viernes, 11 de abril de 2025

UNA PRUEBA DE NUEVO GÉNERO EN FAVOR DEL PROTESTANTISMO (53)

¿Quién lo creería? algunos hombres serios, llamándose “ministros del Evangelio”, pretenden hacer un argumento invencible contra la Iglesia Católica y en favor del protestantismo.

Por Monseñor De Segur (1862)


El protestantismo, según va marchando, va dejando como despojos, adheridos a todas las espinas del camino, los restos de verdad y de vida cristiana que había tomado de la Iglesia; y materializándose más y más cada día, es más digno hijo de su padre Lutero, pudiendo cantar con él: “Beber bien y comer bien; este es el verdadero medio de ser feliz”. 

Entre los países que perdieron la fe, cuando en ellos se introdujo la pretendida reforma, se encuentran algunos a cuya cabeza está la Inglaterra. Esos países por razón de su posición geográfica o de su instinto comercial, hacen buenos negocios en este mundo, ganan mucho dinero y entienden admirablemente el arte de procurarse todos los goces de la vida; goces que el espíritu moderno parece que mira como el fin último del hombre, y el objeto único a que deben dirigirse sus esfuerzos. De ahí ¿quién lo creería? algunos hombres serios, llamándose “ministros del Evangelio”, pretenden hacer un argumento invencible contra la Iglesia Católica y en favor del protestantismo. “Los protestantes -dicen esos señores- los protestantes son más ricos que los católicos; luego su religión es mejor”.

Un pastor francés, autor de una multitud de pequeños libelos protestantes, que corren por las calles, ha desarrollado este argumento de nuevo género, que se ha hecho muy popular entre nuestros propietarios y fabricantes indiferentes, escribiendo para esto un libro especial. Pero a ese pastor le ha salido un contradictor por donde él esperaba ser aplaudido. El Diario de los Debates, que nada es menos que católico, ha dedicado al libro extraño del pastor protestante, un artículo lleno de buen sentido, en el cual, con una indignación que le hace honor, descarga sendos golpes sobre los principios anticristianos, que sirven de base a esta nueva especie de apología del protestantismo. Oigamos. 

Napoleón Roussel, pastor protestante

“Las naciones católicas y las naciones protestantes, consideradas bajo el triple aspecto del bienestar, de las luces y de la moralidad”. Por Napoleón Roussel, pastor. “Hemos abierto este libro -dice el articulista del Diario de los Debates- con el deseo de decir de él todo el bien que pudiéramos; pero con la mejor voluntad del mundo, nos es imposible considerarle, ni como un buen libro, ni como una buena acción. El autor ha escrito una obra, cuya última palabra es el materialismo más cruel, más insensible y más desesperante. Ciertamente, si un ministro del Evangelio no tiene más que una moral como esa que presentar al mundo: si protestante o católico, sea lo que fuese, él no tiene otra conclusión que sacar de la historia, entonces no les queda a los hombres más que alimentarse bien, pasarla bien, hacer buenos negocios. Entonces los más ricos serán siempre los más virtuosos. Esta lectura oprime el corazón”. 

“El pastor Roussel ha tenido la intención de comparar a las naciones católicas con las naciones protestantes, bajo el triple aspecto del bienestar, de las luces y de la moralidad. Por desgracia, en esta ocasión, la moralidad, que tiene derecho al primer lugar, ocupa el último y el más pequeño. Las luces están en segunda fila, tales como aparece en el título. El bienestar se exhibe y, por decirlo así, se presenta dándose importancia, en el primer lugar”.

“En dos tomos demuestra el señor Roussel, a fuerza de números, que los protestantes son infinitamente más felices en este mundo que los católicos, que tienen más rentas, más acciones industriales, más cubiertos de plata, más camisas y más botas. Hasta ahora, todos habíamos creído, que en el juicio final, Dios pondrá a la derecha los buenos y a la izquierda los malos; pero según el sistema de este pastor protestante, la humanidad está dividida en otras dos categorías, a saber, la de la gente gorda y la de la gente flaca. Dios no sondeará las conciencias y los corazones, sino los estómagos. Si el Sr. Roussel permitiese a San Pedro guardar la puerta del cielo, ciertamente le daría la orden de no dejar pasar, sino a la gente bien vestida, como se hace en las Tullerias. En la teología protestante, para salvarse, es de rigor ir en traje decente”. 

“Es graciosa la complacencia, con que el Sr. Roussel forma las cuentas a los países católicos y a los países protestantes. Vaya, es una verdadera teneduría de libros”. 

“En el terreno del bienestar, el Sr. Roussel y el protestantismo, reinan como señores, son los más ricos. Véase por ejemplo la figura que hace esa triste y desaseada Irlanda, al lado de sus hermanas protestantes. El Sr. Roussel nos da, con arreglo a datos oficiales, el balance de una parroquia de cuatro mil habitantes, teniendo cuidado de añadir, que todos son católicos; y esos cuatro mil católicos poseen entre sí una carreta, un arado, diez y seis rastrillos, ocho sillas de montar para hombres, dos para mujeres, siete trinchantes de mesa, noventa y seis sillas para sentarse, doscientos cuarenta y tres taburetes, veinte y siete gansos, tres pavas, dos colchones de lana, ocho de paja, ocho candeleros de cobre, tres relojes, una escuela, un sacerdote, ningún sombrero, nada de péndulos, nada de bolas, ningún nabo, ninguna zanahoria... Detengámonos un poco en esta nomenclatura. El autor protestante, cuya obra examinamos, llena con esto páginas enteras; y después de concluir esta especie de visita de hospital, exclama en tono de triunfo: “Atravesemos el Canal; y después de haber visto la Irlanda católica y sus miserias, contemplemos la Escocia Protestante y su prosperidad”. 

“Como el que padece ictericia todo lo ve amarillo, así el Sr. Roussel va a desenterrar al catolicismo, hasta en los rincones donde uno jamás hubiera creído que se había anidado. Continuando la vuelta que va dando al mundo, este pastor protestante pone en paralelo también a la Suiza católica con la Suiza protestante. He aquí un viajero que llega a un cantón católico, y su primera palabra es: ¡Qué desaseo! ¡Qué color amarillento, negro y lívido! Es cosa convenida, todos los católicos son amarillos. He aquí otra impresión de viaje, que cito textualmente: “A eso de las dos llegamos a Fluelen; y esta tierra del Catolicismo nos fue anunciada por cuatro enfermos de lamparones, seis sarnosos y media docena de infelices cubiertos de harapos, que parece salen del sepulcro”. Esto, como se ve, va de mal en peor, pues hace poco los católicos eran amarillos y ahora ya son sarnosos. “Apartemos la vista de ese triste espectáculo, serenándonos con la contemplación de una tierra protestante. ¡Qué valles! ¡Qué cultivo!, -exclama el Sr. Roussel- ¡Qué abundancia y qué industria! Zurich y sus bellos alrededores me parecen el asilo de la sabiduría, de la moderación, de la comodidad y de la dicha...... Entramos en una cabaña, donde la dueña de ella nos ofreció leche y cerezas, poniendo sobre la mesa nueve o diez cucharas de plata”. ¿Lo entendéis bien? Diez cucharas de plata. ¡Qué santas gentes! No son los macilentos católicos los que pudieran mostraros otras tantas. ¿Queréis seguir al Sr. Roussel en España? Ahí también, a fuerza de citas, él os probará que las posadas están sucias y que se come en ellas con cubiertos de estaño, que los caminos se encuentran en mal estado; y luego comparará aquel país, tierra clásica del catolicismo, con la Inglaterra, tierra clásica del protestantismo, la cual a su vez se anuncia por sus cubiertos de plata, sus caminos de hierro, sus sábanas' etc.”

“Nosotros no acompañaremos al señor Roussel en todas sus correrías, ni siquiera negaremos la exactitud de sus cuentas, consintiendo gustosos en dejar al protestantismo el beneficio de su plata. Pero sí le preguntaremos, si cuando viajaba en Irlanda por ejemplo, ¿no ha sentido algún remordimiento de conciencia? ¿No se ha interrogado a sí mismo, sobre si los protestantes no tenían algo que echarse en cara, al ver la miseria de aquella católica tierra? Si los protestantes no representan más que la décima parte de la población de Irlanda, ¿con que derecho han arrebañado ellos todas las propiedades y todas las rentas de la Iglesia Católica? Y cuando el Sr. Roussel, para probar que los católicos de Irlanda no están ya oprimidos, nos dice que ellos tienen cuatro Arzobispos, veinte y tres Obispos, dos mil y quinientas Iglesias y más de dos mil sacerdotes, ¿cómo no siente él alguna admiración hacia ese pueblo de mendigos; que en medio de su miseria, todavía encuentra el modo de sostener su iglesia, cercenando su propia pequeña subsistencia, mientras que los Obispos y ministros protestantes viven engordando y solazándose, con lo mismo que fue confiscado al catolicismo? ¿Cómo un ministro del Evangelio, cual se titula el Sr. Roussel, no se acuerda de aquellas palabras: “En verdad os digo que esta pobre viuda ha dado más que todos los que han echado en el cepillo, porque todos los otros han dado de lo que les sobra, pero ella ha dado de su indigencia misma, todo lo que tenía y la quedaba para vivir?”

“Pero el Sr. Roussel ha guardado para la Francia el más brillante, el más invencible de todos sus argumentos. Escuchadle: “Perseguidos por espacio de siglos, dice el pastor, y despojados de sus bienes los protestantes franceses, ellos deberían estar hoy, no al nivel, sino muy por debajo del resto de la Nación en materia de riqueza. ¿Es así? Si queremos consultar la opinión pública, podríamos decir que la conciencia del lector ha respondido ya”. 

Admire el lector, de paso, el singular oficio que el pastor protestante señala aquí a la conciencia; pero sigamos oyéndole. 

“Como nada deseamos afirmar, ni siquiera la evidencia, sin apoyarnos en documentos, nos hemos procurado sobre este punto algunos auténticos, los cuales son de la más alta importancia en la cuestión”. Aquí nosotros, oh lectores, nos pusimos a temblar por el catolicismo. ¿Qué le va a suceder? ¿Qué teja le va a caer sobre la cabeza? nos preguntábamos; pero tranquilicémonos, es una talega de escudos, un aguacero de ochavos. El Sr. Roussel nos explica en detalle, que se procuró el estado de la contribución que por los muebles pagan los protestantes del departamento del Sena. La lista está litografiada, él la tiene en las manos; y según este dato encuentra, que el término medio que se paga por los habitantes de París en este ramo, es de 33 francos, 11 céntimos; mientras que el término medio pagado por los protestantes en el mismo ramo, es de 87 francos, 1 céntimo. De manera concluye el pastor, que los protestantes franceses poseen tres veces más riquezas que sus compatriotas católicos romanos Con este golpe, no hay duda, el catolicismo tiene que rendirse. Decididamente, el catolicismo no se levantará de esta contusión mobiliaria. Pero ya que el Sr. Roussel está de vena para hacer cuentas: ¿por qué no ha consultado él la contribución pagada por otra parte de la población, a la cual no queremos nosotros ofender, pero que pasa generalmente por bastante bien acomodada, es decir los judíos? ¿Quién sabe si él no habría encontrado a los israelitas más ricos; y por consiguiente, según su sistema, deberán ser tenidos por todavía más virtuosos que los protestantes?”

“Pero lo repetimos, no queremos disputar con el Sr. Roussel sobre guarismos, ni turbar su victoria. Dejémosle subir sobre su pirámide protestante, formada de Napoleones acuñados, a cantar su Gloria in excelsis. Alguno ha dicho: “Os digo en verdad que es muy difícil que un rico entre en el reino de los cielos”. Pudiéramos hacer aun algunas otras citas más, que valdrían tanto como las del Sr. Roussel; pero no es de nuestra competencia escribir un sermón. Este pastor protestante, quizás ha creído sinceramente componer un libro moral y religioso, pero el espíritu de secta le ha cegado; y, sentimos tener que repetirlo, sus conclusiones son enteramente materialistas. Firmado: J. Lemoyne”.


Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.

 

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