Por Rita A. Stewart
En la Iglesia posconciliar, es raro encontrar una orientación adecuada sobre la modestia en la vestimenta. La mayoría de los modernistas sugieren que la vestimenta modesta “depende de las circunstancias”.
Los pantalones cortos quizá no sean apropiados para la misa, podrían admitirlo, pero están “perfectamente bien” para una salida informal con amigos.
Un traje de baño de una pieza sería inmodesto en el supermercado, pero supuestamente es aceptable para la playa.
En su popular video de Ascension Presents, Modesty in the Real World (en español aquí: La modestia según el novus ordo), la presentadora católica Jackie Angel llega al extremo de decir que “una mujer tribal con el pecho descubierto es modesta en su cultura; una mujer victoriana con botones hasta el cuello es modesta en su cultura”. Este punto de vista debe ser visto y condenado por lo que es: relativismo.
Es cierto que la modestia se trata principalmente de disposiciones interiores, y la ropa por sí sola no puede hacer a una persona virtuosa. Sin embargo, la vestimenta modesta es la salvaguardia de la pureza, y ninguna cultura o situación puede borrar nuestra naturaleza caída.
El Papa Pío XII dijo en 1957 con respecto a la modestia:
“Por vasta e inestable que sea la relatividad moral de la moda, siempre hay un absoluto que salvar: La moda nunca debe proporcionar una ocasión próxima para el pecado” (1).
Las sociedades católicas anteriores al siglo XX comprendían innatamente la importancia de la modestia. En todo el mundo, las mujeres católicas usaban faldas y vestidos largos. A los pueblos tribales, como los de Latinoamérica, no se les permitía conservar su vestimenta inmodesta una vez convertidos a la fe. En cambio, bajo la guía de la Iglesia, adoptaron y desarrollaron vestimentas hermosas y modestas que aún reflejaban su personalidad cultural.
Algunos, al observar los vestidos escotados del Renacimiento o las siluetas de reloj de arena de la época victoriana, podrían objetar la afirmación de que los estándares siempre han sido consistentes.
Sin embargo, lo que estos críticos pasan por alto es el funcionamiento del principio de gradualismo, mediante el cual las malas costumbres y creencias se introducen lentamente en una sociedad con el tiempo. Dado que los cambios iniciales son pequeños y generalmente parecen inocentes, a menudo son adoptados incluso por miembros honestos de la sociedad. Aun así, estos cambios sirven para impulsar la causa revolucionaria porque conducen a cambios mayores posteriormente.
Por lo tanto, los problemas con ciertas modas históricas pueden entenderse como marcas de un mundo decadente y ya en descomposición. El desarrollo revolucionario en la vestimenta, que tuvo lugar a lo largo de varios siglos, allanó el camino para una explosión de inmodestia que estaba por venir. Los dramáticos cambios en la moda que se produjeron en el siglo XX difícilmente pueden considerarse un “desarrollo orgánico”. De hecho, fueron manifestaciones abruptas y sin precedentes de la Revolución Cultural.
Los dobladillos y las mangas se acortaron, las prendas se volvieron más ajustadas y transparentes, y la ropa comenzó a adquirir un tono más vulgar. Para la década de 1960, los pantalones eran ampliamente usados por las mujeres, simbolizando su deseo de “liberación”. Todos estos cambios fueron intentos concertados de derrocar el orden social establecido y crear un mundo informal, igualitario e impuro.
La revolución comunista y la revolución sexual, que coincidieron con tales cambios, no pueden considerarse de forma aislada de estos desarrollos en la moda. En 1917, poco antes de la llegada de modas inmorales, Nuestra Señora de Fátima advirtió a la joven Jacinta de lo que se avecinaba.
Al contrario, se mantienen siempre coherentes. Siglos antes, Nuestra Señora del Buen Suceso predijo que, durante el siglo XX :
Sin embargo, lo que estos críticos pasan por alto es el funcionamiento del principio de gradualismo, mediante el cual las malas costumbres y creencias se introducen lentamente en una sociedad con el tiempo. Dado que los cambios iniciales son pequeños y generalmente parecen inocentes, a menudo son adoptados incluso por miembros honestos de la sociedad. Aun así, estos cambios sirven para impulsar la causa revolucionaria porque conducen a cambios mayores posteriormente.
Por lo tanto, los problemas con ciertas modas históricas pueden entenderse como marcas de un mundo decadente y ya en descomposición. El desarrollo revolucionario en la vestimenta, que tuvo lugar a lo largo de varios siglos, allanó el camino para una explosión de inmodestia que estaba por venir. Los dramáticos cambios en la moda que se produjeron en el siglo XX difícilmente pueden considerarse un “desarrollo orgánico”. De hecho, fueron manifestaciones abruptas y sin precedentes de la Revolución Cultural.
Los dobladillos y las mangas se acortaron, las prendas se volvieron más ajustadas y transparentes, y la ropa comenzó a adquirir un tono más vulgar. Para la década de 1960, los pantalones eran ampliamente usados por las mujeres, simbolizando su deseo de “liberación”. Todos estos cambios fueron intentos concertados de derrocar el orden social establecido y crear un mundo informal, igualitario e impuro.
La revolución comunista y la revolución sexual, que coincidieron con tales cambios, no pueden considerarse de forma aislada de estos desarrollos en la moda. En 1917, poco antes de la llegada de modas inmorales, Nuestra Señora de Fátima advirtió a la joven Jacinta de lo que se avecinaba.
“Se introducirán ciertas modas que ofenderán mucho a Nuestro Señor -dijo- Quienes sirven a Dios no deben seguir estas modas. La Iglesia no tiene modas; Nuestro Señor siempre es el mismo”.Con esta última frase, Nuestra Señora parece dirigirse directamente a quienes sugieren que los estándares de modestia “dependen de la cultura”.
Al contrario, se mantienen siempre coherentes. Siglos antes, Nuestra Señora del Buen Suceso predijo que, durante el siglo XX :
“La inocencia apenas se encontrará en los niños, ni el pudor en las mujeres”.Lamentablemente, esta profecía se ha cumplido. La inmodestia y la vulgaridad se han extendido tanto que, en la mayoría de nuestro entorno, es raro encontrar a alguien vestido apropiadamente. La jerarquía católica actual rara vez advierte a los fieles sobre los peligros de la vestimenta inapropiada.
Sin embargo, la Iglesia anterior al Vaticano II condenó expresamente las modas inmodestas que se popularizaban a principios y mediados del siglo XX. Por ejemplo, el cardenal vicario del papa Pío XI declaró:
“No se puede considerar decente un vestido cuyo corte sea más profundo que dos dedos debajo del cuello; que no cubra los brazos al menos hasta los codos; y que apenas llegue un poco más allá de las rodillas. Además, los vestidos de telas transparentes son inapropiados”.Dijo esto en 1928, cuando la moda era “conservadora” para los estándares actuales.
Si las damas católicas hubieran seguido sus palabras y se hubieran negado a seguir el ejemplo del mundo, la sociedad tal vez nunca habría alcanzado el nivel de depravación absoluta en el que ha caído hoy. Pero antes de esas palabras de Pío XII, en 1921, ante el hecho de que los católicos estaban iniciando su caída en la inmoralidad, el Papa Benedicto XV vio la necesidad de emitir una advertencia.
La moda actual
“Desde este punto de vista no se puede deplorar bastante la ceguera de tantas mujeres de toda edad y condición; embrutecidas por el deseo de agradar, no ven hasta qué punto la indecencia de sus vestidos escandaliza a todo hombre honrado y ofende a Dios. La mayor parte de ellas se habrían ruborizado antes por esas toilettes como por una falta grave contra el pudor cristiano; ahora no les basta exhibirlas en las vías públicas; no temen cruzar el umbral de las iglesias, asistir al Santo sacrificio de la Misa”.El Papa ilustraba que la ropa no se trata solo de quien la usa y cómo se puede sentir con un atuendo. Implica más que la intención, sino más bien, lo que es objetivamente apropiado. Independientemente de lo que diga la iglesia del novus ordo, la enseñanza católica sobre la modestia no puede cambiar.
Es imperativo que los católicos se opongan a las modas inmodestas que se han vuelto tan comunes. Si bien los estándares no tienen por qué ser legalistas, aún es posible seguir el ejemplo de los buenos y modestos católicos de antaño.
Nota:
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