan los que tanto hacen por encadenaros al cisma, con estruendosas declamaciones, y engañándoos falsa, temeraria e inicuamente. En verdad, estas son las invenciones y calumnias de los que desprecian e insultan sacrílegamente la autoridad pontificia; de los que se muestran distorsionadores de la Religión, en el mismo momento en que se atreven a incriminar a la Sede Apostólica del cambio de Religión. Por el contrario, ninguna debilidad, ninguna cesión demostró Pío VI en detrimento de la Religión Católica. Siempre firmes e intactos permanecen los dogmas de la Religión Católica y sus estatutos; una misma es la fe de Pío VI y Pío VII; Nada se puede encontrar en los pactos estipulados que exceda el poder del Sumo Pontífice, y que pueda ser invalidado o anulado por falta de autoridad, ya que nada se encuentra en ellos contrario al espíritu, o mejor dicho, que no se haya llevado a cabo según el espíritu de la piadosa Madre Iglesia, según las normas y la economía de esa prudente y sabia administración que los Pontífices romanos han acostumbrado a observar siempre, incluso en las circunstancias más variadas.

10. Ciertamente, el mismo Pío VII conocía y tenía claramente ante sus ojos aquella famosa advertencia de San León [Epist. CXLVII ad Rusticum]: "Así como hay normas que de ninguna manera pueden ser anuladas, también hay muchas que, ya sea por condiciones históricas particulares, ya sea por la necesidad de las circunstancias es oportuno modificar"; como también tenía sin duda en mente la otra de San Agustín [Epist. CLXXXV ad Bonifacium, n. 45]: "Cuando a causa de graves divisiones y discordias hay peligro no para este o aquel individuo, sino que la amenaza de aniquilación se cierne sobre poblaciones enteras, entonces es necesario mitigar en alguna medida la severidad (es decir, de la disciplina eclesiástica), para que la caridad sincera ayude a sanar males mayores". En consecuencia, y a la luz de estas consideraciones, con gran prudencia, como sabio gobernante de la Iglesia, y siguiendo la regla de Gelasio I [Epist.VI ad episcopos Lucan.], obligado por las necesidades del gobierno, después de haber sopesado, con la moderación de la Sede Apostólica, los decretos canónicos de los Padres, y de haber evaluado los preceptos de sus propios Predecesores, Pío VII atemperó, en la medida de lo posible, las disposiciones que la necesidad de los tiempos exigía atenuar para restablecer la Religión en Francia y reorganizar las Iglesias, manteniendo absolutamente intactas las normas que de ninguna manera podían ser revocadas y que imponían, contra los culpables del delito de cisma, la debida satisfacción hacia la Iglesia; esto fue para que pudieran ser acogidos de nuevo en su comunión. Sin embargo, sin duda no se le escapó la advertencia de Agustín: "Los malvados, una vez conocidos, no son perjudiciales para los buenos, en la Iglesia, si no hay posibilidad de excluirlos de la comunión o si alguna razón para preservar la paz lo impide" [Cit. Epist. LXXXVII ad Emeritum, n. 2].

11. ¿Por qué entonces vuestros sacerdotes calumnian a este Santísimo Pontífice, que atrajo en todo el mundo una veneración destinada ciertamente a durar a través de los siglos, y lo insultan con palabras sacrílegas y heréticas como despreciador de los sagrados cánones, usurpador de los derechos episcopales, enemigo y perseguidor de la Religión Católica, hasta el punto de no avergonzarse de afirmar lo que esta época no había oído todavía y que destruiría la fe de toda época futura, a saber, que "la separación de Pío VII es un signo indispensable de catolicidad"?

12. Nos basta con haber mencionado estos argumentos. Hemos considerado necesario repasarlos para que, habiendo puesto de manifiesto la insensatez de vuestros maestros, que, mientras de palabra fingen venerar a la Iglesia católica, en realidad la insultan en la persona del Sumo Pontífice y de los Obispos, y muestran que la niegan, os apartéis de ellos de una vez por todas. Al mismo tiempo, para que, tan pronto como vean "que ya no tienen ningún argumento contra la verdad, y que no les queda más que la debilidad de la animosidad, que es tanto más imbuida cuanto mayor es la fuerza que creen tener" [S. Aug., In ps. XXXII, n. 29], entren por fin en razón y sean reconducidos a la unidad católica. Sin duda, debemos subrayar su falsedad con más fuerza cuanto más deseamos su salvación [S. Augusto, In ps. XXXVI, serm. II, n. 48]; pues no de otro modo que por vos, también por ellos derramamos incesantemente la quintaesencia de Nuestra caridad hacia Dios, para que les dé el buen sentido y la razón, y los fortalezca con la gracia de lo alto, a fin de que reduzcan sus almas del abismo de ceguera y cisma en que se atormentan.

13. Por lo tanto, os exhortamos, oh amados, y os rogamos que no os neguéis a escuchar la verdad. Tened cuidado con los falsos profetas, que vienen a vosotros con piel de cordero: volved a la razón. Con un corazón grande y fuerte, abandonad el asqueroso cisma, un camino seguro a la perdición. Habiendo cesado toda vacilación, volved a la Iglesia, fuera de la cual vagáis como ovejas sin pastor; meditad seriamente que "quien se ha separado de la Iglesia católica, por mucho que piense que vive honradamente, por este único pecado de estar separado de la unidad de Cristo no tiene vida, sino que la ira de Dios permanece suspendida sobre él" [San Augusto, Epist. CXLI ad Donatistas].

14. Y a vuestros obispos, cuyos esfuerzos alabamos en una carta que les dirigimos, y de nuevo alabamos, no se cansaron, obedeciendo a su deber pastoral, de denunciar este peligro y de instruiros con toda paciencia, doctrina, dulzura, de sacudiros para disipar las ilusiones caliginosas que os enredan. Pero he aquí que ahora la misma piadosa Madre Iglesia, contra la que murmuráis, más aún, Cristo mismo, al que despreciáis en los pastores de la Iglesia, por Nuestra boca os habla, os llama a Sí mismo, os ofrece los dones de la paz. Os rogamos, pues, por las entrañas de la misericordia de nuestro Dios: 'No endurezcáis vuestros corazones'. Errar es propio del hombre: pero es casi un error insensato resistirse a la advertencia de la Iglesia y a la llamada de Cristo, y casi un crimen idolátrico negarse a cumplirla (1 Sam 15,23).

15. Y, en efecto, aunque nos apena mucho vuestra separación de la Iglesia y los errores en los que hasta ahora os habéis extraviado, confiamos, sin embargo, en vuestra voluntad de escuchar religiosamente las palabras de Nuestro paternal afecto y de seguir Nuestros consejos. Esperamos sinceramente que, con la ayuda de la gracia divina, saquemos de vosotros, a través de Nuestra exhortación, aquel rico fruto que, en los meses pasados, hemos cosechado, para Nuestra gran alegría, de los habitantes de otra región que, con ocasión y bajo el pretexto de las vicisitudes políticas, se levantaron también en armas contra su propio Obispo y todos los sacerdotes bajo su dirección, y que, desgarrados por continuos y angustiosos sufrimientos, se habían separado hace tiempo de la comunión con ellos. Sin embargo, cuando oyeron Nuestra voz llamándoles a la debida obediencia al Obispo y a los sacerdotes, nos obedecieron en todo con sumisión filial y sin demora. Así reconciliados con la Iglesia, fueron admitidos a participar en el Jubileo, que celebraron con indudables signos de paz interior y con alegría de espíritu.

16. Mientras tanto, confiando en nuestras oraciones, suplicamos a Dios, Padre de las luces, que de igual modo conceda ahora a Nuestra voz la fuerza de la virtud para vuestra salvación: que con su misericordia os fortalezca contra los traidores de vuestras almas, hasta el punto de que, rotas las cadenas del infame cisma que os atan, os refugiéis en el seno de la Iglesia, Madre amantísima, y obtengáis así también el amplísimo perdón del Jubileo.

17. Para no entreteneros más, concluimos Nuestra paternal exhortación con las palabras de San Agustín: "Si consentís en la paz de Cristo y en la unidad, nos alegraremos de vuestro arrepentimiento, y los sacramentos de Cristo, que en el sacrilegio del cisma son materia de disputa judicial, os serán útiles y saludables cuando en la paz católica hayáis encontrado a Cristo como guía, en quien el amor abraza a una multitud de pecadores" [Cit.].

Actuad así, amados, y el Dios de todo consuelo y paz estará con vosotros.

Dado en Roma, en San Pedro, el 2 de julio de 1826, tercer año de Nuestro Pontificado.

León XII


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