Por el padre Jorge González Guadalix
Pregunten en cualquier parroquia medio normal, hablen con sacerdotes. Se lo van a confirmar. Hoy las intenciones para las misas están de capa caída. La razón es evidente. O mejor, las razones son de pura lógica.
La primera, evidentemente, es la desaparición en la predicación ordinaria del purgatorio y los sufragios por los difuntos. Hartos de escuchar en las homilías que “nuestro hermano Fulanito ya está en el cielo”, independientemente de su vida anterior, pues buena gana de rezar por él si resulta que no lo necesita. Ni rezar, ni rosarios, ni misas ni nada. Era costumbre, ya saben, celebrar por el alma del finado al menos la misa de cuerpo presente, el novenario y el aniversario, al menos en zonas rurales. También era bastante común encargar misas en el aniversario, todos los meses en el día del fallecimiento. Sigue entre algunos creyentes la costumbre de las misas gregorianas o de novenarios especiales.
Lógicamente, si el difunto “entra en el cielo automáticamente” en el momento de morir, las misas de funeral dejan de ser en sufragio para convertirse en “recuerdo”, “homenaje” o “celebración de su llegada al cielo”. Si los funerales son así, imaginen pensar en encargar una misa en sufragio. Se acabaron las intenciones y se acabaron también los estipendios. El estipendio es la limosna al sacerdote por la misa celebrada. No es el precio de la misa, que es infinito, es una limosna, una ayuda para el sacerdote. En algunos casos necesaria para sobrevivir.
Añadimos a todo esto el desprecio con el que los sacerdotes en ocasiones hemos expresado frente a estas cosas: “eso no vale para nada”, “ya está en el cielo”. Al punto de que hay fieles que ya ni se molestan en solicitar una misa por sus difuntos o simplemente por sus intenciones o en acción de gracias.
Podría seguir señalando una progresiva falta de fe en el sacrificio eucarístico. En los curas y en los fieles.
El Dicasterio para el Clero ha publicado un decreto con nuevas normas sobre la disciplina de las intenciones de la Misa, aprobado por Francisco el 13 de abril. Entre otras cosas señala que es lícito celebrar una misa por varias intenciones siempre y cuando los oferentes hayan sido informados de tal cuestión. Creo que en la mayor parte del mundo católico no se da esta circunstancia. Desde luego mis compañeros en Madrid te dicen que apenas hay intenciones.
En mi caso en concreto apenas tengo alguna intención muy aislada en mis pueblos. No soy una excepción.
Andamos justitos de formación. Culpa nuestra. Punto. Si la gente ha perdido el sentido de lo que es el purgatorio y la obligación esencial de rezar a Dios por vivos y difuntos, es en gran parte porque los pastores nos hemos empeñado en canonizar a todo difunto, y por un santo no se ofrecen misas en sufragio. Las cosas son así.
Y esto me contaba Rafaela a propósito de la cuestión:
No hay muchos entierros en el pueblo, afortunadamente. Cinco o seis al año. Cada difunto supone tres funerales, o esa era la costumbre, como bien sabes: cuerpo presente, novenario y cabo de año. Así que cada año tenemos no menos de quince o veinte funerales. Pues en cada funeral don Manuel lo mismo: que cuando uno se muere se va derechito al cielo. Automático. No importa cómo hayas vivido, ni lo que hayas hecho, ni tu fe o la falta de ella, ser honrado o sinvergüenza. Todos al cielo. El razonamiento simplísimo: si Dios es bueno y es misericordia, está claro. No hay purgatorio, no hay pecados que expiar, no hay pena, no hay necesidad de nada. Todo es gratuito de parte de Dios. Por lo tanto, era fácil la conclusión. No nos agobiemos por los difuntos porque todos sin excepción están en el cielo desde el mismo momento de su muerte. Y encima, revestidos de blanco, porque, como él dice, si ya están en el cielo, tocan ornamentos blancos que son los de gloria.
Después de aguantar esto una vez tras otra, un día, al acabar uno de esos funerales, me fui a la sacristía.
- Así que, según lo que usted acaba de predicar, ¿mis padres están en el cielo desde el día de su fallecimiento?
- Así es.
- ¿Y mis suegros también?
- Naturalmente.
- ¿Y todos mis parientes difuntos?
- Claro.
- ¿Todos desde el mismo instante de su fallecimiento?
- Todos desde ese mismo instante.
- Pues entonces, señor cura, vamos a hacer cuentas usted y yo. Porque yo encargo por mis difuntos dos misas al mes. Por cinco años que lleva usted en el pueblo, me salen ciento veinte misas encargadas. A diez euros que suelo darle por misa, mil doscientos tirados a la basura, ya que, si están todos en el cielo, no necesitan misas. O sea, que usted predica que están en el cielo, pero dice misas y las cobra como si no hubieran llegado. Pues me suena a tomadura de pelo. O están en el cielo y entonces no acepta celebrar misas por los difuntos —ni cobrarlas, evidentemente— o no lo están, en cuyo caso predique otra cosa.
- Yo creo que están en el cielo- repuso el sacerdote.
- Pues entonces, señor cura, me ha timado con las misas, porque si están en el cielo no las necesitan. Así que de momento me devuelve los mil doscientos euros, que yo sabré qué hacer con ellos. Y desde hoy buscaré otra parroquia donde eso del cielo y el purgatorio lo entiendan como siempre. Que, para predicar, ustedes muy modernos, pero cobran las misas como los antiguos.
- Caramba… ¿Y te los devolvió?
- No, tampoco era mi intención que me los diera. Solo dejarle clara la cosa.
- ¿Has seguido encargando misas en el pueblo?
- Pues sí, porque se necesitan los estipendios aquí más que en otra parte. Si yo lo único que quería era darle un toque.
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