Por Monseñor Carlo María Viganò
Cuando se le preguntó sobre la idoneidad de otorgar el premio “Mantener Viva la Esperanza” de la Arquidiócesis de Chicago al senador Dick Durbin -un miembro de la izquierda radical progresista y un conocido defensor del aborto- Prevost respondió que “es importante mirar el trabajo general que ha realizado un senador” y continuó: “Alguien que dice, ‘estoy en contra del aborto,’ pero está a favor de la pena de muerte, no es realmente pro-vida. Alguien que dice, ‘estoy en contra del aborto’ pero estoy de acuerdo con el trato inhumano a los inmigrantes en los Estados Unidos, no sé si eso es pro-vida. Así que son temas muy complejos y no sé si alguien tiene toda la verdad sobre ellos”.
Prevost utiliza argumentos engañosos -como la supuesta “inmoralidad” de la pena de muerte o el rechazo de los inmigrantes ilegales por parte de las autoridades civiles- para obtener el resultado deseado de minimizar el aborto, con esa vergüenza mal disimulada de alguien obligado, en contra de su voluntad, a repetir con convicción a medias una condena que no afirma que sea compartida por el mundo moderno, al igual que la pecaminosidad intrínseca de la sodomía. Prevost desvía la atención hacia otros temas. Y es sorprendente que un agustiniano como León no se dé cuenta de que esta actitud es típica del peor jesuitismo modernista.
No solo eso: al afirmar que estos “son temas muy complejos”, Prevost deslegitima la condena de aquellos obispos estadounidenses que han hablado en contra del comportamiento de Blase Cupich y fomenta el escándalo entre los fieles, quienes son llevados a creer que la pena de muerte y el rechazo de los inmigrantes ilegales deben ser condenados tanto como el asesinato de una criatura inocente en el vientre materno.
Seamos claros: el aborto es un crimen atroz que siempre debe ser condenado sin ambigüedades. Cualquiera que sea culpable de él -incluyendo aquellos que promueven el asesinato de inocentes a través de leyes injustas- comete un crimen que clama por venganza ante los ojos de Dios. Como miembro muerto del Cuerpo Místico, ese hombre o esa mujer ya no pertenece a la Iglesia Católica y no puede ser admitido a los Sacramentos, mucho menos recibir premios de las autoridades eclesiásticas. El Estado, para ser coherente con el propósito para el que existe, debería prohibir y castigar el aborto, no declararlo un “derecho humano.”
Contrario a lo que afirma León, no hay nada “complejo” en todo esto, excepto por su negativa a afirmar la Verdad y su preocupación por no deslegitimar a Cupich, un poderoso heredero y discípulo de Joseph Bernardin y Theodore McCarrick junto con otros “prelados” que aún están en el cargo.
Contrario a lo que afirma León, no hay nada “complejo” en todo esto, excepto por su negativa a afirmar la Verdad y su preocupación por no deslegitimar a Cupich, un poderoso heredero y discípulo de Joseph Bernardin y Theodore McCarrick junto con otros “prelados” que aún están en el cargo.
La estrategia modernista – basada en la “moralidad situacional” – no niega directamente la doctrina, pero “la domestica” en nombre de “la evolución de los dogmas” y la hace inaplicable en la práctica, vaciándola desde dentro. Y no es casualidad que este enfoque relativista, cómplice de la disolución moral de la sociedad, haya sido formulado por el propio “cardenal” Joseph Bernardin. Su pseudo-doctrina de la “túnica sin costuras” coloca el aborto dentro de una única “ética de vida” que incluye arbitrariamente la pobreza, la guerra y la pena de muerte. Esto ha dado a los políticos “católicos” liberales y a los autoproclamados “católicos” amados por la izquierda progresista, el pretexto para llamarse “pro-vida” mientras votan a favor del aborto (incluso hasta el momento del nacimiento), las uniones sodomíticas, la transición de género y la ideología lgbtq+.
No olvidemos que Bernardin -un modelo de perversión y corrupción satánica- junto con McCarrick, es la raíz del cuadro bergogliano de Wuerl - Gregory - Cupich - Farrell - Tobin - McElroy. Recuerdo bien cómo, durante la ceremonia de imposición del Palio, Cupich reiteró la doctrina de la “túnica sin costuras”, la cual yo cuestioné en mi discurso como Nuncio Apostólico. En noviembre de 2023, el entonces “cardenal” Prevost, en su discurso al recibir un doctorado honoris causa en Perú, elogió a Bernardin y a Cupich precisamente por esta doctrina aberrante y falsa.
Si los Pontífices Romanos hubieran querido “evitar la polarización” -lo cual parece ser la principal preocupación de León- la Iglesia Católica no habría durado más allá de San Pedro.
Parece que Prevost pretende seguir los pasos de Simón en el patio del Pretorio, en lugar de seguir los pasos de Pedro en el testimonio de la Fe. ¿Qué dirán los conservadores que han estado tan entusiasmados con la elección de León?

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