Por John Horvat II
Cuando en un país se proclama la Declaración de Independencia, se consagra el derecho inalienable a la búsqueda de la felicidad. Por este derecho, creemos que podemos vivir libremente la vida que nos hace felices, siempre que no sea ilegal ni viole los derechos de los demás.
Muchos tienen la ilusión de que podemos alcanzar la felicidad perfecta en la Tierra. También creen que el gobierno nos garantiza el derecho a ella. Buscan la tecnología que nos brinda cada vez más comodidades y placeres. Nuestra cultura nos entretiene y nos hace sentir bien. Deberíamos ser felices. Y, sin embargo, la gente no lo es.
La gente feliz no se suicida
De hecho, los suicidios están aumentando a un ritmo alarmante. Más de la mitad de quienes se suicidaron no tenían ningún problema de salud mental conocido.
En general, son muchas las causas que contribuyen al suicidio. No se puede identificar un solo factor como la causa. Sin embargo, existe un factor común: la infelicidad. Ya sea provocada por problemas de salud mental, relaciones fallidas, mala salud física, pérdida de empleo, problemas económicos o abuso de sustancias, quienes se suicidan no son felices.
Mirando en los lugares equivocados
Quizás la razón por la que la gente es infeliz es porque busca su felicidad en los lugares equivocados.
El mundo moderno propone métricas erróneas para la felicidad. La nuestra no puede ser una felicidad sensacionalista basada en el estilo de vida de las celebridades de la alta sociedad. La felicidad no se puede medir por nuestro disfrute de la cultura popular, las redes sociales y Hollywood, ya que a menudo nos colocan en la posición de vivir indirectamente la vida de otros.
Otra forma errónea de medir la felicidad es la satisfacción que obtenemos al compararnos con los demás. Hacer estas comparaciones con respecto a la riqueza, la apariencia, el prestigio u otras cualidades es un grave error. Cada persona es un individuo con necesidades únicas. No se gana nada comparando nuestros logros o deficiencias personales con los de los demás.
Contrariamente a la creencia popular, la riqueza no siempre da felicidad. Tener riqueza para comprar cosas demuestra que los objetos adquiridos con ella son más deseables que la riqueza misma. Cualquiera con riqueza siempre se enfrentará al reto de otros que tendrán más.
El placer tampoco da felicidad, ya que depende de nuestros sentidos finitos, y lo que estos nos brindan no es absoluto ni eterno. La misma conclusión puede aplicarse al prestigio y la seguridad, ya que son temporales y fugaces. La felicidad temporal no puede colmarnos, ya que nuestros apetitos anhelan y solo pueden ser plenamente satisfechos por lo absoluto y lo eterno.
Felicidad perfecta e imperfecta
Las personas no solo buscan el camino equivocado, sino que no son felices porque no comprenden la naturaleza de la felicidad. Creen que toda felicidad debe ser perfecta. Esta lógica lleva a la conclusión de que buscar la felicidad de forma equivocada resulta en frustración e infelicidad. Entonces, la pregunta es: ¿qué es la felicidad perfecta y cómo la alcanzamos?
En la Suma Teológica, Santo Tomás de Aquino explica que existen dos tipos de felicidad: la perfecta y la imperfecta.
La felicidad perfecta es la visión beatífica, la visión de Dios, que no depende del cuerpo. La felicidad perfecta basta por sí sola; no se desea nada más.
La felicidad imperfecta se obtiene en esta vida al profundizar en el conocimiento de Dios mediante el intelecto. Trabajamos hacia la felicidad perfecta regulando todas nuestras acciones para alcanzar la perfección individual. Dado que la felicidad es nuestro bien supremo, excluye todo pecado y presupone la dura vida de la virtud.
Solo Dios puede darnos la felicidad perfecta. Solo podemos disfrutar de una felicidad imperfecta durante nuestra vida terrenal. Esto se logra si buscamos a Dios, su gracia y contemplamos su reflejo en la creación. Cualquier otra cosa es un trastorno que resulta en frustración e infelicidad.
En este sentido, la felicidad consiste en el orden. El orden es ese estado de cosas donde todo funciona según su naturaleza y fin. Cuando todo hace lo que debe hacer, hay orden: “La naturaleza es la causa del orden; todo lo que no posee orden no es conforme a la naturaleza” (Santo Tomás de Aquino, In Physic., lib. 8, lect. 3, n. 3)
El caos del mundo moderno solo frustra nuestro anhelo por el orden que Dios creó. Entonces, ¿cuál es ese orden? Es la gloria de Dios. Donde Dios es glorificado, todo está en orden. Un orden en el que Dios no es glorificado es fraudulento e inútil.
La conclusión es simple: una vida pecaminosa es una vida desordenada y, en última instancia, infeliz. ¿Cuántas frustraciones, sufrimientos y suicidios podrían evitarse si las almas llevaran una vida ordenada y virtuosa? La vida que Dios quiso para nosotros al crearnos es la única vida verdaderamente feliz.
La felicidad imperfecta se obtiene en esta vida al profundizar en el conocimiento de Dios mediante el intelecto. Trabajamos hacia la felicidad perfecta regulando todas nuestras acciones para alcanzar la perfección individual. Dado que la felicidad es nuestro bien supremo, excluye todo pecado y presupone la dura vida de la virtud.
Solo Dios puede darnos la felicidad perfecta. Solo podemos disfrutar de una felicidad imperfecta durante nuestra vida terrenal. Esto se logra si buscamos a Dios, su gracia y contemplamos su reflejo en la creación. Cualquier otra cosa es un trastorno que resulta en frustración e infelicidad.
En este sentido, la felicidad consiste en el orden. El orden es ese estado de cosas donde todo funciona según su naturaleza y fin. Cuando todo hace lo que debe hacer, hay orden: “La naturaleza es la causa del orden; todo lo que no posee orden no es conforme a la naturaleza” (Santo Tomás de Aquino, In Physic., lib. 8, lect. 3, n. 3)
El caos del mundo moderno solo frustra nuestro anhelo por el orden que Dios creó. Entonces, ¿cuál es ese orden? Es la gloria de Dios. Donde Dios es glorificado, todo está en orden. Un orden en el que Dios no es glorificado es fraudulento e inútil.
La conclusión es simple: una vida pecaminosa es una vida desordenada y, en última instancia, infeliz. ¿Cuántas frustraciones, sufrimientos y suicidios podrían evitarse si las almas llevaran una vida ordenada y virtuosa? La vida que Dios quiso para nosotros al crearnos es la única vida verdaderamente feliz.
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