Por Nelson Fragelli
Todos sabemos hablar, al igual que sabemos respirar: no es necesario aprender a respirar. Sin embargo, así como existen ejercicios de respiración para mejorar la oxigenación y la circulación sanguínea, existen conceptos que pueden ayudarnos a conversar mejor.
Nuestro Señor en Nuestras Conversaciones
Como católicos, vemos que las conversaciones nos ponen cara a cara con Nuestro Señor Jesucristo. Él dijo: “Les digo que si dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estaré en medio de ellos”. Esta es la promesa divina para todos aquellos que usan la conversación como instrumento de apostolado.
“En mi nombre” significa por mi causa. Por lo tanto, no solo necesitamos hablar de temas religiosos. Cuando hablamos de las elecciones, las guerras actuales o nuestras actividades para difundir la fe, podemos hacerlo en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
“Yo estaré en medio de vosotros” significa que Nuestro Señor Jesucristo guiará nuestras conversaciones y despertará los deseos y afectos de nuestro corazón. San Jerónimo dice que Nuestro Señor estará en medio de la conversación como el Divino Espíritu Santo está en medio del Padre y del Hijo. Él escuchará todos nuestros deseos gracias a la estrecha unión entre Nuestro Señor y quienes se reúnen para hablar en su nombre.
La naturaleza de la conversación
Todos sabemos lo que es una conversación. Todos hablamos porque vivimos en sociedad. Sabemos que las conversaciones nunca se repiten, no solo porque pueden estar involucradas diferentes personas, sino también porque cada persona tiene un estado psicológico diferente de un día para otro. Pueden estar tranquilos un día y entusiasmados al siguiente; pueden estar felices el domingo y tristes el martes. Debemos adaptarnos a todos estos factores para mantener viva la conversación.
Estos factores psicológicos solo involucran nuestra disposición natural al conversar. También debemos considerar los posibles temas e incluso planificar la conversación cuando sea posible. A algunas personas les gusta comentar sobre temas sociales de actualidad, a otras sobre arte, pintura, música o historia. La religión nos ofrece un amplio campo de reflexión.
La conversación es tan importante en nuestras vidas como el aire que respiramos. Conversamos en todo momento, incluso cuando estamos solos. Nuestro Señor Jesucristo quiso estar solo en el Huerto de los Olivos, hablando únicamente con Dios Padre y los ángeles cuando selló con su sangre la última página de su vida terrenal.
El origen de la conversación
Las conversaciones siempre han existido. Pero el arte de la conversación nació en las abadías medievales. Los monjes sentían la necesidad de perfeccionar sus contactos personales para expandir su apostolado con quienes les rodeaban. Necesitaban comentar sobre las Sagradas Escrituras, las conversiones de los paganos, la formación de la sociedad civil y su santificación. El catolicismo se expandía. Los monjes se preguntaban cómo hacer que los principios de las Escrituras resultaran interesantes para los pueblos incultos.
Carlomagno, quien tenía una misión profética, envió a los monjes de su vasto imperio a estudiar gramática para predicar el Evangelio. Consideró necesario hacer que los comentarios sobre el Evangelio fueran más interesantes para los paganos. Los jefes de los clanes recién convertidos —la futura nobleza— siguieron el ejemplo de los monjes, y el uso del lenguaje se hizo más comprensible y atractivo.
Los monjes tomaron en serio el consejo de Carlomagno. Bajo la guía del clero, las personas prominentes comenzaron a seleccionar un mejor vocabulario, a mejorar su expresión de ideas, a enriquecer su cortesía y a elevar su nivel social.
Estas charlas pretendían civilizar a los pueblos paganos suavizando sus costumbres rústicas, que gradualmente mejoraron. En el apogeo de la influencia de la Iglesia, la conversación se identificaba con el espíritu de caridad. De hecho, hacer que las conversaciones fueran interesantes se convirtió en un deber de caridad.
Los sacrificios que crean conversación
Este deber exigía sacrificios. ¿Qué sacrificios? Todo apostolado exige un sacrificio.
Un sacrificio es el esfuerzo mental. Podemos planificar nuestras conversaciones si preparamos un tema específico con antelación. Sin embargo, prepararnos rara vez es posible a menos que vayamos a un círculo de amigos que conozcamos bien y percibamos qué temas les gustan.
A menudo, las conversaciones son inesperadas. Nos reunimos con gente durante los descansos y las comidas sin saber exactamente de qué vamos a hablar. Es probable que sea un tema contrarrevolucionario, pero desconocemos los detalles. La alegría que sentimos al reunirnos proviene de buenas conversaciones.
Un sacrificio que debemos hacer al conversar es evitar hablar demasiado sobre salud, enfermedades o tratamientos médicos. No debemos extendernos en estos temas, ya que pueden arruinar la conversación.
Si nos concentramos sólo en estar sanos de cuerpo, tendemos a olvidar la nutrición del alma, que es el propósito principal de la conversación.
Las variedades de la conversación
Las conversaciones pueden ser cortas o largas. Cuando son cortas, pueden impactar la mente como un rayo en una noche lluviosa: el destello es tan intenso que podemos ver muchos objetos. Sin embargo, también es tan rápido que no podemos asimilar lo que vemos.
Las conversaciones pueden ser largas y satisfactorias, pero también aburridas o incluso vacías de contenido. Al final, nos damos cuenta de que no hemos entendido bien lo que se dijo. Estas conversaciones insulsas pueden ocurrir incluso entre santos. Sin embargo, siempre que los participantes se comprometan con esfuerzo y oración, pueden ser beneficiosas.
Un cuento de dos santos
Para ilustrar cómo incluso los santos pueden experimentar dificultades en la conversación, imaginemos dos escenas muy diferentes.
La primera escena presenta a San Francisco de Borja, a quien San Ignacio de Loyola designó superior de los jesuitas en España. Está con la gran Santa Teresa de Ávila, quien vivió y ejerció una gran actividad en España en aquella época. Se encontraron varias veces y conversaron.
Imaginemos un convento español donde podrían haberse conocido. El edificio tiene ventanas altas porque en los conventos de Órdenes Contemplativas las ventanas deben ser altas para que las monjas no puedan mirar al mundo exterior. Las paredes del monasterio no están pintadas.
Ambos se sientan en una mesa rústica de madera. A un lado hay un sillón alto, majestuoso, digno y a la vez austero, que refleja la mejor expresión de la cultura española. Es un poco incómodo. En este sillón se sienta San Francisco de Borja, superior de los jesuitas, quien influyó en todo el clero y la nobleza españoles.
Frente a él, en una silla sin brazos, se sienta Santa Teresa de Jesús. Su rostro evidencia su veneración por este poderoso jesuita, su superior espiritual. Los dos santos conversan.
Una luz sobrenatural impregna la habitación. Ambos experimentan un momento de extraordinario consuelo. San Francisco comprende el estado del alma de la gran santa. Santa Teresita se siente comprendida, descubriendo aspectos de su propia alma que aún no percibía, gracias a la presencia de San Francisco de Borja. Este descubrimiento la alegra. La conversación es santa. Hablan de los ataques del protestantismo, las blasfemias, las hostias consagradas pisoteadas, las imágenes rotas de Nuestra Señora y la negación de la infalibilidad papal. Ambos aprovechan la ocasión para animarse a luchar por la Santa Madre Iglesia durante la Contrarreforma.
Afuera del convento, ruge una tormenta, relámpagos y truenos. La escena simboliza el encuentro de estas dos almas brillantes. Perciben la presencia del poder de Dios y ven la escena como una imagen de lo que sucede en sus almas.
Una conversación árida
También podemos imaginar otra conversación completamente diferente entre estos santos. Refleja aridez y dificultades.
Los dos conversan, pasando de un tema a otro. No encuentran un tema que los una. No hay luz sobrenatural. San Francisco no comprende las misteriosas elaboraciones místicas de Santa Teresa. Ella quiere acortar su conversación. Ambos sufren de aridez.
Afuera del convento, esta escena es de una lluvia silenciosa y fría que refleja el tedio que aflige a los dos santos. Ambos ofrecen oraciones, pidiendo ayuda en el intercambio. Ambos fueron completamente fieles a la gracia y ofrecieron este sacrificio para santificarse con esta conversación árida. A pesar de la falta de una luz sobrenatural que los rodeara, sabían que Nuestro Señor Jesucristo estaba en medio de ellos, pero de una forma diferente.
Debemos estar preparados tanto para una gran alegría como para una aridez, que son parte de lo que sucede en una conversación.
Una amplia variedad de opciones
Las conversaciones pueden ser desenfadadas y tratar temas totalmente accesibles a todos, como la organización de una cena o una excursión con los niños. En vista de la promesa de Nuestro Señor Jesucristo, cualquier tipo de conversación trae Su presencia entre nosotros.
Las conversaciones pueden instruir, informar y aclarar. Nos proporcionan placer cuando los interlocutores se expresan con sentido común, lógica y un vocabulario adecuado a la elegancia de la ocasión. Debemos desarrollar un vocabulario que nos ayude a expresar cierto refinamiento en el significado.
Estas mejoras en la expresión de elegancia y claridad son preparativos permanentes para nuestras conversaciones. Todas estas medidas las convierten en valiosas oportunidades para difundir la fe.
Planificación del tema
Cuando nos reunimos, ¿cuáles deberían ser los temas de conversación? Si existe el deseo de reunir a amigos en el nombre de Nuestro Señor, Él estará con nosotros y nos guiará para encontrar y elegir un tema, y lo hace. Él cumple su promesa.
La conversación también tiene sus usos y sus riesgos, como cualquier apostolado.
Debemos evitar el riesgo de disgustar a alguien al dejar que se cuele una discusión imprudente que provoque una pelea. Las discusiones impiden que las conversaciones logren la unión de almas que deseamos. Debemos recurrir a la vigilancia y la oración para evitar este riesgo.
Las reglas de una buena conversación
¿Cómo dirigir una conversación para que merezca la pena? ¿Cómo hacer que los presentes experimenten la alegría que fortalece el respeto mutuo y la amistad? ¿Existen reglas para una buena conversación?
Existen innumerables reglas, consejos y advertencias. Se escribieron numerosos libros y tratados sobre el arte de la conversación, especialmente después del siglo XVI. Ofrecen consejos sobre la elección de temas, el uso de gestos para dar fuerza a las palabras, frases ingeniosas, modulación de la voz, etc. Fueron escritos por clérigos.
La Santa Iglesia es una madre. Sabe que la conversación es nuestra actividad más común y, por lo tanto, tiene en mente su santificación. Así pues, estas reglas han sido escritas, y no hay nada de malo en leerlas. Sin embargo, no creo que sea necesario leer estos tratados para mejorar nuestras conversaciones, pues ya sabemos mucho sobre cómo conducir una buena conversación.
Percibimos las reglas más importantes en nuestras conversaciones, quizás sin tenerlas explícitas en nuestra mente. Lo percibimos palpablemente porque hemos aprendido mucho a través de conversaciones, más que de sermones. La conversación juega un papel mucho más importante.
El deseo de hacer el bien
Una regla esencial en la conversación es que debemos desear hacer el bien a los demás. Este es el punto de partida. Debemos buscar ampliar los horizontes de quienes conversan. Necesitamos pedirle a Nuestra Señora que nos ayude a traer temas interesantes, agradables y placenteros al intercambio. También debemos procurar destacar los aspectos más excelentes de los temas interesantes. Es difícil, pero muy importante para el éxito.
Debemos saber escuchar. Muchos monopolizan la conversación, pensando: “Quiero hablar, tengo ideas, leí un libro, tengo que comunicar esto, yo, yo, yo”.
Debemos escuchar. Si no escuchamos, no hay conversación, se convierte en un monologo, y la conversación se apaga. Todos debemos saber escuchar, lo que significa que debemos permitirnos ser interrumpidos.
Siempre debemos intentar expresarnos de forma amena, eligiendo las palabras adecuadas. Una forma de cultivar una expresión agradable es desarrollar los temas que más nos gustan. Si me gusta la historia o la política, intentaré dirigir la conversación hacia estos temas porque debo dar la impresión de que me apasiona y tengo mucho que decir al respecto.
Apelando a lo sobrenatural
Debemos apelar especialmente a lo sobrenatural en nuestras conversaciones. Sin estas precauciones, es difícil mantener una conversación agradable, y corremos el riesgo de cansar a quienes nos escuchan.
Una persona que no tiene el don de la conversación interesante puede desanimarse y decir: “Nunca he tenido el don de la conversación interesante en mi vida. Nadie me presta atención. Ni siquiera estoy contento con los argumentos que planteo”.
Sin embargo, si desea hacer apostolado, recurrirá al cielo. El profesor Plinio recomendaba esta oración a Nuestra Señora:
“Madre mía, en esta reunión, veo a alguien aislado en un rincón de la sala. Nadie le habla. Aquí estoy yo, y no soy una persona interesante. Pero no tienes a nadie más para hablar con esta persona en este momento. Le he pedido al Espíritu Santo, tu Divino Esposo, que me dé la luz para atraer a esa alma a la Contrarrevolución. Así que tendré confianza. Actuaré y hablaré con esta persona”.El deseo de hacer el bien espiritual es importante en este caso. No soy capaz, pero Dios me ayudará. No hay nadie más que pueda ayudarle. Esta disposición es muy católica, ya que invoca a Dios para que participe en la conversación si se hace tal oración.
Puntos de partida
Para entablar una buena conversación, necesitamos ponernos en el estado de ánimo de alguien con mucho que decir. No podemos empezar la conversación quejándonos: “Bueno, no sé mucho del tema y no me gusta”. Nunca digamos eso. Debemos ponernos en el estado de ánimo de alguien con mucho que decir.
¿Cuál es el punto de partida para las conversaciones? Debemos estar atentos en todo momento del día a los temas de conversación. Debemos considerar esto como parte de nuestra vida espiritual y apostólica.
Nuestra tarea no consiste en los grandes sacrificios y ayunos que padecieron santos como el Cura de Ars. Nuestro sacrificio consiste en prestar atención serena a lo que sucede a nuestro alrededor. Debemos anotar e incluso escribir lo que vemos y oímos de otras personas, las noticias y los acontecimientos. Debemos intentar conservar estas cosas en nuestra memoria. Debemos acumular argumentos y temas que nos ayuden a intercambiar ideas. Si lo hacemos, tendremos mucho que decir.
Tales observaciones se multiplican naturalmente, y sentimos la necesidad de comunicarlas a los demás. Si lo hacemos, tendremos una gran cantidad de temas para conversaciones interesantes.
Quienes observan mucho también desean escuchar las observaciones de los demás. Así, podemos añadirlas a nuestra colección de observaciones. Esta comunicación mutua de observaciones también genera un deseo de escuchar. Al escuchar, cultivamos un elemento indispensable que hace que la conversación sea amena.
Elementos no verbales de la conversación
La conversación no se trata solo de palabras. A veces comienza con un apretón de manos, una primera mirada entre las partes o el primer timbre de voz que marca el tono. Todo esto enriquece la conversación.
El Dr. Plinio llamó a este sentido de percibir la atmósfera de intercambio los imponderables de una conversación. Imponderable significa “incapaz de ser sopesado o evaluado con exactitud”. Es algo que percibimos sin una definición estricta.
Desde el primer contacto, las almas perciben sutilmente la forma de ser de la otra, lo que puede generar simpatía, miedo o desinterés. Esta percepción es un elemento imponderable que proviene de la intensidad del alma de cada persona. Cada persona tiene una forma diferente de estar presente e influir en los demás.
Lo percibimos en una conversación. Basándonos en estos imponderables, podemos adaptar nuestros argumentos y frases a lo que sentimos inicialmente. Todos tenemos esta percepción del alma de los demás, aunque nos cueste expresarla explícitamente.
Así, la gente más sencilla, entusiasmada con un tema, convence más por los imponderables de su pasión que la gente más elocuente, sin entusiasmo.
Tuve un profesor que dominaba muy bien su materia. Tenía muchos premios y títulos, pero no sabía cómo transmitir la información. Para él, los estudiantes no existían. Simplemente se limitaba a descargar lo que tenía que decir. No aprendíamos. Aprendimos con el libro de texto y no le prestábamos atención. Sus clases eran prácticamente inútiles.
Un elemento esencial: la pasión
San Julián Eymard vivió en el siglo XIX. Decía: “Debemos hacer todo en la vida con pasión”. Este era su principio. “De lo contrario, nuestras acciones no tendrán éxito”.
Así, las actitudes, expresiones, palabras y apariencias forman parte del arte de la conversación. A veces, el tono de voz y el semblante de una persona pueden ser más elocuentes que las palabras.
Sin embargo, recuerda, el entusiasmo siempre convence, siempre. Quien cree en lo que dice convence incluso si su expresión no es perfecta. Sentimos que lo que dice es cierto. El entusiasmo es irresistible.
Tanto el contenido como la forma de expresar los argumentos son importantes. El impacto que una persona tiene en otra depende en gran medida de cómo se explica el tema. Una explicación simple tiene un efecto diferente a un tono profesoral. Este último dice: “Estoy aquí para enseñar, no para hablar ni intercambiar ideas”. Tal actitud marca el fracaso de una conversación.
Por ejemplo, una persona que describe una salida de fin de semana no puede decir: “Nos despertamos a las 5:00 am, desayunamos rápido, tomamos el auto a las 6:15 am, paramos en la gasolinera, llegamos allí tres horas después, descargamos el auto, comimos sándwiches en una cabaña a la 1:15 pm”, etc.
Esa persona dio una imagen del fin de semana, pero es un cronograma, no una conversación.
La conversación como arte
Por muy completo que sea un informe así, es inaceptable porque carece de calidez social. Es un informe frío. La conversación no puede ser una mera crónica, informe o lección, aunque debe contener algo de ambos.
Por eso es un arte que debe aprenderse y practicarse. Para mantener viva una conversación, debemos observar constantemente las reacciones de quienes nos rodean. ¿Siguen la narración? ¿La disfrutan? ¿Debo hacer las adaptaciones y aclaraciones necesarias?
Un buen interlocutor suele tener el don de la comunicación. Es un don, pero también una habilidad que requiere constante entrenamiento. Este don se potencia al interesarnos por quienes participan en la conversación. Si nos interesamos profundamente por sus almas, sentiremos la necesidad de ayudarlos. Encontraremos el camino porque nuestro Señor estará con nosotros, como lo promete.
El rol femenino
En la sociedad, la presencia femenina hace que la conversación sea más agradable. Los hombres a menudo —aunque no siempre— aportan ideas que moldean el tema principal. Sin embargo, la presencia femenina aporta elegancia a la conversación e impone prudencia. Enriquece la conversación porque es propio de la naturaleza femenina fijarse en los detalles. A su vez, los detalles inspiran interés en la conversación porque obligan al hablante a definir varias características particulares que de otro modo se olvidarían. Una mujer contribuye con gracia, refinando la forma en que se presentan y expresan las opiniones. Siempre se ha reconocido que la conversación solo puede alcanzar su máximo grado de perfección en una sociedad en la que también participan las mujeres. Ellas contribuyen con su naturaleza delicada. El equilibrio, un elemento indispensable de una conversación excelente, requiere la contribución de la mujer.
La historia de nuestra civilización nos dice que un aspecto de la forma de ser femenina que ha contribuido a dar mucha chispa a las conversaciones es su capacidad para hacer brillar el espíritu de la conversación. Es un don. Saben cómo superar el letargo y, a menudo, despertar a los participantes de su letargo. Cuando la conversación se apaga, las mujeres hacen alguna pregunta que puede reavivarla.
En los buenos tiempos de las sociedades orgánicas, sabían encender hornos y fogones en la cocina y preparar deliciosos platillos. Poco después, al salir de la cocina, sabían prender fuego a los espíritus durante la conversación en la mesa.
Puede que sea imposible incluir todos estos puntos en cada conversación. Utiliza todos los que puedas. Pero nunca olvides pedir a Nuestro Señor y a Nuestra Señora que bendigan la conversación con su presencia e inspiración.
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