martes, 22 de noviembre de 2016

¿FUNCIONAN LOS PROGRAMAS DE EDUCACIÓN SEXUAL? NO, DICE UN NUEVO ESTUDIO

Las revisiones de la investigación mundial muestran que los programas de educación sexual no reducen las tasas de embarazo en la adolescencia ni las tasas de enfermedades de transmisión sexual.

Por Philippa Taylor

Publicada a mediados de noviembre de 2016 e ignorada por los medios de comunicación, la revisión Cochrane es exhaustiva, confiable y rigurosa con estudios que revisan la educación sexual en los escolares. Esta fue una gran revisión, que combina datos revisados ​​de más de 55.000 jóvenes de todo el mundo. Las revisiones Cochrane son reconocidas internacionalmente como el estándar más alto en recursos de atención de salud basados ​​en evidencia.

Algunas de sus conclusiones fueron sorprendentes y probablemente para muchos, inesperadas.

Los estudios en la revisión Cochrane fueron ensayos controlados aleatorios de Europa, América Latina y África subsahariana. Los programas de educación sexual que investigaron incluían educación dirigida por compañeros y maestros y “usos innovadores” del trabajo en grupo.


¿Qué encontró la Revisión Cochrane?


Un hallazgo de la revisión fue que proporcionar un pequeño pago en efectivo o regalar un uniforme escolar gratuito puede alentar a los estudiantes a permanecer en la escuela, especialmente en lugares donde existen barreras financieras para asistir. Tales incentivos para permanecer en la escuela redujeron las tasas de embarazo en alrededor de un cuarto y también redujeron las infecciones de transmisión sexual (ITS) tanto en niños como en niñas.

Sin embargo, el hallazgo más sorprendente, y sin duda controvertido, (para muchos) será la admisión de que el pilar del enfoque actual de la educación sexual no está funcionando.

Los programas escolares de salud sexual y reproductiva son ampliamente aceptados e implementados como un enfoque para reducir el comportamiento sexual de alto riesgo entre los adolescentes. Pero la revisión Cochrane encontró que los programas de educación sexual no reducen el embarazo y las ETS entre los jóvenes. De hecho, no tienen ningún efecto sobre el embarazo en la adolescencia y las tasas de ETS.

“Debido a como están diseñados los programas de educación sexual, probablemente no afecten la cantidad de jóvenes infectados con VIH, otras ETS o la cantidad de embarazos”, dijo el autor principal de la revisión, el Dr. Mason-Jones.

Se nos dice constantemente que realmente funciona en la práctica la educación sexual basada en el currículo en las escuelas. La mayoría de los programas de educación sexual actuales “tienen como objetivo cambiar las actitudes, los comportamientos y las normas sociales a través de un mejor conocimiento y comprensión de los riesgos de la iniciación sexual temprana y la importancia del uso de anticonceptivos y / o condones”. Uno de los programas del Reino Unido incluidos en la revisión Cochrane argumenta estar “dirigido a mejorar las habilidades en la comunicación sexual y el uso del condón y el conocimiento del embarazo, ITS, anticoncepción y servicios de salud locales”.

Sin embargo, esta revisión muestra claramente que los promotores de las políticas actuales de educación sexual realmente no saben qué funciona (o no funciona) en la práctica.


¿Por qué se encontraron diferentes hallazgos a otros estudios?

Los estudios anteriores se han basado en los comportamientos autoinformados de los jóvenes, que son propensos al sesgo. El sexo y la sexualidad son temas delicados, y confiar en la autoinformación es notoriamente poco confiable.

En contraste, esta nueva revisión Cochrane solo incluyó estudios con resultados biológicos objetivos medibles de registros o pruebas de embarazo y ETS. Esta es la primera revisión y metanálisis que analiza solo los resultados biológicos medibles. Y cuando los autores excluyeron los estudios de su revisión que tenían un alto riesgo de sesgo, no encontraron “ningún efecto” en la prevalencia del embarazo a largo plazo en los estudios restantes.


¿Qué efecto debería tener esta investigación?

Si los programas actuales de educación sexual no están trabajando para reducir el embarazo y las ETS entre los jóvenes, esto es muy importante.

Para empezar, deberíamos confiar en una evidencia mucho mejor de calidad al desarrollar una política de salud pública sobre educación sexual, con un seguimiento medible de la efectividad para garantizar que las políticas funcionen como se espera. Como advierten los autores de la revisión Cochrane, con respecto a la Estrategia de Embarazo Adolescente del Gobierno del Reino Unido (que incorpora programas escolares), “necesitamos más evidencia de estudios controlados, preferiblemente con diseños aleatorios, ya que las tendencias temporales pueden confundir y engañar”.

Segundo, la provisión de educación secundaria o capacitación continua es una medida más efectiva para mejorar los resultados sexuales y reproductivos de los adolescentes, especialmente para las niñas. Si bien este estudio puede resaltar las fallas de la educación sexual en este momento, apunta claramente a la efectividad de la escuela en general en la prevención de las ETS y los embarazos no deseados. En otras palabras, ¡quedarse en la escuela es un anticonceptivo saludable!

En tercer lugar, aquellos que hacen campaña por planes de acción nacionales para la educación legal (obligatoria) y de relaciones en las escuelas del Reino Unido deben considerar esta nueva evidencia y reconsiderar su postura. Las estrategias de prevención primaria para las ETS y los embarazos no deseados deben ser reevaluadas.

Dije desde el principio que estos hallazgos serán una sorpresa para muchos. Pero no para todos. He advertido que las estrategias de salud sexual actuales para hacer frente a los embarazos de adolescentes se basan principalmente en tres supuestos falsos: que la anticoncepción es segura, que los jóvenes realmente utilizarán anticonceptivos y que la abstinencia es imposible. Las normas liberales y sin valores promovidas en la mayoría de los programas de educación sexual (no existe lo correcto o incorrecto en la actividad sexual de los adolescentes, solo la elección) no están en el mejor interés de los jóvenes.

También destaca la necesidad de abordar los problemas estructurales más amplios que influyen en los resultados de salud sexual (logros educativos, en este caso), y agregaría, influencia de los padres.

Hay otros enfoques alternativos que podrían ayudar y son desagradables para aquellos que no se aferran a las verdades cristianas; aunque ellos lo rechacen, nada funcionará tan efectivamente como el modelo bíblico para el sexo: guardarlo para el matrimonio.


Philippa Taylor es Jefa de Políticas Públicas en Christian Medical Fellowship, en el Reino Unido. Este artículo ha sido reeditado desde el blog de CMF.


Mercatornet

FÁBULAS DE FRANCISCO: UN COMENTARIO SOBRE LAS RECIENTES DECLARACIONES BERGOGLIANAS

Uno puede preguntarse si Francisco quizás tiene un hermano gemelo, ya que es inconcebible que una sola persona pueda hablar tanto como él. Pero no lo tiene, simplemente le encanta escucharse hablar, eso está claro.

El falso Año de la Misericordia de Francisco finalmente ha llegado a su fin. Terminó oficialmente el domingo 20 de noviembre. Pero antes de que eso sucediera, el laico argentino de casi 80 años de edad, una vez más con atuendo papal, tenía mucho que hacer y decir. Debido al gran volumen de las actividades y discursos "papales" durante las últimas semanas, simplemente no fue posible cubrirlos en detalle, por lo que solo estamos haciendo una publicación para proporcionar un resumen sucinto de sus palabras y actividades del 5 al 13 de noviembre de 2016.

Prepárense.

El 5 de noviembre de 2016, Francisco pronunció un largo discurso a los participantes de la Reunión del Tercer Mundo de los Movimientos Populares. No es sorprendente que su discurso estuviera cargado de sus ideas habituales de justicia social y carente por completo de contenido teológico católico significativo. No faltaron las palabras de moda y las frases como "diálogo", "acompañar", "avanzar", "globalización de la indiferencia" y "Madre Tierra". Tronó sobre el "terrorismo del dinero" y aclaró que "ninguna religión es terrorista". Denunció la "falsa seguridad de los muros físicos o sociales" que divide a las personas, preguntando retóricamente: "¿Es esta la vida que Dios nuestro Padre quiere para sus hijos?" Si Francisco supiera algo sobre el catolicismo, sabría que la vida que Dios nuestro Padre quiere para sus hijos es, sobre todo, la vida de la gracia, la gracia santificante. Pero Francisco es un naturalista, por lo que nunca se le ocurre predicar la necesidad absoluta de la gracia, especialmente a los no bautizados y a cualquier otra persona que no la posee o no se da cuenta de su verdadero significado.

Más adelante en el mismo discurso, el jesuita más hablador del mundo denunció el miedo, como si fuera un mal en sí mismo y no muy a menudo un mecanismo para salvar vidas totalmente justificado por las circunstancias dadas, y proclamó que su antídoto es la "misericordia". "La misericordia", dijo Francisco, "es mucho más efectiva que las paredes, rejas, alarmas y armas". Tal disparate solo puede provenir de una mente perturbada que niega el pecado original y sus consecuencias, que son la base de la condición humana sin la ayuda de la gracia divina. Hasta este momento, las paredes, las rejas, las alarmas y las armas han estado funcionando bien. Es solo la rígida ideología de Francisco (!) la que sigue gritando contra ellas, y sin razón.

El pretendiente papal luego afirmó: “Queridos hermanos y hermanas, todos los muros se caen”. No nos dejemos engañar, que es solo otro ipse dixit izquierdista gratuito que es un gran titular pero que, en última instancia, carece de un significado sustancial. Sin embargo, esto es precisamente lo que abunda en la revolución de Francisco: palabras de moda, eslóganes, tópicos naturalistas y muchos gestos delicados que lo colocan en el centro de la atención y lo hacen parecer "santo" y "humilde" ante el mundo. Busque sustancia en él y no encontrará ninguna.

Ciertamente, no todo lo que dijo Francisco en su discurso fue incorrecto. No sería efectivo en su deseo de destruir almas si solo pronunciara falsedades completas. No, una verdad a medias es la mentira más peligrosa, y esa es una de las cosas que hace que Francisco sea una amenaza.

Uno de los engaños en los que le encanta participar es su mal uso de la Sagrada Escritura. Por ejemplo, utilizó descaradamente las santas Palabras de nuestro Bendito Señor en Mateo 14:27, "Tened ánimo, no temáis", para reforzar su apoyo a la conquista islámica en curso en Europa, como si nuestro Señor se hubiera estado refiriendo a las hordas de invasores musulmanes, como personas a quienes no hay que temer. Todo lo contrario: como lo aclara el contexto, nuestro Señor les estaba diciendo a sus discípulos que no temieran porque la persona que los visitaba no era un fantasma o un extraño, era él mismo: “Y al verlo caminar sobre el mar, se turbaron y dijeron: es una aparición. Y gritaron de miedo. E inmediatamente Jesús les habló, diciendo: soy yo, no temáis” (Mt 14: 26-27). Si Francisco estaba buscando un versículo de las Escrituras que pudiera usarse en conexión con la actual invasión de Europa por parte de culturas, religiones y lenguas extranjeras, quizás debería haber recurrido a Isaías 1:7:
Vuestra tierra está desolada, vuestras ciudades quemadas por el fuego, vuestro suelo lo devoran los extraños delante de vosotros, y es una desolación, como destruida por extraños”.

Por supuesto, el apóstata jesuita no pudo cerrar su discurso ante los movimientos populares sin dar un gran golpe a la Iglesia Católica: “La Iglesia también puede y debe, sin pretender tener el monopolio de la verdad, decidir y actuar, especialmente frente a 'situaciones de dolor profundo y sufrimiento dramático en las que los valores, la ética, las ciencias sociales y la fe entran en juego' ” (subrayado añadido). Es bueno saber que la iglesia en la que Francisco cree, y de la cual él es sin duda la cabeza, es una iglesia que no tiene el monopolio de la verdad, porque esa iglesia, sea cual sea, ciertamente no es la 
Iglesia Católica fundada por Cristo, "que es la iglesia del Dios viviente, el pilar y el fundamento de la verdad" (1 Tim. 3:15).

El 10 de noviembre, Francisco confirmó por enésima vez que no está de acuerdo con la conversión de las personas al "catolicismo", ni siquiera a la versión del Novus Ordo. Hablando en una sesión plenaria del llamado Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos del Vaticano:

... Francisco advirtió contra la idea de la unidad como "retroceder en el tiempo" para incorporar una iglesia a otra. "Nadie debe negar su propia historia de fe", dijo, y nadie debe tolerar la práctica del proselitismo que él llamó "un veneno para el viaje ecuménico". "El verdadero ecumenismo", concluyó el papa, "es cuando nos enfocamos no en nuestras propias razones y regulaciones, sino más bien en la Palabra de Dios que requiere que escuchemos, recibamos y testifiquemos al mundo". 
("El Papa insta a todos los cristianos a viajar juntos hacia la Unidad", Radio Vaticana, 10 de noviembre de 2016)
Francisco y su pandilla ecuménica no tienen idea de cuál es realmente el objetivo de sus esfuerzos de unidad, y es por eso que después de más de 50 años, todavía no han llegado a ninguna parte, y nunca lo harán. Todo lo que saben es que el objetivo no es convertir a una de las partes a la religión verdadera, eso es lo que todos tienen claro. Así que hablaron sin parar sobre una vaga "unidad" que supuestamente es un "don del Espíritu Santo" y que ya se realiza cuando sirven a los necesitados y son asesinados por los islámicos. No es más que un gigantesco desastre teológico que ha producido las locuras teológicas más grotescas, más recientemente el espectáculo del aniversario ecuménico de la Reforma Luterana en Suecia.

Requerir la conversión de una iglesia falsa a la única Iglesia Verdadera arruinaría a toda la fiesta para los ecuménicos, razón por la cual Francisco puede decir sinceramente que es "un veneno para el camino ecuménico". De hecho, en el mismo discurso, Francisco afirmó que "la unidad, en lugar de un destino, es un camino, con sus hojas de ruta y ritmos, sus ralentizaciones y sus aceleraciones, y también sus pausas". Así que ahí lo tienen: el "camino" es el destino de los modernistas del Vaticano II. No es de extrañar que el "cardenal" Christoph Schonborn pudiera articular precisamente esto: "En cierto modo, el camino es el destino". En otras palabras, están deambulando sin rumbo fijo y tienen toda la intención de continuar haciendo precisamente eso, y se sienten muy bien haciéndolo.

Uno no puede evitar descubrir una tríada hegeliana en toda esta teología ecuménica basura del Novus Ordo: la "unidad" indefinida e indefinible a la que supuestamente apuntan debe aparecer como la gran síntesis de las dos posiciones contradictorias de permanecer separadas (tesis) o convertirse de uno a otro (antítesis). La síntesis pretende "reconciliar" las dos posiciones contradictorias al "trascender" a ambas en un nivel superior de realidad. Es en esta interacción dialéctica entre tesis y antítesis que supuestamente surge la síntesis de la unidad ecuménica, y por lo tanto pueden decir que el "camino" - la dialéctica - es el "destino" (la síntesis deseada).

Si bien esta dialéctica hegeliana puede calentar los corazones de los modernistas en todas partes, solo hay dos problemas: la filosofía de Georg Hegel (también conocido como Idealismo absoluto) es radicalmente incompatible con el catolicismo, y la Iglesia católica ha aclarado durante mucho tiempo que el único tipo de unidad religiosa posible dentro del reino de la ortodoxia católica es la de los no católicos que renuncian a todos sus errores y se convierten al catolicismo, descartando definitivamente todos y cada uno de los intentos de "trascender" las contradicciones para alcanzar un "plano superior de verdad" que podría servir como un sustituto. 


Pasemos ahora del ecumenismo al diálogo interreligioso, que es básicamente la misma basura pero organizada de manera diferente.

El 6 de noviembre, Francisco celebró una "Misa" especial de Jubileo para los prisioneros, protagonizada por un servidor de altar musulmán que cumple una condena de prisión por "un montón de crímenes" (sus palabras), incluida la agresión sexual: "Las rejas me fortalecieron en la fe musulmana que tenía desde la infancia y esto me ha cambiado: ahora estudio el Corán, no consumo drogas, no bebo y he encontrado la paz interior". No se sabe si se ha arrepentido del crimen sexual que cometió, o si tal vez estudiar el Corán le ha dado nuevas ideas al respecto. 

Quizás el próximo truco de Francisco sea usar un imán como su próximo "ministro eucarístico". ¿Qué diferencia haría en este punto?

Hablando de acrobacias, debemos dar un rápido saludo al fantástico sentido del humor de Francisco: el 10 de noviembre, en una de sus temidas homilías diarias de la Casa Santa Marta, el antipapa "advirtió a los cristianos contra la tentación de una religión de espectáculo o entretenimiento que constantemente busca novedades y revelaciones, comparándola con fuegos artificiales que nos brindan un brillo fugaz antes de morir". Sí, lo leiste bien. El hombre que ha estado realizando El Show de Francisco desde el primer día y constantemente, reprende a su rebaño por no ser lo suficientemente dócil ante las últimas revelaciones del "dios de las sorpresas", ahora "advierte" a las personas que no busquen constantemente novedades en un "espectáculo de religión". Si la hipocresía pudiera reducir el tamaño de las personas, tendrías que usar pinzas para estrechar las manos de Francisco.

En el frente litúrgico, Francisco está feliz de disparar municiones contra aquellos que se consideran católicos tradicionales y que aman la misa tradicional católica romana, que fue reemplazada por la nueva religión del Vaticano II con el desastre litúrgico conocido como "Novus Ordo Missae" en los años '60. En una entrevista con su compañero jesuita, el "padre" Antonio Spadaro, Francisco, denunció a los adherentes a la misa latina como (¡horror de los horrores!) "Rígidos" y los psicoanalizó como "inseguros" o que "ocultan algo". Además, dejó en claro que considera que la reintroducción de Benedicto XVI de la Misa tradicional (según el Misal de 1962) no es más que una "excepción para aquellos con nostalgia litúrgica", por lo que se llama simplemente el rito "extraordinario" de la Misa (el Novus Ordo Missae es la forma -extremadamente- "ordinaria"): Francisco advierte sobre la liturgia "rígida" (11 de noviembre de 2016)

Francisco en realidad es bastante correcto aquí: es cierto que desde el principio, el Misal de 1962 fue permitido para ser celebrado por sacerdotes que se adhirieron a la religión Novus Ordo solo como una excepción para evitar que ellos y la gente abandonaran la secta modernista. Esto es algo que a los tradicionalistas de la Nueva Iglesia no les gusta escuchar, pero de todos modos es cierto. Hemos advertido a nuestros lectores desde el principio que incluso el aparente permiso general de Benedicto XVI para la "Misa Antigua", que permitía que se celebrara de manera amplia y frecuente de nuevo, no era más que una estratagema astuta y peligrosa para evitar que la gente desertase al Sedevacantismo o se volviera de espaldas a las falsas autoridades de la secta Vaticano II. 

Permitir que el Misal de 1962 se use de manera indulgente, es decir, sobre la base de un permiso magnánimo de los modernistas, ha funcionado muy bien para mantener la revolución del Vaticano II a toda velocidad, porque ha impedido que estas personas interfieran con el programa modernista: dales su misa y estarán callados; no les importará si les das la verdadera fe o no mientras tengan su misa. Y así es, por desgracia, excepto que los modernistas mintieron. Dado que la mayoría de los sacerdotes que ofrecen la Misa en latín fueron ordenados en el rito Novus Ordo de Pablo VI, aunque tienen los hermosos elementos externos que desean, la Misa sigue siendo inválida, ya que el 
nuevo rito de ordenación no es válido.

En cualquier caso, asistir incluso en una misa válida sobre la base de una concesión "generosamente" otorgada por públicos no católicos, es una receta para el desastre. Sobre un principio tan escandaloso, el catolicismo nunca será salvado o restaurado. Además, han tenido la "Misa indulta" desde 1984, ¿y qué se logró? ¿Se detuvo la marea de apostasía en el Vaticano? ¿Se ahogó la revolución modernista en todo el mundo? ¡Lejos de eso! Simplemente hizo que aquellos que se estaban dando cuenta de que algo estaba podrido en el Vaticano, se recostaran cómodamente en sus zonas de misa en latín, contentos de haber encontrado una manera de escapar del terrible servicio de adoración de Novus Ordo, mientras felizmente podían profesar "Comunión", aunque no sea sincera, con su pseudo clero modernista local.

El 11 de noviembre, las cosas se pusieron interesantes en la Casa Santa Marta. La lectura del día fue 2 Juan 1: 4-9, que dice lo siguiente en la versión de Douay-Rheims:
Mucho me alegré al encontrar algunos de tus hijos andando en la verdad, tal como hemos recibido mandamiento del Padre. Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros. Y este es el amor: que andemos conforme a sus mandamientos. Este es el mandamiento tal como lo habéis oído desde el principio, para que andéis en él. Pues muchos engañadores han salido al mundo que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Ese es el engañador y el anticristo. Tened cuidado para que no perdáis lo que hemos logrado, sino que recibáis abundante recompensa. Todo el que se desvía y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en la enseñanza tiene tanto al Padre como al Hijo.
En su homilía, en lugar de aprovechar la ocasión para advertir a sus seguidores contra los "muchos seductores" que difundieron herejías y otros errores, como, por ejemplo, los luteranos con los que acaba de reunirse en Lund, Suecia, y especialmente el "anticristo" mencionado por San Juan -Francisco demostró ser precisamente uno de los seductores condenados en este texto de las Escrituras: Prestando un servicio de labios a la Encarnación: todos sabemos cómo "da testimonio" del Hijo de Dios Encarnado cuando realmente importa- se lanzó a una condena de "ideologías que despojan a la Carne de Cristo de la Iglesia", y agregó que "el amor siempre es interior, concreto y no va más allá de la doctrina de la Encarnación de la Palabra". Por lo tanto, "advirtió contra quienes proponen teorías sobre el amor o lo intelectualizan, diciendo que arruinan la Iglesia y conducen a una situación en la que tenemos un Dios sin Cristo, un Cristo sin la Iglesia y una Iglesia sin personas".

Lo que sea.

Aunque la lectura del día le dio una amplia oportunidad para predicar la necesidad de adherirse a toda la verdad revelada y de entrar a la Iglesia Católica para la salvación, ya que "cualquiera que se desvía y no continúa en la doctrina de Cristo, no tiene a 
Dios" (2 Jn 9), el Sr. Bergoglio una vez más decidió esconderse detrás de las palabras de moda ("despojar a la carne de la Iglesia","intelectualizar e ideologizar el amor"), criticar a enemigos indefinidos y probablemente imaginarios cuyo "intelectualismo" supuestamente hace daño a la Iglesia porque no implica acariciar a una persona sin hogar. Él habla de "obras de misericordia por las cuales tocamos la carne de Cristo, el Cristo encarnado", dando la impresión de que nuestro Señor se encarnó solo, o principalmente, para mostrar solidaridad con el hombre que sufre. 

El mismo día, 11 de noviembre, se publicó otra entrevista más de Francisco (hace mucho que dejamos de contar; en este momento debe estar en algún lugar de las más de 30 entrevistas). Una vez más, Bergoglio concedió una entrevista exclusiva a su admirador apóstata (católico convertido en ateo) Eugenio Scalfari, cofundador del periódico italiano Lefitst La Repubblica (el favorito de Francisco, el único que lee, de hecho). A pesar del hecho de que Scalfari no toma notas durante sus entrevistas y cita a Francisco solo de memoria, el "papa" nunca ha afirmado que el periodista incrédulo lo haya malinterpretado o tergiversado, y el hecho de que Francisco le haya concedido entrevistas continuas indica que sí, de hecho, presenta fielmente las palabras "papales".

La conversación con Francisco se llevó a cabo el lunes 7 de noviembre y las elecciones presidenciales de los Estados Unidos aún no habían tenido lugar. Sin embargo, Scalfari tuvo la previsión de preguntarle al pretendiente papal: "Su Santidad, ¿qué piensa de Donald Trump?" La respuesta fue bastante típica: "No juzgo a las personas y los políticos, simplemente quiero entender el sufrimiento que su enfoque causa a los pobres y excluidos". No importa Jesucristo, su santa Iglesia, la verdadera doctrina o el orden cristiano. Francisco no cree en nada de eso. No le importa si las políticas de un político se ajustan a la ley natural, respetan los derechos de Cristo Rey, otorgan libertad a la Iglesia o ayudan de otra manera al Reino de Dios a florecer. Lo único que le importa es si sus ideas de justicia social criptocomunista podrían verse afectadas negativamente. 


¿Recuerdas cuando él abrazó a la presidenta comunista brasileña Dilma Rousseff, después que se retiró de su cargo? ¿Recuerdas cuando en 2013, al comienzo de la Jornada Mundial de la Juventud, la saludó cariñosamente y guardó silencio sobre su inminente plan para legalizar el aborto en su país, que se concretó sólo cuatro días después?

Más adelante en la conversación con Scalfari, Francisco identifica cuál es "el mayor mal que existe en el mundo". ¿Puedes adivinar qué es? No, no, no el desempleo de los jóvenes y la soledad de los ancianos, ¡eso fue lo que Francisco dijo en 2013! El 
mal mayor se ha transformado en algo aún peor: ¡la desigualdad! El antipapa argentino dice: “Lo que queremos es una batalla contra la desigualdad, este es el mayor mal que existe en el mundo. Es el dinero lo que la crea y va en contra de las medidas que intentan difundir más la riqueza y así promover la igualdad”. En otras palabras: "Difundir la riqueza alrededor..." ¿Dónde hemos escuchado esto antes?

Luego, Scalfari preguntó si esto no huele al marxismo, y Francisco respondió lo siguiente: "Se ha dicho muchas veces y mi respuesta siempre ha sido que son los comunistas quienes piensan como cristianos"! Eso es todo: ¡el comunismo es realmente una idea cristiana! Esa debe ser la razón por la cual el Papa Pío XI observó: "No puede sorprender a nadie que la falacia comunista se esté extendiendo en el mundo y en gran medida descristianizando" (Encíclica Divini Redemptoris 16). Bergoglio agrega: "Cristo habló de una sociedad en la que los pobres, los débiles y los marginados tienen derecho a decidir". Desafortunadamente, Francisco no proporcionó una referencia bíblica para respaldar eso, porque es un pasaje que los católicos aparentemente se han perdido durante 2.000 años. Bergoglio descaradamente inventa a medida que avanza. ¿Quién lo detendrá, de todos modos?

El periodista alemán Alexander Kissler se refirió recientemente a Francisco como un "Secretario General de la ONU con una cruz pectoral". Esa es una descripción bastante acertada del Sr. Bergoglio, excepto que incluso su cruz pectoral deja mucho que desear.

El 11 de noviembre, era hora del último "Viernes de la Misericordia" en su Año Jubilar de la Misericordia [falsa], que finalmente termina el 20 de noviembre. Francisco aprovechó la ocasión para reunirse con hombres que abandonaron el sacerdocio de Novus Ordo y se casaron. Los detalles se pueden encontrar aquí.

El sábado 12 de noviembre, Francisco volvió a predicar sobre uno de sus temas favoritos, el de la "inclusión". Como ya sabemos, la "inclusión" no es ni buena ni mala en sí misma. Sin referencia a un objeto, es simplemente indiferente. Eso, por supuesto, no impide que Francisco la elogie como un bien inherente, y su opuesto, la exclusión, como un mal intrínseco, efectivamente. Según Bergoglio, la inclusión es un "aspecto de la misericordia que debemos practicar para evitar acercarnos a nosotros mismos y a nuestros valores egoístas". Ya sabes, como lo hizo San Juan Evangelista cuando escribió: "Si alguno viene a ti y no trae esta doctrina [del Evangelio], no lo recibas en la casa ni lo saludéis" (2 Jn 1: 10). O como San Pablo, cuando escribió:
en efecto os escribí que no anduvierais en compañía de ninguno que, llamándose hermano, es una persona inmoral, o avaro, o idólatra, o difamador, o borracho, o estafador; con ése, ni siquiera comáis... EXPULSAD DE ENTRE VOSOTROS AL MALVADO(1 Corintios 5: 11, 13).

Por supuesto, Francisco estaba hablando en el contexto de la salvación, diciendo: “Nadie está excluido del amor y la misericordia [de Dios], ni siquiera el mayor pecador: ¡ninguno! Todos están incluidos en su amor y en su misericordia”. Pero esto puede entenderse en un sentido ortodoxo y en un sentido herético. Es verdad en el sentido de que Dios desea la salvación de todos y hace posible que todos se salven (ver 1 Tim. 2: 4; Rom. 1:16). En este sentido, Dios no excluye a nadie: ha redimido a todos. Sin embargo, no es cierto en el sentido de que Dios, de hecho, salvará a todos. Por el contrario, Cristo fue bastante explícito sobre esto:
“Muchos son llamados, pero pocos son elegidos”
(Mateo 22:14)
Y cierto hombre le dijo: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” Y él les dijo: “Hagan todo lo posible para entrar por la puerta angosta, porque yo les digo que muchos tratarán de entrar y no podrán hacerlo. En cuanto el padre de familia se levante y cierre la puerta, y ustedes desde afuera comiencen a golpear la puerta y a gritar: “¡Señor, Señor; ábrenos!”, él les responderá: “No sé de dónde salieron ustedes.” Entonces ustedes comenzarán a decir: “Hemos comido y bebido en tu compañía, y tú has enseñado en nuestras plazas.” Pero él les responderá: “No sé de dónde salieron ustedes. ¡Apártense de mí todos ustedes, hacedores de injusticia!” Allí habrá entonces llanto y rechinar de dientes, cuando vean a Abrahán, Isaac y Jacob, y a todos los profetas, en el reino de Dios, mientras que ustedes son expulsados” (Lucas 13: 23-28)
Entonces, ¿de qué está hablando Francisco? Todos ya están incluidos en la Redención: no queda nada ni nadie para "incluir". Por otro lado, no todos están incluidos entre los elegidos (es decir, aquellos que realmente serán salvos) y están "escritos en el libro de la vida"; cf. Apoc 20:15). Entonces, si la intención de Francisco es asegurar que la mayor cantidad posible se beneficie de la Redención y realmente se salve, algo de lo que se trata en última instancia el mandamiento de Cristo de amar a todos (cf. Mt 22:39), ¿por qué no lo haría? ¿finalmente se está ocupando y predicando el Evangelio de Jesucristo a aquellos que no lo conocen? "El que cree y es bautizado, será salvo; pero el que no crea será condenado", advirtió Cristo (Mc 16, 16). "Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles", proclamó San Pablo (1 Cor 1:23). Pero Francisco no hace tal cosa: esconde al Cristo crucificado de los judíos, bromea sobre la crucifixión en un libro “autobiográfico” y les dice a los musulmanes que deben adherirse firmemente a su religión falsa porque su "fe" los ayudará a "seguir adelante", mientras que él les dice a los hindúes que hay "esperanza" en su religión idólatra. Francisco predica el falso “evangelio del hombre”, no el evangelio cristiano de Jesucristo (cf. Ga 1, 8-9).


Finalmente, llegamos al sermón de Francisco en el Jubileo para las personas socialmente excluidas el 13 de noviembre. La lectura del Evangelio del día fue Lc 21: 5-19, donde nuestro Bendito Señor predice las señales que precederán al fin del mundo y su gran segunda venida: la destrucción de Jerusalén, grandes calamidades y convulsiones, persecuciones y traiciones, falsos mesías, derramamiento de sangre, etc. Claramente, este pasaje no trata exactamente sobre los temas favoritos de Francisco, pero no por eso, dejó de utilizarlo y convertirlo en un anuncio de su charlatanería habitual.

Primero, ¡no se avergüenza de usar este pasaje para denunciar a los "profetas de la fatalidad... o sermones y predicciones aterradoras que distraen de las cosas verdaderamente importantes"! Piensa en esto: ¡Francisco usa un sermón terrible y sombrío predicado por nuestro Señor para afirmar que los sermones terribles de los profetas de la fatalidad "distraen de las cosas verdaderamente importantes"! Tienes que admitir que al hombre no le falta osadía.

Francisco continúa: "En medio del estruendo de tantas voces, el Señor nos pide que distingamos entre lo que es de él y lo que es del espíritu falso". ¡Precisamente! ¡Es por eso que rechazamos el "dios de las sorpresas" de Francisco y el "espíritu" de Bergoglio que trae constante "novedad"! Así es exactamente como sabemos que las doctrinas de Francisco (y todas las que son propias de la secta del Vaticano II) no son de Dios: "¡Lejos, lejos del clero, sea el amor a la novedad!" (Papa San Pío X, encíclica Pascendi. 49); “Pero aunque nosotros, o un ángel del cielo, te prediquemos un evangelio además de lo que te hemos predicado, que sea anatema(Gálatas 1: 8). En el siguiente pasaje, parece que San Pablo debe tener una visión de la Iglesia del Vaticano II en particular: “Porque habrá un tiempo, cuando no soportarán la sana doctrina; pero, de acuerdo con sus propios deseos, se amontonarán maestros, con picazón en los oídos: y de hecho apartarán su oído de la verdad, pero se convertirán en fábulas” (2 Tim 4: 3-4).

Para Francisco, por supuesto, los "falsos maestros" de los que se habla en el Nuevo Testamento no son los modernistas de quienes él es el jefe; no, "son aquellos que buscan el nombre de Dios para asustar, alimentar la división y el miedo", por supuesto. Como si hubiera algo intrínsecamente malo en la división o el miedo (cf. Mt 10, 28,34-35). De hecho, nuestro bendito Señor mismo es, y siempre será, el principal divisor, dividiendo a toda la humanidad permanentemente en ovejas y cabras, es decir, en los buenos y los malvados: “Y todas las naciones se reunirán delante de él, y los separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras” (Mt 25:32);
Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las Escrituras: LA PIEDRA QUE DESECHARON LOS CONSTRUCTORES, ESA, EN PIEDRA ANGULAR SE HA CONVERTIDO... Y el que caiga sobre esta piedra será hecho pedazos; pero sobre quien ella caiga, lo esparcirá como polvo (Mt 21: 42,44). Si, nosotros debemos tener miedo, miedo de ir al infierno: "...Pésame por el Infierno que merecí y por el Cielo que perdí..." (Acto de contrición); "Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno" (Mt 10:28). ¡Igual para "aquellos que buscan asustar en el nombre de Dios"!

Pero ahí vamos de nuevo con nuestros sermones divisivos y terroríficos que distraen de lo que es importante, ¿verdad?

La razón por la cual nunca puede haber pesimismo en el Novus Ordo es que mataría todo el gaudium ("alegría") del Vaticano II, algo que hemos estado escuchando como un grito interminable. Le recordaría a la gente que existe una posibilidad real de ir al infierno por toda la eternidad y que, ¡ay! - la mayoría de la gente realmente terminará allí: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella" (Mt 7:13).

Francisco vuelve a su tema favorito una vez más, el de inclusión vs. exclusión. Siendo el naturalista que es, una vez más se enfoca no en la salvación de las almas sino en aliviar los sufrimientos temporales de nuestros semejantes:
Hoy, sin embargo, cuando hablamos de exclusión, inmediatamente pensamos en personas concretas, no en objetos inútiles sino en personas preciosas. La persona humana, establecida por Dios en el pináculo de la creación, a menudo se descarta, se deja de lado en favor de las cosas efímeras. Esto es inaceptable, porque a los ojos de Dios el hombre es el bien más preciado. Es siniestro que nos estemos acostumbrando a este rechazo. Deberíamos estar preocupados cuando nuestras conciencias están anestesiadas y ya no vemos al hermano o la hermana sufriendo a nuestro lado, o notamos los graves problemas en nuestro mundo, que se convierten en un mero estribillo familiar en los titulares de las noticias de la noche.
Por supuesto, debemos ayudar a los necesitados, independientemente de su religión e independientemente de si son amigos o enemigos. Es una obra corporal de misericordia y nuestro deber cristiano. Pero eso es lo que la verdadera Iglesia Católica ha estado haciendo desde el principio. Bergoglio no descubrió la caridad o la misericordia. Su énfasis excesivo en ayudar a las personas en sus necesidades temporales hasta la exclusión casi total de ayudarlos a alcanzar su fin sobrenatural, su propio propósito de existencia, es lo que está causando tanto daño a las almas. Después de todo, no importa cuánto se alimente a un hombre hambriento, cuánto dinero reciba una persona pobre o cuán grande sea una mansión construida para una persona sin hogar, en última instancia no tiene valor si la gente no llega al cielo. Eso es precisamente lo que nuestro Señor quiere decir cuando dice: “¿De qué le servirá a un hombre si gana el mundo entero y sufre la pérdida de su alma? ¿O qué dará el hombre a cambio de su alma?” (Mc 8, 36-37)

El mundo temporal pasará, por eso se llama temporal. La eternidad es lo que más nos debe preocupar, pero esto no está en el vocabulario de Francisco. Es su enfoque casi total en el mundo temporal lo que hace que su falso evangelio del hombre sea tan peligroso, donde no se menciona la salvación de las almas, excepto tal vez de pasada, y todo su enfoque se centra en vestir al desnudo, alimentar al hambriento y ser amable con los que sufren.

En 1910, el Papa San Pío X, el gran antimodernista, puso las cosas en perspectiva cuando expuso la falsa noción de fraternidad (caridad fraternal) del movimiento sillonista francés, cuyo hijo intelectual es Francisco:
Lo mismo se aplica a la noción de Fraternidad que [los sillonistas] encontraron en el amor del interés común o, más allá de todas las filosofías y religiones, en la mera noción de humanidad, abrazando así con igual amor y tolerancia a todos los seres humanos y sus miserias, si estos son intelectuales, morales o físicos y temporales. Pero la doctrina católica nos dice que el deber principal de la caridad no radica en la tolerancia de las ideas falsas, por sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o práctica hacia los errores y vicios en los que vemos a nuestros hermanos hundidos, sino en el celo por su mejora intelectual y moral, así como por su bienestar material. La doctrina católica nos dice además que el amor a nuestro prójimo fluye de nuestro amor a Dios, que es el Padre para todos, y el objetivo de toda la familia humana; y en Jesucristo, cuyos miembros somos, hasta el punto de que al hacer el bien a los demás, estamos haciendo el bien a Jesucristo mismo. Cualquier otro tipo de amor es pura ilusión, estéril y fugaz.
De hecho, tenemos la experiencia humana de sociedades paganas y seculares de épocas pasadas para demostrar que la preocupación por los intereses comunes o las afinidades de la naturaleza pesan muy poco en contra de las pasiones y los deseos salvajes del corazón. No, Venerables Hermanos, no hay fraternidad genuina fuera de la caridad cristiana. A través del amor de Dios y de Su Hijo Jesucristo Nuestro Salvador, la caridad cristiana abraza a todos los hombres, los consuela a todos y los lleva a la misma fe y a la misma felicidad celestial. 
...
Y ahora, abrumados por la tristeza más profunda, nos preguntamos, Venerables Hermanos, ¿qué ha sido del catolicismo del Sillon? ¡Pobre de mí! Esta organización que antes ofrecía expectativas tan prometedoras, esta corriente límpida e impetuosa, ha sido aprovechada en su curso por los enemigos modernos de la Iglesia, y ahora no es más que un afluente miserable del gran movimiento de apostasía que se está organizando en cada país para el establecimiento de una Iglesia de un mundo que no tendrá ni dogmas, ni jerarquía, ni disciplina para la mente, ni frenar las pasiones, y que, con el pretexto de la libertad y la dignidad humana, devolvería al mundo (si tal una Iglesia podría vencer) el reinado de la astucia y la fuerza legalizadas, y la opresión de los débiles y de todos los que trabajan y sufren.
...

Queremos llamar su atención, Venerables Hermanos, a esta distorsión del Evangelio y al carácter sagrado de Nuestro Señor Jesucristo, Dios y el hombre, que prevalecen dentro del Sillon y en otros lugares. Tan pronto como se aborda la cuestión social, es costumbre en algunos sectores dejar de lado primero la divinidad de Jesucristo, y luego mencionar solo su clemencia ilimitada, su compasión por todas las miserias humanas y sus exhortaciones apremiantes al amor por nuestro prójimo y a la hermandad de los hombres. Es cierto que Jesús nos ha amado con un amor inmenso e infinito, y vino a la tierra a sufrir y morir para que, reunidos a su alrededor en justicia y amor, motivados por los mismos sentimientos de caridad mutua, todos los hombres puedan vivir en paz y felicidad.
Pero para la realización de esta felicidad temporal y eterna, Él ha establecido con suprema autoridad la condición de que debemos pertenecer a su rebaño, que debemos aceptar su doctrina, que debemos practicar la virtud y que debemos aceptar la enseñanza y la guía de Pedro y sus sucesores
Además, aunque Jesús fue amable con los pecadores y con los que se extraviaron, no respetó sus ideas falsas, por sinceras que pudieran haber aparecido. Los amaba a todos, pero los instruía para convertirlos y salvarlos. Mientras se llamaba a sí mismo para consolarlos, aquellos que trabajaban y sufrían, no era para predicarles los celos de una igualdad quimérica. Mientras levantaba a los humildes, no era para inculcarles el sentimiento de una dignidad independiente y rebelde del deber de obediencia. Mientras su corazón rebosaba de gentileza por las almas de la buena voluntad, también podía armarse con santa indignación contra los profanos de la Casa de Dios, contra los hombres miserables que escandalizaron a los pequeños, contra las autoridades que aplastan a las personas con el peso de cargas pesadas sin extender una mano para levantarlas.
Era tan fuerte como gentil. Reprendió, amenazó, castigó, conoció y nos enseñó que el miedo es el comienzo de la sabiduría, y que a veces es apropiado que un hombre se corte una extremidad ofensiva para salvar su cuerpo.
Finalmente, no anunció para la sociedad futura el reinado de una felicidad ideal de la que se desterraría el sufrimiento; pero, por sus lecciones y por su ejemplo, trazó el camino de la felicidad que es posible en la tierra y de la felicidad perfecta en el cielo: el camino real de la Cruz. Estas son enseñanzas que sería incorrecto aplicar solo a la vida personal para ganar la salvación eterna. Estas son enseñanzas eminentemente sociales, y muestran en Nuestro Señor Jesucristo algo muy diferente de un humanitarismo inconsistente e impotente.
(Papa San Pío X, Carta Apostólica Notre Charge Apostolique ["Nuestro mandato apostólico"]; subrayados añadidos).
Al considerar el mundo temporal no a la luz de la enseñanza católica sobre la eternidad y la necesidad de santificar la gracia para obtener el Cielo, sino dejarlo "encerrado en sí mismo" (¡ja!), y al divorciar las obras corporales de caridad de la salvación de las almas Francisco asegura que la miseria humana continuará en los siglos venideros. Claro, lamenta que "la persona humana... a menudo se descarta, se deja de lado a favor de las cosas efímeras", pero su "solución" naturalista, la de simplemente "incluir", no resolverá nada porque, filosóficamente y teológicamente, no es sostenible. Si el hombre no tiene un propósito o destino sobrenatural, entonces es efímero, y entonces los hombres simplemente asignarán cualquier valor que elijan a sus semejantes, ¿qué incentivo, al menos uno que no sea arbitrario, tienen que amar a su prójimo? Bienvenido a la realidad de la concupiscencia, uno de los efectos del pecado original, algo que todos los naturalistas niegan de una forma u otra. El verdadero incentivo fue dado por nuestro Señor, y es sobrenatural, uno que requiere gracia divina: "... En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis" (Mt 25:40). Por eso decimos que debemos "amarnos a nosotros mismos y a nuestros vecinos por el bien de Dios".

Como lo demuestra su historia de 2.000 años, la enseñanza de la Iglesia Católica sobre la caridad sobrenatural (es decir, obras de caridad ayudadas por la gracia y realizadas con un propósito sobrenatural) produce el fruto más abundante. Dondequiera que se introdujo la fe católica, allí se fundaron instituciones de caridad, tanto para obras de misericordia espirituales como corporales: escuelas, seminarios, hospitales, orfanatos, conventos, refugios para personas sin hogar, etc. Piense en todas las buenas obras realizadas, por ejemplo, por innumerables monjas en hospitales y escuelas: monjas que tenían un voto de pobreza y, por lo tanto, no tenían salario. Trabajaron gratis, por el amor de Dios. Este es el fruto de la enseñanza católica sobre la caridad. El naturalismo no puede lograr esto; solo la gracia divina puede. Por lo tanto, todos los que quieran ver el alivio del sufrimiento humano deben trabajar, sobre todo, para la difusión de la verdadera fe católica.

Mientras que Francisco, en ocasiones, menciona algo sobre el Cielo como "la verdadera vida a la que estamos llamados", como lo hace en este sermón, lo hace solo de pasada y nunca lo hace cuando se dirige a los no católicos. Además, él nunca explica que esta verdadera vida en el Cielo, es decir, la Visión Beatífica, solo puede obtenerse a través de la gracia santificante, para lo cual la Fe, la verdadera Fe, es absolutamente necesaria: "Sin fe es imposible agradar a Dios" (Hebreos 11: 6). En cambio, Francisco actúa como si se pudiera obtener una eternidad bendita simplemente siendo naturalmente bueno, bueno sin la gracia de Dios, que es la herejía de Pelagio, arraigada al naturalismo. Actúa como si toda persona pobre fuera un santo simplemente por ser pobre; toda persona que sufre o es marginada tiene garantizado el Cielo simplemente por sufrir o ser marginado; etc. La verdad es, por supuesto, que los pobres también pueden ser codiciosos; los que sufren pueden ser malvados; las personas sin hogar pueden ser blasfemas; y los marginados pueden ser idólatras. En pocas palabras: ser víctima de injusticias o circunstancias no te hace santo.

Esto resume las actividades y discursos más importantes de Francisco del 5 al 13 de noviembre de 2016. 

En su Segunda Carta a los Corintios, San Pablo Apóstol advirtió: “Porque tales falsos apóstoles son obreros engañosos, transformándose en los apóstoles de Cristo. Y no es de extrañar: porque el mismo Satanás se transforma en un ángel de luz” (2 Cor 11: 13-14).

Ore para que el falso apóstol Francisco, que se disfraza de ángel de luz, ya no pueda seducir a las masas, y que aquellos que ya han sido víctimas de él puedan, con la ayuda de la gracia divina, llegar a ver la verdad sobre él y la malvada Iglesia del Vaticano II.


Novus Ordo Watch



domingo, 20 de noviembre de 2016

MISERICORDIA ET MISERA (20 DE NOVIEMBRE DE 2016)


CARTA APOSTÓLICA

MISERICORDIA ET MISERA

DEL SANTO PADRE FRANCISCO

AL CONCLUIR

EL JUBILEO EXTRAORDINARIO

DE LA MISERICORDIA

A cuantos leerán esta Carta Apostólica

misericordia y paz

Francisco


Misericordia et misera son las dos palabras que san Agustín usa para comentar el encuentro entre Jesús y la adúltera (cf. Jn 8,1-11). No podía encontrar una expresión más bella y coherente que esta para hacer comprender el misterio del amor de Dios cuando viene al encuentro del pecador: «Quedaron sólo ellos dos: la miserable y la misericordia»[1]. Cuánta piedad y justicia divina hay en este episodio. Su enseñanza viene a iluminar la conclusión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia e indica, además, el camino que estamos llamados a seguir en el futuro.

1. Esta página del Evangelio puede ser asumida, con todo derecho, como imagen de lo que hemos celebrado en el Año Santo, un tiempo rico de misericordia, que pide ser siempre celebrada y vivida en nuestras comunidades. En efecto, la misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia, que manifiesta y hace tangible la verdad profunda del Evangelio. Todo se revela en la misericordia; todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre.

Una mujer y Jesús se encuentran. Ella, adúltera y, según la Ley, juzgada merecedora de la lapidación; él, que con su predicación y el don total de sí mismo, que lo llevará hasta la cruz, ha devuelto la ley mosaica a su genuino propósito originario. En el centro no aparece la ley y la justicia legal, sino el amor de Dios que sabe leer el corazón de cada persona, para comprender su deseo más recóndito, y que debe tener el primado sobre todo. En este relato evangélico, sin embargo, no se encuentran el pecado y el juicio en abstracto, sino una pecadora y el Salvador. Jesús ha mirado a los ojos a aquella mujer y ha leído su corazón: allí ha reconocido su deseo de ser comprendida, perdonada y liberada. La miseria del pecado ha sido revestida por la misericordia del amor. Por parte de Jesús, no hay ningún juicio que no esté marcado por la piedad y la compasión hacia la condición de la pecadora. A quien quería juzgarla y condenarla a muerte, Jesús responde con un silencio prolongado, que ayuda a que la voz de Dios resuene en las conciencias, tanto de la mujer como de sus acusadores. Estos dejan caer las piedras de sus manos y se van uno a uno (cf. Jn 8,9). Y después de ese silencio, Jesús dice: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado? […] Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (vv. 10-11). De este modo la ayuda a mirar al futuro con esperanza y a estar lista para encaminar nuevamente su vida; de ahora en adelante, si lo querrá, podrá «caminar en la caridad» (cf. Ef 5,2). Una vez que hemos sido revestidos de misericordia, aunque permanezca la condición de debilidad por el pecado, esta debilidad es superada por el amor que permite mirar más allá y vivir de otra manera.

2. Jesús lo había enseñado con claridad en otro momento cuando, invitado a comer por un fariseo, se le había acercado una mujer conocida por todos como pecadora (cf. Lc 7,36-50). Ella había ungido con perfume los pies de Jesús, los había bañado con sus lágrimas y secado con sus cabellos (cf. vv. 37-38). A la reacción escandalizada del fariseo, Jesús responde: «Sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco» (v. 47).

El perdón es el signo más visible del amor del Padre, que Jesús ha querido revelar a lo largo de toda su vida. No existe página del Evangelio que pueda ser sustraída a este imperativo del amor que llega hasta el perdón. Incluso en el último momento de su vida terrena, mientras estaba siendo crucificado, Jesús tiene palabras de perdón: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

Nada de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la misericordia de Dios queda sin el abrazo de su perdón. Por este motivo, ninguno de nosotros puede poner condiciones a la misericordia; ella será siempre un acto de gratuidad del Padre celeste, un amor incondicionado e inmerecido. No podemos correr el riesgo de oponernos a la plena libertad del amor con el cual Dios entra en la vida de cada persona.

La misericordia es esta acción concreta del amor que, perdonando, transforma y cambia la vida. Así se manifiesta su misterio divino. Dios es misericordioso (cf. Ex 34,6), su misericordia dura por siempre (cf. Sal 136), de generación en generación abraza a cada persona que se confía a él y la transforma, dándole su misma vida.

3. Cuánta alegría ha brotado en el corazón de estas dos mujeres, la adúltera y la pecadora. El perdón ha hecho que se sintieran al fin más libres y felices que nunca. Las lágrimas de vergüenza y de dolor se han transformado en la sonrisa de quien se sabe amado. La misericordia suscita alegría porque el corazón se abre a la esperanza de una vida nueva. La alegría del perdón es difícil de expresar, pero se trasparenta en nosotros cada vez que la experimentamos. En su origen está el amor con el cual Dios viene a nuestro encuentro, rompiendo el círculo del egoísmo que nos envuelve, para hacernos también a nosotros instrumentos de misericordia.

Qué significativas son, también para nosotros, las antiguas palabras que guiaban a los primeros cristianos: «Revístete de alegría, que encuentra siempre gracia delante de Dios y siempre le es agradable, y complácete en ella. Porque todo hombre alegre obra el bien, piensa el bien y desprecia la tristeza [...] Vivirán en Dios cuantos alejen de sí la tristeza y se revistan de toda alegría»[2]. Experimentar la misericordia produce alegría. No permitamos que las aflicciones y preocupaciones nos la quiten; que permanezca bien arraigada en nuestro corazón y nos ayude a mirar siempre con serenidad la vida cotidiana.

En una cultura frecuentemente dominada por la técnica, se multiplican las formas de tristeza y soledad en las que caen las personas, entre ellas muchos jóvenes. En efecto, el futuro parece estar en manos de la incertidumbre que impide tener estabilidad. De ahí surgen a menudo sentimientos de melancolía, tristeza y aburrimiento que lentamente pueden conducir a la desesperación. Se necesitan testigos de la esperanza y de la verdadera alegría para deshacer las quimeras que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales. El vacío profundo de muchos puede ser colmado por la esperanza que llevamos en el corazón y por la alegría que brota de ella. Hay mucha necesidad de reconocer la alegría que se revela en el corazón que ha sido tocado por la misericordia. Hagamos nuestras, por tanto, las palabras del Apóstol: «Estad siempre alegres en el Señor» (Flp 4,4; cf. 1 Ts 5,16).

4. Hemos celebrado un Año intenso, en el que la gracia de la misericordia se nos ha dado en abundancia. Como un viento impetuoso y saludable, la bondad y la misericordia se han esparcido por el mundo entero. Y delante de esta mirada amorosa de Dios, que de manera tan prolongada se ha posado sobre cada uno de nosotros, no podemos permanecer indiferentes, porque ella nos cambia la vida.

Sentimos la necesidad, ante todo, de dar gracias al Señor y decirle: «Has sido bueno, Señor, con tu tierra […]. Has perdonado la culpa de tu pueblo» (Sal 85,2-3). Así es: Dios ha destruido nuestras culpas y ha arrojado nuestros pecados a lo hondo del mar (cf. Mi 7,19); no los recuerda más, se los ha echado a la espalda (cf. Is 38,17); como dista el oriente del ocaso, así aparta de nosotros nuestros pecados (cf. Sal 103,12).

En este Año Santo la Iglesia ha sabido ponerse a la escucha y ha experimentado con gran intensidad la presencia y cercanía del Padre, que mediante la obra del Espíritu Santo le ha hecho más evidente el don y el mandato de Jesús sobre el perdón. Ha sido realmente una nueva visita del Señor en medio de nosotros. Hemos percibido cómo su soplo vital se difundía por la Iglesia y, una vez más, sus palabras han indicado la misión: «Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22-23).

5. Ahora, concluido este Jubileo, es tiempo de mirar hacia adelante y de comprender cómo seguir viviendo con fidelidad, alegría y entusiasmo la riqueza de la misericordia divina. Nuestras comunidades continuarán con vitalidad y dinamismo la obra de la nueva evangelización en la medida en que la «conversión pastoral»[3], que estamos llamados a vivir, se plasme cada día, gracias a la fuerza renovadora de la misericordia. No limitemos su acción; no hagamos entristecer al Espíritu, que siempre indica nuevos senderos para recorrer y llevar a todos el Evangelio que salva.

En primer lugar estamos llamados a celebrar la misericordia. Cuánta riqueza contiene la oración de la Iglesia cuando invoca a Dios como Padre misericordioso. En la liturgia, la misericordia no sólo se evoca con frecuencia, sino que se recibe y se vive. Desde el inicio hasta el final de la celebración eucarística, la misericordia aparece varias veces en el diálogo entre la asamblea orante y el corazón del Padre, que se alegra cada vez que puede derramar su amor misericordioso. Después de la súplica inicial de perdón, con la invocación «Señor, ten piedad», somos inmediatamente confortados: «Dios omnipotente tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna». Con esta confianza la comunidad se reúne en la presencia del Señor, especialmente en el día santo de la resurrección. Muchas oraciones «colectas» se refieren al gran don de la misericordia. En el periodo de Cuaresma, por ejemplo, oramos diciendo: «Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados; mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas»[4]. Después nos sumergimos en la gran plegaria eucarística con el prefacio que proclama: «Porque tu amor al mundo fue tan misericordioso que no sólo nos enviaste como redentor a tu propio Hijo, sino que en todo lo quisiste semejante al hombre, menos en el pecado»[5]. Además, la plegaria eucarística cuarta es un himno a la misericordia de Dios: «Compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca». «Ten misericordia de todos nosotros»[6], es la súplica apremiante que realiza el sacerdote, para implorar la participación en la vida eterna. Después del Padrenuestro, el sacerdote prolonga la plegaria invocando la paz y la liberación del pecado gracias a la «ayuda de su misericordia». Y antes del signo de la paz, que se da como expresión de fraternidad y de amor recíproco a la luz del perdón recibido, él ora de nuevo diciendo: «No tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia»[7]. Mediante estas palabras, pedimos con humilde confianza el don de la unidad y de la paz para la santa Madre Iglesia. La celebración de la misericordia divina culmina en el Sacrificio eucarístico, memorial del misterio pascual de Cristo, del que brota la salvación para cada ser humano, para la historia y para el mundo entero. En resumen, cada momento de la celebración eucarística está referido a la misericordia de Dios.

En toda la vida sacramental la misericordia se nos da en abundancia. Es muy relevante el hecho de que la Iglesia haya querido mencionar explícitamente la misericordia en la fórmula de los dos sacramentos llamados «de sanación», es decir, la Reconciliación y la Unción de los enfermos. La fórmula de la absolución dice: «Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz»[8]; y la de la Unción reza: «Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo»[9]. Así, en la oración de la Iglesia la referencia a la misericordia, lejos de ser solamente parenética, es altamente performativa, es decir que, mientras la invocamos con fe, nos viene concedida; mientras la confesamos viva y real, nos transforma verdaderamente. Este es un aspecto fundamental de nuestra fe, que debemos conservar en toda su originalidad: antes que el pecado, tenemos la revelación del amor con el que Dios ha creado el mundo y los seres humanos. El amor es el primer acto con el que Dios se da a conocer y viene a nuestro encuentro. Por tanto, abramos el corazón a la confianza de ser amados por Dios. Su amor nos precede siempre, nos acompaña y permanece junto a nosotros a pesar de nuestros pecados.

6. En este contexto, la escucha de la Palabra de Dios asume también un significado particular. Cada domingo, la Palabra de Dios es proclamada en la comunidad cristiana para que el día del Señor se ilumine con la luz que proviene del misterio pascual[10]. En la celebración eucarística asistimos a un verdadero diálogo entre Dios y su pueblo. En la proclamación de las lecturas bíblicas, se recorre la historia de nuestra salvación como una incesante obra de misericordia que se nos anuncia. Dios sigue hablando hoy con nosotros como sus amigos, se «entretiene» con nosotros[11], para ofrecernos su compañía y mostrarnos el sendero de la vida. Su Palabra se hace intérprete de nuestras peticiones y preocupaciones, y es también respuesta fecunda para que podamos experimentar concretamente su cercanía. Qué importante es la homilía, en la que «la verdad va de la mano de la belleza y del bien»[12], para que el corazón de los creyentes vibre ante la grandeza de la misericordia. Recomiendo mucho la preparación de la homilía y el cuidado de la predicación. Ella será tanto más fructuosa, cuanto más haya experimentado el sacerdote en sí mismo la bondad misericordiosa del Señor. Comunicar la certeza de que Dios nos ama no es un ejercicio retórico, sino condición de credibilidad del propio sacerdocio. Vivir la misericordia es el camino seguro para que ella llegue a ser verdadero anuncio de consolación y de conversión en la vida pastoral. La homilía, como también la catequesis, ha de estar siempre sostenida por este corazón palpitante de la vida cristiana.

7. La Biblia es la gran historia que narra las maravillas de la misericordia de Dios. Cada una de sus páginas está impregnada del amor del Padre que desde la creación ha querido imprimir en el universo los signos de su amor. El Espíritu Santo, a través de las palabras de los profetas y de los escritos sapienciales, ha modelado la historia de Israel con el reconocimiento de la ternura y de la cercanía de Dios, a pesar de la infidelidad del pueblo. La vida de Jesús y su predicación marcan de manera decisiva la historia de la comunidad cristiana, que entiende la propia misión como respuesta al mandato de Cristo de ser instrumento permanente de su misericordia y de su perdón (cf. Jn 20,23). Por medio de la Sagrada Escritura, que se mantiene viva gracias a la fe de la Iglesia, el Señor continúa hablando a su Esposa y le indica los caminos a seguir, para que el Evangelio de la salvación llegue a todos. Deseo vivamente que la Palabra de Dios se celebre, se conozca y se difunda cada vez más, para que nos ayude a comprender mejor el misterio del amor que brota de esta fuente de misericordia. Lo recuerda claramente el Apóstol: «Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia» (2 Tm 3,16).

Sería oportuno que cada comunidad, en un domingo del Año litúrgico, renovase su compromiso en favor de la difusión, el conocimiento y la profundización de la Sagrada Escritura: un domingo dedicado enteramente a la Palabra de Dios para comprender la inagotable riqueza que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo. Habría que enriquecer ese momento con iniciativas creativas, que animen a los creyentes a ser instrumentos vivos de la transmisión de la Palabra. Ciertamente, entre esas iniciativas tendrá que estar la difusión más amplia de la lectio divina, para que, a través de la lectura orante del texto sagrado, la vida espiritual se fortalezca y crezca. La lectio divina sobre los temas de la misericordia permitirá comprobar cuánta riqueza hay en el texto sagrado, que leído a la luz de la entera tradición espiritual de la Iglesia, desembocará necesariamente en gestos y obras concretas de caridad[13].

8. La celebración de la misericordia tiene lugar de modo especial en el Sacramento de la Reconciliación. Es el momento en el que sentimos el abrazo del Padre que sale a nuestro encuentro para restituirnos de nuevo la gracia de ser sus hijos. Somos pecadores y cargamos con el peso de la contradicción entre lo que queremos hacer y lo que, en cambio, hacemos (cf. Rm 7,14-21); la gracia, sin embargo, nos precede siempre y adopta el rostro de la misericordia que se realiza eficazmente con la reconciliación y el perdón. Dios hace que comprendamos su inmenso amor justamente ante nuestra condición de pecadores. La gracia es más fuerte y supera cualquier posible resistencia, porque el amor todo lo puede (cf. 1 Co 13,7).

En el Sacramento del Perdón, Dios muestra la vía de la conversión hacia él, y nos invita a experimentar de nuevo su cercanía. Es un perdón que se obtiene, ante todo, empezando por vivir la caridad. Lo recuerda también el apóstol Pedro cuando escribe que «el amor cubre la multitud de los pecados» (1 P 4,8). Sólo Dios perdona los pecados, pero quiere que también nosotros estemos dispuestos a perdonar a los demás, como él perdona nuestras faltas: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12). Qué tristeza cada vez que nos quedamos encerrados en nosotros mismos, incapaces de perdonar. Triunfa el rencor, la rabia, la venganza; la vida se vuelve infeliz y se anula el alegre compromiso por la misericordia.

9. Una experiencia de gracia que la Iglesia ha vivido con mucho fruto a lo largo del Año jubilar ha sido ciertamente el servicio de los Misioneros de la Misericordia. Su acción pastoral ha querido evidenciar que Dios no pone ningún límite a cuantos lo buscan con corazón contrito, porque sale al encuentro de todos, como un Padre. He recibido muchos testimonios de alegría por el renovado encuentro con el Señor en el Sacramento de la Confesión. No perdamos la oportunidad de vivir también la fe como una experiencia de reconciliación. «Reconciliaos con Dios» (2 Co 5,20), esta es la invitación que el Apóstol dirige también hoy a cada creyente, para que descubra la potencia del amor que transforma en una «criatura nueva» (2 Co 5,17).

Doy las gracias a cada Misionero de la Misericordia por este inestimable servicio de hacer fructificar la gracia del perdón. Este ministerio extraordinario, sin embargo, no cesará con la clausura de la Puerta Santa. Deseo que se prolongue todavía, hasta nueva disposición, como signo concreto de que la gracia del Jubileo siga siendo viva y eficaz, a lo largo y ancho del mundo. Será tarea del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización acompañar durante este periodo a los Misioneros de la Misericordia, como expresión directa de mi solicitud y cercanía, y encontrar las formas más coherentes para el ejercicio de este precioso ministerio.

10. A los sacerdotes renuevo la invitación a prepararse con mucho esmero para el ministerio de la Confesión, que es una verdadera misión sacerdotal. Os agradezco de corazón vuestro servicio y os pido que seáis acogedores con todos; testigos de la ternura paterna, a pesar de la gravedad del pecado; solícitos en ayudar a reflexionar sobre el mal cometido; claros a la hora de presentar los principios morales; disponibles para acompañar a los fieles en el camino penitencial, siguiendo el paso de cada uno con paciencia; prudentes en el discernimiento de cada caso concreto; generosos en el momento de dispensar el perdón de Dios. Así como Jesús ante la mujer adúltera optó por permanecer en silencio para salvarla de su condena a muerte, del mismo modo el sacerdote en el confesionario debe tener también un corazón magnánimo, recordando que cada penitente lo remite a su propia condición personal: pecador, pero ministro de la misericordia.

11. Me gustaría que todos meditáramos las palabras del Apóstol, escritas hacia el final de su vida, en las que confiesa a Timoteo de haber sido el primero de los pecadores, «por esto precisamente se compadeció de mí» (1 Tm 1,16). Sus palabras tienen una fuerza arrebatadora para hacer que también nosotros reflexionemos sobre nuestra existencia y para que veamos cómo la misericordia de Dios actúa para cambiar, convertir y transformar nuestro corazón: «Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fio de mí y me confió este ministerio, a mí, que antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí» (1 Tm 1,12-13).

Por tanto, recordemos siempre con renovada pasión pastoral las palabras del Apóstol: «Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18). Con vistas a este ministerio, nosotros hemos sido los primeros en ser perdonados; hemos sido testigos en primera persona de la universalidad del perdón. No existe ley ni precepto que pueda impedir a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a recomenzar desde el principio. Quedarse solamente en la ley equivale a banalizar la fe y la misericordia divina. Hay un valor propedéutico en la ley (cf. Ga 3,24), cuyo fin es la caridad (cf. 1 Tm 1,5). El cristiano está llamado a vivir la novedad del Evangelio, «la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús» (Rm 8,2). Incluso en los casos más complejos, en los que se siente la tentación de hacer prevalecer una justicia que deriva sólo de las normas, se debe creer en la fuerza que brota de la gracia divina.

Nosotros, confesores, somos testigos de tantas conversiones que suceden delante de nuestros ojos. Sentimos la responsabilidad que nuestros gestos y palabras toquen lo más profundo del corazón del penitente, para que descubra la cercanía y ternura del Padre que perdona. No arruinemos esas ocasiones con comportamientos que contradigan la experiencia de la misericordia que se busca. Ayudemos, más bien, a iluminar el ámbito de la conciencia personal con el amor infinito de Dios (cf. 1 Jn 3,20).

El Sacramento de la Reconciliación necesita volver a encontrar su puesto central en la vida cristiana; por esto se requieren sacerdotes que pongan su vida al servicio del «ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18), para que a nadie que se haya arrepentido sinceramente se le impida acceder al amor del Padre, que espera su retorno, y a todos se les ofrezca la posibilidad de experimentar la fuerza liberadora del perdón.

Una ocasión propicia puede ser la celebración de la iniciativa 24 horas para el Señor en la proximidad del IV Domingo de Cuaresma, que ha encontrado un buen consenso en las diócesis y sigue siendo como una fuerte llamada pastoral para vivir intensamente el Sacramento de la Confesión.

12. En virtud de esta exigencia, para que ningún obstáculo se interponga entre la petición de reconciliación y el perdón de Dios, de ahora en adelante concedo a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado del aborto. Cuanto había concedido de modo limitado para el período jubilar[14], lo extiendo ahora en el tiempo, no obstante cualquier cosa en contrario. Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente. Con la misma fuerza, sin embargo, puedo y debo afirmar que no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre. Por tanto, que cada sacerdote sea guía, apoyo y alivio a la hora de acompañar a los penitentes en este camino de reconciliación especial.

En el Año del Jubileo había concedido a los fieles, que por diversos motivos frecuentan las iglesias donde celebran los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X, la posibilidad de recibir válida y lícitamente la absolución sacramental de sus pecados[15]. Por el bien pastoral de estos fieles, y confiando en la buena voluntad de sus sacerdotes, para que se pueda recuperar con la ayuda de Dios la plena comunión con la Iglesia Católica, establezco por decisión personal que esta facultad se extienda más allá del período jubilar, hasta nueva disposición, de modo que a nadie le falte el signo sacramental de la reconciliación a través del perdón de la Iglesia.

13. La misericordia tiene también el rostro de la consolación. «Consolad, consolad a mi pueblo» (Is 40,1), son las sentidas palabras que el profeta pronuncia también hoy, para que llegue una palabra de esperanza a cuantos sufren y padecen. No nos dejemos robar nunca la esperanza que proviene de la fe en el Señor resucitado. Es cierto, a menudo pasamos por duras pruebas, pero jamás debe decaer la certeza de que el Señor nos ama. Su misericordia se expresa también en la cercanía, en el afecto y en el apoyo que muchos hermanos y hermanas nos ofrecen cuando sobrevienen los días de tristeza y aflicción. Enjugar las lágrimas es una acción concreta que rompe el círculo de la soledad en el que con frecuencia terminamos encerrados.

Todos tenemos necesidad de consuelo, porque ninguno es inmune al sufrimiento, al dolor y a la incomprensión. Cuánto dolor puede causar una palabra rencorosa, fruto de la envidia, de los celos y de la rabia. Cuánto sufrimiento provoca la experiencia de la traición, de la violencia y del abandono; cuánta amargura ante la muerte de los seres queridos. Sin embargo, Dios nunca permanece distante cuando se viven estos dramas. Una palabra que da ánimo, un abrazo que te hace sentir comprendido, una caricia que hace percibir el amor, una oración que permite ser más fuerte…, son todas expresiones de la cercanía de Dios a través del consuelo ofrecido por los hermanos.

A veces también el silencio es de gran ayuda; porque en algunos momentos no existen palabras para responder a los interrogantes del que sufre. La falta de palabras, sin embargo, se puede suplir por la compasión del que está presente y cercano, del que ama y tiende la mano. No es cierto que el silencio sea un acto de rendición, al contrario, es un momento de fuerza y de amor. El silencio también pertenece al lenguaje de la consolación, porque se transforma en una obra concreta de solidaridad y unión con el sufrimiento del hermano.

14. En un momento particular como el nuestro, caracterizado por la crisis de la familia, entre otras, es importante que llegue una palabra de consuelo a nuestras familias. El don del matrimonio es una gran vocación a la que, con la gracia de Cristo, hay que corresponder con al amor generoso, fiel y paciente. La belleza de la familia permanece inmutable, a pesar de numerosas sombras y propuestas alternativas: «El gozo del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia»[16]. El sendero de la vida, que lleva a que un hombre y una mujer se encuentren, se amen y se prometan fidelidad por siempre delante de Dios, a menudo se interrumpe por el sufrimiento, la traición y la soledad. La alegría de los padres por el don de los hijos no es inmune a las preocupaciones con respecto a su crecimiento y formación, y para que tengan un futuro digno de ser vivido con intensidad.

La gracia del Sacramento del Matrimonio no sólo fortalece a la familia para que sea un lugar privilegiado en el que se viva la misericordia, sino que compromete a la comunidad cristiana, y con ella a toda la acción pastoral, para que se resalte el gran valor propositivo de la familia. De todas formas, este Año jubilar nos ha de ayudar a reconocer la complejidad de la realidad familiar actual. La experiencia de la misericordia nos hace capaces de mirar todas las dificultades humanas con la actitud del amor de Dios, que no se cansa de acoger y acompañar[17].

No podemos olvidar que cada uno lleva consigo el peso de la propia historia que lo distingue de cualquier otra persona. Nuestra vida, con sus alegrías y dolores, es algo único e irrepetible, que se desenvuelve bajo la mirada misericordiosa de Dios. Esto exige, sobre todo de parte del sacerdote, un discernimiento espiritual atento, profundo y prudente para que cada uno, sin excluir a nadie, sin importar la situación que viva, pueda sentirse acogido concretamente por Dios, participar activamente en la vida de la comunidad y ser admitido en ese Pueblo de Dios que, sin descanso, camina hacia la plenitud del reino de Dios, reino de justicia, de amor, de perdón y de misericordia.

15. El momento de la muerte reviste una importancia particular. La Iglesia siempre ha vivido este dramático tránsito a la luz de la resurrección de Jesucristo, que ha abierto el camino de la certeza en la vida futura. Tenemos un gran reto que afrontar, sobre todo en la cultura contemporánea que, a menudo, tiende a banalizar la muerte hasta el punto de esconderla o considerarla una simple ficción. La muerte en cambio se ha de afrontar y preparar como un paso doloroso e ineludible, pero lleno de sentido: como el acto de amor extremo hacia las personas que dejamos y hacia Dios, a cuyo encuentro nos dirigimos. En todas las religiones el momento de la muerte, así como el del nacimiento, está acompañado de una presencia religiosa. Nosotros vivimos la experiencia de las exequias como una plegaria llena de esperanza por el alma del difunto y como una ocasión para ofrecer consuelo a cuantos sufren por la ausencia de la persona amada.

Estoy convencido de la necesidad de que, en la acción pastoral animada por la fe viva, los signos litúrgicos y nuestras oraciones sean expresión de la misericordia del Señor. Es él mismo quien nos da palabras de esperanza, porque nada ni nadie podrán jamás separarnos de su amor (cf. Rm 8,35). La participación del sacerdote en este momento significa un acompañamiento importante, porque ayuda a sentir la cercanía de la comunidad cristiana en los momentos de debilidad, soledad, incertidumbre y llanto.

16. Termina el Jubileo y se cierra la Puerta Santa. Pero la puerta de la misericordia de nuestro corazón permanece siempre abierta, de par en par. Hemos aprendido que Dios se inclina hacia nosotros (cf. Os 11,4) para que también nosotros podamos imitarlo inclinándonos hacia los hermanos. La nostalgia que muchos sienten de volver a la casa del Padre, que está esperando su regreso, está provocada también por el testimonio sincero y generoso que algunos dan de la ternura divina. La Puerta Santa que hemos atravesado en este Año jubilar nos ha situado en la vía de la caridad, que estamos llamados a recorrer cada día con fidelidad y alegría. El camino de la misericordia es el que nos hace encontrar a tantos hermanos y hermanas que tienden la mano esperando que alguien la aferre y poder así caminar juntos.

Querer acercarse a Jesús implica hacerse prójimo de los hermanos, porque nada es más agradable al Padre que un signo concreto de misericordia. Por su misma naturaleza, la misericordia se hace visible y tangible en una acción concreta y dinámica. Una vez que se la ha experimentado en su verdad, no se puede volver atrás: crece continuamente y transforma la vida. Es verdaderamente una nueva creación que obra un corazón nuevo, capaz de amar en plenitud, y purifica los ojos para que sepan ver las necesidades más ocultas. Qué verdaderas son las palabras con las que la Iglesia ora en la Vigilia Pascual, después de la lectura que narra la creación: «Oh Dios, que con acción maravillosa creaste al hombre y con mayor maravilla lo redimiste»[18].

La misericordia renueva y redime, porque es el encuentro de dos corazones: el de Dios, que sale al encuentro, y el del hombre. Mientras este se va encendiendo, aquel lo va sanando: el corazón de piedra es transformado en corazón de carne (cf. Ez 36,26), capaz de amar a pesar de su pecado. Es aquí donde se descubre que es realmente una «nueva creatura» (cf. Ga 6,15): soy amado, luego existo; he sido perdonado, entonces renazco a una vida nueva; he sido «misericordiado», entonces me convierto en instrumento de misericordia.

17. Durante el Año Santo, especialmente en los «viernes de la misericordia», he podido darme cuenta de cuánto bien hay en el mundo. Con frecuencia no es conocido porque se realiza cotidianamente de manera discreta y silenciosa. Aunque no llega a ser noticia, existen sin embargo tantos signos concretos de bondad y ternura dirigidos a los más pequeños e indefensos, a los que están más solos y abandonados. Existen personas que encarnan realmente la caridad y que llevan continuamente la solidaridad a los más pobres e infelices. Agradezcamos al Señor el don valioso de estas personas que, ante la debilidad de la humanidad herida, son como una invitación para descubrir la alegría de hacerse prójimo. Con gratitud pienso en los numerosos voluntarios que con su entrega de cada día dedican su tiempo a mostrar la presencia y cercanía de Dios. Su servicio es una genuina obra de misericordia y hace que muchas personas se acerquen a la Iglesia.

18. Es el momento de dejar paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a tantas iniciativas nuevas, fruto de la gracia. La Iglesia necesita anunciar hoy esos «muchos otros signos» que Jesús realizó y que «no están escritos» (Jn 20,30), de modo que sean expresión elocuente de la fecundidad del amor de Cristo y de la comunidad que vive de él. Han pasado más de dos mil años y, sin embargo, las obras de misericordia siguen haciendo visible la bondad de Dios.

Todavía hay poblaciones enteras que sufren hoy el hambre y la sed, y despiertan una gran preocupación las imágenes de niños que no tienen nada para comer. Grandes masas de personas siguen emigrando de un país a otro en busca de alimento, trabajo, casa y paz. La enfermedad, en sus múltiples formas, es una causa permanente de sufrimiento que reclama socorro, ayuda y consuelo. Las cárceles son lugares en los que, con frecuencia, las condiciones de vida inhumana causan sufrimientos, en ocasiones graves, que se añaden a las penas restrictivas. El analfabetismo está todavía muy extendido, impidiendo que niños y niñas se formen, exponiéndolos a nuevas formas de esclavitud. La cultura del individualismo exasperado, sobre todo en Occidente, hace que se pierda el sentido de la solidaridad y la responsabilidad hacia los demás. Dios mismo sigue siendo hoy un desconocido para muchos; esto representa la más grande de las pobrezas y el mayor obstáculo para el reconocimiento de la dignidad inviolable de la vida humana.

Con todo, las obras de misericordia corporales y espirituales constituyen hasta nuestros días una prueba de la incidencia importante y positiva de la misericordia como valor social. Ella nos impulsa a ponernos manos a la obra para restituir la dignidad a millones de personas que son nuestros hermanos y hermanas, llamados a construir con nosotros una «ciudad fiable»[19].

19. En este Año Santo se han realizado muchos signos concretos de misericordia. Comunidades, familias y personas creyentes han vuelto a descubrir la alegría de compartir y la belleza de la solidaridad. Y aun así, no basta. El mundo sigue generando nuevas formas de pobreza espiritual y material que atentan contra la dignidad de las personas. Por este motivo, la Iglesia debe estar siempre atenta y dispuesta a descubrir nuevas obras de misericordia y realizarlas con generosidad y entusiasmo.

Esforcémonos entonces en concretar la caridad y, al mismo tiempo, en iluminar con inteligencia la práctica de las obras de misericordia. Esta posee un dinamismo inclusivo mediante el cual se extiende en todas las direcciones, sin límites. En este sentido, estamos llamados a darle un rostro nuevo a las obras de misericordia que conocemos de siempre. En efecto, la misericordia se excede; siempre va más allá, es fecunda. Es como la levadura que hace fermentar la masa (cf. Mt 13,33) y como un granito de mostaza que se convierte en un árbol (cf. Lc 13,19).

Pensemos solamente, a modo de ejemplo, en la obra de misericordia corporal de vestir al desnudo (cf. Mt 25,36.38.43.44). Ella nos transporta a los orígenes, al jardín del Edén, cuando Adán y Eva se dieron cuenta de que estaban desnudos y, sintiendo que el Señor se acercaba, les dio vergüenza y se escondieron (cf. Gn 3,7-8). Sabemos que el Señor los castigó; sin embargo, él «hizo túnicas de piel para Adán y su mujer, y los vistió» (Gn 3,21). La vergüenza quedó superada y la dignidad fue restablecida.

Miremos fijamente también a Jesús en el Gólgota. El Hijo de Dios está desnudo en la cruz; su túnica ha sido echada a suerte por los soldados y está en sus manos (cf. Jn 19,23-24); él ya no tiene nada. En la cruz se revela de manera extrema la solidaridad de Jesús con todos los que han perdido la dignidad porque no cuentan con lo necesario. Si la Iglesia está llamada a ser la «túnica de Cristo»[20] para revestir a su Señor, del mismo modo ha de empeñarse en ser solidaria con aquellos que han sido despojados, para que recobren la dignidad que les ha sido arrebatada. «Estuve desnudo y me vestisteis» (Mt 25,36) implica, por tanto, no mirar para otro lado ante las nuevas formas de pobreza y marginación que impiden a las personas vivir dignamente.

No tener trabajo y no recibir un salario justo; no tener una casa o una tierra donde habitar; ser discriminados por la fe, la raza, la condición social…: estas, y muchas otras, son situaciones que atentan contra la dignidad de la persona, frente a las cuales la acción misericordiosa de los cristianos responde ante todo con la vigilancia y la solidaridad. Cuántas son las situaciones en las que podemos restituir la dignidad a las personas para que tengan una vida más humana. Pensemos solamente en los niños y niñas que sufren violencias de todo tipo, violencias que les roban la alegría de la vida. Sus rostros tristes y desorientados están impresos en mi mente; piden que les ayudemos a liberarse de las esclavitudes del mundo contemporáneo. Estos niños son los jóvenes del mañana; ¿cómo los estamos preparando para que vivan con dignidad y responsabilidad? ¿Con qué esperanza pueden afrontar su presente y su futuro?

El carácter social de la misericordia obliga a no quedarse inmóviles y a desterrar la indiferencia y la hipocresía, de modo que los planes y proyectos no queden sólo en letra muerta. Que el Espíritu Santo nos ayude a estar siempre dispuestos a contribuir de manera concreta y desinteresada, para que la justicia y una vida digna no sean sólo palabras bonitas, sino que constituyan el compromiso concreto de todo el que quiere testimoniar la presencia del reino de Dios.

20. Estamos llamados a hacer que crezca una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos. Las obras de misericordia son «artesanales»: ninguna de ellas es igual a otra; nuestras manos las pueden modelar de mil modos, y aunque sea único el Dios que las inspira y única la «materia» de la que están hechas, es decir la misericordia misma, cada una adquiere una forma diversa.

Las obras de misericordia tocan todos los aspectos de la vida de una persona. Podemos llevar a cabo una verdadera revolución cultural a partir de la simplicidad de esos gestos que saben tocar el cuerpo y el espíritu, es decir la vida de las personas. Es una tarea que la comunidad cristiana puede hacer suya, consciente de que la Palabra del Señor la llama a salir siempre de la indiferencia y del individualismo, en el que se corre el riesgo de caer para llevar una existencia cómoda y sin problemas. «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Jn 12,8), dice Jesús a sus discípulos. No hay excusas que puedan justificar una falta de compromiso cuando sabemos que él se ha identificado con cada uno de ellos.

La cultura de la misericordia se va plasmando con la oración asidua, con la dócil apertura a la acción del Espíritu Santo, la familiaridad con la vida de los santos y la cercanía concreta a los pobres. Es una invitación apremiante a tener claro dónde tenemos que comprometernos necesariamente. La tentación de quedarse en la «teoría sobre la misericordia» se supera en la medida que esta se convierte en vida cotidiana de participación y colaboración. Por otra parte, no deberíamos olvidar las palabras con las que el apóstol Pablo, narrando su encuentro con Pedro, Santiago y Juan, después de su conversión, se refiere a un aspecto esencial de su misión y de toda la vida cristiana: «Nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo cual he procurado cumplir» (Ga 2,10). No podemos olvidarnos de los pobres: es una invitación más actual hoy que nunca, que se impone en razón de su evidencia evangélica.

21. Que la experiencia del Jubileo grabe en nosotros las palabras del apóstol Pedro: «Los que antes erais no compadecidos, ahora sois objeto de compasión» (1 P 2,10). No guardemos sólo para nosotros cuanto hemos recibido; sepamos compartirlo con los hermanos que sufren, para que sean sostenidos por la fuerza de la misericordia del Padre. Que nuestras comunidades se abran hasta alcanzar a todos los que viven en su territorio, para que llegue a todos, a través del testimonio de los creyentes, la caricia de Dios.

Este es el tiempo de la misericordia. Cada día de nuestra vida está marcado por la presencia de Dios, que guía nuestros pasos con el poder de la gracia que el Espíritu infunde en el corazón para plasmarlo y hacerlo capaz de amar. Es el tiempo de la misericordia para todos y cada uno, para que nadie piense que está fuera de la cercanía de Dios y de la potencia de su ternura. Es el tiempo de la misericordia, para que los débiles e indefensos, los que están lejos y solos sientan la presencia de hermanos y hermanas que los sostienen en sus necesidades. Es el tiempo de la misericordia, para que los pobres sientan la mirada de respeto y atención de aquellos que, venciendo la indiferencia, han descubierto lo que es fundamental en la vida. Es el tiempo de la misericordia, para que cada pecador no deje de pedir perdón y de sentir la mano del Padre que acoge y abraza siempre.

A la luz del «Jubileo de las personas socialmente excluidas», mientras en todas las catedrales y santuarios del mundo se cerraban las Puertas de la Misericordia, intuí que, como otro signo concreto de este Año Santo extraordinario, se debe celebrar en toda la Iglesia, en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, la Jornada mundial de los pobres. Será la preparación más adecuada para vivir la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el cual se ha identificado con los pequeños y los pobres, y nos juzgará a partir de las obras de misericordia (cf. Mt 25,31-46). Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa (cf. Lc 16,19-21), no podrá haber justicia ni paz social. Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización (cf. Mt 11,5), con la que se renueve el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral, para ser testimonio de la misericordia.

22. Que los ojos misericordiosos de la Santa Madre de Dios estén siempre vueltos hacia nosotros. Ella es la primera en abrir camino y nos acompaña cuando damos testimonio del amor. La Madre de Misericordia acoge a todos bajo la protección de su manto, tal y como el arte la ha representado a menudo. Confiemos en su ayuda materna y sigamos su constante indicación de volver los ojos a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 20 de noviembre, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, del Año del Señor 2016, cuarto de mi pontificado.

Francisco


[1] In Io. Ev. tract. 33,5.
[2] Pastor de Hermas, 42, 1-4.
[3] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24 noviembre 2013, 27: AAS 105 (2013), 1031.
[4] Misal Romano, III Domingo de Cuaresma.
[5] Ibíd., Prefacio VII dominical del Tiempo Ordinario.
[6] Ibíd., Plegaria eucarística II.
[7] Ibíd., Rito de la comunión.
[8] Ritual de la Penitencia, 102.
[9] Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos, 143.
[10] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Conciliumm, 106.
[11] Cf. Id. Const. dogm. Dei Verbum, 2.
[12] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24 noviembre 2013, 142: AAS 105 (2013), 1079.
[13] Cf. Benedicto XVI, Exhort. ap. postsin. Verbum Domini, 30 septiembre 2010, 86-87: AAS 102 (2010), 757-760.
[14] Cf. Carta con la que se concede la indulgencia con ocasión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, 1 septiembre 2015: L’Osservatore Romano ed. semanal en lengua española, 4 de septiembre de 2015, 3-4.
[15] Cf. ibíd.
[16] Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 19 marzo 2016, 1.
[17] Cf. ibíd., 291-300.
[18] Misal Romano, Vigilia Pascual, Oración después de la Primera Lectura.
[19] Carta. enc. Lumen fidei, 29 junio 2013, 50: AAS 105 (2013), 589.
[20] Cf. Cipriano, La unidad de la Iglesia católica, 7.