martes, 22 de abril de 2025

INTENTANDO DAR SENTIDO A NUESTRA EPOCA INFANTIL Y SIN HIJOS

De repente, un invierno demográfico se cierne sobre nosotros. Lo veíamos venir desde hace décadas. Sin embargo, los efectos de esta implosión demográfica empiezan a notarse ahora. 

Por John Horvat


Un país tras otro registra bajas tasas de natalidad y envejecimiento de la población.

Ningún incentivo monetario basta para hacer cambiar de opinión a la gente, ni siquiera en las sociedades más tradicionales. Las mujeres y las parejas parecen decididas a no tener hijos.

Muchos discuten por qué nadie quiere tener hijos. Los expertos debaten las causas, pero pocos presentan conclusiones convincentes.

En busca de causas

Por supuesto, muchos citan los retos financieros a los que se enfrentan los jóvenes, como los gastos estudiantiles, la inflación o las barreras para acceder a la adquisición de una vivienda.

Aunque estos obstáculos financieros existen, muchos jóvenes de hoy están en realidad en mejor situación económica que sus padres a su edad. La falta de dinero no puede explicar por sí sola la escasez de hijos.

Otros citan el “cambio climático” y la inestabilidad política, pero las generaciones pasadas han soportado catástrofes sin dejar de tener familia.

Una superficialidad llena de emociones y sentimientos

El problema es mucho más sencillo de lo que parece. La gente se esfuerza demasiado por encontrar razones filosóficas o psicológicas profundas para la crisis. Buscan mucho y al final sólo encuentran superficialidad.

Sin embargo, esta superficialidad bien podría ser la razón de lo que está ocurriendo. Estamos inmersos en un mundo de emociones y sentimientos que triunfa sobre cualquier consideración profunda más allá del yo. Nos lanzamos con pasión a esos sentimientos superficiales que consumen y absorben.

Lo que hace que estos deleites sean tan dañinos es que no tienen por qué implicar pasiones grandiosas o lujosas que requieran fortunas y compromiso. Pueden ser bastante triviales e insignificantes. Están al alcance de todos. De hecho, cuanto más superficial es la emoción, más apasionado es el apego a ella.

La confesión de Rousseau

Una cita de Rousseau comentando su vida tan absorbente como superficial es esclarecedora. El filósofo del siglo XVIII era conocido por celebrar el yo atomista y autónomo, inmerso en emociones sin compromisos.

Esta cita ayuda a explicar la causa de nuestra crisis demográfica y la actitud predominante que excluye la necesidad o el deseo de tener hijos.

Comentando su vida de placeres, afirma: 
“La espada desgasta la vaina, como a veces se dice. Esta es mi historia. Mis pasiones me han hecho vivir y mis pasiones me han matado. ¿Qué pasiones? Tonterías, las cosas más infantiles del mundo. Sin embargo, me afectaron tanto como si hubiera estado en juego la posesión de Helena o el trono del Universo”.
Una cultura del yo

Nuestra cultura transmite este sutil mensaje rousseauniano de ensimismamiento. Dice a los jóvenes: 
Vive tus pasiones sin sacrificio ni esfuerzo. No hay necesidad de grandes placeres; busca las “bagatelas” de mediocridad que te rodean. Sin embargo, haz de estas “pequeñeces” los objetos del deseo existencial. Que nada, ni siquiera un niño pequeño, se interponga entre tú y ellas.
Esta llamada a la trivialidad encuentra su expresión en las generaciones que no crecen. Viven con sus padres, juegan a videojuegos, publican en las redes sociales y aplazan las responsabilidades de la edad adulta hasta más tarde... o nunca.

Esta huida del sentido no es culpa exclusiva de los jóvenes. A medida que nuestra sociedad secular y liberal se agota, queda poca profundidad y significado. Todo se vuelve trivial en Instagram. Es difícil escapar.

Estos jóvenes ya no encuentran apoyo en sus familias (ahora rotas) ni en su fe (que ya no se enseña). No tienen raíces donde anclarse en medio de las metanarrativas destrozadas de nuestra posmodernidad.

Además, están sumidos en los hábitos de inmadurez de la educación moderna, que dificultan la voluntad y la disciplina para avanzar hacia los objetivos. Así, se quedan atascados, incapaces de avanzar, temerosos de comprometerse y dispuestos a pasar por alto lo que antes se daba por sentado: los hijos.

Un punto de inflexión

No todos los jóvenes siguen este trágico camino. Algunos han logrado romper los lazos de la mediocridad abrazando los restos de estabilidad que se encuentran en la familia y la fe. Anhelan la tradición y la siguen con pasión.

Sin embargo, hemos llegado a un punto de inflexión, y un número significativo de personas en todo el mundo está entrando en este oscuro descenso rousseauniano hacia la superficialidad apasionada. No hace falta que busquemos en lo más profundo; está a nuestro alrededor.

La implosión demográfica no está causada por obstáculos económicos o temores políticos. Es una crisis existencial que afecta a las cuestiones religiosas y morales que dan sentido y propósito a la vida. Si queremos evitar la implosión demográfica, debemos abordar estas cuestiones más profundas para encontrar una salida a nuestra superficialidad.
 

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