La Iglesia propone y defiende sus verdades con tanta intolerancia, como la ciencia de las matemáticas enseña las suyas. ¿Qué cosa más legítima?
Por Monseñor De Segur (1862)
La Iglesia es intolerante en materia de doctrina. Esto es cierto; y no solamente lo confesamos, sino que nos gloriamos de ello. La verdad es intolerante por naturaleza. En religión, como en matemáticas, lo que es verdad, es verdad; lo que es falso, es falso. Es imposible que haya concesiones mutuas entre la verdad y el error. En esto no cabe compromiso ni transacción. Por poco que se cediese de la verdad, esta sería inmediatamente destruida. Dos y dos son cuatro: esto es lo que se llama una verdad. El que diga otra cosa miente, sea por exceso o por defecto. El error siempre es error, aunque uno no se engañase sino en una milésima o millonésima parte. Siempre se estará fuera de la verdad, cuando teniendo dos y dos, se diga que no son cuatro.
La Iglesia es depositaria y maestra en el mundo, de verdades tan ciertas como las verdades matemáticas; con la única diferencia de que las consecuencias de las verdades católicas, son infinitamente más importantes que las de las verdades matemáticas. La Iglesia propone y defiende sus verdades con tanta intolerancia, como la ciencia de las matemáticas enseña las suyas. ¿Qué cosa más legítima? La Iglesia Católica es la única entre las diferentes sectas llamadas cristianas, que proclama estar en posesión de la verdad absoluta, como lo está en efecto, añadiendo que fuera de ella no hay verdadero cristianismo; y así ella sola puede ser, ella sola debe ser intolerante en materia de doctrina. Únicamente ella puede y debe decir, como ha dicho hace 18 siglos en sus Concilios: Si alguno piensa o enseña en contradicción de mi doctrina, que es la verdad, sea anatema.
Pero Nuestro Señor Jesucristo que ha confiado a la Iglesia el depósito de la verdad, le ha dejado también su espíritu de caridad y paciencia. Intolerante en materia de doctrina, ella no transige con el error, pero es misericordiosa para con las personas que le cometen; y nunca ha empleado los medios legítimos de rigor, sino después de haber intentado todos los recursos de la dulzura y de la persuasión.
Ella no ha herido, jamás, sino en la última extremidad; y nunca ha castigado, sino a los incorregibles. Entonces ha debido hacerlo para preservar del contagio a las almas fieles, para poner fin a los escándalos y para llenar el gran deber de la justicia, el cual no es menos divino que el de la misericordia.
En su paciencia como en su rigor, en su tolerancia hacia las personas como en su intolerancia hacia los errores, la Iglesia imita fielmente a su esposo y a su Dios, a Nuestro Señor Jesucristo, que es la verdad misma, que es la misericordia, pero también es la justicia.
Las mentiras de los historiadores anticatólicos sobre las pretendidas barbaries de la Iglesia en la edad media, cada día caen en mayor descrédito, gracias a los trabajos concienzudos de una nueva generación de historiadores, más imparciales que sus predecesores. “Para poder vivir, el protestantismo tuvo que forjar una historia a su modo”, decía el célebre historiador Thierry, poco sospechoso, como es sabido, de favorecer a la Iglesia.
Aun los mismos protestantes, deponiendo el espíritu de partido, vienen algunas veces a declarar contra aquellas viejas calumnias, contra aquellas culpables exageraciones y contra aquellas insinuaciones pérfidas, de que están llenos los libros de historia. “Hace tres siglos -ha dicho el Conde de Maistre-, que la historia ha sido una conspiración permanente contra la verdad”.
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
Artículos relacionados :
Protestantismo: La herejía es un gran pecado (6)
¿Puede salvarse un protestante? (7)
¿Por qué se hacen algunos católicos y otros protestantes? (8)
¿El protestantismo es una religión? (9)
Cristianismo y catolicismo significan una misma cosa (10)
No hay comentarios:
Publicar un comentario