domingo, 6 de abril de 2025

LA RELIGIÓN DEL DINERO (52)

“La religión del dinero” es el nombre que algunos ministros protestantes dan a la religión católica. En su boca, esta acusación está menos en su lugar que en cualquiera otra boca. 

Por Monseñor De Segur (1862)


La religión del dinero es el nombre que algunos ministros protestantes dan a la religión católica. De acuerdo con los impíos, ellos acusan a nuestros sacerdotes de vender las cosas santas y de explotar, en beneficio de su bolsillo, la credulidad del pueblo. 

Esta calumnia es hábil. De diez hombres, nueve son muy sensibles a todo lo que de cerca o de lejos toca a las pesetas; y acusar a los sacerdotes de amar la plata y de querer sacarla del pobre pueblo, es el verdadero medio de paralizar su ministerio. Los protestantes lo saben; y por eso repiten sin cesar esa calumnia, aunque con una mala fe, bien calculada. No obstante, en boca de protestantes, esta acusación está menos en su lugar que en cualquiera otra boca. 

En efecto, aunque generalmente se ignora esta circunstancia, es cierto que el empleo de pastor protestante es muy lucrativo; y yo he oído de los propios labios de uno de los de París, que la plaza más ínfima de pastor, produce 13.500 francos. El gobierno pasa 4.500 francos al pastor de la menor aldea, y un sueldo mucho más considerable a los de las grandes ciudades. Fuera de esto ellos tienen un casual o renta no tarifada, la cual sin embargo de eso se exige por la costumbre. Y esto no se crea que es poca cosa. En Alsacia, por ejemplo, nunca un vecino (bourgeois) casaría a su hija, sin dar una fuerte suma en redondas pesetas al pastor protestante. En los bautismos, en la caricatura de primera comunión, y en otras épocas del año, hay obligación, para quedar bien, de hacer al pastor buenos regalos en dinero o en especie; y los aguinaldos del día de año nuevo, no son despreciable. Luego, sin hablar de las lecciones de religión o catecismos, que son para muchos ministros protestantes una mina abundante de recursos, es bueno decir que entre los protestantes, los entierros nada son menos que gratuitos. En Paris y en las localidades católicas, los ministros protestantes hacen el papel de desinteresados, escribiendo en la puerta de sus templos: Aquí no se paga por las sillas; mientras que en Alsacia y en los países protestantes, cada familia tiene su plaza señalada, que paga muy cara, para ocuparla cuando más, una vez en la semana. 

A esto hay que añadir las subvenciones incesantes de las sociedades bíblicas, Evangélicas, etc., que sostienen a sus apóstoles. En el año 1856 una reunión de propaganda protestante, celebrada en Alemania, se jactaba de haber destinado a sus agentes en Francia, una cantidad como de ocho millones. 

No olvidemos, en fin, que en un país protestante, los jóvenes pastores de la secta, generalmente hablando, consiguen casarse ventajosamente. De esto son sus administrados, algunas veces, los primeros en quejarse. Últimamente en cierto lugar del Cantón de Zurich, los mancebos todavía célibes, declararon que en lo de adelante, no sufrirían que se recibiesen ministros protestantes que no estuviesen casados; porque, decían, ellos nos arrebatan los buenos partidos del país. En otras localidades, por el contrario, ha sucedido que el consejo presbiteral protestante, compuesto en su mayoría de padres de familia, con hijas casaderas, ha rehusado obstinadamente admitir el nombramiento de un pastor ya provisto de mujer, cuyo corazón y cuya mano no eran ya, por consiguiente, disponibles. 

Ahora bien, de ese dinero que por todas partes afluye al bolsillo de los ministros protestantes, nada o casi nada hay que deducir para los gastos del culto.

El pastor protestante no es el que paga la construcción del templo, téngase esto entendido; y ese templo una vez edificado, no exige otro gasto de conservación que el barrerle cada semana, pues en él no hay ni sagrados ornamentos, ni luminaria, ni pompa religiosa. La hopa negra del pastor, solo le sirve los domingos, por lo cual dura mucho en aquel moderado uso; y cuando comienza a raerse, puede servir útilmente para una multitud de empleos domésticos, gracias a la inteligencia de la señora pastora protestante. 

El cura católico recibe del gobierno un sueldo que equivale a la mitad y un poco más de la menor renta, que se da a los pastores protestantes; los cuales gritan tanto contra la religión del dinero. 850 francos se dan al cura católico, en lugar de los 4500 francos acordados a los pastores protestantes menos retribuidos. 

Ahora bien, mientras que el pastor protestante no tiene que hacer gastos en su culto, no le sucede lo mismo al cura católico. Este tiene necesidad de cosas materiales, que cuestan bastante para el culto cristiano, aun en las más humildes iglesias. En la menor capilla de aldea es indispensable que haya para la celebración de los divinos oficios pan y vino, velas de cera, ornamentos sacerdotales de varios colores, vasos sagrados; manteles y otros lienzos diferentes; en fin; una multitud de objetos necesarios, que ni de nombre conocen los que no son prácticos en la materia. Además, hay que pagar a los sirvientes de la Iglesia, que ordinariamente son pobres y viven de su trabajo. Fuera de eso el cura, es por razón de su ministerio, el primero y principal recurso de los pobres y de todas las obras caritativas de su parroquia; pues aunque no le inclinase a eso su corazón, le obligarían a ello su deber y el decoro de su posición. En fin, es necesario que él mismo viva y se mantenga. 

Aunque haya poca sinceridad, nadie se asombrará al ver que la autoridad eclesiástica, permite a los sacerdotes percibir de los fieles una especie de contribución, cuando ejercen a favor de estos ciertas funciones, no todas las de su ministerio, a fin de suplir así la gran desproporción que hay entre el sueldo que reciben del Estado y los gastos que tienen a su cargo. Esos derechos son los que se llaman de estola y pie de altar, cuya necesidad es fácil de comprender. Antes de la revolución esos derechos eran casi ningunos. Entonces tampoco se pagaba por el uso de los asientos en la Iglesia. Lo que en aquella época cobraba el sacerdote, más era para que no se olvidase el derecho que tiene el que sirve al altar para vivir del altar, según la expresión de San Pablo; recibiendo de los cristianos la asistencia corporal, en cambio de los bienes espirituales que les dispensa ejerciendo su ministerio. Este orden los revolucionarios lo trastornaron. Se apoderaron de todo lo que poseía la Iglesia en Francia, y no pudiendo matarla, la despojaron, esperando hacerla morir de hambre. Ella no muere, pero eso es gracias a la liberalidad de los fieles, a quienes el sacerdote tiene que pedir. He aquí porqué actualmente se pagan las sillas y porqué el sacerdote cobra otros menudos derechos, aunque le repugne, porque pesan sobre el pueblo; y a pesar de todo, su producto basta con dificultad para cubrir todos los gastos. 

No obstante, ¡aún hay valor para llamar al catolicismo la religión del dinero! 

Pero si no es, como efectivamente no es, el catolicismo la religión del dinero, hay en realidad una religión del dinero, y yo os diré quienes la practican. Son los hombres que allegan cada año, en sus sociedades públicas o secretas, millones y millones: hay hombres que con la bolsa en la mano, entran en la bohardilla de los operarios católicos y en la choza de los campesinos, para comprar las almas a precio de dinero, abusando de la miseria y de la desgracia. 

¡Vergüenza para ellos es practicar eso de que nos acusan!


Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.



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