Por Emily Mangiaracina
Un estudio secular recientemente publicado reveló que el concilio Vaticano II “provocó un descenso” en la asistencia a misa católica en todo el mundo en comparación con la asistencia a servicios religiosos de otras religiones, incluido el cristianismo protestante.
Al examinar las tasas de asistencia a servicios religiosos en 66 países desde 1920, la National Bureau of Economic Research (NBER) descubrió que “en comparación con otros países, los países católicos experimentaron un descenso constante en la tasa mensual de asistencia de adultos a servicios religiosos inmediatamente después del concilio Vaticano II” en 1965.
Los países católicos se definieron como aquellos con una población católica del 50 % o más, e incluían naciones como Irlanda, Italia, Austria, Francia, Brasil, Filipinas y México.
Un gráfico que representa los datos de los investigadores muestra que la asistencia mensual a los servicios religiosos en los países católicos disminuyó al menos 20 puntos porcentuales en relación con la de todos los demás países, así como en relación con los países “cristianos”, con un descenso significativo que se observó por primera vez en el período comprendido entre 1965 y 1974. La asistencia a misa en los países católicos se redujo en promedio cuatro puntos porcentuales por década entre 1965 y 2015.
Estos hallazgos coinciden con los del historiador francés Guillaume Cuchet, quien en 2022 publicó un análisis (en inglés aquí) en el que concluía que 1965, año en que terminó el concilio Vaticano II, marcó el comienzo del “colapso” de la práctica del catolicismo en Francia.
Como señaló Phil Lawler (en inglés aquí), las conclusiones del NBER sobre los efectos del concilio Vaticano II en la asistencia a misa son dignas de mención porque el NBER es una institución de investigación económica de gran peso que no tiene “ningún interés en la lucha” de los debates internos del catolicismo.
Aunque el NBER no ha investigado qué fue específicamente lo que precipitó la fuerte caída mundial de la asistencia a misa, sus investigadores han citado varios factores potenciales propuestos por el autor Andrew Greeley, entre ellos los cambios en la misa misma, una nueva “perspectiva ecuménica” respecto a las otras religiones y la abolición de ciertos requisitos, como la abstinencia de carne los viernes.
Los cambios significativos en la misa comenzaron con la Primera Instrucción sobre la correcta aplicación de la Constitución de la Sagrada Liturgia, Inter oecumenici, publicada el 26 de septiembre de 1964 e implementada a partir del 7 de marzo de 1965. Si bien su objetivo era hacer la misa “más accesible” y “agradable”, sus cambios resultaron extraños e incluso impactantes para muchos católicos, para quienes la misa había permanecido sin cambios durante toda su vida.
Por ejemplo, Inter oecumenici estipulaba que “el altar mayor se construya separado de la pared, de modo que se pueda girar fácilmente en torno a él y celebrar de cara al pueblo”. Esto en sí mismo fue un cambio radical, ya que imponía un giro literal de 180 grados en la orientación misma de la misa.
Ya en 1965, se suprimieron el Salmo 42 al comienzo de la misa y el último Evangelio y las oraciones leoninas al final; la congregación debía recitar el Padrenuestro junto con el sacerdote; las lecturas, la epístola y el Evangelio debían leerse o cantarse de cara al pueblo; en las misas no solemnes, los laicos debían “leer las lecturas y las epístolas con los cantos intermedios” mientras el sacerdote se sentaba y escuchaba; los feligreses debían decir “Amén” antes de recibir la Sagrada Comunión.
Como señaló el historiador francés Cuchet en referencia al descenso de la asistencia a misa, aunque estos cambios en el ritual pueden parecer “secundarios para los intelectuales, en realidad son determinantes psicológicos y antropológicos”.
Si bien los cambios litúrgicos habrían sido los efectos más vívidos y palpables del concilio Vaticano II para la mayoría de los católicos que asistían a misa, los investigadores han argumentado que no se debe descartar el “aparente” cambio doctrinal del concilio Vaticano II.
“El cuestionamiento explícito de doctrinas centenarias, como la prohibición del control de la natalidad, puede haber destrozado la percepción de una Iglesia inmutable y poseedora de la verdad y haberla sustituido por un modelo en el que los individuos tenían una relación más directa con Dios y, por lo tanto, dependían menos de la Iglesia y sus servicios formales”, señalaron los investigadores, haciéndose eco de Greeley.
Aunque la Iglesia siguió manteniendo su prohibición de los anticonceptivos, en 1967 se filtró a la prensa que una mayoría significativa de los miembros de la comisión de Pablo VI sobre el control de la natalidad, incluidos 60 de los 64 teólogos y nueve de los 15 cardenales, apoyaban el levantamiento de la prohibición.
Aunque la Iglesia Católica no puede cambiar la doctrina, el concilio Vaticano II fue único en la historia de la Iglesia por sus declaraciones ambiguas que dieron la impresión generalizada de que la Iglesia había cambiado su enseñanza. Por ejemplo, Unitatis Redintegratio decía que a veces es permisible celebrar cultos comunes con no católicos, mientras que al menos tres Concilios eclesiásticos habían prohibido explícitamente rezar en común con herejes.
Para los católicos que quizá no se hayan mantenido al tanto de los cambios de los documentos del concilio Vaticano II, la gran cantidad de cambios en la práctica, como el abandono de ciertas oraciones devocionales y el “silencio repentino” sobre las cuatro últimas cosas durante los sermones (la muerte, el juicio, el Cielo y el infierno), pueden haber dado igualmente la impresión de que la Iglesia había experimentado un cambio sustancial en su enseñanza. Como dijo el Dr. John Pepino al resumir la investigación de Cuchet: “Una institución que admite haber estado equivocada ayer bien puede estar equivocada también hoy”.
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