miércoles, 30 de abril de 2025

¿ES HORA DE PROHIBIR LOS CUCHILLOS, LOS COCHES Y LA VIDA SOCIAL?

Las armas de fuego no son lo único que mata. Ahora, la gente usa cuchillos e incluso coches. ¿Es hora de deshacerse de ellos? Sería ridículo decir que sí.

Por John Horvat II


Vivimos en un mundo donde la situación se percibe como insegura. Las personas, inconscientemente, sienten inseguridad al ir a algún lugar, por temor a ser víctimas de violencia o ataques.

Se trata de una especie de terrorismo local en el que individuos deshonestos llevan a cabo sus fantasías e ideologías macabras en lugares comunes, ya sea un mitin político, una celebración de Año Nuevo o el metro de Nueva York.

Independientemente de la motivación inmediata, los delincuentes actúan sabiendo que infundirán terror. En este sentido, son terroristas. Sus acciones generan miedo a la convivencia en sociedad. Cualquier lugar donde nos reunimos puede convertirse en escenario de asesinatos y derramamientos de sangre sin sentido. Nuestra sociedad civil se desintegra cuando evitamos y tememos la asociación con otros.

Culpar a los instrumentos del terror

Los liberales llevan mucho tiempo culpando de estos actos a los instrumentos. Dicen que son las armas las que pueden causar grandes estragos. Si se prohíben las armas -dicen- el problema se resolverá.

Sin embargo, esos instrumentos ya no se limitan a las armas de fuego. Los nuevos terroristas usan cada vez más los cuchillos para infundir miedo, además de otros objetos.

Todo puede ser convertido en arma

Por lo tanto, prohibir todos esos instrumentos que causan terror es imposible, ya que hoy en día prácticamente cualquier cosa puede ser utilizada como arma en sentido literal. Tendríamos que suprimir todos los cuchillos, encendedores y objetos similares a porras. Para ser coherentes, los coches, las motos o las camionetas deberían prohibirse en determinadas circunstancias.

Para estar seguros, tendríamos que recopilar y actualizar constantemente una lista creciente de artículos prohibidos. Para detener a los delincuentes ocultos, el gobierno tendría que tratar a todos como posibles delincuentes con controles de seguridad. Nuestra sociedad se convertiría en una gigantesca terminal de aeropuerto y
 el gobierno tendría que prohibir cualquier reunión multitudinaria en lugares públicos, convirtiendo a nuestra nación en una gigantesca prisión. 

No solo deben abordarse los instrumentos, sino también las causas de la delincuencia. 

Culpar al delincuente

Para abordar esta situación, debemos atacar no a los instrumentos, sino a los delincuentes. Ellos aprietan el gatillo, encienden fuegos, acuchillan o pisan el acelerador. Estas mentes distorsionadas cometen actos malvados y deben ser aisladas y castigadas como corresponde.

Sin embargo, los liberales impiden constantemente que esto suceda. Se aferran al dogma liberal que afirma que no existen los malvados. Solo hay “víctimas incomprendidas a quienes la sociedad oprime”.

Este dogma da lugar a fiscales que se niegan a procesar delitos debido a prejuicios sistémicos contra los presuntos delincuentes. Somos víctimas de sistemas judiciales que ponen a los delincuentes de nuevo en las calles para que cometan aún más delitos. Los ladrones entran en tiendas y roban a su antojo, sabiendo que no enfrentarán castigos.

La necesidad de reglas

Podemos atribuir esta intolerable situación a una cultura que se niega a reconocer que nuestra naturaleza humana caída nos hace capaces de todo tipo de maldad. Por lo tanto, necesitamos reglas, moral, leyes y castigos para frenar las pasiones desenfrenadas y dominar las tendencias dañinas.

La sociedad posmoderna elimina estas salvaguardias en nombre de una libertad equivocada. Declara que deben eliminarse todas las restricciones. Este dogma liberal se refleja en una cultura donde a los niños nunca se les dice que no. Nunca se les prohíbe hacer lo que quieran. Las semillas del desastre se siembran cuando a los niños no se les dan responsabilidades, no soportan el sufrimiento ni asumen sus consecuencias lógicas.

Esta visión distorsionada de la realidad es la fórmula para la producción en masa de estos nuevos delincuentes que hacen que nuestra sociedad sea inhabitable y nuestras calles inseguras.

Es hora de decir no otra vez. Restablezcamos la Ley de Dios (con sus “haces” y ”no haces”), que define el bien y el mal. Castiguemos a los criminales y manténgalos fuera de nuestras calles.

Tenemos una sola opción. O sanamos la cultura enferma que produce delincuentes entre nosotros o estamos dispuestos a sufrir el infierno de desterrar cualquier cosa que se parezca a un instrumento —cuchillos, encendedores o coches— o las reuniones sociales, las ocasiones de terror, de nuestra vida cotidiana.
 

El artículo ha sido editado para su publicación.

No hay comentarios: